Biblioteca

Entré con decisión en la biblioteca, dirigiéndome rápidamente a un asiento cerca de la ventana y tomando papel y pluma. Me sentía extrañamente inspirada. Tal vez, pensé, mirando por la ventana, fuera cosa de la lluvia.

El caso era que tenía muchas cartas que responder desde hacía mucho tiempo. Y que, además, había estado dejando pasar todo sin darle importancia. Mojé la pluma en la tinta y empecé.

La primera carta que escribí era para Nagore. Sabía perfectamente que no iba a poder enviársela, pero había decretado que escribir me ayudaría un poco. No era una carta muy compleja; básicamente le contaba lo que había hecho desde que se había ido, incluidas ciertas cosas que, sabía le hubiera gustado cotillear, y le decía lo mucho que la echaba de menos. Estaba tan emocionada por el hecho de escribirle que acabé en seguida, dejando como resultado un texto bien largo. Cuando la acabé y recordé que no iba a poder enviársela me sentí extrañamente vacía.

Pasé, sin embargo, a la siguiente carta. Hacía algún tiempo que había recibido una segunda carta de Jun, y aunque había decidido no responder a la primera debido a mi enfado, había acabado por cambiar de opinión. Así pues, aprovechando la inspiración que la carta de Nagore me había dejado, me puse a ello.

*Se queda escribiendo*

Entro en la biblioteca más desanimada, con las manos en los bolsillos y el resto del bocadillo en la boca. Me he metido un trozo demasiado grande y ahora me cuesta la hostia masticar, pero acabaré por conseguirlo. Pollas más gordas se metieron algunas y aún así no se murieron de asfixia, así que...

Sonrío, como puedo al tener tanto pan en la boca, al ver allí sentada a Massen. Enseguida recupero la energía, correteando hacia ella y alzando una mano.

-¡¡FAFEN!! -exclamo, dando un golpe con ambas manos sobre la mesa, animada-. ¡¡¡FO FAFEF FO AFUFIDA FE EFFOY!!!

Trago, finalmente, el contenido de mi boca, y al hacerlo me atraganto, notando enseguida cómo una miga va por donde no debe. Enseguida comienzo a toser aparatosamente, y los ojos se me llenan de lágrimas. Vaya puta mierda.

Una vez terminada la carta de Jun, tomé un nuevo folio. Quería escribir un mensaje para Fera Twinkle. Visto que no había conocido a nadie con ese nombre, ni a ninguna chrysos, desde mi último encuentro con Alehyss, había decidido que lo mejor era hacerle llegar el mensaje por escrito.

En ello estaba cuando una escandalosa figura irrumpió en la sala y se dirigió a mí. Estaba a punto de decirle a la chica que bajara el tono y que, creía, no se podía comer en la biblioteca, cuando se puso a toser como si se estuviera ahogando.

Sin saber muy bien qué hacer, me levanté de mi asiento, alarmada, y le di unas palmadas en la espalda. Qué vergüenza. Menos mal que no había nadie...

-¿Estás bien? -pregunté, mirándola con preocupación.

Finalmente, logro recobrarme. Joder, qué mal trago... Y nunca mejor dicho.
Respirando aparatosamente, con los ojos llenos de lágrimas por el atragantamiento, que yo no soy de esas estúpidas féminas que lloran por nada, sonrío algo cansada y asiento.

-Creí que me moría, en serio. Y no me digas que no sería jodidamente ridículo...

Me seco los ojos con la manga y, con ánimos recobrados, doy una palmadita en la espalda de la enana.

-Hacía tiempo, eh. ¿Cómo van las cosas con la vieja esa de los huevos? -. Observo la mesa de reojo, en la que ha dejado algo a medio escribir-. ¿Qué es eso? ¿Se puede leer? -inquiero, acercándome alegremente a la mesa y sus papeles-. ¿Le escribes a alguien?

Al fin, dejó de toser de una forma tan terrible, y me relajé un poco al ver que estaba bien y que dejaba de hacer tantos aspavientos. Sonreí, aún algo nerviosa, cuando volvió a hablar, esta vez diciendo algo inteligible.

