Zona residencial.

Al final siempre se le hace tarde cuando tiene que ir al pueblo a recoger los paquetes de después de la cena. Entre uno y otro viaje el tiempo se va volando y más si se entretiene con alguno de los responsables de sus encargos para el palacio y al bismonte se le sale una herradura.

Tira del bismonte cargado por la zona residencial que atraviesa para salir del pueblo. Es el lugar más tranquilo por el que ir a esas horas de la noche. Pero el animal no parece por la lavor de soportar ir cogeando hasta el palacio. Ha intentado colocarla ella misma, pero no ha sido posible y hace horas que el herrero ha cerrado la puerta.

Se da cuenta entonces de que una mujer viene ensentido contrario, pero no parece mucho más que una mujer de los alrededores. De todas formas, quizá pueda ayudarla.

—Buenas noches, ¿podría ayudarme? Estaba haciendo un encargo para Brontë y a mi animal se le ha salido la herradura. No tengo herramientas para quitarsela ni para colocársela y parece que no va a moverse si no hago nada. No puedo dejarle aquí con toda la carga ni llevarla yo sola en brazos —Le explica, seria, pero más inexpresiva de lo que habría esperado. Hace tiempo que los encargos la hastían, pero tiene seguir cumpliéndolos.

Frunce un poco el ceño, desilusionada, cuando le dice que no puede ayudarla. Pero sus ojos vuelve a abrirse con curiosidad cuando sigue hablando, como si su cuerpo se tensase esperando un movimiento concreto.

—No tengo muchas más opciones. Le estaría muy agradecida. A primera hora de la mañana iré a buscar al herrero para poder irme —Le dice, haciendo una reverencia.

Luego escucha con interés lo que añade. También trabaja para Brontë, es una suerte haberla encontrado a ella entonces. Así no tendrá que temer por los paquetes del encargo.

—Yo soy Aloe Mion. Me alegro de encontrarla entonces. La sigo hasta su casa —Le pide, manteniéndose algo sumisa.

Se las apaña para mover al bismonte hasta la casa y lo deja arrimado a un lado cuando ve que la mujer no muestra mucho interés en enseñarle algun establo. Le preocupa que se quede ahí fuera y saca las cosas más importantes de su lomo, cubriendo el resto con la manta del animal. Tiene que se suficiente, se dice. El barrio no parece malo, pero en la calle nunca se sabe.

Acaba entrando en la casa y dejando las cosas al lado del sofá que la mujer le muestra.

—Será suficiente, gracias —Le dice. —Informaré a Brontë de que me ha ayudado con todo esto —Supone que eso es lo que debe hacer si la mujer también trabaja para Brontë. Mira las escaleras con su curiosa mirada felina y asiente, sin mirar a la mujer, preguntándose cómo será el hombre que bajará. La mira cuando le menciona al niño.

—Estoy acostumbrada a los niños, no se preocupe —La tranquiliza. Demasiado acostumbrada. Y a los hombres desgarbados que bajan a por agua.

Toma asiento y mira a la mujer cuando pregunta por Brontë.

—Es siempre lo mismo. Disponer todo en orden para los guerreros y los líderes. No creo que sea la persona más adecuada para contarle algo relevante —Responde, sin mucha emoción. —Hace poco hubo algo de revuelo por una misión, pero pasó rápido —No sabe cuánto puede contar a la mujer. Ella ha dicho que trabaja para Brontë, pero tampoco tiene ninguna identificación que lo acredite.

Le parece bastante amigable, aunque en esa situación no es capaz de fiarse del todo. Es de noche y debe quedarse en una casa desconocida. Sabe que esas premisas no suelen tener buen futuro.

Pero la mujer parece sencilla, pese a trabajar para Brontë. Su casa es modesta y vive con su familia sin preocuparse por mucho más, según dice. Al final acaba sonriendo suavemente.

—He cuidado bastante niños, si se despierta creo que podré hacerme cargo —Le responde, más amigable.

