Hacía frío. La nieve caía en cortinas a su alrededor. El viento helado golpeaba con violencia su rostro y la obliga a avanzar con lentitud, con los ojos entrecerrados. Sentía los labios cortados, las mejillas le picaban, y los pies se le hundían en la nieve que se amontonaban en el suelo, que parecía ahora hecho de nubes bulbosas. Apenas distinguía nada por culpa de la nevada. A su derecha, unos pasos por delante de ella, una grave voz masculina decía:
—Vamos, vamos, ya falta menos.
Un chico de voz más aniñada soltó un quejido. Kathy se detuvo un segundo y se giró, frunciendo el ceño, intentando distinguir la figura de Mizar en el incoloro paisaje. Varios de sus compañeros por su izquierda. Kathy esperó un poco más. Distinguió la silueta de Mizar pasados unos segundos y esperó hasta que el chico estuvo a su altura. Era solo un poco más alto que ella.
—¿Te encuentras bien? —preguntó. Habían pasado la tarde practicando magia cerca de las montañas que amurallaban la zona sur del glaciar. Kathy no se había hecho daño, pero había oído que varios de sus compañeros habían perdido el control.
—Estoy harto —gruñó él, echando los hombros hacia delante—. ¿Por qué tenemos que estar fuera con estas nieves, con este frío? Y además es de noche y no veo una mierda.
—Entrenamos en la nieve para aprender a movernos en ella en caso de que nos ataquen —respondió Kathy, recitando las mismas palabras que Dana le había dicho cuando llegaron al glaciar hacía apenas unos días—. En Aqua casi todo está nevado siempre; cuanto más practiquemos en la nieve, mejor.
—¡Pero yo no quiero quedarme en Aqua! Yo quiero irme a otro sitio.
—Cuando aprendas lo suficiente, entonces te llevarán a otro sitio.
Eso también se lo había dicho Dana cuando llegaron. A Kathy tampoco le había gustado la idea de quedarse en las faldas de las montañas que cercaban el glaciar. Después de lo ocurrido en ciudad nevada, le daba miedo permanecer en Aqua, pero Dana le había dicho que no tenía de que preocuparse porque en el glaciar había mucha más gente. Necesitarán mucha más gente para lograr derrotarnos aquí, le había dicho.
Mizar chasqueó la lengua, pero no dijo más y ambos avanzaron en silencio por la nieve en dirección a las pequeñas bases donde descansaban sus superiores. Estaban un poco distanciados del grupo, pero aún podían oír las indicaciones del líder.
—Seguro que a ti te mandan antes a otro sitio que a mí —dijo Mizar al cabo de un rato. Kathy lo miró de reojo. Mizar tenía la piel oscura y las orejas puntiagudas.
—¿Por qué dices eso?
—Porque se te da bien la magia. —Se encogió de hombros—. Mejor que al resto, quiero decir.
—Pero eso no es todo lo que buscan —murmuró ella. Recordaba el enfrentamiento con los de Brontë, lo asustaba que había estado y cómo Dana la había protegido en todo momento. En un combate real, resultaba una guerrera inútil y ellos no buscaban guerreros inútiles.
Mizar no respondió. Debían de estar ya cerca de las bases. A unos metros de ella, Kathy creyó distinguir humo. Alzó ambas cejas. Ambos apuraron el paso y pronto estuvieron junto a las bases, unas pequeñas edificaciones de madera. El humo, que salía de un pequeño fuego, estaba un poco más adelante. Comenzó a avanzar.
—¿No vienes a comer? —La voz de Mizar sonó a su derecha. Kathy se detuvo, y volviéndose hacia él, dijo, curvando un poco los labios:
—Ahora voy. Un segundo.
Y siguió caminando. La nieve golpeaba con menos fuerza ahí, quizá por ser un punto más recogido que el resto, pero seguía resultado molesta y Kathy todavía tenía que ir con los ojos entrecerrados para que no se le metiese ningún copo en los ojos. Las llamas dibujaban cálidas luces anaranjadas en el horizonte como si fuese un faro en mitad de la noche oceánica. Detrás de ellas, las manos pálidas de Dana se movían manipulando el fuego, haciéndolo crecer y decrecer, derritiendo la nieve a su alrededor e iluminando su rostro pecoso. Kathy se detuvo con los labios entreabiertos a unos pasos de ella. Las llamas subieron. La nieve crujió bajo sus pies.
—Ya hemos vuelto —dijo Kathy, sonriendo un poco. Dana se volvió hacia ella. El fuego brilló en sus ojos verdes. Parecían un bosque en llamas.
—Bienvenida —respondió Dana. Su voz era baja y suave, amable. Cálida como las llamas. Curvó los labios con suavidad—. ¿Qué tal ha ido?
—Bien. Bien. —Kathy asintió con seguridad. Ensanchó la sonrisa—. He sido capaz de controlar dos a la vez. Bueno. No por mucho rato. Pero sí durante unos minutos. —La miró a los ojos—. ¿Tú cómo estás...?
—Bien.
Dana se volvió hacia el fuego. Las luces dibujaron formas en sus labios. Kathy miró las llamas. Parpadeó.
—¿Por qué quemas la nieve?
—Porque me gusta ver el fuego. —Dana sonrió. Kathy la miró de reojo. El fuego crepitaba frente a ellas, rompiendo el silencio de las montañas—. Me gusta ver el movimiento del fuego, las luces del fuego. Me gusta el olor del fuego. Me gusta ver cómo quema cosas. —La flamma parpadeó—. Me gusta quemar cosas.
Kathy se llevó la mano derecha al pelo y cogió cuidadosamente un largo mechón anaranjado que le caía por la mejilla. Lo observó un segundo antes de colocárselo tras la oreja; a la luz del fuego, parecía más vivaz de lo que verdaderamente era. Dana, impávida a su lado, movió las manos y las llamas crecieron. Kathy bajó la vista. Recordaba la madera ardiendo y la mano pequeña, segura y caliente de Dena entrelazada suavemente con la suya, la mirada vacía, el olor a quemado y la ceniza flotando.
—¿Cuándo os vais? —preguntó en un murmullo.
—Mañana.
—¿Y no puedo ir?
—No.
Kathy alzó la cabeza. Dana seguía mirando el fuego. La aether parpadeó.
—¿Por qué? Dices que no es peligroso, entonces, ¿por qué no puedo ir con vosotras?
—Tienes que seguir entrenando.
Kathy apartó la mirada. Cruzó los brazos. Dana la miró. El fuego desapareció.
Los guantes de la flamma eran suaves y marrones. Kathy los notó sobre sus mejillas y bajó los brazos y se giró para mirar a la flamma, que a pesar de ser más mayor que ella, era también mucho más pequeña.
—Sigue entrenando —dijo de nuevo. Ladeó la cabeza y sonrió un poco—. Nos reencontraremos antes de que te des cuenta de que nos hemos ido, pero sigue entrenando, ¿de acuerdo?
Kathy parpadeó. Asintió pasados unos segundos y la flamma retiró suavemente las manos.
—De acuerdo.
—Solo es una misión normal. Volveremos antes de que te des cuenta —dijo la flamma de nuevo.
La nieve crujió bajo sus pies.
*fin de escena*