Biblioteca

Este tío es un plasta, joder.
-Pues no, no necesitamos nada- digo poniéndome detrás de él empujándolo por la espalda con un verdadero gesto de esfuerzo, para intentar largarlo de aquí ya.- Y si no te importa...- digo ya con un tono más serio debido al esfuerzo de empujarlo. ¡LARGO! -chillo con un tono agudo, importándome tres pitos que estemos en una biblioteca.

-Que plasta de tío.- Digo sin preámbulos, me hubiese escuchado o no.

Massen no dijo nada, con lo que se generó un pequeño silencio incómodo que no esperaba, pero rápidamente la parvus dijo con tono bastante arisco que no necesitaban nada y comenzó a empujarme por la espalda pidiéndome o, bueno, ordenándome que me fuera.

Tenía fuerza como para que diese un par de pasos, sin embargo le costó lo suyo en los segundos en que me quedaba con cara de póker intentando entender la situación. Luego me di cuenta: no querían que estuviese allí con ellas. Fruncí el ceño pero al revés, con preocupación. Yo pensaba que le caía bien a Massen...

Dejé que la chica me empujase un rato y me quedé como un cachorrito mirando a lo lejos como volvía a sentarse, enfada y llamándome estorbo.

—Pero... —Susurré sin creerme aquel desprecio juvenil que nunca había sentido. ¿Era ya demasiado mayor para caerle bien a los chicos de su edad? ¿Era "de pueblo" o algo para que no quisieran jutarse conmigo? La verdad es que me daba un poco de vergüenza quedarme allí así que al final me acabé alejando de la biblioteca. Pensaba que Massen me consideraba, no sé, un compañero o un apoyo o algo en cuenta... Aunque estaba muy callada, quizás esa Nagore estaba azuzándola con sus cosas de chica guay y la estaba volviendo clasista.

Me fui del lugar bastante chafado y entre entristecido e indignado. Pues no va y me echa, ¿no puedo estar en la biblioteca? Bueno, es igual...

*se va*

PD: ¡Bruja! ¡Has hecho pupa a Heylel ;D;

Cuando Heylel se fue suspiré, entristecida. Tenía la sensación de que Nagore me estaba alejando de todo el mundo. Primero Follow, ahora Heylel... Pero no podía culparla. Sabía que sus intenciones eran completamente inocentes, y me sentía en el deber de agradecérselo. Forcé una sonrisa al mirarla.

-No te enfades con él, Nagore -le pedí, en tono bajito-. Es muy bueno y amable. Seguro que no tenía malas intenciones... -Me detuve al pensar que tal vez mi amiga daría por hecho que estaba culpándola-. Es decir, te agradezco lo que has hecho, pero... no quiero que te hagas una idea equivocada de Heylel.

Miré el pergamino casi con asco. Cerré los ojos un momento y, con gesto abatido, retomé mi trabajo.

-O... Pe...

-No dudé ni un minuto de su amabilidad y buena fe- digo serena. "Si ya se le veía en la cara, por otro lado" - pero no quiero que se entere de lo que no debe. Además, yo no lo conozco y me da igual lo que piense de mí -comento llevándome las manos a la cadera.

-Bah, olvidémonos de él un rato -digo sentándome a su lado con una sonrisa-. Venga, veinte minutos más y lo dejamos por hoy. Vendremos aquí todos los días, ¿vale? Un par de jornadas intensivas y ya podrás escribir tu nombre -la animo sonriente-. ¿Qué te parece? Es un buen aliciente, ¿verdad?

Pasado el tiempo, no sin hacer un descansito de cinco minutos para distraernos un rato, decidimos recoger los bártulos, luego nos bañamos y nos fuimos a dormir al cuarto, en camas contiguas, por supuesto.

Aquella noche soñé con Follow montado en mi nombre. Fue muy romántico.

*se van*

Entró en la biblioteca con un libro bajo el brazo, sumido en sus pensamientos. Hacía unos tres días que había terminado aquella lectura, y había dejado pasar, como era costumbre en él, unos días antes de comenzar una nueva historia. Solía decirse que así la asimilaba mejor. Era una suerte de luto literario.