Da un respingo y abre los ojos cuando el cojín le impacta. Lo coge con las manos y mira a la mujer.

—Buenas noches —Acaba diciendo, algo sorprendido por la naturalidad de la mujer. Cuando desaparece por las escaleras la claritas se queda mirando la habitación, curiosa. Acaba por llevase el cojí a la nariz para olerlo y sacar un poco la lengua. Sabe polvo, sudor, cocido y humo. Es el sabor de una casa buena casa. Por un momento envidia a la mujer que ha desaparecido por las escaleras.

Finalmente se acomoda en el sofá para dormir. Siente que, curiosamente, descansará algo mejor.

*duerme*

A la mañana siguiente va a buscar al herrero para que solucione su problema con el bismonte. El trabajo dura algo más de lo esperado y al final tiene tiempo de despedirse de la mujer y hasta acepta algo de comer por su parte. Al final le ha resultado agradable y despreocupada. Le ha gustado la sensación que transmite. Se despide del niño pequeño y el hombre también y paga al herrero con el dinero que tiene.

Ahora le toca volver a Brontë. Lo cierto es que no le apetece dejar la casa, pero debe seguir con sus labores.



*se va*

—¡Lyo, cabezón! ¡Trae esa carta! ¿No ves que es del trabajo? —Cassandra se abalanzó sobre su hijo y consiguió amarrarlo por un tobillo. Al instante, un Chrysantae le recorrió la palma—. ¡Maldita sabandija, ven aquí! —la madre le lanza a Korvas y lo deja clavado en la pared por el cuello de la camisa—. ¡Ja! ¡Te pillé, lombriz!
—¡Jo, ma! ¡Korvas no vale! —se queja el crío, pataleando e intentando sacarse la camisa para seguir corriendo. No obstante, sabe que ha perdido cuando su madre lo amarra por una de sus orejas y tira con fuerza—. ¡Aaaaah! ¡Bruja! ¡Suelta! —se queja, pero sonríe.
—Venga, enano —la capitana arrancó a Korvas de la pared y le sacó la carta al pequeño— ¿No ves que puede ser algo importante de Brontë? —le hace saber—. Con el trabajo de tu madre no se juega. Se juega pues... con... ¡mira! —recogió una espada de madera del suelo y se la tiró—. Con esto. Venga, practica, o serás un "cagao" toda la vida —le explicó mientras abría la carta.
Necesitaban su barco para otra misión. Estaba bien. No le importaba. Al revés, así "El Purgatorio" no cogería mierda en la eslora.
La capitana se dejó caer hacia atrás en cama, algo abatida. Suspiró.
Lyo escaló rápidamente para sentársele encima de la tripa, sobre las iniciales de Aren Darvenwish que todavía conservaba.
—Pensé que era papi—gimoteó el crío.
Cassandra se tomó unos segundos para responder. Suspiró de nuevo y se puso de pie, apartando a Lyo con cuidado.
—Y yo... —suspiró, con el ceño encogido. Negó con la cabeza y se sacó aquel pensamiento de la cabeza—. ¡Venga, prepárate! ¡Me voy a tener que ir una temporada con "El Purgatorio" así que te quedas en Brontë. Pórtate bien o sino cuando vuelva, te colgaré de los pulgares durante todo un día. ¿Me oyes?
—¡Sí! ¡Vamos a Brontë! ¡Vamos a Brontë! —Lyo salió disparado por la puerta para preparar las maletas.
Cassandra se quedó sola y aprovechó para tomarse unos segundos de paz. Ser la persona encargada de conectar Brontë con el Pueblo de Paso no le desagradaba. Era un buen trabajo. Tampoco le molestaba prestar su barco en absoluto siempre y cuando ella lo timonease. Sin embargo... echaba de menos la acción. Quizá... quizá aquella vez dejase su firma en alguna misión.

*ambos se van a Brontë*