-Sí que lo sería un poco -murmuré.

Traté de detenerla cuando se dirigió a mis papeles, sintiéndome un poco comprometida.

-Eh... No he vuelto a verla, por suerte -dije, con cierta timidez, mirando cómo se acercaba a las hojas escritas-. Preferiría que no... Es privado.

Traté de adelantarme para coger los escritos.

Suelto un suave silbido, alzando ambas cejas un instante y terminando todo el gesto con una sonrisilla traviesa. Así que es privado, eh.

-¿Con quién te carteas que es tan secreto, eh? -inquiero, subiendo y bajando varias veces las cejas mientras me acerco a ella con aire pícaro-. Y yo que te tomaba por una chica aburrida y demasiado seria... No me esperaba esto de ti, Massen.

Dejo ir una risilla maligna. Aún va a estar jugando a dos bandas, o acostándose con un cuarentón casado y con hijas... Menuda guarrilla. Aunque no le pega. Siendo cómo es, parece más bien una estupidez que ella considera terriblemente vergonzosa y que para alguien como yo es el pan de cada día.

Recogí los papeles y bajé la vista, ruborizada. Traté de replicar, pero tardé un poco en encontrar las palabras.

-Son... unos amigos -balbuceé, finalmente-. Cada vez hay más gente que se va de Brontë, así que hay muchos con los que cartearse.

Volví a alzar la vista para mirarla. Me preguntaba si se había molestado. Quizás había sido un poco brusca. Sin embargo, tampoco podía (ni quería) tenderle los papeles como si nada. Al fin y al cabo, eran conversaciones que no le incumbían, y algún que otro dato que no tenía por qué conocer.

Enarco una ceja, divertida. Se nota que es una cría en los momentos en los que se pone así de nerviosa. Y yo solo me estoy metiendo con ella. Si mis hermanos la vieran se ensañarían todavía más.

-Así que tienes amigos que se fueron de Brontë... ¿Hace mucho? Supongo que no sabré sus nombres porque se irían antes de que yo llegase...

Me observo las uñas de la mano derecha, fingiendo desinterés. Mira qué calladita estaba la piscis... Y en el fondo es toda una hombreriega, o como se diga el masculino de mujeriego. Que me niego a pensar que sea puta.

-¿Eran fuertes?

No puedo evitar tener una sonrisa traviesa en los labios. ¿Se habría tirado a alguno?

Me encogí de hombros y negué con la cabeza.

-No te creas. No se han ido hace tanto -repuse-. Jun se fue poco antes de que tú llegaras, pero Nagore se fue hace menos. Ya estabas aquí antes de que se fuera.

Desvié la vista, pensativa, cuando hizo su pregunta. No era una pregunta fácil, tratándose de aquellos dos. Por una parte estaba Nagore, sobrina del poderoso Nagorr Brumm, siempre llena de energía. Si le faltaba fuerza, lo compensaba con su inagotable energía. Por otra, el pequeño Jun, tan inofensivo a primera vista. Sin embargo, no iba a olvidar tan fácilmente lo que había sucedido justo antes de que se fuera.

-No estoy muy segura -respondí al final-. Aunque creo que podría decir que, a su manera, ambos eran fuertes. Lo que creo es que no estaban muy convencidos con la idea de Brontë. Cada uno tenía sus motivaciones, pero no eran este ejército.

En el caso de Jun, ni siquiera tenía muy claro cuáles eran. ¿Obedecer al abuelito?

Así que al final no habla de novietes, ni nada por el estilo.
Agito una mano delante la cara, bajo la nariz, como si tratase de apartar un olor desagradable. Esbozo una sonrisa muy ancha.

-Es una jodienda y todo eso, pero bueno... -. Doy un nuevo golpe sobre la mesa, animada-. ¡La pena se quita haciendo cosas! La actividad es muy buena para el cuerpo, para estar en forma, y todo eso -explico, dando puñetazos al aire, como si golpease a un enemigo invisible. Luego me detengo y me llevo un dedo a la sien, apuntando con él a la misma-, pero también ayuda al cerebro a olvidar las putadas gordas. ¡Yo no he venido aquí a tener cara larga! Y seguro que tú tampoco, así que hagamos algo.