Aquella especie de duelo particular había pasado ya, y era hora de abrir su mente a una nueva aventura. Avanzó entre las estanterías hasta encontrar el lugar exacto del que había dejado el volumen -otra de sus manías- y lo colocó cuidadosamente en ese mismo espacio. El libro se deslizó suavemente y sin ruido.

Se dedicó entonces a pasear entre las estanterías, pensando qué podía elegir a continuación. Tenía un par de ideas en la cabeza, pero no acababan de convencerle. Pensó en recomendaciones de Inger, pero en aquel momento no le apetecía leer relatos. Finalmente, se decidió por un volumen encuadernado en piel verde brillante, con letras plateadas en la portada.

*Se queda*

FdR: Camedrario, dícese de un animal mitad camello mitad dromedario, de hábitats desérticos (?) -w- el "jefe parvus", en realidad era un visir persa llamado Abdul Kassem Ismael (938-995).

Escogido el libro, caminaba entre las estanterías en busca de un asiento donde acomodarse cuando reparó en una figura que desvió su atención. Una joven de inmaculadas alas blancas y cabello resplandeciente paseaba entre los libros, atenta a cada detalle. Su figura esbelta, sus rasgos, sus movimientos, todo su ser parecía irradiar una luz fascinante que lo dejó un momento desconcertado. Se quedó muy quieto, observándola con expresión indescifrable.

No tardó en darse cuenta de lo extraño de la situación, y se decidió a corregir su postura inicial. Cualquiera que se diera cuenta de que estaba observado con aquellos ojos fijos se sentiría atacado, o como mínimo inquieto. Esbozó una ligera y cordial sonrisa, y con aire tranquilo, actuando de forma totalmente natural, se acercó a ella con intención de saludarla.

-Buenas noches -comenzó, con voz suave y sosegada.

Una fugaz sonrisa apareció un instante en el rostro de la chica. Eso y su respuesta le hizo parpadear. Se quedó un instante en silencio antes de dar una respuesta, siguiendo la mirada de ella hasta los libros, que él mismo comenzó a observar. Algunos volúmenes, se fijaba ahora, no estaban en su sitio habitual.

-No te preocupes -respondió finalmente-. En todo caso, creo que soy yo el que puede haberte molestado. Lo lamento si es así. Me llamo Corbin, llevo aquí algún tiempo. Si no me equivoco, debes de haber llegado hace poco, o bien no frecuentas demasiado la biblioteca.

Él, gran amante del lugar, tenía por costumbre ir allí prácticamente a diario.

La pregunta lo pilló desprevenido, debía reconocerlo, pero no era suficiente para intranquilizar a alguien como Corbin. Acostumbrado desde pequeño a reponerse de cualquier clase de ataque o sorpresa en apenas un instante -su vida dependía de ello- no llegó siquiera a exteriorizar ninguna clase de emoción respecto a la pregunta. Permaneció tal como estaba, a una distancia prudencial y cordial al mismo tiempo, con la mirada fija en las estanterías, al igual que ella. Ni siquiera percibió el estremecimiento de sus alas, ni las observaciones que la joven estaba llevando a cabo.

-Coincido en tus ideas -concedió, sin variar un ápice el tono o volumen de su voz-. Sin embargo, por extraño que pueda parecer, somos pocos aquí los que compartimos esa visión. Es extraño encontrar a alguien aquí fuera de un reducido círculo -hizo una pausa-. Por supuesto, un miembro más de ese círculo no será rechazado.

Con el "reducido círculo" se refería, por supuesto, a los tres únicos visitantes habituales de la biblioteca: Inger; Heylel y él mismo. Desde hacía algún tiempo, había observado que de vez en cuando un par de niñas aparecían por allí también, pero no había tenido ocasión de conocerlas. Salvando sus conversaciones con Inger, no era habitual que encontrase conversación en aquel lugar; ni mucho menos que la buscase.

Su mirada iba de un libro a otro, deteniéndose un momento en cada uno, con expresión seria, casi concentrada. Algunos títulos le resultaban familiares; localizó incluso un par de ellos que había leído. De pronto, recordó el libro que tenía en la mano, y acarició la piel que lo cubría con el pulgar. El tacto y olor de los libros siempre le había resultado agradable. Se volvió hacia Fier al oír su pregunta, llegando a ver el movimiento de sus labios mientras pronunciaba el final de su frase. A continuación, con gesto meditativo, volvió de nuevo a la estantería. Era, en cualquier caso, una pregunta para la que siempre había tenido una respuesta clara, que no tardó en expresar.

