Mausoleo Alëgrare.

Recorría paulatinamente las sendas que serpenteaban entre los cristales de distintos colores que se disponían a mi alrededor. El olor, el paisaje, el árido y seco viento del desierto, todo resultaba tan familiar, y traía a mi mente trágicas escenas llenas de lágrimas e hipocresía. Mi mirada, siempre evitando encontrarse con los cuerpos inertes de mis antepasados, no se despegaba del camino que seguían mis pasos, y que recordaban ya haber recorrido otra vez. Sabía perfectamente a dónde me estaba dirigiendo, y sin embargo rodeaba el lugar guiándome entre los distintos colores, algunos más brillantes que otros. Tardé horas y horas hasta que finalmente alcancé el lugar que buscaba, y del que huía.

Una urna de cristal amarillo arenoso se erguía en frente de mí. Me incliné hacia ella con una pequeña reverencia. La analicé de arriba abajo, pudiendo comprobar cómo se mantenía en perfecto estado desde la última vez que había posado mis húmedos ojos sobre ella. Desde la afilada punta que marcaba el cielo, descendía por las regulares ramificaciones de cristal, hasta llegar a la base, decorado por grabados en antiguo ígnico:



Múltiples amuletos y artefactos yacían en frente del uniforme cristal. Las flores y ofrendas no habían logrado resistir la voracidad del desierto. Sin embargo, numerosos escritos, vasijas y amuletos permanecían intactos, casi como si alguien los hubiera estado manteniendo día a día. Dirigí mi mano izquierda al interior de la manga derecha de mi kimono, buscando y encontrando una barra de incienso. Era de color carmesí, y su tacto era áspero. La coloqué en una de las tablillas situadas en la base del cristal y lancé un pequeño y ligero soplo, que prendió el extremo de la barra. Dejé caer mis rodillas con delicadeza, acomodándome en frente del cristal. Bajé mi cabeza y dejé que el humo desprendido por el incienso inundase el altar. El olor me recordaba a las mañanas de mi infancia. Olor curioso porque nunca supe de dónde provenía ni qué lo provocaba, pero que siempre me conmocionaba y me hacía sentir segura. Era un olor del que nunca me cansaría, y que ya no recordaba; no del mismo modo.

- Siento haber tardado tanto - pronuncié con voz nostálgica, pero permaneciendo inquebrantable, en susurros -. Siento haberte hecho esperar tanto.

La joven líder flamma yacía en el suelo de rodillas, susurrando de vez en cuando plegarias en ígnico antiguo. Llevaba ya horas realizando ofrendas hacia la tumba, colocando barras de incienso y dejando algunos escritos que posteriormente calcinaba con sus finos dedos. El silencio parecía constante, inquebrantable, cuando de repente Cynara pudo escuchar el sonido de unos pasos delicados.


Una joven dama de cabello cobrizo y largo, decorado con numerosos adornos flamma tradicionales, y con un vestido ceremonial de color rojo intenso había aparecido en el escenario, a pocos metros de Cynara. Llevaba una sonrisa en la boca, realzada por un rubor carmesí sobre sus mejillas. Soltó una risa casi burlona, colocándose detrás de la joven arrodillada.

- Parece que te has adelantado... - dijo con tono condescendiente, sonriente.

Posó con delicadeza su mano derecha sobre el hombro de Cynara.

- Cynara - añadió con retintín.

Escuché unos pasos, sus pasos. Alcé la cabeza ligeramente, podía ver el amarillo del cristal, vacío y resplandeciente. Su voz llegaba a mis oídos, su mano me estaba tocando. Me mordí el labio y, sin mirar hacia atrás, me levanté con seguridad.

- ¿Qué estás haciendo aquí? - El vacío en mis palabras me secaba la garganta. ¿Cómo se había atrevido a venir hasta aquí?

Estiré lentamente el brazo hacia el cristal. Sentí su frío y sólido tacto con la palma de la mano. Alcé la vista, no había nada, sólo amarillo. Torcí ligeramente la cabeza, aún dejando la cara cubierta por el pelo.

-¿Por qué haces esto? - Mis palabras temblaban un poco. No era miedo. Era odio.

Esta vez me giré completamente. No había cambiado nada. Su sonrisa, sus ojos... Estaban tan fríos como la tumba de mi madre. Todo era falso.

La líder flamma se levantó mirando hacia la tumba de su madre, que estaba vacía, para después mirar a su acompañante a la cara. Sus palabras sonaban con frialdad y rencor.


La mujer de cabellos cobrizos miró a Cynara a los ojos, con una sonrisa casi burlona. Soltó una pequeña risa, a la vez que se tapaba la boca con su mano libre -la derecha-, ya que la otra estaba ocupada por un parasol de color rojo, ornamentado con distintas capas de seda.

- No te pongas así, Cy - dijo mostrando un gesto inocente e inofensivo con la cara -. Sólo quería venir a visitar el mausoleo familiar, ya sabes que hoy es un día muy especial.

Una sonrisa se volvió a trazar en el rostro de la joven. Pestañeó con lentitud para desplazar su mirada hacia el cristal vacío que se erguía detrás de Cynara.

- Lo que no entiendo... es qué haces aquí - su voz se convirtió en un susurro, pero perfectamente audible para la líder que estaba en frente de ella -. ¿Sigues sintiendo... remordimientos?

