Erik, a secas.

Lluvia llegó a la explanada donde se enfrentaría a Erik cabizbaja, agarrando con fuerza su arco, todavía dudando de si había sido buena idea aceptar aquel duelo. Cuando lo vio, a la aether le había llamado la atención porque no parecía como las otras misiones, y había pensado que, al parecer un encargo de relativa facilidad, tal vez podría servirle para demostrarse a sí misma cuánto había mejorado con el arco. Sin embargo, después de aceptar, después de inscribirse, había comenzado a dudar de sí misma, y de si realmente aquello era buena idea: nunca había combatido contra nadie; de hecho, la única vez en la que se había visto frente a un enemigo había sido durante el ataque a Palacio, y recordaba muy bien lo que había pasado. Tal vez aquel combate resultase un desastre; tal vez su adversario fuera más poderoso de lo que parecía.

Mientras avanzaba hacia el lugar citado, la aether notaba cómo se iba poniendo más y más nerviosa, y cómo sus dudas aumentaban y aumentaban. Si perdía, ¿qué haría después? ¿Darse por vencida, aceptar que no servía para aquello? ¿Volvería a casa entonces? Seguro que no, pensó: por mucho que perdiese, dudaba que volviese a casa, en parte por vergüenza, en parte porque no quería y en parte porque estaba convencida de que, con su lesión y semejante fracaso, no la aceptarían. Pero si perdía, ¿permitirían los líderes que alguien como ella permaneciese en Brontë? A fin de cuentas, una derrota pondría de manifiesto que no era fuerte, que no era una guerrera, y en Palacio buscaban formar un ejército; la gente débil como ella no tenía cabida allí.

Lluvia alzó la vista, y oteó el lugar en pos de su adversario. No tardó demasiado en ubicarlo: en el centro del lugar, delante de un grupo de chicos, había un muchacho con una vara de madera. El muchacho parecía un poco más joven que ella, y parecía bastante nervioso, probablemente por el enfrentamiento, pensó Lluvia, aunque ella no veía motivos para que a alguien le preocupase tener que luchar contra ella. No obstante, al escuchar a los chicos de detrás, que parecían mucho más fuertes que el chrysos y que ella juntos, Lluvia pensó que, tal vez, le preocupase otra cosa.

—No soy una niña... —dijo, y aunque intentó decirlo con arrojo, su voz sonó débil. Lluvia miró entonces al chrysos, que se acercaba a ella, y asintió débilmente—. Lo... Lo soy. Me llamo Lluvia.

Curvó un poco los labios.
De fondo, escuchaba las risas de los otros muchachos.

Al escuchar las risas de los otros muchachos, Lluvia bajó la vista. Al anotarse a la misión, no había imaginado que alguien se reiría de su lesión y ahora no sabía cómo reaccionar. De pronto, sintió el deseo de enfrentarse a los otros muchachos en vez de a Erik, pensando que así podría defenderse de sus insultos, pero pronto concluyó que aquello sería una estupidez: los chicos la superaban en número, y parecían mucho más peligrosos que el chrysos.

Lluvia observó a Erik cuando escuchó su voz, y al verlo venir hacia ella, en lugar de intentar atacarle, la aether trató de esquivar el golpe, con rapidez, desplazándose hacia la derecha todo lo rápido que pudo. No tenía intención de golpearle, porque parecía que aquellos otros muchachos se metían mucho con él, pero tampoco quería que le hiciese daño. Si pudiese encontrar un momento para convencerlo de que no era a ella a la que debía plantar cara, entonces hablaría, aunque la aether ya contaba con que no la escucharía.

De todas formas, a pesar de que continuaba aferrando el arco con fuerza, no quería hacerle daño.
Le daba pena.

Tras esquivar el golpe, Lluvia observó al muchacho, con un atisbo de preocupación en la mirada. Cuando Erik estuvo a punto de caerse, la aether dio un paso adelante, acercándose un poco a él, pero pronto volvió a retroceder al ver cómo se armaba de nuevo. De fondo, seguía escuchando los comentarios de los otros muchachos, a los que miró de reojo, apenas un segundo.