Sonreí. Se la veía activa, desde luego. Y, aunque era un poco tarde, yo también estaba bastante energética. Doblé las cartas que había escrito y las guardé, asintiendo a su propuesta.

-Me parece bien -asentí, animada.

Miré por la ventana, pensativa. Esa lluvia...

-Lo ideal sería ir a dar una vuelta, pero el tiempo no acompaña mucho -comenté-. Siempre podemos pasear bajo techo hasta que algo nos inspire. Porque, lo que es ahora mismo, no se me ocurre nada en concreto.

Me encogí de hombros, esperando una respuesta. Quizás ella sí tuviera una idea concreta de qué hacer.

Frunzo el ceño. ¡¿Por qué tanta puta indecisión?!
Suelto una carcajada antes de hablar.

-¡Como seas siempre tan lenta tomando decisiones te va a salir barba! Y puedes pensar que es un chiste, pero a las mujeres mayores les llega a salir, así que... -me encojo de hombros, divertida. Veloz, alargo un brazo y tomo su muñeca, tirando de ella hacia la puerta-. ¡Vamos a ver qué nos encontramos! Antes vi a un tipo en los pasillos que parecía que se acabase de morir su padre. ¡Y yo no quiero tener ese aspecto de perdedor deprimido!

No soy una perdedora, ni he venido aquí a serlo. Así que...

*Se van*

Había sido, por ser la última de ellas, la encargada de buscar a Gerald por todo el palacio.
Finalmente le encontró en la biblioteca y se quedó detrás de la puerta, roja como un verdadero tomate.

Tomó aire y comenzó a caminar con pasos dudosos hacia el hombre.- Gerald...- susurró. Nunca se le había dado bien hablar con chicos y menos en la plena pubertad que estaba viviendo, por lo que Felhlo era un manojo de nervios.

Alzó una mano e hizo gestos como si lo quisiese atraer hacia algún lugar.

Entonces echó a correr en dirección contraria, camino a la Sala Común.


*se va*

A unos pocos días de mi partida, había llegado una nueva carta de Jun, y de nuevo el tono era absolutamente negativo. Al parecer, se había puesto enfermo. Sabía que la tristeza era algo que caracterizaba a Jun, pero me fastidiaba que nunca tuviera nada positivo que contar.

Sumida en estos pensamientos y releyendo la carta, me interné en la biblioteca con intención de escribir una respuesta. Pluma en mano y papel sobre la mesa, mojé el plumín en tinta y comencé:

Spoiler:

Tras darle un par de vueltas a la carta para asegurarme de que todo estaba en orden, la metí en un sobre, la sellé y le encargué a un miembro del servicio que la enviara. La idea de visitar a Jun se me había ocurrido en el momento de escribir, pero la verdad era que, si su abuelo no se ponía insoportable, parecía buena idea. A ver qué decía él...

Una vez terminada mi tarea, me marché. Tal vez debería hacer caso a Jun y entrenar un poco más... A fin de cuentas, Alehyss también me había llamado la atención al respecto.

*Se va*

Me había sentado en un sillón con una montaña de libros al lado y nada me movería de allí hasta que encontrase en alguno de ellos el mejor ritual de paso espiritual para aquel pobre fantasma. Telma había insistido en seguirme y me observaba, educadamente sentada a un lado, callada.

-Tiene que haber algo, Tel. No puedo soportar que ese joven fantasma vague por los tejados sin poder hallar la noble luz de la felicidad -murmuré, leyendo un extuenso párrafo algo incomprensible-. ... Aquí pone que... si el fantasma ha dejado algún mensaje sin entregar es posible que no pueda abandonar este mundo... ¿Será eso?

Telma mugió, cansada. Yo, por mi parte, comencé a tomar notas.

*se queda*

Hay un caballo en las cuadras con muy mal aspecto. Tal vez sea el frío o tal vez la edad, pero no parece estar bien de salud. Apenas come, está delgado, parece nervioso y tiene calvas por todo el cuerpo. Da lástima mirarlo.

