Jardines (2)

Se me iluminaron los ojos y le sonreí enantado, acercándome enseguida a la cesta.

-Está bien, pero comeré solo una manzana pequeña -dije, mientras, de espaldas a ella, llenaba mi boca con otros muchos manjares-. Fien, fya está...

Me volví de nuevo hacia ella con los carrillos llenos y la manzana en la mano.

-Famos a fer... ¿Fué es lo fue sabes fel... -. Tragué aparatosamente-. arco? ¿Has tirado, aunque sea alguna vez? Déjame ver cómo lo coges, para que podamos saber por donde es bueno que empecemos.

La animé, preparado para tomar nota de sus conocimientos e inventarme cosas sobre la marcha.

Di un mordisco generoso a la manzana, mientras.

Lluvia sonrió.

—Puede comer lo que quiera, señor.

Cuando se giró, con los carrillos llenos y una manzana en su mano, Lluvia ensanchó la sonrisa. No entendía por qué el hombre le había dicho que sólo comería una manzana si era mentira, pero no preguntó nada, aunque no dejaba de parecerle curioso y gracioso.

Observó el arco cuando el flamma lo mencionó y esbozó una mueca. Pese a que había leído cosas sobre tiro con arco, todavía no había practicado. Suspiró. Luego se acercó a la mesa y cogió el arco.

—Pues lo cierto es que nunca he tirado —confesó, mientras intentaba adoptar la posición que había explicaban en el libro que había leído. Miró al flamma—. ¿Así...?

Asentí lentamente. Visto desde fuera, parecía bastante profesional, así que no podía estar mal del todo.
Lancé una mirada a Telma, buscando ayuda, pero ella no me hizo ni caso.

-Eeeh... Está muy bien para empezar. ¿De verdad necesitas ayuda? Si estás hecha toda una arcochina.

Me pasé una mano por la nuca, recordando a Inger mientras lo hacía.

-A ver... Lo importante no es la técnica, ni aplastar a tus enemigos... -. Me golpeé el pecho con el puño cerrado-. ¡Lo importante es el corazón! No sé si lo entiendes...

Lluvia alzó las cejas.

—¿En serio está bien? —inquirió, mirando al flamma. Luego sonrió—. Ge... Genial.

Lluvia movió un poco el arco y ensanchó la sonrisa. Había pensando que cogería el arco estrepitosamente mal, pero no había sido así. Se sentía satisfecha. Esperó a que el flamma le diese alguna instrucción y, cuando volvió a escuchar su voz, lo miró. Prestó atención a lo que decía y, cuando terminó, asintió.

—Lo entiendo, pero yo necesito aprender a manejar este arco.

Me acerqué a ella, poniéndome a su espalda. No tenía ni idea, y parecer seguro cuando no tenías ni idea podía parecer difícil, pero no lo era. Si un tonto parecía seguro tan fácilmente, ¿por qué sería complicado para un hombre inteligente como yo?

Estiré mi izquierda y la puse sobre la suya, en el arco, pegando mi cuerpo al de ella.

-Esto así, seguro, fuerte... -dije, mirando al frente-. Si tiemblas, fallas.

Tragué saliva, pensativo. ¿Lo estaría haciendo bien?

-Luego, con esta tiras de la cuerda -. Tensé un poco la cuerda-. Pero quizás te haga daño al principio. Es bastante dura y fina. Si te cortas ponte guantes de cuero. Al principio puede ser incómodo. Luego salen callos.

Eso era como con la espada. Por suerte, era fácil explicarlo

-Con la izquierda tienes que guiar la dirección, pero sin dudas. Si tu mano tiembla, tu espada tiembla, y una espada que tiembla es una espada débil.

Lluvia se sonrojó al ver al flamma tan cerca de ella, pero, a diferencia de la vez anterior, no se movió cuando puso su mano sobre su izquierda. Pese a que la situación la ponía un poco nerviosa, se suponía que aquel hombre era su maestro, así que no tenía sentido alejarse. En vez de huir, se limitó a escuchar lo que decía el flamma, asintiendo de vez en cuando para que comprendiese que lo estaba escuchando. Mentalmente, anotó todo lo que el hombre le decía. También anotó que debía comprarse unos guantes: no quería ni sangrar ni tener callos.

—E... Entiendo... —murmuró, mirando al flamma por encima del hombro—. Guiar con la izquierda, tensar cuerda y no dudar nunca.

