Acabad con los bandidos.

Lea Seimz
Lluvia Al'Lanster

No era la primera vez en Ventus para ninguna de las dos. Aquella vez se dirigían a un pequeño lugarde, según habían sabido, los altiplanos Maschew, una región montañosa en la que abundaban los cazadores de bestias, pero no las poblaciones. Por aquello último fue por lo que el viaje en cáliz no las acercó lo suficiente a Thuldah, la población a la que se dirigían. Tuvieron, por tanto, que hacer un pequeño viaje en carro que les ocupó toda la mañana. Los terrenos escarpados eran difíciles de atravesar incluso con los medios apropiados, pero para el principio de la tarde vieron las primeras casas.

El lugar en cuestión se encontraba en una zona recogida entre montañas, recordando un poco al propio Humus sobre el que flotaban, aunque a menor escala. La única entrada al pueblo, además del aire, que resultaba fácilmente transitable en el continente, era un valle entre dos montañas, y fue aquel por el que lo hicieron. Dieron entonces con Thuldah, un lugar recogido de los fuertes vientos, de casas bajas de piedra y calles cuidadas, anchas y vistosas, con varias plazas, jardines y fuentes y tantas otras zonas adaptadas al disfrute de sus vecinos.
No era un sitio grande, pero sí llamativo, bonito. Parecía, de alguna forma, que no hubiese cabida para la pobreza en un sitio como aquel.

Tras bajar del carro y dejar atrás a su guía pudieron recorrer aquellas calles. Sin embargo, aunque parecía un lugar de nivel de vida elevado, casi un retiro de alguna forma, las miradas que las guerreras recibían a su paso eran desconfiadas, y si se fijaban bien podrían descubrir entre el orden alguna tienda con cristales rotos o tierra levantada en lugares donde debía haber habido plantas.

Un hombre de mediana edad, largo pelo gris y alas pardas las recibió en un edificio algo más alto y vistoso. Ya las esperaba a la puerta cuando llegaron, y las hizo pasar por un par de pasillos hasta un despacho. Las dejó allí solas un buen rato, rodeadas de libros y archivos con documentos, algunos cuadros en las paredes, una mesa con dos sillas y otra más pequeña con una bandeja con dulces y caramelos dispuestos de forma muy artística.

No fue hasta pasados veinte minutos que entró otro hombre. Le quedaría poco para los cincuenta, pero conservaba el pelo oscuro, salvando algunas canas, y conservaba todavía buena parte del atractivo que había tenido de joven.
Cerró la puerta al entrar y les dirigió una sonrisa suave, alternando la vista entre ambas.

-Disculpad la espera -les dijo entonces-. Soy Fruhan Wihnd, alcalde de Thuldah. Vosotras debéis de ser la ayuda que Brontë nos manda. Me siento muy agradecido de que hayáis venido hasta aquí. Espero que el viaje no se os haya hecho muy pesado.

Mientras hablaba iba internándose en la sala, acercándose al escritorio y rodeándolo, volviéndose hacia ellas. No llegó a sentarse.

-Supongo que lo primero es poneros al día -comentó, con gesto encantador-. Lo cierto es que me ha sorprendido mucho tener que recurrir a esto. Thuldah siempre ha sido un lugar muy tranquilo que pasa desapercibido en el mapa. Pero hace cosa de seis meses una banda debió de encontrarnos y, en vez de presentarse como Mithos manda para formar parte del lugar ha decidido... -. Logró hacer una breve mueca sin perder la sonrisa- ir llevándose lo que tenemos. Atacan algunas noches al mes, sin un patrón concreto hasta el momento, y lo cierto es que los vecinos empiezan a preocuparse. No hemos pasado de algún herido, y nada, serio, pero de todas formas no es una situación agradable -les explicó.

Fruhan Wihnd escuchó atentamente todo lo que las guerreras tenían que decirle, manteniendo una sonrisa plácida, casi de disfrute, como si lo que les hubiese llevado a aquel lugar fuese un asunto trivial de ocio, y no una preocupación real. Al mismo tiempo, sin embargo, respondía a las preguntas tranquilo, son hacerse de rogar.

