Jardines (2)

El chrysos reprimió un bostezo y frunció el ceño, escudriñando durante un segundo el paisaje que se presentaba ante él. Estaba en la entrada a los jardines, todavía bajo el marco de la puerta, con el pelo completamente revuelto y vestido con ropa oscura de deporte, con los hombros caídos y la cabeza ligeramente ladeada hacia la derecha. En el jardín no había nadie, probablemente por la hora, y durante un segundo él mismo se preguntó qué demonios hacia ahí en vez de en cama. Sin embargo, tras unos segundos más de contemplación, el chrysos se adentró en el lugar, estirando los brazos al hacerlo, dejando ir esta vez sí un bostezo. Se detuvo cerca de uno de los bancos, y tras hacer una serie de ejercicios con las que buscaba calentar las articulaciones, comenzó a trotar por el lugar, incrementando poco a poco la velocidad hasta conseguir un ritmo rápido y estable.

Si estaba corriendo a aquellas horas no era por un verdadero deseo de hacer ejercicio, sino simplemente porque no podía dormir. Había vuelto a Palacio del pueblo de paso hacía ya varias horas, y a pesar de que se había acostado nada más llegar, no había logrado conciliar el sueño. Mientras corría, el chrysos maldecía por lo bajo a, básicamente, el mundo entero, sin excepciones. Sus maldiciones no eran especialmente originales, y la mayor parte de ellas incluía un joder, o un mierda, o un todo es una puta mierda y yo quiero dormir, hostia ya. Hubiese sido divertido verlo así, con la cabeza gacha y correteando por el lugar, con cara de perro y humor de perros también, pero por suerte para él, durante todo el tiempo que estuvo corriendo no apareció, o al menos él no vio, a nadie, ni a un guerrero ni a un miembro del servicio. Cuando finalmente consideró que había sido suficiente, y tras hacer los estiramientos necesarios, abandonó el lugar, pensando que, por Mithos, ahora sí debía dormirse de un tirón y no despertar hasta, más o menos, mejor más que menos, la semana que viene.

*se va*

fdr. buenos días

Arrugo la nariz un momento. No es por nada. Pero es que ahora hace más frío, y la tengo como insensibilizada… Incluso me llevo una mano para tocarla y, efectivamente, la tengo helada. Como no me ante con cuidado voy a acabar por resfriarme. Ahora que empieza el otoño hay que andar con ojo.
Al final, digan lo que digan, todas las estaciones son complicadas: en invierno el frío, en primavera el polen, en verano el calor y en otoño… Bueno, empieza el frío, ¿no? Que yo soy bastante friolero…

Pero de todas formas hay que salir. Uno no se va a quedar encerrado en las habitaciones solo porque ya hace más frío que antes, ¿no?

Hoy he salido armado con un cuaderno y observo los pájaros. Dibujo sus siluetas lo mejor que puedo, sobre todo al vuelo. Estoy seguro que de ello podré sacar algo.
Parece que no, pero sinceramente creo que he hecho progresos con lo del ala. Pronto haré un nuevo prototipo, y bastante mejor, espero.

*se queda por ahí*

Armada con la flauta, paseaba por los jardines, avanzando al ritmo de su melodía, zapateando y dando vueltas. Era una melodía alegre, que se correspondía bien con el aspecto de ella, animado y enérgico. Incluso se podía ver una sonrisa por debajo de la flauta, asomando.

Cuando vio a Jun concentrado en los pájaros, alzó las cejas, abriendo mucho los ojos, y cesó la melodía para dar paso a una serie de imitaciones, que si bien no eran confundibles por pájaros reales, estaban bien conseguidas. Su sonrisa, más amplia, se colaba por detrás de la flauta, dándole un aspecto algo pícaro.

Cuando llegó junto al claritas dejó de tocar y, pasándole un brazo alrededor del cuello, apoyándolo en los hombros, acercó los labios a su oído.

