Esto es una especie de prólogo~
PRÓLOGO
Antes el mundo era mejor que ahora. Había las mismas miserias, los mismos problemas, la misma maldad en los callejones oscuros de las ciudades. También había bandidos en los caminos, como ahora, que saqueaban a los viajeros y que mataban por unas monedas. Antes la gente trabajaba por algo que llevarse a la boca, como ahora. Pero al menos antes había héroes.
La Gran Batalla sucedió hace ya algo más de doce años, un día abrasador de verano, aunque la lucha había comenzado antes, años atrás. Cuando ni siquiera se sabía de dónde procedía la fuerza maligna, los héroes se reunieron en un mismo lugar y empezaron a entrenar, sin saber a qué se enfrentarían más tarde.
Hace solo doce años del fin de todo, de la Gran Batalla, que puso fin a la guerra, y sin embargo los nombres de los héroes nunca se supieron con certeza. Ni siquiera se tiene claro qué pasó allí, cuando todos lucharon y arriesgaron sus vidas.
Y luego… Luego desaparecieron. Lucharon y terminaron con la fuerza maligna, y se desvanecieron como el polvo en una tormenta. Y dejaron el mundo de siempre, como siempre, con los mismos problemas que siempre ha habido.
No es que la cosa haya cambiado demasiado, realmente. Pero no existe esa esperanza que antes había de que, quizás, uno de ellos aparecería para solucionarlo todo.
1. El extraño que trae la lluvia
Cuando Tano entra en la casa no ve a nadie. No sonríe, hace tiempo que no sonríe, pero se alegra. Prefiere estar solo y librarse de sus preguntas por una vez. La noche es tranquila y la temperatura agradable, pero no le apetece salir de su habitación, de modo que regresa a ella, aunque haga menos de una hora que ha salido. Ella, se dice, estará trabajando.
Cierra la puerta al entrar, y entonces suspira, aliviado. Está cansado, tanto como para tener ganas de dormir y no despertar nunca. Pero no puede hacerlo, porque tiene cosas más importantes de las que encargarse.
La habitación es de un tamaño normal, y parece aún más grande porque está prácticamente vacía, a excepción de la cama y una mesa con su silla ubicada en una esquina. Aunque lleve ahí varios meses, esa no es su casa, y pese a que ella lo invite a decorar “su cuarto”, no es suyo.
Enseguida camina hacia el armario empotrado que hay en la pared y lo abre. Dentro, algunas cajas con cosas viejas que no le importan. Ella le dijo que podía utilizar el armario, también, pero como no quiso hacerlo nunca llegó a vaciarse de lo que había antes. Tano ni siquiera trató de averiguar qué había dentro de las cajas, de modo que seguían cubiertas de polvo como, suponía, los últimos años. Todas menos una, que es la que aparta con cuidado. Porque detrás de ella está lo que lleva semanas preparando.
O eso cree. Cuando deja la caja en el suelo y se asoma al hueco, no ve nada. No están sus cuchillos, ni tampoco los planos, ni la capa de lana, ni la bolsa con dinero, ni las piedras de nébula… Nada. Enseguida siente una bola en el estómago, y aparta las otras cajas, levantando una nube de polvo, pero no hay nada. Allí no hay absolutamente nada.
Primero se siente confuso, con ganas de llorar. Inmediatamente después lo inunda la furia, y con un gruñido de patea la puerta del armario con tanta fuerza que la oye crujir. Tras un segundo golpe, esta se rompe. Por algún motivo, esto lo enfurece más por un momento. Hasta que se da cuenta de lo que ha hecho. La madera astillada no tiene arreglo, y ella se dará cuenta. Aunque, de todos modos, parece que ya se ha dado cuenta de las cosas que guardaba allí.
La maldice, en su cabeza. Siempre lo controla, siempre insiste en que haga aquello que debe hacer, sin preguntarle qué es lo que quiere. Ella le dijo que esa sería su casa, pero después hurga en sus cosas como si tuviese derecho a hacerlo.