-Atacan todas las semanas, prácticamente, en días aleatorios. Se mueven por la noche, que es cuando estamos más desprotegidos. Al principio entraban a las tiendas, por lo que dimos el aviso para que los comerciantes no dejasen el dinero en ellas, y a raíz de que hiciesen eso empezaron los ataques a las viviendas... Generan el caos antes: prenden pequeños fuegos o causan destrozos. Hacen que la gente se asuste, que salga, y después entran ellos en las viviendas vacías. Alguna vez han llegado a entrar en casas ocupadas. Alguno acorralaba a la familia en una habitación y el resto buscaban...-. Se encogió de hombros con calma, aunque cierto apuro-. Son varios, aunque no tenemos un número exacto. Puede que lleguen a diez o doce, pero llevan ropas que impiden que les veamos las caras y nunca van todos juntos, así que no sabríamos decir exactamente cuántos.

De nuevo, su mirada se alternó entre ambas, y bajó por primera vez a Vilo. Se tomó un momento antes de seguir hablando, dirigiéndose particularmente a Lea, en aquella ocasión.

-Podéis descansar, por supuesto, pero déjame decirte de antemano que no sé si vendrán esta noche. Y, por otro lado... Sois solo dos, ¿no? ¿Podréis encargaros de tantos vosotras dos... tres? -inquirió, bajando la vista a Vilo de nuevo.

Cuando Lluvia habló Fruhan alzó las cejas de nuevo, dibujando una sonrisa algo más amplia. Asintió con cierto reparo.

-Vivimos rodeados de montañas, como habéis podido ver. Hay numerosas cuevas y zonas de difícil acceso. podrían esconderse en muchos lugares. Lo que sí sabemos es que no hay poblaciones cerca, así que deberían, necesariamente, estar escondidos por ahí. Escuché que cuando huían lo hacían en dirección norte, más o menos, pero no sé si es porque su refugió se encuentra en esa dirección o es por despistarnos.

De nuevo, las miró a las dos, deteniéndose varios segundos en cada una. Parecía disfrutar realmente del simple hecho de contemplarlas.

-Bueno...-. Juntó las manos ante sí-. Podéis alojaros en algún cuarto libre de este edificio. Tenemos, en el segundo piso, una especie de residencia, así que sentíos libres. Y si necesitáis cualquier cosa que pueda facilitaros no dudéis en pedirla, por supuesto. O si tenéis alguna pregunta más. Estoy aquí para vosotras -aseguró con una sonrisa encantadora.

A medida que Lea hablaba la expresión del hombre pasaba de sonrisa encantadora a leve desconcierto. Carraspeó con cierta incomodidad, al final, tratando de recomponer el gesto tranquilo sin mucho éxito.

-Puedo daros un plano -le dijo-, pero la ciudad no tiene ningún tipo de muro y defensa, así que realmente la entrada es posible desde casi cualquier flanco. En cuanto a las fuerzas de seguridad...-. De nuevo, parecía poco convencido-. Tenemos seis guardias. Un par son mayores, ya no pueden moverse bien, pero los restantes pueden estar a vuestra disposición, claro... Aunque este siempre ha sido un sitio muy tranquilo y están encontrando problemas para adaptarse a la nueva situación...

El alcalde parecía aturullado con lo que la guerrera quería. En más de una ocasión dedicó miradas a Lluvia, como esperando algún aporte o auxilio por su parte, pero aquella no añadió a lo que Lea decía más que su conformidad.

-Deja que piense... -terminó por decir, algo aturdido-. Los destrozos eran en la calle que sucedían los robos o en la contigua. Diría que solo querían causar alboroto para que la gente se alterase y... han llegado a atacar dos o tres lugares diferentes por noche. Hasta la fecha no se ha repetido la víctima y todos los vecinos almacenan las cosas donde ellos prefieren. Y ¡no! Por supuesto que no sospechamos de nuestros vecinos. La gente de aquí solo busca tranquilidad, y estoy seguro de que no se dedican a atacarse unos a otros. Nuestra vida era perfecta hasta que esto comenzó-. Se alisó unas arrugas de la chaqueta, recuperando su porte elevado-. Lo que os pueden decir los vecinos será eso: que vieron a extraños encapuchados haciendo destrozos, pero que no llegaron a verles las caras. No tenemos distintivos. Sabemos que algunos son especialmente altos, pero no sabemos si hay mujeres entre ellos, y por la agilidad imaginamos que son jóvenes.

Se llevó la diestra al tabique nasal que frotó un momento, pensativo. Parecía un poco preocupado con tantas exigencias.

