Jardines (2)

Abrí mucho los ojos y ahogué un grito en cuanto vi cómo Rick se lanzaba para protegerme. Por suerte, el ataque que Heylel había conjurado desvió el hacha, que se clavó en el suelo. Miré a Rick de reojo, furiosa.

—Ni se te ocurra volver a hacer algo por el estilo —gruñí. Se suponía que aquello era un combate serio, ¿por qué hacía el idiota? Hubiese entendido que quisiese protegerme si tuviese un arma, pero ni tan siquiera la tenía. Y, además, por mucho que la tuviese, yo era la que veía en la oscuridad y era capaz de defenderme por mí misma. No necesitaba que él se lanzase para hacer de escudo humano.

En cuanto el hombre nos lanzó un ataque horizontal, volví a gritarle a Rick que se apartara, que retrocediese. Mientras le gritaba, yo hacía lo mismo, es decir, retrocedía, veloz, con el arma en una posición defensiva semejante a la que había adoptado antes. Si lograba esquivar el golpe, intentaría, desde mi nueva posición, lanzar un Âchnam con mi mano libre, apuntándole a la muñeca con la que sostenía el hacha. Si lograba darle con el hechizo, esperaba que alguien lo aprovechase (o yo misma, quién sabía).

Vi la muerte ante mis ojos y detuve mi carrera, cubriéndome con los brazos de aquel arma atróz, aunque no creía que sirviese de nada. Por suerte, algo la desvió, salvando mi joven vida. Inger enseguida se puso como una fiera.

-Descuida Inger -. Sonreí. Miré a Heylel y levanté un pulgar-. Gracias, tío.

Sin embargo, la alegría no duró mucho. Aquel hombre, que era una bestia, arrancó su arma del suelo y nos atacó de nuevo.

Tuve una genial idea.

En vez de saltar hacia atrás, me eché cuerpo a tierra, esperando que el hacha pasase sobre mí sin arrancarme medio cráneo. Si todo salía bien y no moría, aprovecharía la iniciercia del corte para levantarme y arrebatarle por la fuerza el hacha a aquel tipo. Así se invertirían las tornas.

No creía que fuese más fuerte que yo. Además, estaba muy motivado.

Bueno, desde luego, las posiciones estaban más que claras: Inger (ahora ya sabía quién era) y Rick se las ingeniaban como podían con un hombre que parecía limitarse al uso del hacha. Heylel apareció también, interviniendo en la pelea a favor de mis compañeros, lo que hacía un tres contra uno.

Sin embargo, existía una segunda figura, que alejada del grupo, invocaba hechizos de fuego principalmente dirigidos a Heylel. Suponía un handicap importante para el aether, que debía intentar cubrir en la medida de lo posible a los pelirrojos (que parecían necesitar realmente su ayuda) al tiempo que contrarrestaba al mago. Fue por eso que, aprovechando el factor sorpresa, decidí dirigirme hacia este.

Utilizando mi sigilo tal y como Falace me había enseñado, me acerqué por detrás moviéndome como una sombra en la noche. Lo tenía de espaldas, así que mi principal interés era no llamar su atención. Mi intención era acercarme hasta él y propinarle un buen golpe en la cabeza, a la altura de la base de la cabeza y el comienzo de la nuca. Si todo iba bien, conseguiría dejarlo inconsciente, como mínimo, de un solo golpe. En caso contrario, trataría de encajar otro golpe que ayudase al primero a cumplir mi objetivo.

Contaba también con una segunda opción, en caso de que percibiera mi presencia tras él: en ese caso, estaba preparado para lanzar un clair ëm yäk directo a su pecho. La magia no se me daba tan bien como el combate cuerpo a cuerpo, así que prefería no llegar a necesitarla, pero no iba a prescindir de ella si llegaba a ser útil.

Heylel se impulsa para evitar las dos bolas de fuego. Logra evitar perfectamente la que le venía por la derecha, pero la otra lo alcanza antes de que termine de realizar su movimiento. Pese a que no le da de lleno, el aether puede sentir el impacto y una ligera abrasión cerca de la punta de su ala izquierda.
Esto no le impide volverse hacia el mago y conjurar un aethes. El flamma, concentrado en el hechizo de Heylel, no nota la presencia de Corbin hasta que este golpea su nuca.
La poca resistencia del mago se hace patente cuando el claritas lo golpea. Sus ojos quedan en blanco y se desploma en el suelo, aún vivo, pero inconsciente.