Lo cierto es que la odia un poco. Odia que se muestre siempre tan tranquila y que atienda tan poco a sus razones. Ella nunca se enfada, aunque él le grite. Incluso le sonríe, conciliadora, pero eso solo lo enfada más. Porque ella no entiende absolutamente nada sobre él, y aun así pretende que la respete y la tenga en cuenta, como si él mismo la hubiese elegido, cuando él querría estar en cualquier parte del mundo antes que en esa casa.
Se dijo el día que llegó que nunca la llamaría por su nombre. No se dirige a ella más que lo necesario, y nunca la llama por su nombre. Es su forma particular de mostrar su desacuerdo con estar en esa casa.
Sabe que ella no tiene la culpa de lo que le ha pasado, pero no puede evitar sentir cierto rencor, de todas formas, aunque solo sea por esa forma de mostrarse autoritaria con él sin ningún derecho.
Ha estropeado su plan de fuga. Eso también lo enfada, quizás mucho más que el resto de cosas. Tanto que se plantea irse de todas formas, de repente, en ese mismo instante, aunque no tenga comida, abrigo ni un arma con la que defenderse si lo atacan por los caminos. No hubiese hecho mucho con el cuchillo de todas formas, se recuerda. Nunca ha sabido pelear, y su cuerpo menudo y delgado no es demasiado útil a la hora de plantar cara a nadie. Si sacase un cuchillo cuando se viese en problemas aumentarían las posibilidades de que lo matasen, pero él seguiría siendo igual de inútil. Ni siquiera su magia es buena.
Sí, se marchará de todas formas, decide. En ese mismo instante. Coge su mochila y empieza a llenarla, con prisa. Coge la ropa que puede. Luego, tras dudarlo un momento, se acerca al cuarto de ella, y abre la puerta.
Apenas ha estado ahí una vez o dos, y, como entonces, es un caos. La ropa de varios días ocupa el suelo y cuelga de los cajones sin ningún orden.
-Bien podrías ordenar tu vida en vez de intentarlo con la mía –se oye decir, mientras pasa entre prendas, intentando no pisar ninguna.
Sabe que tiene dinero. Que guarda cosas caras en algún lugar. Todo el mundo lo hace. Y a Tano no le gusta hurgar en los cajones de los demás, pero le parece lo justo, puesto que ella ha hecho lo mismo. Pero a los pocos minutos de abrir cajones se encuentra con que el desorden no es solo externo. Frustrado, termina por acercarse a la cama para mirar debajo. Es ahí donde lo ve: un baúl con un candado que, desde luego, parece más interesante que el resto de cosas.
Lo malo es que tiene un candado, evidentemente. De todos modos, estira el brazo para alcanzarlo y tira de él. Pesa bastante, más de lo que esperaba y, cuando consigue sacarlo, también descubre que es bastante largo. Enseguida decide que tiene que guardar algo importante, y que es justo que él lo coja, pero por mucho que tira del candado no consigue que este se suelte. Aunque eso fuese algo que él esperaba, suspira descontento.
En ese preciso momento Tano oye algo y enseguida se tensa. Alguien acaba de entrar en la casa. Paralizado, mira alrededor. Ella no debería estar ahí tan pronto, debería estar trabajando, pero no puede ser otra persona. En el tiempo que lleva ahí, casi medio año, prácticamente solo la ha visto a ella en la casa. Quizás a algún hermano, alguna vez, pero no recibe muchas visitas.
Los pasos, ligeros, se alejan por el pasillo, pasando de largo. Tano se da prisa y empuja el baúl bajo la cama de nuevo, con cuidado de que no suene mientras lo mueve. Luego, tras pensarlo un momento, él mismo se mete, junto al baúl, encogido.