—E... Eso es porque soy una guerrera de Brontë —dijo, no muy convencida, con la voz algo temblorosa. No tuvo tiempo a dirigirse de nuevo a ellos, ni a buscar una forma de defender al pobre chrysos, pues este ya cargaba de nuevo contra ella. Esta vez, en vez de intentar golpearla de forma vertical, parecía que optaba por un golpe horizontal. Al verlo venir, Lluvia saltó hacia atrás, en un movimiento no demasiado grácil, pero que esperaba que sirviese para esquivar el golpe y poner un poco de distancia entre ambos. Si hubiese tenido ambas alas, hubiese aprovechado aquel impulso para alzar un segundo el vuelo y alejarse unos metros, pero ahora solo podía esperar que aquel salto fuese suficiente. Si lograba esquivar el golpe, retrocedería, y de nuevo, con la distancia entre ambos, trataría de hablar con él.

Lluvia vio cómo el muchacho cerraba los ojos al atacar, y entonces sintió un poco más de pena por él. Seguía escuchando las risas de los otros chicos, que parecían estar disfrutando con su intento de enfrentamiento, y entendió que seguirían así hasta que Erik lograse acertar con un golpe. No obstante, la aether seguía sin querer que la golpeasen, aunque fuese con una vara, y por eso, cuando lo vio venir de nuevo, esta vez usando su vara como la intención de pincharla en el estómago, Lluvia trató, de nuevo, de esquivar al muchacho, echándose hacia un lado a pesar de su gesto de suplica. A diferencia de las otras veces, en las que tras intentar esquivar al muchacho permanecía quieta, a la espera, esta vez la aether decidió atacar. Aunque no a Erik.

Sintió de pronto un coraje que nunca antes había sentido, Lluvia, ya cansada de los otros muchachos, lanzó un fuerte Aethes hacia el lugar donde estaban sentados, buscando golpearles. Al tiempo, gritó:

—¡Dejad de reíros! ¡Dejad de meteros con él!

Se sentía tremendamente enfadada, y en su voz podía notarse, pues de pronto sonó fuerte y segura. Y aunque sabía que aquello era un suicidio, la aether no se arrepintió.

El coraje que Lluvia había conseguido no tardó en disiparse, convirtiéndose en un fuerte miedo, en un tembleque en las manos y dos pasos hacia atrás. La aether, al ver acercarse a los cinco muchachos, fue consciente de lo que había hecho, y no pudo evitar arrepentirse. Porque aquello, a fin de cuentas, no era su misión, porque ella solo había ido ahí a combatir con Erik, porque nadie le había mandado atacar a aquellos muchachos.

Lluvia retrocedió más al ver cómo se acercaban a ella, amenazantes como cinco bestias, como cinco villanos de cuento. La aether pensó que si los cuentos fuesen de verdad, ahora mismo aparecería alguien para salvarla, porque ella, con aquellas manos temblorosas y ese cuerpo que era más un saco de huesos que otra cosa, no podía hacer nada por defenderse. Sin embargo, la aether era consciente de que los cuentos eran cuentos, y de que ella no era una princesa o una dama en apuros, sino una guerrera de Brontë, y tal vez por eso aceptó con tanta rapidez que estaba metida en un lío del que no iba a poder salir.

Cuando vio cómo los cinco se lanzaban contra ella, la aether intentó retroceder, escapar. Buscaba evitar todos los golpes posibles, aunque era consciente de que no sería capaz de esquivar muchos de ellos. En un momento, conjuró un nuevo aethes, apunando a los chicos, tratando de que se alejasen de ella, pero en ningún momento, por algún extraño motivo, utilizó el arco, que todavía asía con fuerza.