-Veré qué puedo hacer con lo de encontrar algo que les perteneciese-. Miró a Vilo-. Es para rastrearlos, ¿no? Y en cuanto a los voluntarios... Quizás llegue a haber alguno, pero no prometo nada. La gente está asustada y no sabe lo que pasa. Se lo comunicaré al pueblo, pero si se niegan no podré insistirles. No querría que corriesen peligro-. Las miró, serio-. ¿Hay alguna pregunta más que tengáis o queréis ir ya a descansar del viaje? -les preguntó.

Lea prometió que tratarían de ayudar a los guardias en lo que hiciese falta, pero pidió contar con ellos de todos modos. Dijo también que si contaban con algún voluntario tratarían de, nuevamente, mantenerlos a salvo. Le importaba simplemente tener más que cuatro ojos para vigilarlo todo.
Sobre los heridos, tema al que volvió, pudieron saber que ninguno había sido grave: contusiones y golpes. Al parecer los bandidos iban armados, o al menos algunos de ellos, con espadas o cuchillos, pero no habían llegado a hacer uso de ellos con los vecinos.

Tras asegurarse de que todo estaba dicho, y de pedir que no se airease su presencia allí (quizás ya algo tarde), las guerreras se retiraron a descansar. Les proporcionaron al cabo de un rato un informe con las posibles salidas del pueblo: más de cuatro, cada una en una dirección diferente. No era un lugar de difícil acceso, desde luego. Y el plano del lugar indicaba que, si bien las construcciones eran armónicas y ordenados, no buscaban necesariamente una estructura de fácil evacuación.

Permanecieron un par de horas sin más noticias del alcalde. Se les envió algo de comida, de calidad elevada y elaboración innecesariamente vistosa. Se les dieron, además, tres pares de esposas a cada una, y un par de cuerdas por cabeza, esperando que aquellas herramientas les facilitasen el trabajo.

Se acercaban las siete cuando se les pidió que se pusieran en marcha, si no era inconveniente. Hacía bastante tiempo del último a taque y cabía la posibilidad de que aquella fuese la noche, aunque al no haber un patrón no había forma de saberlo de antemano.

Debían decidir por dónde empezarían. Las instrucciones que diesen se comunicarían a los voluntarios y a la guarda.

Lluvia y Lea compartieron sus ideas y ganaron fuerzas durante las horas que estuvieron solas, y cuando las llamaron hicieron saber lo que habían decidido en aquel tiempo. enseguida se les llevó un juego de pañuelos blanco y otro de pequeñas cuerdas rojas, más discretas por el tamaño y el color. Serían menos visibles en la noche, pero menos identificables. Podían elegir el elemento identificador que prefiriesen. A Lea le entregaron también un trozo de tela, que parecía arrancado de alguna prenda, explicándole que tras un ataque lo habían encontrado enganchado en un cristal.
Además de aquello, se le dio a cada una un silbato metálico con una correa, y se les informó que habían conseguido dos voluntarios más y que se les entregaría a todos uno de aquellos. Tras aquello se pusieron en marcha.

Las guerreras pronto pudieron encontrarse con los que serían sus compañeros: los cuatro guardias, tres hombres y una mujer, y los dos voluntarios, una chica de unos veintitantos, que resultó ser la novia de uno de los guardias, y un muchacho de aspecto jovial, animado, que tendría unos dieciocho.

-Por fin vamos a darles su merecido a esos malditos, eh -dijo a las guerreras, mirándolas con una amplia sonrisa-. Me alegra mucho poder colaborar en esto. Menos mal que habéis venido, que lo que tenemos por aquí... -añadió, mirando a los guardias de reojo.

Enseguida se repartieron las zonas: al final eran ocho. Cada uno de ellos llevaría un distintivo y un silbato. Patrullarían y darían la señal en caso de ver algo sospechoso.
Ya pasaban de las ocho, y el último resquicio de sol caía, cuando, habiéndolo explicado todo y teniendo claro el objetivo, se separaron.

LEA

Ambas guerreras se encontraban en zonas separadas, de forma que alguna pudiese llegar de manera veloz a la zona en peligro en caso de una emergencia.
En aquel momento Lea se encontraba en una calle ancha llena de comercios y que contaba a los lados con numerosos callejones más estrechos y oscuros. A aquellas horas ya no había tiendas abiertas, y quedaba poca gente en la calle debido al tiempo frío. No había nadie que no fuese aether, por lo que su presencia no pasaba desapercibida. Además, la presencia de Vilo a su lado no levantaba menos atenciones.