Su compañero, lejos de prestarle atención, lanza un corte diagonal que Inger opta por esquivar con un ágil salto. Rick, sin embargo, se echa a tierra, y el hacha secciona su roída capa como si se tratase de una brizna de hierba. No contento con esto, el flamma se pone en pie para tratar de arrebatar el hacha al caeruleus.
Ambos forcejean un instante, con clara ventaja de hombre del hacha. Es entonces cuando el âchnam de Inger golpea al hombre en la muñeca, lo que lo obliga a soltar su arma.
Sin embargo, lo que Dehnel consideraba una ventaja no lo es, pues la inercia del forcejeo lo hace perder el equilibro y caer hacia atrás. El arma se clava a muy pocos centímetros de su cabeza, cortándole algún cabello y dejándolo inmóvil de la impresión varios segundos.
El caeruleus, rápidamente, sin dar oportunidad a reacción, se abalanza sobre Rick y tira del cuello de su capa, alzándolo del suelo. Rodea su cuello con su brazo, serio y amenazante, usándolo como escudo.

-Como intentéis algo, acabo con él. Tengo fuerza suficiente para partirle el cuello-gruñe tan seguro que da poco pie a dudar de sus palabras.

FdR- Rick, desde tiempos inmemoriales, siendo más estorbo que ayuda.

Pese a que logré esquivar su ataque y darle con mi hechizo, la situación se puso peor que antes. El idiota de mi novio, por algún extraño motivo que sólo él podía entender, había decidido intentar quitarle el hacha al hombre y esto, que hubiese estado bien, acabó siendo un movimiento completamente estúpido porque el muy inteligente perdió el equilibrio. Así que ahora mismo nuestro enemigo lo tenía sujeto por el cuello, y parecía no tener problemas en partirselo si hacíamos algo.

Fruncí el ceño, molesta, y apreté la mandíbula, sin saber muy bien qué hacer. Finalmente, tras unos segundos, bajé el arma (aunque, evidentemente, no la solté).

—Por favor, no... no... no le hagas daño... —murmuré.

Me sentía completamente estúpida suplicando por la vida de alguien.

Estaba perdido. Mi vida estaba en manos de un loco que era más fuerte que yo y que...
Estaba perdido.

Sin embargo, había podido comprobar que Corbin también estaba allí. Al fin conocería a Inger, la dama de mi historia. No podía quedar mal ante ellos. Tampoco ante Heylel, pero ante mi novia y mi historiador...

-Tengo el cuello muy duro -dije con dificultad, pues su fuerte brazo me dificultaba el habla-. No se rompería ni con un rompecuellos, sea lo que sea...

Realmente estaba asustado. ¿De qué me servía el valor si a la hora de la verdad...? Nunca había hecho nada.
Era un inútil.

Pero entonces recordé algo que me dio fuerzas. Una vez, hace mucho, salvé a Inger en el bosque. No tuve miedo y me lancé. Y así debía ser mi vida, viviese o muriese. Si me rompía el cuello que lo hiciese.
Además, me sentía violento con un hombre abrazándome de ese modo.

Acerqué disimuladamente mi mano a su entrepierna hasta rozar su ropa. Me daba algo de asco, pero...

-Flagrare -susurré, y de mi mano salió una bola de fuego con destino...

Eso lo había aprendido de Lester.

Me proponía rematar a aquel tipo. Era sencillo: un puñetazo normal en el cráneo de alguien quizá se limitase a un chichón; con los puños de acero, en cambio, amortiguaba el golpe hacia mi mano a la par que ayudaba a romper los huesos. Y, teniendo un objetivo inerte, desparramar sus sesos era pan comido. Con el puño levantado, estaba a punto de asestar el último golpe cuando una voz me detuvo.

Contuve un gruñido exasperado y alcé la vista: Rick, el héroe de mi historia, se hallaba en un momento muy delicado de su vida, en manos de otro hombre y a punto de perder el cuello. Apreté los dientes, tenso. No podía ser ese el final de mi héroe épico. Para colmo, Heylel vino hacia mí, y aunque en silencio, sus gestos fueron muy expresivos, por lo que era probable que hubiera revelado mi posición. Maldije internamente, pero traté de pensar en positivo: si tenía que dejar a aquel flamma con vida, era bueno que alguien se encargara de vigilarlo antes de que volviera a él para rematarlo.