La aether, de nuevo, retrocedió, buscando esquivar de alguna forma los golpes de los tres muchachos que se acercaban a ella. Tenía los ojos llorosos, y las manos le temblaban, y pensó durante unos segundos, al verlos ahí, tan amenazantes, con los puños en alto, en echar a correr y huir, porque aquello era lo más inteligente que podía hacer, pero a la vez no podía evitar pensar que, si se iba, entonces todos ellos atacarían al muchacho, Erik, y no estaba dispuesta a cargar con ese peso. Porque también estaba segura de que si no los hubiese atacado, entonces los muchachos no se hubiesen movido y seguirían sentados riéndose de aquel ridículo combate.

Lluvia no quería que la golpeasen, pero tampoco quería huir ni atacarles, porque no quería lanzarles flechas por si acaso fallaba y les hacía más daño del que ella quería hacerles. Así que centraba su defensa en retroceder, temblorosa, intentando no lloriquear ni suplicar, y en lanzar aethes, intentando hacerles retroceder, apartarlos de ella. No obstante, justo después de conjurar el hechizo, no pudo evitar decir con tono lastimero:

—Por favor, parad... No quiero haceros daño.

Y era cierto que no quería. Ella no quería hacerle daño a nadie: solo quería que no se riesen de Erik y que no la golpeasen.

Pese al dolor que le produjo la piedra, Lluvia se mostró bastante satisfecha con su ofensiva: al final no le habían hecho demasiado daño, y ella tampoco había herido a nadie, así que todo estaba bien. Los muchachos parecían cansarse, y con un poco de suerte se rendirían y nadie saldría herido de allí. Lluvia dio un paso hacia ellos, todavía sujetando el arco con fuerza, curvando un poco los labios, dispuesta a hablar. Sin embargo, al escuchar las palabras del que parecía ser el líder, la aether se detuvo, alzando las cejas, entreabriendo un poco los labios. Observó fijamente al muchacho durante un segundo, y luego arrugó el ceño y apretó con fuerza los labios. Pestañeó con rapidez, bajando la vista al suelo, y tragó saliva. Apretó con fuerza el arco, y no se movió durante uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete segundos.

—Pero yo no quiero hacerle daño a nadie —balbuceó, alzando la vista. Tenía los ojos húmedos, pero no lloraba—. Por favor, dejadlo ya, ya basta. ¿Por qué os peleáis...?

Iba a añadir algo más, pero en cuanto vio cómo el muchacho se acercaba a Erik, Lluvia reaccionó. Seguían en un combate, pese a todo. Nadie se había rendido aún. Con rapidez, la aether trató de seguir al líder, no para atacarle, sino para simplemente sujetarle por los brazos, para intentar detenerlo. Mientras avanzaba hacia él, mientras intentaba sostenerlo, decía:

—Para, no, por favor, para, por favor, no le hagas nada, por favor, no, para, para, para, él no ha hecho nada, por favor, para, para, para.

Lluvia sintió cierto alivio cuando alcanzó al muchacho, al que mantuvo sujeto a pesar de los forcejeos de este, sorprendiéndose por la escasa fuerza que tenía, mucho menor que la que ella había esperado. La fuerza física que parecía faltarle al muchacho, sin embargo, se veía bastante bien neutralizada por sus comentarios y su forma de mirar, insultante, severa, dura. A Lluvia no le gustaban sus comentarios, a pesar de lo ciertos que le parecían, o tal vez precisamente por eso, pero pese a todo no lo soltó.

—Lo... Lo que hacéis no está bien. Y... Y además ya habéis visto que soy más fuerte... —dijo, alzando un poco el tono de voz, sin poder sonar poderosa pese a ello.

No se dio cuenta de que los secuaces del muchacho se acercaban hasta que Erik le golpeó con la vara. Entonces, con los ojos muy abiertos, Lluvia soltó al jefe, y retrocedió un par de pasos, apartándose del grupo, del muchacho que sangraba. Escuchó a Erik hablar, y lo miró de reojo, en silencio, notando cierto temblor en el labio. Cuando el jefe del grupo habló, la aether lo miró a él, sin saber qué decir.

—Lo... Lo siento... —murmuró, pasados unos segundos, bajando la vista al suelo. Se mordió el labio inferior, y con la cabeza gacha, se alejó, en busca de su arco.