Balcones

Llevo un largo rato en uno de los balcones, silenciosa, pensativa, contemplando el infinito que se extiende por delante sin ver nada realmente, pues casi toda la acción que sucede lo hace en mi cabeza.
En mi mano, una manzana verde intacta, que desprende un dulce aroma a maduro, aguarda a que me decida a morderla.

Entrecierro los ojos, pensativa, como indagando en algo. Mi encuentro de ayer con Gerald no hizo más que subrayar algo que lleva haciéndose más notorio con el paso del tiempo. Tanto que ha llegado un momento en el que, por mucho que lo niegue o me esfuerce, cada vez es más complejo ignorarlo o apartarlo.
Lucho contra ello día a día, enfrentándome a mí misma con la esperanza de que sea algo temporal. Algo efímero. Pero no es así. Algo está cambiando en mí, me resista o no. Me debilito, me hago dependiente, como tantas otras personas. Preciso de algún tipo de contacto, aunque aún no haya decidido cual, y cada vez soy más ridícula al expresarme en burdas bromas juveniles, buscando esa aprobación, esa sonrisa fácil, de otro cuyo nombre no es más que una formalidad y cuya existencia me hubiera preocupado menos que poco hace tiempo.

No sé qué busco, no sé qué quiero, y sea cual sea la respuesta a ambas, no me gusta lo que está sucediendo. Pero lucho contra ello y no logro plantarme cara. Solo consigo amargura y mal humor, desagrado... Pero a ratos me siento tan débil como cualquier jovencita tímida: como cualquier Inger, cualquier Massen joven menstruando por primera vez.

Me llevo una mano a la cabeza, agobiada.
He de indagar en ello o cortar por lo sano, pero los desvaríos que tengo, esos cambios de humor provocados por mi propia inseguridad acerca de mí misma... No pueden, sin más, seguir así. Porque si me abandono a esos caminos azarosos sí que me habré perdido.

*se queda pensativa, como podéis ver*

Una figura de pie en los balcones me daba la espalda. La contemplé de arriba a abajo, sonriente, antes de avanzar hacia ella con pasos muy marcados, haciendo ruido en el suelo. Una vez situada a su lado, con las piernas bien abiertas, desenfundé a Amatista y apoyé con un nuevo golpe la base de su mango en el suelo. Apoyé ambas manos, una sobre otra, sobre la punta del asta. Tomé aire con mucha fuerza por la nariz, hinchando visiblemente el
pecho, y mantuve el cuello recto, mirando al infinito.

-Qué pasa, morena -dije, con voz exageradamente grave y tono algo chulesco.

Escucho un sonido extraño, pero no logro salir de mis pensamientos, casi llegando a pensar que se encuentra también en mi cabeza. Sin embargo, la voz me despeja del todo y me vuelvo. Frente a mí, la parvus, Ayne. Me he encontrado otra vez con ella, y con Thamerlein, en los exteriores. No recuerdo exactamente el lugar, pero creo que es así.
Su saludo se me hace extraño. La miro, enarcando una ceja.

-Hola –saludo, algo contrariada.

Vuelvo el cuerpo por completo hacia ella, quedando de espaldas al vacío, aunque protegida por la barandilla. Observo su arma.

-¿Es esto un desafío? –inquiero, aludiendo a la guadaña con un vistazo.

Abrí los ojos como platos, alzando las cejas, y lancé la guadaña hacia arriba para tenerla bien cogida por el mango, y me puse en posición de defensa. Fruncí el ceño teatralmente.

-¡¿Osas desafiarme?! -exclamé con exagerado dramatismo.

Me temblaba el mentón, y aunque traté de contenerme, no tardó en surgir de mis labios una sonrisa, al principio diminuta, pero que se fue extendiendo por mi cara. Bajé el arma poco a poco hasta su posición original y me tapé la boca con una mano, mirando hacia un lado, como con disimulo.

-Pero el chiquillo no querría ver tu sangre derramada, sino verte derramar sangre -murmuré, con la boca aún tapada.

Su respuesta me resulta excéntrica, sin embargo es la última parte la que me intriga. No sé de qué chiquillo habla, pero lo de la sangre...

-¿De qué hablas? -inquiero, acercándome ligeramente a ella, apremiándola a hablar con una inquisitiva mirada-. ¿Qué chiquillo? ¿Por qué verme derramar sangre?

Lo que dice suena extraño. Enseguida me pongo a pensar en opciones, pero ninguna me parece plausible. ¿Por qué nadie querría verme derramar sangre...?

...

¿Quién?