La cara de la flamma se inundó de sombras, sus pupilas se estrecharon, volviéndose afiladas; y su sonrisa, que mostraba sus afilados colmillos, brillaba con gran ardor.

No la aguantaba. Su carácter presuntuoso, condescendiente e hipócrita me ponía enferma. Alcé la cabeza y poco después mi cuerpo entero, volviendo a la misma posición la que había llegado.

- No tengo ninguna razón para sentir remordimientos - rebatí mirándola fijamente a los ojos, atravesándolos con el fuego que caracterizaba a la familia Ethrial.

Mi cuerpo rápidamente se tensó. La conocía perfectamente en aquellas situaciones, siempre queriendo hacerme sentir inferior, como si fuera el eslabón débil de la familia. Pero no se lo permitiría, no esta vez.

- Ahora dime - sentencié con una voz amenazadora, la misma que utilizaba mi padre cuando quería echarme la bronca -. ¿Por qué estás aquí?

La joven flamma resistió sin problema el fulgor en la mirada de la líder. De hecho, le resultaba ridícula la situación, su hermanita no había cambiado nada. Seguía siendo la misma princesita cobarde que buscaba alcanzar el coraje propio de un Ethrial. Sin éxito, claro.

- Vaya... - su voz sonaba insinuante. Su tono de voz, intentaba mermar el carácter rebelde que mostraba -. Me conoces muy bien.

Un sonrisa ladeada brotó delatadora en el rostro de la flamma de cabellos cobrizos. Con paso lento y firme, se acercó hasta Cynara, quedándose cara a cara con ella, e iniciando una flagrante batalla.

- He oído que el principito de las tinieblas te ha dado calabazas - la mujer, aparentemente mayor que la líder, soltó entonces una risa piadosa -. No eres ni capaz de mantener la buena imagen de nuestro reino.

Sus manos entonces, con delicadeza y frialdad al mismo tiempo, recorrieron el suave rostro de la líder, hasta alcanzar su estilizada barbilla.

- He venido a ayudarte - un susurro exhalado por su boca consiguió romper la tenacidad en la mirada de Cynara. Había perdido la batalla.

¿Qué quería decir con "ayudarme"? ¿Qué tenía que ver Aren con esto? Tragué saliva, había logrado inquietarme. ¿Qué estaba planeando? A pesar de haber bajado la guardia por un momento, logré recomponerme, volviendo a lanzarle una mirada desafiante.

- Nuestra familia sigue portando gran honor, a pesar de todas las dificultades - no iba a permitir que me manipulase con su sucia palabrería -. Y tampoco necesito tu ayuda.

Aparté con mi mano la suya, que seguía posada en mi barbilla. Entonces, con mi mano izquierda desenfundé el abanico que albergaba en la manga derecha de mi kimono.

- Ahora vete - escupí con tono amenazante, acompañado por mi mirada -. Cualquier problema que tenga nuestra familia con Darvenwish' me incumbe a mí y sólo a mí, así que no permitiré que te entrometas en ese asunto.

Con seguridad, di varios pasos hacia atrás, volviendo a establecer una distancia moderada entre las dos.

La mujer flamma frunció el ceño ante las palabras de la líder.

- Cy, querida - soltó a la vez que sonreía -. No hay ninguna razón para ponerse así.

Colocó las dos palmas de sus manos al rededor del poste que sujetaba su parasol, y giró su cabeza ligeramente, de forma que lograba observar a Cynara con un solo ojo.

- No te pongas nerviosa, no te voy a hacer nada, ni a ti ni a tu querido príncipe - la sorna nunca desaparecía de su tono de voz -. Mi objetivo sólo es... recuperar el honor perdido. ¿No me convierte en una especie de... heroína?

A pesar de los pasos que la líder flamma había dado hacia atrás, la mujer no dudó en volver a avanzar. Esta vez, para susurrarle algo al oído.

El tessen se me había caído al suelo, y mi mirada se había perdido entre el laberinto de cristales. ¿Qué quería decir todo aquello? ¿Qué estaba pasando? No sabía cómo reaccionar.

Mis ojos recobraron el sentido, podía ver como los suyos, afilados y espectantes, esperaban por alguna clase de respuesta. Lo estaba haciendo otra vez, ¡se estaba riendo de mí!

- ¿Así es como pretendes recuperar el "honor perdido"? - Seguía sin entender lo que estaba ocurriendo -. Estás loca.

Me alejé de ella, pero no para mantener distancias, sino para irme. Apunté con la mano hacia mi tessen, que todavía seguía en el suelo, para atraerlo hasta mí.

- No quiero tener nada ver contigo.

La mujer flamma se llevó la mano derecha al pecho, y con una expresión triste en la cara, desenvainó la katana que ocultaba en el interior de su parasol.

- Cy, querida, tú no tienes que mancharte las manos - su voz había dejado de lado la sorna, y esta vez parecía molesta, forzada.

Con un movimiento casi invisible, la joven de pelo castaño atravesó el tessen de la líder, partiéndolo en múltiples pedazos. Esta vez no sonreía, sino que su expresión se mostraba casi inexpresiva.

- Sin embargo - su katana apareció por arte de magia rozando su punta con el cuello de la líder -. Es necesario que me acompañes.

La mujer chasqueó los dedos, y una llama voraz hizo que en un segundo las dos desapareciesen.

- Adiós, mamá.

*Desaparecen*