La flamma tenía una gran zona que cubrir ella sola, pero por el momento todo parecía estar tranquilo por allí. Pasó casi una hora de recorrer calles cada vez más vacías hasta que llegó la primera interactuación, que resultó no ser violenta: una chica joven, algo más que ella, se acercó con gesto embelesado, dedicando una sonrisa a Vilo.

-Oh, es precioso -le dijo, acercando la mano para acariciarlo-. ¿Cómo se llama?-. La miró entonces-. Eres de fuera, ¿no? ¿Estás de visita? ¿Puedo ayudarte?


LLUVIA

A Lluvia, por su parte, le había tocado patrullar una zona con menos recovecos: su trayecto, además de varias pequeñas calles de viviendas que constituían varias manzanas, contenía una pintoresca plaza llena de flores y una fuente en el medio, que comunicaba diversas calles de la población.
Si bien la ausencia de un ala podía ser algo llamativo, al haberse separado de Lea pudo notar cómo las miradas que caían sobre ella eran menos, por lo que podía ir y venir por las calles sin demasiadas miradas puestas en ella.

El movimiento era el normal para aquellas horas: la mayor parte de la gente volvía a sus casas, y algunos grupos pequeños paseaban charlando. Se veían pocos jóvenes sin embargo, rondando la mayor parte de estos los treinta.

llevaba cerca de una hora fuera y comenzaba a sentir el frío del viento contra la piel cuando torció una calle que había recorrido hacía rato. En una de las callejuelas que salían de aquella, algo más angosta, aún lejos de ella, casi al fondo, pudo ver a un hombre que miraba algunas de las casas cercanas con gesto concentrado, apoyado contra un muro. Lo peculiar de aquel era, concretamente, que podía recordar que lo había visto en una posición semejante en el momento que recorrió la calle la primera vez.

LEA

Lea evitó ponerse nerviosa y enseguida se encargó de responder a la aether, mientras Vilo la olfateaba sin ninguna reacción evidente. Esta, al escuchar que estaban trabajando, alzó un poco las cejas, más seria, asintiendo. Esbozó entonces una sonrisa algo incómoda.

-Vaya, lo siento... Si lo hubiese sabido...-. Entonces pareció intranquilizarse, con lo que Lea dijo a continuación-. ¿Peligroso? ¿Es por lo de esos ataques? ¿Acaso se espera otro hoy? -inquirió, con tono algo asustado-. A mi ya me atacaron una vez... Espero que acaben con ellos pronto...

Asintió vagamente. Parecía repentinamente afligida, como si aquella noticia la hubiese afectado profundamente.

-Mi casa está cerca. Son un par de minutos... Si no te importa, me sentiría más tranquila –confesó, haciendo un tímido amago de comenzar la marcha.

LLUVIA

En cuanto Lluvia vio al hombre tomó la decisión de aproximarse, y lo hizo ocultando primero el silbato bajo la ropa, tratando de pasar desapercibida. El hombre no se dio cuenta de su presencia hasta que la guerrera ya estaba cerca, momento en el que volvió la vista hacia ella con cierta desconfianza, que se transformó en cierta molestia al ver que ella no desistía en su avance. Sin embargo, sus palabras parecieron hacerlo disimular un poco todo aquello, obligándolo a relajarse un poco.

-¿Perdida? –inquirió, con algo de rudeza-. ¿Qué estás buscando? Mira, niña, estoy algo ocupado ahora, así que deberías preguntar a otro. Es peligroso que estés sola por la calle tan tarde. Vete a casa.

Tras aquello volvió a centrar la mirada en el frente un momento, pero lanzaba miradas a la aether a cada poco.

LEA

La chica pareció tranquilizarse un poco cuando Lea le dijo aquello, asintiendo con cierto ánimo.

-Eso desde luego –le dijo-. Ya estamos un poco cansados por aquí de todo esto. En lo personal, no sé por qué han escogido Thuldah de todas las ciudades del mundo, pero hace tiempo que empezó a convertirse en un problema. Es decir… Es normal que haya algún robo en todas partes, pero no que se extienda en el tiempo sin que nadie consiga hacer nada.