-Tengo algo para ti -murmuró con voz misteriosa.

Hay un pequeño nido en un árbol, ahora que me fijo. Aunque esta no es época de anidar. Quizás lleve ahí desde hace tiempo, pero es que juraría que he visto algo moverse dentro y no me cuadra. Me planteo, incluso, el trepar a ver.
Bueno, trepar. No sé ni qué estoy pensando… Quizás si me quisiese romper la cara contra el suelo sería una buena idea, pero de verdad que no quiero eso.

Estoy abandonando la idea cuando un nuevo sonido llama mi atención. Antes de volverme ya siento un brazo sobre los hombros, y la voz de Ben me hace ligeras cosquillas en el oído al hablar tan cerca. Me noto enrojecer un poco. Ha vuelto a entrar dentro de mi espacio, aunque menos que la otra vez. Supongo que esto se puede permitir sin queja.

Vuelvo un poco el rostro hacia ella, lo justo para mirarla de reojo pero no quedar enfrentados. Siento una alteración rara y no le voy a dar vueltas.

Lentamente, asiento. Si puedo hacer algo por ella no voy a negarme, o a recibirlo…
Bueno, en principio, al menos.

Cuando obtuvo una respuesta afirmativa, Ben se separó del chico con una enorme sonrisa, encantada. Lo examinó un momento, como buscando algo en su ropa, agachándose un poco, aunque en seguida volvió a erguirse.

-Mejor que saques el collar ese raro tuyo -comentó, hurgando en su bolsillo hasta sacar un sobre-. Traigo novedades. Me la leerás, ¿verdad?

Le tendió la carta, con ojos brillantes y gesto enérgico.

Alzo un poco las cejas, llegando a esbozar una sonrisa, y me apresuro a quitarme el amuleto, con manos algo torpes por una extraña prisa. Se lo tiendo, y a cambio tomo la carta que ella me ofrece, con ánimo. Este tipo de favor es uno que se hace fácilmente, desde luego.

-A ver. ¿Escuchas? –inquiero, esperando algún gesto de confirmación antes de empezar con la lectura.

Y, digo yo, ¿no será un poco arriesgado esto de dejar su correspondencia en mis manos? No es que esté acostumbrado a tener correo privado, pero he leído que pueden encontrarse cosas verdaderamente extrañas en las cartas, y si ahora voy yo y…
Bueno, de hecho al primer vistazo diría que no es nada raro.

Le leo la carta. Es del mismo hombre, Gunar Flimm. Parece una persona animada. En ella acuerda el día que se encontrarán, en el pueblo de paso.
La miro, al terminar de leer, esperando alguna clase de respuesta o reflexión, con una sonrisa amable.

Ben tomó el amuleto y se lo puso rápidamente, asintiendo cuando Jun preguntó si estaba lista. Mientras el chico leía, sus ojos viajaban de su rostro a la carta y de la carta a su rostro, inquietos, mientras una sonrisa se iba ensanchando por su cara.

Cuando el chico terminó, Ben cogió de nuevo la carta y se la guardó, satisfecha. Luego miró a Jun, con aire animando.

-Ah, pero qué majo es -comentó, más para sí que para el claritas. Y entonces cayó en la cuenta de algo-. Por cierto, para esto no hace falta que responda, ¿no?

La miro un momento, cuando habla, y no hago nada. No es hasta un par de segundos después que me doy cuenta de que, inconscientemente, estoy esperando. Una muestra de gratitud, o algo. Un “gracias”, por lo menos. Creo que acabo de ser un poco maleducado.
Agito un poco la cabeza para recuperar el sentido, y entonces niego.

-Desde que fue enviada hasta ahora dudo que se encuentre en el mismo sitio. Y, aunque parece que su forma de acordar un encuentro es algo pobre, parece confiar plenamente en ella. No creo que espere respuesta –aclaro, con una sonrisa.

Y con lo que ha tardado en responder, menos mal, porque se pasaría el encuentro antes de que la leyese, seguro.