La chica tenía unas manos suaves y agradables. Era muy menuda. Me pregunté qué edad tendría.
Aquello era triste. Jovencitas como esta, como Massen, entrenando sin saber apenas de guerra...
La miré apenado. ¿Y si aquella pequeña era herida en combate? ¿Y si moría como un perro a causa de las guerras? ¿Quién tendría clemencia por aquella muchacha que no sabía nada de muerte?

Noté las mejillas húmedas y me aparté de ella, dándole la espalda para frotarme los ojos.

-Disculpa... Se me ha metido algo en el... coraz... ojo...

Los jardines de Brontë son enoooooormes. Podría pasarme días recorriéndolos. Me encanta la sensación de toda esa naturaleza, viva pero controlada. Nunca me he sentido demasiado cómodo rodeado de verde. El verde, pa'los bismontes.

En medio de mi paseo observo a un par de figuras en la distancia. Guerreros entrenando, al parecer. Me fijo en las dianas que tienen a su alrededor y observo divertido como la figura más alta de las dos instruye a la otra. El buen tiempo ha mejorado mi humor. Creo que me apetece socializar. Echo una breve carrera hasta acercarme a ellos y saludo.

-¡Hey, camaradas! ¿Qué hacéis?

Cuando el hombre se alejó de ella, Lluvia frunció el ceño, extrañada. Bajó el arco y se dio la vuelta, preguntándose qué le había pasado para detener la clase. Observó en silencio su espalda durante unos segundos, esperando. ¿Habían terminado ya? Sin embargo, cuando habló, a Lluvia le pareció que lo que le había pasado distaba bastante de lo que ella pensaba. Más que parecer que había puesto punto y final a la clase, parecía que se había emocionado, aunque la aether no tenía muy claro por qué.

—¿Le ocurre algo, señor? —preguntó, todavía contemplando su espalda. Permaneció así unos segundos, hasta que una voz le hizo desviar la mirada. Un flamma al que no conocía acababa de aparecer en los jardines. Lluvia lo miró durante unos segundos. Luego sonrió.

—Buenas noches, señor. —Ensanchó la sonrisa—. Nosotros estábamos entrenando, ¿desea unirse?

Las palabras de la joven Lluvia me alertaron de que había un nuevo invitado en esta escena. Busqué la sombra con los ojos (recordemos que yo no veo en la noche más que negros) y me aproximé al extraño velozmente, acercándome mucho a su rostro para susurrarle al oído.

-Tío... ¿Ves a esta bella jovencita? No sé quién eres, pero tengo que enseñarle a tirar con arco para salvar su vida, y no tengo ni idea...

Todavía tenía lágrimas en los ojos.

-Ayúdame a mantener mi imagen caballeresca de maestro... Necesitamos que aprenda a defenderse para que no -. Sorbí con fuerza-. Muera...

Me froté los ojos con el brazo, secándolos.

-Hola, buen señor. Soy Rick, el mendigo.

Le extendí la mano. Esperaba que me siguiese el juego.

FdR- Lo siento, estaba cenando XD
Si no entendéis algo (normal) decídmelo.

Al acercarme veo que el instructor es un hombre, mientras que la segunda figura era una joven. Ella parece agradable y saluda tranquila, mientras que él... es inquietante. Me susurra un montón de sinsentidos antes de presentarse y no puedo evitar alzar una ceja desconcertado. ¿Por qué va a morir esa chica? ¿Estará enferma? Igual tiene la rabia. ¿De qué le va a servir un arco contra la rabia? Igual a los bichitos de la rabia no le gustan las flechas. Qué complicada es la medicina...

Además, el chico me ha pedido ayuda para mantener su imagen de caballero... aun siendo un mendigo. Yo no entiendo nada. En este palacio todos están como una regadera. Pero bueno, trataré de ser de ayuda. Aunque no recuerdo cuándo fue la última vez que usé un arco.

-Yo soy Narbe Meister. Un placer, señor mendigo. No te preocupes, te ayudaré a salvar a la bella dama de su terrible enfermedad. ¡Aunque para ello tenga que empuñar un arco!- mientras hablo, arranco el arma de las manos de la chica-. Uy, este arco no funciona. Mal vais a hacer algo.