En cuanto Lea dio su aprobación, ambas chicas se pusieron en marcha. Las calles estaban prácticamente vacías, pero seguían pasando personas a ratos que les dedicaban breves miradas, quizás algo menos desconfiadas a raíz de la compañía de la aether en aquel momento. A medida que caminaba, la chica le iba contando un poco la experiencia que había sufrido.

-Bueno, a mí me pasó hace unos dos meses ya –explicó-. Estaba caminando por la calle de camino a casa de un conocido… Bueno, eso da igual. La cosa es que pasé por una plaza en la que había varias tiendas. Sería esta hora, más o menos. Y de repente… Bueno, caos. Entraron varias personas encapuchadas. Algunas eran aether –explicó, señalándose la espalda-. No todo se puede esconder.

Se fueron introduciendo por calles algo más alejadas cada vez hasta dar con una que tenía una hilera de casas de una planta, algo menos llamativas que las céntricas.

-Intenté irme nada más encontrarme en aquella situación, pero todo fue muy rápido y me dieron un golpe en la cabeza-. Comentó, torciendo hacia el camino que daba a una de las casas, tras avanzar un poco por aquella calle-. Y cuando me desperté ya estaba todo hecho. Es aquí –añadió, haciendo un gesto a la vivienda-. Muchas gracias.

Estaba ya avanzando un par de pasos por el corto camino, ya había colocado un pie frente a la puerta, cuando se volvió.

-Es verdad. Sí hay algo. Encontré esto en el suelo al despertarme –le dijo, hurgando un momento en los bolsillos, dando finalmente con un pequeño cubo metalizado que le enseñó-. No sé qué es. No sé si te puede servir de algo. Si es el caso, puedes llevártelo. Si no le he encontrado sentido en este tiempo….

LLUVIA

Lluvia no mostró en sus gestos ninguna intranquilidad ante las rudas formas del hombre, y continuó tratando de dirigirse a él, que comenzaba a mostrarse evidentemente incómodo, aunque quizás no fuese una decisión consciente. Ya no parecía, no obstante, enfadado. Se trataba más de impaciencia, de alguna forma.

-¿Una plaza? –repitió, mirando alrededor un momento-. No están entre callejones, te lo aseguro. Vete hacia el centro –le dijo, señalando una dirección-. Cuando salgas a calles más amplias la encontrarás sin problemas-. Por su tono y la sequedad de sus palabras parecía evidente que quería que se marchase-. Y si no eres de aquí deberías saber que son horas peligrosas-. La miró un momento de nuevo, reparando un rato más en la ausencia del ala antes de centrarse en el rostro. De alguna forma, su actitud se había llegado a relajar mínimamente-. Aléjate de las calles. Las noches son peligrosas por aquí. Y algo me dice que hoy será especialmente desagradable, así que vete ya-. Señaló de nuevo la dirección-. No te metas por zonas comerciales si puedes evitarlo.

Lanzaba miradas a una zona concreta en todo momento, aunque si uno no se fijaba podían llegar a parecer casuales. En aquella dirección, a unos cuarenta o cincuenta metros, había dos o tres casas aparentemente vacías, sin luces, que parecían ser el foco de su atención. Desde el lugar que el hombre ocupaba era fácil mantenerlas vigiladas, pero Lluvia pudo darse cuenta de que en aquella posición, mínimamente asomado al saliente de un callejón, el proceso inverso, que alguien lo encontrase desde aquella zona residencial, se hacía complicado.

LEA

La muchacha miró a Lea con cierta curiosidad, pero asintió de nuevo cuando la guerrera hizo aquel comentario.

-Pues no todos lo eran, si eso te sirve. No sabría decir cuál era la proporción, pero más de uno no tenía nada a la espalda.

Cuando Lea aceptó el cubo la muchacha se lo acercó un poco más, entonces. No obstante, al primer contacto Lea fue consciente de que aquello había sido un error. Pero no tuvo tiempo a corregirlo.
Sintió cómo de golpe la invadía un hormigueo tremendamente desagradable, desde los dedos, y aunque dio a su mano la orden de abrirse esta no le respondió. La sensación de aturdimiento la invadió en menos de un segundo, la vista se le fue y cayó al suelo. Seguía consciente, pero estaba anulada completamente, incapaz de enfocar la vista más allá del suelo o de moverse.
Vilo, sin embargo, sí podía. Primero lo escuchó gruñir amenazante, atacar y un quejido de la mujer, aunque no pudo ver qué pasaba. Luego Lea pudo oír entonces unos pasos alejarse con prisa, y una brisa la azotó en la cara de pronto, y supo que la joven se había marchado.