Bajo la vista a mi cuaderno un momento, contemplando el esbozo de un gorrión al vuelo con gesto concentrado. Finalmente la miro, arrugando suavemente el ceño, con curiosidad. Estoy a punto de preguntar quién es este hombre, pero de nuevo me doy cuenta de lo maleducado que resultaría y acabo por desistir al respecto.

-¿Qué tal todo? –inquiero, en lugar de eso.

Ben asintió, satisfecha. Le gustaba aquello de las cartas, que era divertido y novedoso, pero también suponía grandes quebraderos de cabeza. Prefería recibir una carta que mandarla. Además, se sentía un poco mal abusando más de la cuenta de Jun.

Se apoyó en su hombro, en una postura evidentemente difícil, pues tenía que alzar el codo para llegar a su altura. Fingiendo desinterés absoluto, aunque evidentemente contenta, se miraba las uñas, rotas y sucias.

-No me puedo quejar -comentó, levantando el labio inferior. Lo miró-. Por cierto, no hace mucho estuve con tu novia. Con una de ellas. La que dice que no es tu novia. Bueno, no sé qué dice la otra. No dice nada, supongo. Pero bueno, Lluvia, que es el caso: parece algo cortada, pero creo que al final se animará a que toquemos alguna vez.

La miro de reojo, de nuevo, cuando calla. Por lo menos parece contenta. Uno se siente bien cuando consigue hacer un favor de forma eficiente, desde luego. También eso me alegra a mí. Entonces, supongo, ambos hemos salido ganando.

Me inclino un poco hacia ella, de lado, para que el apoyo le sea más sencillo, con una sonrisa divertida. Se me hace raro esto de ser el alto, de verdad. Hace que me dé cuenta de mis cambios, porque para mí son tan lentos que…

A la mención de una palabra que me resulta algo incómoda alzo las cejas, notando que me ruborizo un poco otra vez. ¿Por qué me hace esto? Realmente creo que le gusta reírse a mi costa, aunque disimula bien la risa…

-No tengo ninguna novia -. Eso es lo primero que aclaro. Para empezar, es ella la que ha hecho cosas raras, y nadie más. Y aún por encima lo restriega así, casi con recochineo, ¿no? Pero lo que me dice de Lluvia termina por arrancarme una nueva sonrisa, más relajada. Asiento animado-. Es tímida, la verdad, pero una chica encantadora, ¿verdad? ¿De qué hablasteis? -. Niego, rotundo-. Oh, eso no es asunto mío. Pero de verdad espero que podáis tocar juntas. ¿Podré ir entonces a veros? –inquiero, con cierta ilusión en la mirada.

Ben lo miró con una sonrisa de lado. Negó lentamente.

-Ah, el don Juan humilde -suspiró, divertida-. Qué hombre tan atractivo -. Puso dos dedos ante su cara-. Dos novias -remarcó-. En serio, deberías analizar cómo habláis los unos de los otros. Mithos, qué amoríos.

Antes de que tuviera tiempo de hablar de su encuentro, el chico le pidió que no lo hiciera. Con expresión de cierta extrañeza, Ben se encogió de hombros y accedió a guardar silencio. Ella ya sabía de qué habían hablado, ni ganaba ni perdía por contarlo, pero tampoco iba a ir en su contra.

Acabó por dejar de apoyarse, e hizo un par de gestos con la mano, restando importancia al asunto.

-Bueh, no sé, no estoy tan segura -comentó. Lo miró fijamente-. Pregúntale a ella, ¿eh? Porque yo estaba como -. Abrió mucho los brazos, haciendo aspavientos ilusionados-. ¡Montemos una fiesta! ¡Invitemos a todos y que suene la música! Y ella como -. Se encogió sobre sí misma, juntando las manos ante el pecho y mirando a Jun desde abajo, con expresión temerosa-. No sé si es buena idea... Mejor que sea algo íntimo... -Se encogió de hombros-. Así que al final no me quedó muy claro.