Escuché brevemente las palabras de mis compañeros, pero no tenía mucho tiempo, y cada segundo podía decidir la vida de Rick, mi héroe mendigo. Así pues, actué tan rápido como pude.

Me preparé para echar a correr hacia el guerrero, y en el momento en que me ponía en movimiento, conjuré un ebrain aitchbrëa en voz baja. Mi intención era aprovechar el momento de confusión y ceguera que esperaba crear para acercarme al enemigo. Preparé el puño derecho como portador del golpe principal, manteniendo el izquierdo en la retaguardia. Tenía bien entrenado aquel golpe. Era un golpe del mismo tipo que aquel con el que había pensado rematar al flamma. Un golpe que le arrancara los sesos del cráneo.

El caeruleus los miraba a todos, desconfiado. Las palabras de Heylel hicieron que centrase especialmente en él su mirada.

-Dejadnos marchar-gruñó, serio-. Nuestro jefe nos os hará nada sinos dejáis ir.

Su voz sonaba serena, pero no soltaba el cuello de Rick. Los guerreros no podían decir con seguridad si era una mentira para salvar la vida o si aquello que les decía era cierto.

Entonces, algo pasó. El hombre abrió mucho los ojos y soltó un alarido, soltando a Rick y llevándose las manos a la entrepierna.
De pronto, un destello los cegó a todos.
Corbin se lanzó contra el hombre, ridículamente indefenso, y golpeó su cabeza. El hombre retrocedió varios pasos, llevándose una mano a esta, de la cual había empezado a brotar sangre abundantemente.
Los miró un momento, como sin comprender, balanceándose ligeramente para luego caer de rodillas y, finalmente, desplomarse en el suelo, gimiendo ininteligiblemente.

Escuché lo que decía y fruncí el ceño, confusa. ¿Jefe? No había imaginado que estos tipos tuviesen jefe, aunque tenía, de alguna forma, sentido. Lentamente, al ver que no soltaba el cuello de Rick, asentí, volviendo a sentirme estúpida por rendirme. Sin embargo, no parecía que tuviésemos otra opción...

Lo que pasó después sucedió muy rápido: de pronto, el hombre gritó y soltó a Rick, pero, antes de que pudiese hacer algo, un destello me cegó completamente.

Tardé bastante en volver a recuperar la visión y, cuando lo hice, al principio vi todo borroso. Parpadeé un par de veces, confusa, y me pasé las manos por los ojos. Mi espada se había caído justo cuando apareció el destelló, pues, al ver de pronto tanta luz, me había llevado las manos a los ojos, tal y como hacía ahora.

Al ver al tipo en el suelo y a Corbin a mi lado, exhalé una exclamación, impresionado. Los había tumbado a los dos él solo, aunque al segundo ni lo hubiera rozado sin mi ayuda.

-Hacemos un buen equipo -dije a Corbin, sonriendo-. Y tienes que enseñarme a hacer eso de que todo se ilumine de repente. Y lo del puñetazo.

La verdad es que me había causado una grata impresión. Creí que sería más paradito, pero...

Me agacho junto al tío que me tenía agarrado y le tomo el pulso.

-Habrá que llevarlos a algún médico -comento a mis compañeros-. Se han llevado una buena...

El caeruleus (la luz me había permitido ver por fin qué era, y encontrarme con esa característica me pareció muy ventajoso para mi ataque) se tambaleó hacia atrás, con la cara envuelta en sangre y absolutamente mareado. Me giré hacia Rick, y no tardé en comprobar que se encontraba perfectamente. Asentí a sus palabras. Aquel pequeño ataque por su parte, aunque no lo había esperado, había contribuido para bien.

Me volví hacia el caeruleus. Probablemente tuviera el cráneo fracturado, pero no estaba bien dejar las cosas a medias. Me encaminé hacia él con intención de rematarlo, pero las voces de mis compañeros me hicieron detenerme al llegar a su altura. ¿Un médico? ¿Pensaban dejarlos vivos? Aunque eso suponía que tal vez pudiéramos obtener algo de información, pero lo dudaba. Quizá el flamma pudiera recuperarse mejor, pues me había limitado a dejarlo inconsciente de forma sigilosa y no había tenido tiempo de dañar realmente su cerebro, pero el caeruleus... Como mínimo, tenía un fuerte traumatismo, si no el cráneo roto. Aunque mi intención había sido que el propio cráneo sirviera de astillas en su cerebro, no estaba seguro de que estuviera muerto, y ver a Rick tomándole el pulso y sugiriendo un médico contribuía a esa impresión.