Si descubre que está en casa le dará una de sus charlas, pero no quiere imaginar qué le pasará si descubre que está en su cuarto, hurgando en sus cosas.
Al final los pasos vuelven, y esa vez sí se acercan a la habitación. Tano aprieta los dientes cuando escucha la puerta abrirse.
No lo ha visto. No ha podido verlo. Ni siquiera sabe que está en casa.
-He comprado tarta de manzana. ¿Quieres un poco?
Pero lo sabe, aunque Tano ni siquiera entiende cómo.
-No –responde, con un deje de decepción en la voz.
* * * * * *
Frikka lo mira sin decir nada, mientras Tano se come la tarta en silencio. Mastica como si lo que tuviese en la boca fuesen cenizas. No sabe bien qué decirle, porque lo ha encontrado en su habitación, bajo su cama, cuando tendría que estar en el colegio. Aunque después de lo que encontró en su armario, un día antes, no puede decir que le sorprenda. En su cuarto había una mochila llena de cosas. Un recuerdo llega a su mente, y por un instante vuelve atrás, pero no se evade más que un segundo.
No le ha dicho nada al respecto de nada. Ha fingido no saberlo. Tano tampoco dice nada. Solo mastica en silencio. Y en ese momento Frikka ve, una vez más, el abismo que los separa a ambos. Cuando aceptó hacerse cargo de él supo que sería difícil, pero el chico no se lo pone fácil tampoco. De alguna forma, cuando él la mira Frikka se siente como si la estuviese acusando de haber matado a su padre. Es de ese tipo de miradas que hacen que se sienta culpable.
Al final carraspea y habla, con una sonrisa.
-Hoy hemos cerrado –le explica-. Al parecer se acerca una tormenta muy fuerte, y prefieren que nos preparemos.
Terminar trabajando en una tienda de libros es algo que Frikka nunca hubiese imaginado que haría. Y, sin embargo, tras cinco años, resulta gratificante. Es un trabajo tranquilo, y ha leído más en ese tiempo que en el resto de su vida. Ha aprendido muchas cosas, y resulta tranquilo. Le sirve para evadirse.
-¿Una tormenta?-. Tano mira por la ventana, con gesto escéptico-. La noche es muy tranquila-. Luego se queda callado un instante más-. Hace años hubo una tormenta que duró días. Yo era pequeño, pero creo que me acuerdo un poco.
-La Agonía de Mithos –recuerda Frikka, asintiendo. Ella estaba en Fulmen, en aquel entonces-. Los días se hicieron tan largos que algunas personas tuvieron problemas de vista después, debido a la luz –comenta.
Tano la mira, reflexivo, y por un momento le parece mínimamente interesado, aunque a esas alturas Frikka tiende a pensar que es impresión suya.
-¿Crees que va a pasar lo mismo? –inquiere Tano, volviendo a mirar por la ventana-. Quizás hoy vuelva a surgir una energía maligna, como entonces, y…
No termina la frase, y se queda como ensoñado. Frikka se ha tensado, sin embargo. Aparta la vista, con algo de brusquedad, entrecerrando los ojos, incómoda.
-No lo creo –responde, más tranquila de lo que aparenta-. Y esperemos que no, de todas formas. Ya tuvimos bastante con lo que pasó.
No quiere volver a luchar nunca más. Lo decidió el día que acabó todo. En aquel momento deseó de corazón, quizás por primera vez en su vida, no haber escuchado nunca aquella llamada que sonó en su cabeza, y no en la del resto.
* * * * * *
Al final sí que llueve. Tano mira por la ventana, abstraído. Empezó tan de repente, y con tanta fuerza, que de verdad le pareció cosa de magia. No es época para lluvias, de todas formas, y hacía buen día un par de horas atrás.
A Tano le gustaría que lloviese para siempre, aunque hace poco estuviese pensando en huir de esa casa. Si hubiese un desastre natural como la Agonía de Mithos de nuevo volverían los héroes, se dice. Pero a la vez le parece imposible que vuelvan.