Pegué un salto y un pequeño chillido, y me tapé la boca con las fuerza. Colgué a Amatista a mi espalda y corrí la poca distancia que nos separaba, hasta ponerme casi debajo de ella, con un dedo en los labios.

- ¡SHH! -la insté, alarmada-. ¿No ves que los pájaros tienen alas? Un poco de cuidado...

Entonces miré hacia arriba, y mis labios dibujaron una "o" perfecta. Desde mi posición, no podía verle la cara. Así pues, retrocedí unos pasos, sin dejar de mirar hacia arriba. Entonces me palpé el pecho con las manos y lo miré, intrigada.

-Menuda protección contra golpes desde abajo... -murmuré, impresionada.

Frunzo el ceño, molesta por su reacción, por sus palabras, por su actitud. Es como una niña pequeña, pero en versión absurda. Lo que dice no tiene sentido. Pero, de alguna forma, no puedo evitar estar segura de que en el fondo sabe de lo que habla.

La miro fijamente. Quizás hablando de forma más lenta, más concisa, me entienda. O me responda algo coherente, al menos.

-¿Quién es el chiquillo? -pregunto, con voz clara.

Me quedé mirándola, con el rostro muy serio, algo impresionada por su expresión y actitud. Me mordí el labio con algo de nerviosismo; recordaba a aquellos a los que no había que recordar. Tragué saliva, indecisa, y retrocedí un paso.

Entonces fruncí el ceño, y mirándola a los ojos, volví a avanzar el paso que había retrocedido e imité su postura y expresión. Me pasé la lengua por los incisivos superiores antes de hablar.

-¿Quién es Aren? -pregunté, imitando su tono.

Estoy a punto de gruñir, pero me contengo. La gente extravagante es complicada de tratar, pero esta chica sabe algo. Se le ha escapado, y ahora necesito que me lo diga.

Respondo a su pregunta, de mala gana, esperando que mi información valga la suya a cambio.

-Aren es el líder de los caeruleus. El líder Aren Darvenwish.

La miro fijamente mientras hablo.

-¿Tiene el "chiquillo" algún nombre?

Esperaba cualquier cosa. Cualquier cosa menos eso. Pero aquellas palabras consiguieron que algo hiciera "clic" en mi mente. De pronto, cualquier atisbo de color me desapareció del rostro, y las piernas empezaron a temblarme tanto que caí de rodillas en el suelo. Abrí mucho los ojos, y comencé a boquear, como si me faltara el aire.

-No... -susurré, y casi no me salió la voz.

El cuerpo me pesaba, y caí hacia adelante, apoyando las manos para no darme de cara contra el suelo. Aún así, me costaba mantenerme en esa postura, pues me temblaba tanto el cuerpo que casi parecían convulsiones. En cambio, y para mi sorpresa, tenía los ojos completamente secos. Quizá demasiado.

Moví los labios varias veces, tratando de articular algún sonido, aunque sin éxito. Finalmente, alcé la vista, y un extraño velo de oscuridad me cubría los ojos.

-Zacharyas -respondí, alto y claro, con una voz grave y antinatural que no se parecía en nada a la mía.

Tuve que sacar de nuevo a Amatista para tener un apoyo con el que ponerme en pie. De entre mis pertenencias, saqué la piedra de dragón y la pluma violeta de boa, y me quedé mirándolas con una extraña sonrisa, absolutamente siniestra.

-Voy a matarlo... -canturreé, con una vocecita aguda.

De nuevo, su reacción me resulta extraña. Doy un paso hacia ella, sin atreverme a tocarla, por miedo a que en este extraño estado que acaba de entrar me ataque, o algo semejante, pues su arma está más alcance de su mano que la mía.

Zacharyas, dice al fin, pero eso ya no importa demasiado. Me preocupa más ella, y al mismo tiempo me levanta curiosidad.
¿Matarlo? No me extraña que alguien quiera matar a Aren Darvenwish, pero esta forma de manifestarlo sí que me resulta curiosa.

-¿Necesitas ayuda? -me atrevo a preguntar, no muy segura de cómo se debe proceder cuando una persona extraña comienza a actuar también de forma extraña, pero extraña distinto.

La miré, con aquella macabra sonrisa en los labios y un brillo oscuro en los ojos. Extendí una mano hacia ella, sujetando la pluma de boa con los dedos.

-No a matarlo, eso lo haré yo -murmuré, hablando muy rápido, más para mí que para ella-. ¿Puedes quemar esto?