Me volví a mis compañeros.

-Hay más. La llamada de antes no venía de aquí, estoy seguro. Y si este ha hablado de un jefe, es probable que sean tan solo un par de soldados de bajo rango encargados de reconocer el terreno. Dudo mucho que estuvieran solos. Hay que buscar al resto.

Tras comprobar que el otro no se mueve, vuelvo a acercarme a mis compañeros para escuchar lo que dicen. Rick habla de llamar a un médico mientras que Corbin aventura que probablemente haya más que estos dos.

—Estoy contigo, seguramente no vengan solos. A fin de cuentas la llamada ha sonado a lo lejos... —Añado con cierta preocupación. Pero no podemos dejar a estos dos tipos inconscientes aquí tirados.

—Id vosotros, llamaré a alguien del servicio o de la guarida para que se encarguen de estos dos tipos —Les aviso, apremiándolos. —Si estáis todos bien, me despido por ahora. Voy a avisar a alguien —Dicho estos, enfundo las tonfas y corro hacia el interior del palacio para pedir la ayuda pertinente.

*se va a avisar al servicio*

Abrí los ojos y observé, esta vez sí, mi alrededor. Ambos hombres habían caído, así que supuse que habíamos ganado. O, mejor dicho, que Corbin había ganado. No tenía muy claro cuándo había aparecido, pero no tenía la menor duda de que había sido él el que los había tumbado.

Recogí el arma del suelio. Luego di un par de pasos, acercándome al grupo, y me despedí de Heylel, que se iba a buscar a alguien de servicio o de la guardia para llevarse, supuse, a los hombres. Después de que se fuera, miré a Corbin.

—Gra... Gracias por la ayuda... —murmuré, pasándome la mano por la nuca. Tenía las mejillas levemente sonrojadas: nunca me había sentido tan humillada y tan debilucha e inútil—. Y, sí... Si hay un jefe, deberíamos... buscarlo... O algo así.

Miré a Rick de reojo, pero no dije nada. Estaba enfadada con él.

Me di cuenta entonces de lo que pasaba. Al ver el rubor de Inger, nada más y nada menos. ¡Corbin había demostrado su virilidad mientras que yo había quedado como un patán! Y si él era el nuevo macho dominante, ella querría sus hijos...

Negué rápidamente, para mí. Eso no podía ser. También yo podía mostrar un poco de empiezativa para demostrar que era un hombre hecho y derecho.
Tiré mi capa al suelo (al fin y al cabo estaba rota del todo) y saqué pecho.

-¡Si tienen un líder, yo lo destu... destuiu... destiuti... -. Callé un segundo, para pensar. Finalmente, me rendí-. ¡Yo le quitaré su puesto de líder!

Miré a Inger de reojo. Acerqué mi mano a la suya, rozándola. Parecía molesta.

-¿Vamos...?

Me despedí de Heylel, asintiendo. De nuevo médicos. Bueno, ya que no iba a tener oportunidad de rematar a las presas, habría que darles a aquellos que las querían vivas la oportunidad de salvarlas. Aunque, en algunos casos, esa oportunidad era dudosa.

Hice un nuevo gesto de cabeza a las palabras de Rick e Inger. Desde luego que debíamos buscar.

-Si Heylel se encarga de esto, nosotros debemos encargarnos del resto. Busquemos a sus compañeros antes de que todo esto vaya a peor.

Y, dándome la vuelta, eché a andar, esperando que me siguieran.

*Pues lo dicho: echa a andar esperando que lo sigan XD*

Frunció el ceño y miré a Rick, molesta.

—Si lo haces tan bien como ahora, te aseguro que no —gruñí. Si en vez de haberse dedicado a estorbar durante la pelea me hubiese dejado tranquila, hubiese podido hacer algo. Pero no, tuvo que hace el idiota e intentar protegerme a pesar de que yo no necesitaba su protección. Sabía pelear, ¿qué no entendía?

Miré a Corbin y asentí.

—De acuerdo: busquémoslos.

Observé cómo empezaba a caminar y, luego, miré a Rick. Cuando su mano rozó la mía, la aparté y, después, agarré su muñeca con esa misma mano. Empecé a caminar, agarrándole para guiarle y con la espada en la otra mano.

*se van*

Examino el lugar. Después del combate ha quedado algo destrozado. De todas formas, nada de qué preocuparse.
Me acerco a los dos cuerpos que hay tentidos en el suelo. Uno está inconsciente. El otro, sin embargo, está muerto.