Lluvia observó, confusa, cómo su maestro se acercaba al recién llegado para susurrarle algo al oído. Mientras lo contemplaba, se preguntó si ambos se conocían. Eso, pensó, tenía sentido, porque dudaba que alguien le hablase al oído a un completo desconocido. Sin embargo, cuando su maestro se presentó, comprobó que estaba equivocada: no se conocían. Frunció el ceño. No entendía nada.

El recién llegado se presentó y mencionó algo de salvarla de su enfermedad. Lluvia ladeó la cabeza. ¿Qué enfermedad? Ella, que supiese, no tenía ninguna enfermedad. Era una chica sana, siempre lo había sido. ¿Por qué, entonces, ahora había gente que decía que tenía una enfermedad?

—Disculpe, pero, si se refiere a mí, yo no tengo ninguna enfermedad —dijo, observando al flamma Narbe. Cuando le arrancó el arco de las manos, soltó un grito—. ¡Eh, oiga! ¡¿Qué está haciendo con mi arco?! —Frunció el ceño. Ahora se sentía entre ofendida y confusa—. ¿Cómo que mi arco no funciona? ¡Si cuando lo compré me dijeron que era perfecto!

Fruncí el ceño. ¿Qué decía aquel extraño? No tenía ni idea.

-¡Disculpe, señor Narbe, pero nadie ha hablado de enfermedades! A no ser que con enfermedad englobes la maldad que mina el corazón de las personas y crea guerras e injusticias.

Le quité con seguirdad el arco de las manos, mostrándoselo.

- Y sí funciona, mira. Aquí va la flecha -dije, tirando de la cuerda- y al otro lado de la flecha va el mal, ensartado como un malvado en una flecha.

Quizás no funcionase de verdad, pero si aquel hombre tenía razón, yo quedaría en evidencia delante de la joven Lluvia, y eso era impermisible. Lo que tenía que hacer era mantenerme en mis catorce y no dudar ni un instante.

-No lo escuche, señorita Lluvia. No sabe nada de arcos.

Dudo cuando ambos niegan con tanta vehemencia su enfermedad. ¡Quizás ella no sepa nada y yo he metido la pata! Quizás el mendigo es en realidad un médico que la cura sin que ella lo sepa. ¡Qué torpe soy! Cuando él empieza con su perorata sobre el mal me queda claro que es eso. Asiento mientras le guiño un ojo con complicidad y hago un gesto de comprensión.

-¡Eh!- exclamo cuando me quita el arco de las manos. Ahora el señor mendigo se ha convertido en todo un experto en arquería, ¿no? Desmontando mi muy bien preparada mentira. Pues que se las apañe solo con su paciente-. Si tan bien crees que funciona, úsalo tú. ¡Le falta el... el... el... el flechador, idiota!- invento sobre la marcha-. Espero que su mendigo sea mejor médico que profesor, señorita. ¡Y sea menos cabezón!- exclamo, y marcho malhumorado de vuelta al palacio.
*Se va*

FdR: perdonad, gente, pero he quedado a y media. ¡Suerte con el entrenamiento!

Lluvia observó cómo su arco pasaba de las manos del flamma Narbe a las manos de su maestro. Estaba confusa. Ahora su maestro decía que no había hablado de enfermedades, así que el flamma Narbe debió habérselo inventado, pero Lluvia no entendía por qué se había inventado algo así. Cuando Rick le explicó cómo colocar las flechas, Lluvia intentó prestarle toda su atención, aunque al final tuvo que desviarla para escuchar al flamma Narbe, que decía algo sobre que su mendigo fuese mejor profesor que médico.

Lluvia ladeó la cabeza. Definitivamente, se había perdido. Con la mano, y todavía confusa, se despidió del flamma Narbe, que acababa de alejarse de ellos. Lluvia cayó entonces en la cuenta de que no se había presentado, y pensó que tendría que encontrarse de nuevo con aquel extraño: no presentarse estaba fuera de todas las normas de comportamiento.

—Lamento decir esto, señor, pero no he entendido muy bien lo último... Ni que ha pasado ahora mismo —dijo, mirando a Rick.

-Déjalo estar -murmuré, todavía pensando en las palabras de aquel flamma.

Realmente aquel arco no tenía flechador, ahora que me daba cuenta. ¿Qué podía hacer? Yo no sabía cómo era un flechador, ni cómo arreglar el arco. Tenía un problema que no sabía realmente cómo resolver.
Me volví hacia la figura de Lluvia y esbocé una sonrisa.