Termino por suspirar. Se ve que lo que diga le da igual, así que no hay más vueltas que darle. Tampoco tiene sentido emperrarse por sacarla de su error cuando solo lo hace por picar, ¿no?
Pero que no… Que no tengo dos novias…
Es algo bochornoso escuchar eso una y otra vez.

Alzo las cejas, atento de pronto.

-¿Te han hablado de mí? –inquiero, directo, bajando la vista al instante, avergonzado por un interés tan maleducado.

He perdido todos mis modales. El Abuelo estaría francamente descontento… Aunque a estas alturas, por más que los modales, creo yo. Debería hacer algo con respecto a eso. Al Abuelo, digo. Pero no ahora mismo, en este instante justo. No hay mucho que hacerle aquí.

Río, mudo, con suavidad, ante su imitación, aunque con algo de resignación. No creo que a Lluvia le sentase muy bien verlo, aunque ha sabido captar más o menos esa imagen de ojos enormes que te miran desde abajo.

-La verdad es que suena a algo que ella diría –concuerdo-. Pero yo me tomaría eso como un sí. No es bueno forzarla mucho, pero creo que si otros llevan la iniciativa se siente más segura.

¿Y yo? ¿Desde cuándo digo yo estas cosas…?
Qué raro he debido de sonar…

Ben soltó una sonora carcajada, divertida por su reacción. Se estiró un poco hacia él, con una sonrisa divertida y alzando las cejas repetidas veces.

-Te interesa, ¿eh? -comentó, viendo como el chico se ponía nervioso-. ¿Cómo no van a hablar de ti? Del hombre de sus vidas... -Negó, dramática-. Pero qué te voy a decir yo que tú no sepas ya.

Ladeó la cabeza ante su justificación, pensativa, y acabó por asentir. Se encogió de hombros.

-Bueno, a mí no me gusta que me arrastren, así que no me importa llevar la iniciativa -respondió, resuelta-. Aunque tampoco me gusta tirar de la gente cuando parece que no les apetece. La gente se toma a mal las cosas muy rápido, ¿sabes? No me gusta nada eso.

Negó, convencida.

-Pero en fin, tú la conoces mejor, así que si tú crees que de verdad le apetece... -Se encogió de hombros-. Porque a mí me apetece, desde luego. A mí siempre me apetece.

Me ruborizo un poco de nuevo, bajando la vista. No me atrevo a asentir, porque de hecho sí que siento una curiosidad al respecto. No siempre uno sabe lo que se dice por ahí de él. Aunque, por algún motivo, tampoco niego.
Creo que soy transparente.

“No soy el hombre de sus vidas”, estoy por decir. Pero ya lo sabe. De nuevo, solo se mete conmigo. Pero de verdad que es difícil no decir esas cosas cuando me siento así de avergonzado… ¿Cómo puede decir esas cosas con tanta serenidad?
Y para colmo me he quedado sin saber…

Procedo, pues, a centrarme en lo segundo, que es más sencillo.

-Tampoco es así siempre. Tiene que tomar algo de confianza –explico, más serio-. Con el tiempo verás cómo no es igual que en la primera impresión.

Es una chica insegura. De verdad creo que a Lluvia le vendría bien hacerse amiga de Ben, o de Massen, o de todos los que pueda. Tiene que aprender a quererse a sí misma.

-Esta vez yo mismo le comentaré lo de que estoy interesado –propongo, recuperando la sonrisa-. Seguro que conmigo se siente menos tensa al respecto. Y yo también quiero escuchar eso, por supuesto, así que no hay nada de raro en que ayude a organizarlo.

La miro, risueño.

Ben asintió, conforme. Su encuentro con Lluvia le había provocado sentimientos encontrados, pero tener a Jun de mediador facilitaría las cosas en gran medida. No en vano era su gran amigo del alma en el que apoyarse y al que confiarle hasta su alma. O eso parecía desde fuera, y tampoco era que Ben hubiera tardado mucho en llegar a aquella conclusión.