Examino las heridas. No esta mal para ser de un guerrero principiante. Pero parece un puñetazo.
Si ha sido capaz de matar a un hombre con un puñetazo tiene que ser un guerrero magnífico. Me interesaría conocerlo.

*examina y desaparece*

*unos del servicio se lleval al muerto y al otro*

Los jardines seguían siendo hermosos, a pesar de que ahora muchas de sus zonas estaban algo desmejoradas por culpa de la batalla. Me apenaba, pues siempre fue una de mis zonas predilectas de Brönte, y fui yo el que no pudo impedir su destrucción cuando plantamos cara a los mercenarios. Así pues, al pasear por ellos y descubrir a algunos miembros del servicio trabajano en su recuperación, les pedí que me dejasen ayudarlos. Al principio se negaron, pero mi pesadez acabó haciéndolos ceder.

Telma me observaba, entre curiosa y divertida, sentada bajo la frágil lluvia mientras yo cargaba con un gran saco de abono siguiendo a uno de los jardineros y echándolo con una pala en los sitios que me decía.

-Esto no huele demasiado bien -le dije-. ¿Seguro que es bueno? ¿Qué es?

El chico simplemente rio y siguió caminando, dejándome con aquella enorme duda.

*se queda ayudando a replantar*

Lluvia caminaba por los pasillos cuando, al pasar por delante de una ventana, vio a su maestro en el jardín. Sorprendida, abrió mucho los ojos y se acercó al cristal, pegando las manos en este. Su maestro, el flamma Rick, parecía estar ayudando a unos miembros de servicio a replantar el bosque. Lluvia se preguntó qué había pasado y, rápidamente, abandonó el pasillo en dirección a la salida de palacio. Hacía mucho que no veía a su maestro y, más allá de la curiosidad que le despertaba lo que estaba haciendo o del entrenamiento, necesitaba recuperar la cesta que le había dado.

Llegó corriendo a los jardines. La lluvia caía débilmente, pero no le importó mojarse. Decidida, se acercó dando rápidos pasos hasta el flamma.

—¡Señor! —exclamó, a un par de metros de él.

Cargando con el saco al hombro me volví a aquella voz que me llamaba y no pude sino sonreír al ver a la muchacha acercarse. ¡Qué suerte tenía!

-¡Lluvia! -llamé, risueño-. ¡Qué alegría verte tan pronto. Ayer, precisamente, estuve hablando de ti. ¿Cómo has estado?

Telma, ya algo aburrida de verme trabajar, se acercó a olfatearla curiosa. Yo, aunque seguía mirando a la aether a ratos, seguí de nuevo al chrysos del servicio para echar un poco más de aquello donde nuevamente me mandaba.
Tenía todavía un poco de dolor, al fin y al cabo había partido un árbol con l espalda, pero y me encontraba mucho mejor.

Lluvia apoyó las manos en sus rodillas y tomó aire, cansada. No estaba acostumbrada a correr, y acababa de recorrer un par de pasillos a toda prisa. Mentalmente, anotó que debería mejorar ese aspecto.

—Bi... Bien —respondió, ya respirando con normalidad. Luego se irguió y miró al flamma. Sonrió. ¿Había hablado de ella? ¿Con quién? ¿Por qué? —. ¿Ha hablado usted con alguien de mí? ¿Por qué?

Frunció levemente el ceño. ¿Con quién había hablado? Ella no conocía a mucha gente de Palacio, así que dedujo que, aunque el flamma le dijese el nombre de aquella persona, no la conocería.

Hundí una pala en aquella sustancia marrón y maloliente y la eché donde me decía el chrysos, esparciéndola con la mejor maña que podía. No estaba mal eso de la jardinería, y cargar con aquellos sacos podía ser hasta una buena forma de fortalecer la espalda.
Me pasé una mano por la frente, para secar el agua de la lluvia y el sudor. Luego me volví sonriente hacia ella.

-¿Recuerdas el flamma al que nos encontrmos la otra noche? Parecía mal tipo, pero me lo encontré ayer y resulta que es majo. Querría ayudarnos en nuestro entrenamiento con arco, pero le da algo de vergüenza decírtelo así, sin más. ¿A ti te parece bien?

La verdad es que Narval había parecido mucho menos tímido la primera vez que nos vimos, pero supongo que en la oscuridad todos los mecña son parvus, o como sea el dicho.