-Ahora es ya algo tarde, y yo no veo muy bien en la oscuridad-.Le entregué su arco-. ¿Qué te parece si nos vemos aquí otro día de esta semana con más luz y proseguimos con esto? Y así practicas lo que has aprendido hoy.

Tras su asentimiento, le di un par de palmaditas cariñosas en la cabeza, agradecí la comida y cogí la cesta.

Cada uno se fue por un lado.

*se van XD*

FdR- Ahora yo tengo tu cesta.

Tras escuchar el sonido, Rick y yo nos dirigimos a la zona de la que creíamos que provenía: los jardines. Mientras caminábamos hacia el lugar, yendo yo delante para guiarle, me pregunté qué significaría aquel sonido y me mentalicé por si, por algún casual, teníamos que enfrentarnos a algo: la última vez que había escuchado un sonido igual de extraño que este había acabado peleando con un par de bestias. Esperaba, no obstante, que el ruido no significase que teníamos que combatir.

Al llegar a los jardines, Rick y yo nos topamos con dos hombres armados completamente desconocidos que parecían expecionar la zona. Tragué saliva y, de reojo, miré a Rick, esperando que él me dijese algo. Mientras desenfundaba mi espada, me pregunté si los dos desconocidos altamente sospechosos nos habrían visto. Fuese como fuese, pensé, era mucho mejor estar armada aunque sólo fuese por si acaso: no sabía si aquellos hombres eran de fiar o no.

*se quedan : 3*

Corrimos un buen trecho, yo guiado por ella, sin ver nada sospechoso, pero nos detuvimos al llegar a los jardines. Escudriñé la oscuridad. Allí había dos sombras, y creí ver el resplandor de un arma.

Era hora de mostrar mi nobleza.

-¡¡SE PRESENTA RICK EL MENDIGO, COSECHADOR DE ALMAS!! ¡¡ACABARÉ CON VUESRAS VIDAS, MALDITOS TRAFICANTES!!

Raudo, di un paso adelante, llevándome una mano a la espalda para desenvainar a... A... A...
¡¡VÄRDJAS ESTABA EN EL PALACIO!!

Miré a Inger, atemorizado.

-¡No tengo espada! ¡Inger, no tengo espada! -exclamé, aunque en voz baja para que aquellos tipos no me oyeran.

No veía un bismonte a tres pasos, no tenía espada y, para colmo, llovía... Iba a morir.

Avancé por los jardines con los puños bien sujetos en las manos. Pese a que ver en la oscuridad no era mi fuerte, estaba acostumbrado a situaciones extremas, y sabía agudizar la vista tanto como podía, al igual que guiarme por mis otros sentidos, también desarrollados a fuerza de maltratadores entrenamientos. Así pues, oído y olfato bien atentos y los ojos tan alerta como me permitían mis capacidades, avancé por el jardín. No quería conjurar hechizos que pudieran revelar tan pronto mi posición.

No tardé en localizar dos parejas de figuras, aunque permanecí en la distancia. No sabía quiénes eran, pero no pensaba dar un paso en falso. Mi piel oscura se mimetizaba bien en la oscuridad, y no pensaba dejarme descubrir si podía evitarlo, así que traté de ser silencioso.

El primer grupo no tardó en descubrirse, o al menos uno de sus miembros. Esbocé una sonrisa divertida. ¿Rick, eh? Era bueno ver que estaba bien y encontrarlo, aunque su forma apresurada de destacar su posición me pareció absurda. Imaginaba que tendría algún plan.

La lluvia caía, pero la ignoré. Desde la distancia y tan oculto como podía, esperé a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos, esperando el momento propicio para intervenir si era necesario. Si el otro grupo también resultaba amistoso, me descubriría. Mientras tanto, me limitaría a observar; aunque mi visión era relativamente buena para ser un claritas, no podía reconocer a nadie a aquella distancia.

En cuanto Rick gritó, los hombres se volvieron hacia éllos. El guerrero, que era caeruleus, se dirigió hacia su compañero.

-Son dos -dijo-. Un chico y una chica. Él va desarmado, y ella... -. Rió estridentemente-. Ella es una mujer. Se la llevaremos al jefe.

El otro asintió y sonrió.