Tardó en ser capaz de moverse. De pronto, sin embargo, tal como había empezado, todo cesó, y su cuerpo volvía a reaccionar con normalidad. Apenas habrían sido diez segundos, en total pero ya estaba sola. El único daño que había sufrido había sido el golpe contra el suelo en la caída, mínimo.
Vilo tenía en la boca un retazo de ropa desgarrado con pequeñas salpicaduras de sangre.

LLUVIA

Lluvia dio las gracias al hombre cuando este la despachó de cualquier manera y comenzó a alejarse. Podía notar la mirada de él fija en cada uno de sus pasos, pero al final pareció haber parecido creíble, porque al poco tiempo volvía a mirar a la casa, sin prestarle la menor atención. Fue eso lo que le dio a Lluvia la oportunidad de ocultarse de su vista y, como él, centrar la vista en aquellas casas que tanto parecían llamar su atención.
No pasó nada los primeros minutos. Lluvia pudo llegar a pensar que, de hecho, no había nada que ver en aquella zona. Pero entonces una explosión hizo saltar los cristales de una de las primeras casas, de las más cercanas, aún algo lejos de su posición. No había sido muy potente, parecía más para generar caos que con afán destructivo.

Desde su segura posición Lluvia pudo ver enseguida como el hombre, inmóvil hasta entonces, apretaba la mandíbula y salía corriendo en dirección al humo, con tremenda prisa.

LEA

Vilo continuaba gruñendo en la dirección en la que la mujer se había marchado, aunque a aquellas alturas los tejados y la noche se la habían tragado, y parecía no quedar rastro de ella. A poca distancia de ellos había algo más de sangre en el suelo, fruto de la herida que Vilo le había hecho al atacarla, y aunque se iban distanciando poco a poco hasta desaparecer al toparse con la primera de las casas que se interponían, marcaban una primera trayectoria clara. No obstante, era imposible para ellos, que no podían volar, seguir aquella dirección.
Vilo dio la solución a aquello, sin embargo. Aún con el pelo erizado por el encontronazo comenzó a seguir el rastro que la mujer había dejado en el aire, todavía fresco, buscando rutas alternativas para seguir el camino que consideraba oportuno, llevando a Lea a tener que atravesar algún jardín o elegir si saltar una valla o introducirse por un pequeño hueco a ras de suelo.

La caminata duró algún tiempo, al cabo del cual el vulpus redujo la marcha y volvió a mostrarse tenso, y aunque no gruñó de forma audible sí mostró los dientes, cuando ambos se encontraban cerca de una esquina que daba a un callejón.

-Joder. Esto escuece más de lo que parece. ¿Tendría el perro ese puta saliva corrosiva?

-Venga, calla ahora. Coge eso -dijo otra voz, una masculina. Se escuchaban algunos sonidos que indicaban que se movían allí dentro, aunque Lea no podía estar segura de que estaba pasando.

-La habré dejado fuera de combate un buen rato. Espero que el otro grupo lo lleve bien. Iré a reunirme ahora con Aude. Ya debe de empezar. Vosotros encargaos de la distracción.

-Descuida -añadió otra voz masculina, más jocosa-. Tú haz tu trabajo que nosotros haremos el nuestro.

Lea pudo asomarse mínimamente, pero todo lo que se encontró fue un par de alas pardas y la espalda de un hombre que cubría a los otros dos, lo que por suerte la cubrió de las miradas de ellos. Si se asomaba más se arriesgaba a ser descubierta, de todos modos.

Al cabo de unos segundos un ligero aleteo determinó que uno de los tres abandonaba el grupo en dirección a los tejados.

LLUVIA

Cuando el hombre se puso en marcha Lluvia fue tras él. No encontró demasiadas dificultades en seguirlo, pues no miró atrás ni una vez, centrado como estaba en el frente. Lo perdió en una esquina, y lo encontró doblando la siguiente al asomarse ella. Se dirigía a la calle paralela a la que ocupaban, en la que se encontraba la vivienda que humeaba.