No quedan héroes en el mundo. Y, en el fondo, nadie conoce a los héroes de las historias. Nadie recuerda ningún nombre, ni ningún rostro, ni dónde estaba el lugar en el que entrenaban. Las historias que se cuentan son tan difusas que muchos creen que son mentira y que en la Gran Batalla lucharon solo los ejércitos de cada país.
Hay tan pocos datos que Tano se pregunta, por un momento, si no será de verdad una mentira.
Bum. Bum. Bum.
Es la puerta. Es extraño, porque fuera llueve mucho. Ella parece tener el mismo pensamiento en mente, porque frunce el ceño y tarda en levantarse, pero al final lo hace. Tano no, él se queda sentado, apoyado en la mesa del salón, con gesto apático. Piensa en irse a su cuarto, pero tiene curiosidad, aunque seguramente no sea más que la vecina, que necesita algo.
Pero no. Porque cuando la puerta se abre escucha claramente la voz de un hombre. Tano no sabe lo que dicen, pero ella parece sorprendida, por el tono que utiliza. Por algún motivo, en vez de indiferencia siente más curiosidad.
No tarda en volver. No tardan en llegar al salón. Ella con una expresión extraña, que no sabe descifrar. Y detrás…
Detrás, empapado, va un hombre alto, empapado, vestido con una capa harapienta. El pelo rubio, oscuro por el agua, largo, rebelde, se le pega a la cara. Tiene una barba desarreglada de varios días, salpicada con alguna cana, que le da un aspecto fiero. Sus ojos, uno rojo y uno amarillo, brillan sutilmente. En sus labios se perfila una sonrisa desafiante. A la espalda lleva una funda con una espada. Y su brazo izquierdo…
Su brazo izquierdo de completamente de metal.
A Tano le parece un mercenario, nada m, pero a la vez es mucho más impresionante que ningún mercenario que haya visto antes. Impone sin quererlo, aunque sonría de ese modo.
Ella, aunque sorprendida, parece seria. Tanto que Tano llega a pensar que están en problemas, por un momento. Que ese hombre ha ido ahí a matarlos. Aunque no puede imaginar por qué.
-Anda, ¿y este? No sabía que tenías un hijo –comenta el hombre, jocoso, mirándola de reojo.
Ella tuerce los labios, con desaprobación, de una forma que Tano no la ha visto hacer antes.
-¿No ves que es demasiado mayor para ser mi hijo?
El hombre se encoge de hombros, sin perder la sonrisa, y lo examina un poco más. Tano acaba por apartar la cara, incómodo.
-¿Y cómo quieres que lo sepa? Se me dan mal las edades de los críos, ya lo sabes.
-Tengo quince años, no soy un crío –termina por ladrar, molesto por el comentario.
-Claro, claro-. El hombre sonríe, mirándola de nuevo-. ¿De verdad que no es tuyo?
-Deja de hacer el tonto –responde ella, seria-. ¿A qué has venido?
-Creí que el reencuentro sería más bonito, ¿sabes? No tienes que ponerte así. Llevamos años sin vernos. Además, las noticias que traigo tampoco son muy buenas.
Ella se crispa al momento. Tano los mira a ambos, curioso, incómodo. No sabe de qué hablan, y nadie se molesta en explicarle nada. Ni siquiera sabe quién es el hombre empapado que hay en el salón.
-¿Qué noticias? –pregunta ella al instante, con cierta angustia.
La sonrisa del hombre parece menguar un poco, y por un momento a Tano le parece que da menos miedo y que está cansado.
-Tráeme una toalla, anda, y te lo cuento.
Ella va a buscarla y se quedan los dos solos, pero el hombre no lo mira a él. En lugar de eso, mira por la ventana, hacia fuera.
Tano sigue su mirada un momento y entonces se da cuenta.
Ha dejado de llover.