El guerrero se acercó a ellos, enarbolando un enorme hacha en las manos. Tenía una sonrisa arrogante en los labios y no parecía, en absoluto, asustado. El otro, sin embargo, retrocedió un par de pasos, amparándose, claramente, en la distancia.
El mago elevó un brazo, invocando un flagrare y lanzándolo contra Rick. El otro tomó el ataque de su amigo como una señal y también se lanzó, corriendo hacia ellos con el arma en alto, dispuesto a partir a Inger por la mitad. Era bastante lento, pero levantaba su pesada arma como si estuviese hecha de papel.

Ninguno de los dos percibió a Corbin que, algo alejado, tenía una posición muy ventajosa. Ambos le daban la espalda.

Cuando Rick se presentó, tuve que reprimirme para no llevarme una mano a la frente. ¡¿Por qué demonios gritaba?! ¡¿Acaso no veía que así sabrían dónde estábamos?! ¡No lo entendía! Y aun por encima, el muy bobo no tenía arma.

Lo miré de reojo, con el ceño fruncido, molesta, pero no tardé en volver a observar a los dos desconocidos.

—Pues intenta usar magia... O yo qué sé —susurré, en un tono muy bajo, apenas despegando los labios y sin apartar la mirada de los extraños. Fruncí el ceño. El desconocido armado con un hacha era un caeruleus; el otro, un flamma. No dije nada cuando hablaron, aunque sí apreté la mandíbula. Por lo que decían, parecía que provenían de alguna especie de banda de malechores, aunque el jefe no parecía ser ninguno de ellos.

En cuanto el guerrero se acercó a nosotros, alcé la espada, adoptando una posición defensiva. El hombre era, evidentemente, mucho más grande que yo, así que no tenía pensado iniciar yo el ataque. Miré a Rick de reojo. Sin duda, que no tuviese arma y que, además, no pudiese ver, lo convertía, con todo mi amor, en un completo inútil ahora mismo.

Cuando el flamma, que había retrocedido un par de pasos, le lanzó un flagare a Rick, le grité.

—¡Échate a un lado!

Aunque no tuve mucho tiempo para aclararle algo, pues el otro hombre, el del hacha, se estaba lanzando hacia mí. Todavía con la espada en una posición defensiva, de forma que el filo de la espada me cubriese para, en caso de que llegase a bajar el arma, poder detener el impacto, retrocedí, intentando esquivarle. Justo en ese momento, escuché la voz de Heylel, que acababa de llegar, pero no le di demasiada importancia.

Inger me habló de la magia, pero aquello tampoco era buena idea.

-Es que la magia es una patraña -le susurré-. Además llueve...

Suspiré. Me negaba a ser salvado por una chica antes de empezar, así que parecía que iba a tener que apañármelas con los puños.

Cuando Inger me gritó que me apartase de la bola de fuego, estuve por responderle, pero cerré la boca. Veía mal por la noche, pero el fuego brillaba y era fácilmente distinguible.

Me eché veloz a un lado para ver, aterrorizado, como un tío con un hacha quería cortar a Inger en dos.
Fruncí el ceño.

-¡¡Yo te salvaré, Inger!!- bramé, cogiendo carrerilla y cargando contra el tipo con intención de darle un placaje.

No temía a su arma.

Rick esquivó con bastante facilidad la bola de fuego que el mago enemigo le había lanzado. Por suerte para ellos, estaba lloviendo bastante, de forma que los hechizos de los flamma se debilitaban si eran lanzados a mucha distancia. Sin embargo, era obvio que aquel mago era poderoso, pues su fuego no se había apagado hasta golpear una piedra.

Por su parte, a Inger no le hizo falta defenderse, pues Rick se lanzó en una maniobra suicida. Pudo ver el hacha de aquel caeruleus en su rostro. A partir de aquel momento, el noble mendigo podría decir que debía su vida a Heylel, pues el hechizo del aether desvió el arma lo suficiente como para que esta no cortase a nadie.
El hacha se clavó en tierra con una fuerza atroz. El hombre tiró de ella para sacarla y se volvió de nuevo hacia ellos.

-¿Sois más? Me da igual. Os rebanaré como a las ratas. -gruñó.

Sin pensárselo dos veces, esta vez lanzó un ataque horizontal con el que podía alcanzar, al mismo tiempo, a Inger y a Rick, y este, dada su trayectoria, era más complejo de desviar.

El mago, por su parte, invocó un flagrare en cada mano, lanzando ambos al recién llegado aether, ubicando uno a su derecha y otro a su izquierda. Su objetivo: las alas.

Corbin, por su parte, seguía observando, aguardando por el momento oportuno.