-Por mí que se tome todo el tiempo que quiera -concedió, divertida-. No tengo prisa en atosigar a nadie, y sigo pudiendo tocar yo sola en lo que ella se decide. Aunque en grupo suele ser más divertido.

Y, ante la resolución del chico, esbozó una sonrisa maligna.

-Tú quieres escuchar muchas cosas, ¿ah?

Asiento con fuerza a sus primeras palabras, animado. De verdad parece que entiendo de lo que hablo. Entre los dos conseguiremos hacer que Lluvia se sienta un poco más segura de sí misma, aunque Ben no sienta que lo hace por eso. Pero está de acuerdo conmigo en la forma de proceder, y eso hará las cosas más sencillas de llevar a cabo. Está muy bien cuando los pensamientos de dos personas van por el mismo camino.

O no van por el mismo camino…

La miro de reojo, apartando un poco el rostro, como si pudiese ocultarme tan fácil con solo girar el cuello unos grados…

-Soy curioso por naturaleza –le hago llegar en un volumen más bajo, alzando la vista a un nuevo pájaro que cruza el cielo, aunque ahora ya se ven menos porque la verdad es que llevamos más tiempo aquí del que parece, pensándolo bien-. Me gusta la música.

Ben se llevó la flauta a los labios, tocando un rápido y fuerte trino similar al canto de un pájaro. Luego la retiró con la misma presteza, sonriente.

-Sí, ya veo que eres curioso -insistió, divertida. Le dio un par de palmaditas en la espalda-. Pues si la convences para dar una fiesta de piano a mí me haces feliz. Yo te lo dejo caer, por si te da por ahí. Que vamos, yo bien me puedo subir al tejado cuando me apetezca y tocar hasta quedarme sin aire. Pero una fiesta con piano, como que tiene más clase, ¿no? Aquí pega más.

La sonrisa se me apaga un poco cuando acaba de hablar. La verdad es que eso me parece ya complicado… Primero tendría que tocar con Ben, y luego ya…
Es que no me imagino a Lluvia sintiéndose cómoda tocando para mucha gente. Y es extraño, porque le gusta tocar, ¿no? Y sin embargo parece que no le guste que la escuchen, por cómo se refiere a ello… Supongo que no es más que inseguridad.

-Bueno, iremos viendo –indico concesivo-. Aunque yo tampoco voy a presionarla.

Ya alguna vez crucé la línea y por mi culpa acabó llorando.
Dejo caer la vista, algo agobiado, al pensar en esto. Quizás estoy volviendo a intentar arreglarle la vida y con esto vaya a hacerla llorar una vez más.

Ben no parecía muy convencida con la respuesta de Jun, tan poco entusiasta, pero no insistió.

-Bueno, como veas -replicó, sin mucho entusiasmo-. En fin, chaval, me voy a ver si hago algo por ahí. Trepar muros o encantar ratones. Lo que me cuadre. Nos vemos, ¿eh? ¡Ah, toma, que casi me lo llevo!

Y, tras devolverle el amuleto, se llevó las manos a la nuca y siguió su camino. Jun pudo ver cómo al cabo de unos pocos pasos las retiraba para poder seguir tocando su flauta.

*Se va*

Recupero la sonrisa al darme cuenta de la cara que tengo. Que se va a creer que me pasa algo o así, cuando para nada. Asiento entonces, con algo más de ánimo.

-Pásalo bien –indico, con una suave risa, muda como siempre-. Hasta que nos volvamos a ver.

La verdad es que esa despedida ha sonado un poco extraña. Debería practicar lo que hago que otros oigan cuando puedo hacer que oigan algo, porque sin hablar todo es más fácil y diría que no queda extraño.

Abro mucho los ojos al ver que se aleja, con cierta alarma, pero ella se da cuenta y ya me lo devuelve. Pues menos mal, aunque podría hablarle fuese donde fuese, por otra parte.