Cuando la guerrera llegó a aquella calle se encontró finalmente con el panorama. Algunas personas se asomaban a las viviendas cercanas, e incluso otros habían salido a la calle a curiosear aquella de la que salía humo. Los cristales despergidados por el suelo llegaban hasta la carretera que separaba las dos aceras de viviendas, y el hombre al que Lluvia había seguido se encontraba justo junto a la puerta de la casa, abierta, forzada.

-¡¡SALID DE AHÍ!! -bramó, con voz potente, asomándose entre el humo.

Como oyendo su orden, pero no de la forma que él esperaba, dos figuras enmascaradas con una prenda de lana negra saltaron fuera de la casa. Una lo hizo rompiendo otra ventana y otra por la puerta humeante, chocando contra el hombre y tirándolo de espaldas sobre los cristales, aunque cayendo también al suelo, rodando un par de metros y tratando de incorporarse enseguida, encontrándose con que el hombre al que Lluvia había seguido se aferraba a su cuerpo intentando inmovilizarla.

La segunda figura, de cuerpo estilizado, desalada, femenina, ni se volvió hacia su compañero, y emprendió una rápida carrera hacia donde Lluvia se encontrada, con clara intención de pasar de largo e ignorar a la aether.

LEA

Vilo y Lea estaban preparados para atacar, y cuando la mujer dejó el grupo, tras unos segundos que la guerrera dejó para generar distancia, ambos se lanzaron al interior del callejón. Los hombres, que se estaban cambiando la ropa, apenas tuvieron tiempo a reaccionar antes de que la llamarada de Lea se cerniese sobre ellos. El aether, que estaba primero, recibió de lleno el ataque, protegiendo accidentalmente a su compañero, que, sin embargo, vio cómo el cuerpo del aether, empujado por el huah y por la confusión, lo placaba en un intento por alejarse. Ni Lea ni Vilo dieron tregua entonces, y ella arremetió enseguida con los látigos mágicos, asediando a los dos hombres que se cubrían entre alaridos de confusión y dolor, mientras Vilo ofrecía gruñidos y dentelladas.

-¡Para, por favor! -pidió el hombre más delgado y joven, un chrysos rubio, cuando la espalda dio con la pared y se encontró con que no tenía escapatoria. Al fijarse mejor Lea pudo darse cuenta de que no tendría más de dieciocho años-. ¡Hoy irán al ayuntamiento! ¡Pero para, por favor! -pidió.

-¡¡Samon!! -lo reprendió el aether, evidentemente mayor, más entero, con un gruñido. Escupió luego a los pies de Lea-. Aleja a tu chucho sarnoso.

-Yo no quería que esto llegase tan lejos -dijo el otro hombre, que aunque había recibido menos golpes tenía los ojos algo húmedos y miraba a ratos a Vilo con cierto miedo-. No quiero morir ni ir a la cárcel. Solo era un juego... ¡Fueron ellos los que...!

-¡Calla, Samon, joder! -gruñó de nuevo el aether, golpeándolo con el codo en las costillas, arrancándole un quejido.

Un silbato sonó entonces por encima de las voces, aunque Lea pudo darse cuenta de que se encontraba a una distancia considerable, dentro del tamaño del pueblo.

LLUVIA

Lluvia, por su parte no se lo pensó demasiado, y envió un hechizo a la mujer enmascarada que corría. No podía ver su gesto, pero sí sus ojos, y la expresión de sorpresa que compuso al verse atacada por aquella pequeña aether de aspecto inofensivo fue evidente. Perdió el equilibrio en medio de la carrera y cayó pesadamente al suelo a un metro de Lluvia, con un quejido sordo. Enseguida apoyaba las palmas en la calle, buscando impulsarse con ellas para levantarse, aunque a la guerrera, dada la corta distancia que las separaba, no le sería difícil intervenir exitosamente.

A metros de ellas, el hombre desconocido seguía su enfrentamiento con el enmascarado. Ambos se retorcían en el suelo, propinándose puñetazos bajo la curiosa y alarmada mirada de los vecinos, que no hacían más que ver lo que se desarrollaba ante ellos.

El silbido de Lluvia, que había hecho eco en una gran zona. Enseguida recibió un breve pitido cercano en respuesta, aunque no tanto como para que el dueño del silbato llegase al instante. No obstante, era evidente que al menos uno la había oído y acudía a la zona a ayudarla.