-No creo que pueda llegar a dar jamás una respuesta concreta a esa cuestión -respondió sin vacilar-. Dudo que nadie pueda dar una respuesta objetiva, en realidad. Existen demasiados libros en el mundo, y cada uno tiene su propia personalidad. Me siento cómodo entre libros, en general, pero no sería capaz de dar preferencia a uno concreto, ni por su aroma, ni por su tacto, ni por su contenido.

Había tenido, en la primera niñez, sus favoritos, y en cierto modo, aquellas historias truculentas que Falace pretendía hacer pasar por cuentos para niños tenían un lugar especial en su memoria. Sin embargo, escoger un libro por encima del resto le parecía tan absurdo como escoger una arena como la más perfecta en toda la inmensidad del desierto.

Corbin tuvo el placer de volver hacia ella su mirada en el momento exacto para disfrutar de aquella sonrisa, que la hacía aún más deslumbrante. La claridad que emanaba de ella la hacía parecer casi más claritas que aether, y su instinto y origen hacían que aquello le llamara la atención. Se preguntaba si tendría alguna relación de sangre con su raza.

Corbin no era un hombre acostumbrado a caer en la misma falta dos veces; Falace le había enseñado, por los medios más radicales, que aquello podía ser fatal. Era por eso que se había vuelto tan cuidadoso en todos los aspectos, y prestó atención en no mantener la mirada fija en su interlocutora más tiempo de lo convencional.

Ella, en cualquier caso, no parecía tener intención de continuar con la conversación. Vista su actitud callada, incluso podía decirse que parecía haber hecho esfuerzos por mantener la conversación tanto tiempo. Él, tampoco demasiado hablador habitualmente, podía comprenderlo, apreciarlo y respetarlo. Asintió cuando ella puso fin al diálogo.

-Para eso habrás venido aquí, a fin de cuentas.

Al igual que yo, pensó, pero no lo dijo. Se despidió de ella y buscó un lugar apartado del que ella había escogido. La lectura individual es algo en lo que la compañía es inútil, y muchas veces hasta molesta. Buscarla en una biblioteca vacía no tenía el menor sentido.

Corbin no tardó en enfrascarse en su libro, y dejó volar el tiempo sin preocuparse. En un momento de desconcentración en que tomó conciencia de la hora, decidió cerrar el libro a regañadientes y abandonar la sala. Fier, descubrió, seguía enfrascada en su lectura. Como no quería distraerla, se limitó a despedirse con un gesto apenas perceptible, que probablemente ella no llegó a ver.

*Se va*

Zacharyas entró en la biblioteca deslizándose como una sombra. Sus capas ondeaban mientras andaba entre las envejecidas estanterías, aspirando su perfume. Le gustaba aquel olor, porque olía a viejo, y a muerte, y a tinta.

Alargó una huesuda mano hacia un libro de tapas de cuero y lo cogió. Leyó su título, "La amante y el asesino" y frunció el ceño. Lo abrió en una página al azar y leyó un par de frases, arrugando la nariz.

-Creo que es este...-dijo para sí, sin demasiada convicción, con su voz ronca.

Caminó hasta un cómodo sillón y se sentó en él, pero no le gustó la sensación y terminó por sentarse cómodamente sobre el incómodo suelo. Le gustaba notar la dureza en su carne.

Comenzó a leer aquel libro que parecía un cuento, sin estar seguro de si le podría gustar aquella historia.

"Había una vez, en un lujano y oscuro lugar, un castillo tan grande que ni las montañas podían ocultarlo. Y ese castillo guardaba un secreto: en su interior vivía Asesino, un ser mitad hombre mitad sombra al que todos temían. Asesino era famoso por su crueldad y su frialdad, y se contaba que en el más profundo de sus sótanos tenía una sala en la que torturaba a todo aquello que caía en sus manos. Todos los valientes guerreros que habían ido al castillo habían desaparecido, los lobos no se acercaban a aquel lugar y había quien decía que, por las noches, se escuchaban alaridos rebotando en las anchas paredes del castillo..."

Zacharyas pensó que no estaba tan mal por el momento. Asesino le gustaba. Siguió, pues, leyendo la historia.