Hago una leve reverencia de despedida y le digo adiós con la mano. Luego me quedo solo.

Es un poco tarde. Estas horas ya no veo demasiado bien, así que supongo que he acabado por hoy.
Con estos datos creo que podré hacer algo.

*se va*

Vilo no quiere dormir. Y no porque no sean horas. Parece que hoy he fallado en mi intento por agotarle la energía. Y eso que empezó bien la noche. Aunque estaba animado, obedeció cuando le indiqué que se tumbara y se quedó muy quieto. Creo que incluso llegó a dormir algo. Yo, de hecho, ya estaba medio dormida cuando se subió a la cama a lamerme la cara. No es la mejor forma de espabilar a alguien, debo decir.

El caso es que al final no me ha quedado más remedio que dejar a Rick durmiendo y sacar a este elemento a un paseo nocturno. Uno cortito, a poder ser, que yo sí que estoy cansada. Mañana querrá más juerga, claro. A ver quién le sigue el ritmo.

En silencio, paseo por los jardines, iluminando el camino con un pequeño flagrare, en silencio. Vilo trota delante, contento, a una cierta distancia.

Vilo cambia de dirección de golpe, lanzándose con su habitual entusiasmo hacia un recién llegado. Y, antes de que tenga tiempo de buscar de quién se trata, él mismo se identifica. Más o menos. Reconozco la voz y reconozco parte del aspecto. Mantengo el rostro imperturbable, pese a que no puedo evitar que se me erice el vello de la nuca al verlo. Es una auténtica suerte que contara tanto con su presencia como con su aspecto, porque ya es así suficientemente perturbador. No quiero imaginarlo sin estar advertida.

Ni siquiera me molesto en reclamar a Vilo, que ya ha empezado a socializar, como siempre. Corretea a su alrededor, el olfatea los zapatos, revuelve con entusiasmo la cola y suelta algún que otro gañido, dando saltos, buscando a alguien para jugar. Parece evidente que no detecta el peligro. Yo, por mi parte, prefiero ser prudente. Y, dejando a Vilo a un lado, me fuerzo a mirarlo a él, seria.

-¿Por qué debería gritar? -respondo. No uso un tono desafiante, sino más bien uno desinteresado. Supongo que esperaba sorprenderme más de lo que lo ha hecho, pero incluso si ese fuera el caso, no es muy propio de mí ponerme a gritar así, por las buenas. Y él ha tenido suficientes ocasiones para saberlo.

Me mantengo en guardia, aunque no agresiva.

Me mantengo en silencio mientras habla, quieta, escuchando. No respondo al principio. No entiendo muy bien a qué viene esta actitud, así, de repente, pero tampoco pienso rebelarme contra ella. No es que una disculpa o tregua o lo que quiera que diga vaya a cambiar mi opinión o actitud respecto a él de un porrazo, pero eso no le quita ningún derecho a hablar. Y, aunque Rick habla en otros términos de su actitud actual, yo no voy a saltarle encima si no me da motivos. Bastante me harta cuando empieza él como para empezar yo en algún momento.

-¿Puedo saber -pregunto, finalmente- por qué te quieres disculpar exactamente?

Pueden ser muchas cosas, después de todo. Tengo una lista muy larga de cuestiones respecto a él que me molestan o han molestado en algún momento. Y no voy a aireársela, pero aunque no me gusten los enfrentamientos no olvido fácilmente. Tampoco perdono con demasiada facilidad. Y en el caso de Gerald todo eso supondría un trabajo hecho a conciencia. Y todavía no sé si estoy dispuesta a hacerlo.

Vilo, cansado por la falta de atención, acaba por acercarse a mí. Se me sube encima, y aunque lo acaricio y le dejo que me lama las manos, mantengo la mirada fija en el chrysos. No voy a quitarle ojo de encima mientras eso pueda perjudicarme.