Mi voz sonaba extraña, con un deje espeluznante y antinatural, pero yo apenas me daba cuenta. Dejé caer sin cuidado la piedra al suelo, y me quedé mirándola, con la cabeza ladeada y gesto sombrío. Aquello era más difícil, pero por algo me había criado en casa de un escultor. Sabía tallar una piedra igual que sabía destrozarla. No era ningún misterio.

-Harán falta algunas herramientas. Para ella y para él. Sobre todo para ella. Pero sobre todo para él...

La escucho mientras tomo la pluma que me ofrece, sin saber muy bien que hacer con ella. ¿Pertenece esto a Aren Darvenwish? Recuerdo haber visto al líder alguna vez con una boa de color semejante, y por las referencias parece ser así.
Miro intrigada a la parvus. Mis ojos están tenuemente iluminados.

Aprieto la pluma en mi mano. Observo la piedra caer al suelo.

-¿Piensas matar a Aren Darvenwish? -inquiero, serena, mirándola.

Mi mente trabaja a toda velocidad: si no está simplemente loca, Aren le ha hecho algo. Pero si lo odia a raíz de conocer su apellido (o quizás su calidad de líder) significa que no relacionaba ambos hasta que yo se lo dije (o que simplemente está mal de la cabeza).
En ese caso, es más que probable que ella conociese el nombre "Aren Darvenwish", pero no su rostro.

La miro, inquieta.

Aquella pregunta me dejó de nuevo sin fuerzas. Dejé caer mi guadaña y me tapé la cara con las manos, ahogando una especie de gruñido horrorizado. Miré a la chica por entre el hueco de mis dedos, con ojos aún siniestros, pero ahora también algo suplicantes. Mis manos ascendieron por mi cara hasta mi pelo, y lo agarré con fuerza, muy nerviosa.

-No lo sé... -gemí, angustiada.

Aren me quería. Me trataba bien. Me decía siempre cosas bonitas, me daba regalos y me sonreía. Pero si Aren era Aren Darvenwish, líder de Caligo, todo aquello no significaba nada. No era más que ponzoña y engaños. Algo que no podía permitirme. Me llevé una mano a la boca y mordí con fuerza, hasta hacerme sangre. Había que matarlo. No merecía vivir. Él y toda su escoria merecían la muerte.

Retiré la mano de mi boca y miré a Alehyss con aire amenazador, enseñándole mis dientes ensangrentados y frunciendo el ceño, con ojos peligrosos.

-Si es él, debe morir -sentencié.

Por un momento parece que mi pregunta la hace recapacitar. La chica parece venirse abajo, como si acabase de desmontar un enorme ardid que hubiese en su mente y ya no le quedase nada a lo que aferrarse.
No dice lo que piensa, pero puedo ver que por su cabeza están pasando muchas cosas. Durante un momento anhelo poder meterme dentro de ella para leer lo que piensa como si fuese un libro, adivinar lo que guarda en su cabeza, aunque seguramente ahora mismo allí no encontrase nada bueno.

Muerde su mano, vi la sangre, pero antes de que pueda hacer nada ella me muestra sus dientes sangrientos. Parece como un animal asustado que amenaza a aquel que tiene en frente. "Si te acercas te atacaré. Estoy desesperado".

-No es un enemigo que debas tomar a la ligera -siseo.

No le tengo especial aprecio a la parvus. Apenas la conozco. Pero estoy segura de que si intenta algo contra Aren, su destino será fatal. Animarla a plantarle cara sería una broma muy macabra por mi parte.

Zacharyas había vagado por los pasillos disfrutando de la soledad y la oscuridad, pero al pasar junto a uno de los balcones había escuchado voces y no había podido evitar asomarse, sintiendo que quizás estaba siendo demasiado entrometido, pero incapaz de disimular su curiosidad había terminado por acercarse al lugar.
Al asomarse, lo primero que vio fue la sangre, acostumbrado como estaba a buscar esas cosas. Además, en la oscuridad se movía mucho mejor, resaltando más para él el color rojo, precioso, en aquel ambiente.

Cuando volvió en sí, un par de segundos más tarde, reconoció al fin los rostros: una era la chica morena que una vez había visto correr por los pasillos semidesnuda, persiguiendo a Rick. La otra... La herida...

-Stalon -llamó, con una nota de preocupación en su voz.

¿Qué había hecho aquella mujer morena para obligar a la pequeña parvus a herirse así?

Negué con la cabeza con fuerza.

-No importa. Me haré fuerte. Me haré fuerte para matarlo -escupí entre dientes.