*se queda leyendo*

Zacharyas alzó sus ojerosos ojos hasta la desconocida esbozando una amplia sonrisa que bien podía ser tachada de macabra, aunque él no pretendía más que ser amable. Ni siquiera sabía por qué se disculpaba, pues no había escuchado nada antes de sus disculpas.

- Quedas disculpada -dijo con voz ronca-. Sea lo que sea que hayas hecho.

La observa lentamente, con calma, analizándola. Nunca había visto a una mujer de cabello tan largo como aquella. Se preguntó si podría ahorcarla con su propio pelo, haciendo un nudo ardededor de su cuello y colgándola, quizás, de algún gancho.

Pronto se percató de que llevaba demasiado tiempo mirándola y bajó la vista algo azorado.

-Espero no ser yo el que te moleste a ti...-dijo, esperando que su ávida y siniestra mirada le hubiera pasado inadvertida. Era algo inevitable para él.

Me disculpaLa mujer disculpó a Zacharyas, pero se alejó de él sin mediar más palabras. El caeruleus pensó que quizás lo estuviese rehuyendo por su penetrante mirada. No era algo extraño para él.

La miró alejarse. Su cuerpo parecía tan frágil que Zacharyas pensó que podría romperlo con sus propias manos, sin necesidad de un arma. Estaba seguro de que no era así, de que los huesos de aquella mujer aguantarían más de un embate, pero esa incertidumbre le hacía querer lanzarse sobre ella y probarlo, sin embargo se quedó estático, mirándola unos segundos más.

-Soy Zacharyas... -dijo, alzando un poco la voz, como haciendo un último intento por quedar bien.

Enseguida se sintió ridículo. Ella buscando soledad en la biblioteca y él hablándole e interrumpiéndola. Se llevo la mano a la cara con pesar.

- Discúlpame de nuevo... -dijo algo más bajo, avergonzado.

Bajó de nuevo sus ojos a la lectura, aunque no era capaz de hilar dos palabras.

Zacharyas asintió al oír su nombre, pero no levantó la mirada de las páginas de su libro, cuya lectura le era en esos momentos imposible. Hacía mucho que no hablaba con nadie, y menos aún con algún desconocido, por lo que no podía evitar sentir curiosidad, si bien su torpeza era tan acusada que dudaba que pudiera volver a hablar con ella sin disculparse.

"Asesino vivía solo en su castillo, sin más compañía que la de sus libros y entonces cogió el cuchillo con la otra mano..."

Zacharyas enarcó las cejas extrañado, aunque pronto comprendió que acababa de saltarse una línea. Suspiró, avergonzado consigo mismo, y miró de reojo en dirección a aquella que se hacía llamar Fier.

Fier, pensó. Sonaba a "Fiera". Quizás era un mote que provenía de algún afán asesino en su familia. Se preguntó si sería así, aunque lo dudaba tanto que jamás lo hubiera pronunciado en voz alta.

Notó que ella lo miraba y desvió la cabeza aparatosamente. Quizás pensase que la estaba acechando. Zacharyas se imaginó a sí mismo, alto, encorvado y siniestro y no le costó darse cuenta de que, sin duda, aquella mujer estaba incómoda por su extraño comportamiento.

No debía levantar su mirada del libro, que para eso estaba allí.

Cuando el caeruleus logró, al fin, encadenar un par de frases de su libro, una especie de pájaro de papel le cae en el regazo. Zacharyas lo toma con sus grandes manos y lo mira. Lo primero que se le ocurre es mirar hacia arriba, como si esperase ver una bandada de pajarillos de papel volando, pero pronto se siente ridículo y gira su rostro hacia la aether. La analiza un segundo y vuelve hacia el papel.

Zacharyas se da cuenta de que la tinta mancha el papel. Quizás Fier le haya escrito algo. Le da algo pena deshacer la figura, pero lo hace y durante un segundo imagina que es un pájaro real y que sus vísceras se desparraman cuando abre su vientre en dos.

Pero en el papiro no hay vísceras, sino un dibujo de él leyendo.

Mira de nuevo a Fier, sonriendo con su peculiar mueca.

- Ha salido más favorecido que en la realidad -le dice, intentando torpemente ser simpático.