Me agaché a recoger a Amatista y la piedra. Debía destruirla, pero la conservaría hasta entonces. En el momento en que me levantaba, una voz a mis espaldas me hizo darme la vuelta bruscamente, agarrando con fuerza el asta de la guadaña.

Cerré los ojos despacio, mareada. El chiquillo.
Me obligué a colgar la guadaña a mi espalda, abrí los ojos e, ignorando a Alehyss, caminé despacio hacia él. Cuando estuve suficientemente cerca, me abracé a él y empecé a temblar de nuevo. Quise decir algo, pero no tenía fuerzas.

Sus palabras suenan tan sinceras que casi dan escalofríos, pero tengo claro que ella no podría acabar con Aren Darvenwish por mucho que se esforzase. Por desgracia, él está a un nivel superior, y para cuando nosotros alcancemos ese poder, si algún día sucede, la edad ya habrá hecho la mitad del trabajo.

Una voz me hace girarme. Un caeruleus alto nos observa. Llama a la parvus y esta, semiausente, acude a él.
Cuando lo abraza, me percato de que sobro. Es incómodo. Lo mejor que podría hacer ahora mismo es largarme a maldecir el haber encontrado a la desquiciada esta, pero la salida la ocupa el hombre.

-Se puso así cuando le mencioné el nombre "Aren Darvenwish" -explico al caeruleus, con intención de ayudarlo a comprender lo que sucede.

Las palabras de la parvus, que Zachayas pudo oír cuando las chicas todavía no lo habían visto, le erizaron los pelos de la nuca. Le espantaba que fuese así, pero le agradaba escuchar aquellas palabras salir de los labios de Stalon.

La chrysos lo miró, y sus ojos le deslumbraron ligeramente. No le gustaba la luz. Entornó la vista para ver la figura de la pequeña acercársele, extendiendo sus brazos hacia él.
Zacharyas se agachó adoptando una altura parecida a la de Stalon La parvus temblaba, y él la albergó entre sus brazos, cubriéndola con las cuatro capas que llevaba, teniéndola casi contra su cuerpo, separada solo por la fina camisa que vestía. En aquella situación, no parecía alocada y excéntrica, sino frágil.
Alzó la vista para escuchar las palabras de la chrysos y asintió.
No entendía muy bien por qué Stalon se había puesto así, pero la última vez que habían hablado... Recordaba que algo raro pasaba con el nombre de Aren.

Zacharyas casi había olvidado la sangre. En esos momentos estaba más preocupado por su pequeña amiga que por el placer que le causaba la visión, el tacto, el sabor... de aquel líquido vital.

El chiquillo se agachó a mi altura, y aún temblando, alcé los brazos para palpar su cara, sus orejas y su pelo. Se parecían un poco, traté de asegurarme; se parecían en aquel aspecto claro y oscuro a la vez, en la actitud y en la postura. Le eché los brazos al cuello, con todo el cuerpo muy tenso, pegándome mucho a él.

-Los hay buenos y malos -afirmé, con voz febril.

Apoyé la cabeza en el pecho de Zacharyas y solté un suspiro que bien podría habérsele atribuido a un moribundo. Me separé de él al cabo de un momento, aún tensa y temblando, pero luchando por encontrar algo de lucidez.

-Chiquillo, tú eres bueno, ¿verdad? -supliqué, delirante.

El caeruleus parece hacerse cargo, deduzco por su gesto. Y por las palabras de la parvus, descubro que este es el chiquillo. Irónico, cuanto menos, aunque supongo que a ello vendrá.
Recuerdo haberlo visto un par de veces. No me había llamado la atención antes, pero ahora siento una extraña curiosidad por saber quién es. Al fin y al cabo, parece capaz de calmar a la parvus enloquecida.

Suspiro. Yo ya no pinto nada aquí.

Hago un gesto al hombre, que parece ser el único en sus cabales ahora mismo, y lo rodeo para salir de los balcones. Por mucho que quiera investigar, aquí me siento algo ridícula. Tampoco quiero ser la molesta mujer que observa en momentos inapropiados.

*tras una despedida muda, entra*

FdR- Algo cutre, pero empiezo a llevarme a gente o no duermo jamás

Agradecido, Zacharyas despidió a la chrysos con un gesto de cabeza. Ya se sentía bastante fuera de lugar como para ser observado mientras. Suposo que la gente normal notaba esas cosas, no como él, al que le era tremendamente complicado discernir cuando molestaba demasiado.

Stalon palpó al caeruleus, y la sensación de ser tocado por aquella mano ensangrentada varias veces lo instó a aprisionarla, a lamerla, pero logró contener ese instinto. No era el momento para el disfrute. En su lugar, se quedó inmóvil, aguardando a que acabase.

-¿Bueno...? -preguntó a , y parecía estárselo planteando a sí mismo-. No lo sé, pero hago todo lo posible por serlo...

Y así lo pensaba realmente, pues cuando reprimía esos instintos suyos lo hacía para ser lo que le habían enseñado que era ser "bueno", aunque quizás no lo lograba.

La atrajo hacia sí. Aquel contacto tan inusual le hacía sentirse extrañamente en calma. Consolar... Nunca se hubiera visto a sí mismo en esa posición, pero se sentía cómodo, a gusto...

Miró la parte superior de la cabeza de la chica, lo único que alcanzaba a ver. Esbozó una sonrisa que desde fuera podría haberse identificado incluso como enternecida.

-También tú eres buena -le dijo, esperando que sus sinceras palabras ayudasen en algo a la pequeña.

Cerré los ojos y espiré de nuevo, apoyándome contra él otra vez. Ya no tenía fuerzas. O eso creía, porque conseguí reunir unas pocas cuando volvió a hablar para agarrar su camisa muy fuerte, cerrando los puños hasta ponérmelos blancos. Asentí lentamente con la cabeza, concediendo.

-Quédate conmigo, ¿vale? -susurré.

Sentía la voz extraña, como si tuviera un nudo que me impidiese hablar. Me picaban los ojos. Antes no lloraba nunca, pero desde hacía unos días me salían lágrimas muy fácil. Cuando las noté emerger, me llevé la mano herida a los ojos, como si quisiera comprobar que de verdad estaban ahí. Eran extrañas, las lágrimas. No me gustaban. Apreté los párpados para contenerlas y noté que dolía de una forma extraña, como si algo dentro de mí se pusiera muy tirante.

Zacharyas se mareó al escuchar las palabras de la parvus. Nunca le habían pedido algo como aquello, y de pronto se sentía... No sabía cómo expresarlo, no hallaba palabras.
Era exactamente eso: nunca antes, en toda su vida, alguien le había pedido eso. Nunca.

El caeruleus asintió levemente, aunque con la suficiente seguridad como para que ella pudiese percibir el movimiento. Notó como el cabello espeso acompañaba a su cabeza con un grácil balanceo.

-Lo prometo... -susurró con su voz ronca, seguro de que, aunque no pudiese cumplirlo (cosa que no podía saber), en aquel momento no podía decirle ninguna otra cosa.

Zacharyas notó que sus ojos estaban húmedos. Con suavidad, al ver que ella apretaba los ojos, extendió un huesudo dedo y rozó suavemente su mejilla, capturando una de aquellas lágrimas, que observó como si fuese el más grande tesoro jamás encontrado.
La sangré, pensaba, era dolor, y por ello era más hermosa. Pero aquella pequeña lágrima de agua y sal también era dolor, aunque de forma distinta, y bajo la luna, brillando en su dedo como una perla, a Zacharyas también le pareció indudablemente bella. Quizás más incluso que la sangre, por ser más escasa.

Cubrió de nuevo a la chica con ambos brazos. Era instintivo, pero se sentía como si quisiese que su cuerpo la envolviese hasta que el mundo no pudiera verla y ella quedase protegida en su interior, siendo él la carcasa que la recubría.
Pocas veces Zacharyas veía a un ser débil y su primer impulso no era aplastarlo, sino todo lo contrario.

Era una promesa. Las promesas hay que cumplirlas. Hay que cumplirlas. Hay que cumplirlas.

Las palabras golpeaban mi cabeza con fuerza, pero otras voces menos positivas se intercalaban. Sodeth había prometido. Había prometido muchas cosas, y luego había desaparecido. Pero Zacharyas estaba allí, conmigo, y me arropaba. Zacharyas sí estaba.

Mi cuerpo se iba tensando más y más, y con él aquella especie de cuerda interna, que se estiraba más cuando más trataba de contenerme. Parecía que fuera a romperse en cualquier momento. Y, efectivamente, se rompió.

El primer sollozo salió sin permiso, como escapando, forcejeando para salir. Lo acompañó una convulsión de hombros y, como si hubiera abierto una puerta, todos los demás se abalanzaron tras él antes de que pudiera cerrarla. Salían lágrimas, mi cuerpo se movía sin que pudiera controlarlo, y mi respiración estaba desatada. En conjunto, parecía un volcán en erupción. Solo que no me permití el menor sonido. Si lloraba, si pasaba aquello por alto, sería en silencio.