En cuando he visto la situación, lo he comentado con miembros del servicio. Al parecer, el caballo tiene ya sus años, pero siempre ha gozado de buena salud. Sin embargo, y pese a estar en tratamiento, nadie tiene muy claro cómo tratarlo, y no hay muestras de mejoría.

Con idea de investigar por mi cuenta cuál puede ser el problema, he decidido acudir a los libros de la biblioteca. Sin embargo, nada más entrar, me encuentro con otro asunto que reclama mi atención al momento. Con los ojos abiertos como platos, me quedo un momento clavada en el sitio, pasmada. Cuando reacciono, me acerco a buenas zancadas a Rick y Telma y, por una vez, no me detengo primero con la pequeña. Poso una mano sobre el hombro de Rick.

-No quiero meterme en asuntos ajenos, pero como pillen a Telma en la biblioteca os vais a meter en problemas -murmuro con voz preocupada.

¿Pero qué se ha creído este idiota? A saber qué le puede pasar a Telmita por su estupidez...

Al ver entrar a Lea, Telma abrió los ojos con ilusión. Yo, por mi parte, estaba tan atractivamente concentrado en la lectura que no me percaté de nada hasta que sentí una mano sobre mi hombro. Una mano femenina...
Haciendo acopio de toda mi sensualidad, alcé la mirada para comprobar qué dama hermosa requería de los servicios de Rick. Ese rostro seductor descendió un poco de seducidad al ver a Lea, tornándose amistoso.

-No te preocupes -tranquilicé, colocando una mano sobre la peluda cabeza de Tel-. Ella es heroica como cualquiera de nosotros, así que no veo por qué podrían ponerle ninguna pega. Además -añadí, rascando a la bismonte detrás de una oreja con cariño-, ya no ha vuelto a intentar comerse ningún libro desde la bronca de hace una hora. Sabe cómo comportarse. Al fin y al cabo, ha sido educada por el mejor.

Telma pareció frustrada por mi comentario, ignorando mi mano y acercándose a la flamma para olfatearla, contenta.

Tuve que contener el ceño, que luchaba por fruncirse. Estúpido flamma engreído. Por supuesto que no me preocupaban los modales de Telma. Era una niña de lo más inteligente, eso estaba más que demostrado. El problema venía por parte del cabezahueca que la había tomado bajo su protección. Y por la de los intransigentes miembros del servicio, que, probablemente, montarían en cólera si vieran a la pequeña allí.

-Estoy de acuerdo contigo en eso, Rick -respondí-. No me cabe duda de que tiene muy buenos modales. Lo que me preocupa es que los miembros del servicio no sepan apreciarlo como nosotros.

Al sentir el aliento de la preciosa bismonte sobre mi mano me volví hacia ella con una sonrisa dulce. ¿Cómo podía ser tan irresistible? Sin poder evitarlo, me agaché junto a ella y la abracé con entusiasmo. Después, le di un suave beso en la frente y comencé a rascarle el cuello con cariño.

-¿Cómo has estado, preciosa? -murmuré, bajito-. Te he echado de menos, ¿sabes?

Fruncí el ceño un instante, contrariado por las palabras de la flamma. ¿Acaso tenía algún problema ella con la presencia de mi querida Telma allí? ¿O era solo preocupación real por ella? Lo cierto era que Lea había demostrado preocuparse más por mi fiel Tel que ningún otro guerrero en Brontë.

Aproveché que la bismonte entretenía a Lea para anotar un par de cosas más en mi hoja. No solo podía ser que el fantasma hubiese dejado un mensaje sin dar, sino también que necesitase aclarar su muerte o que ni siquiera supiese que lo estaba... Iba a tener que averiguar su situación si quería ayudarlo.

Suspiré y cerré el libro, haciendo que Telma alzase la vista para mirarme, sorprendida por el sonido.

-Si se atreven a decir algo contra Telma, los ajusticiaré -dije, con falta de mi ímpetu habitual.

Contengo una mueca de impaciencia, harta de oír tonterías. Claro que sí, idiota. A muchos vas a ajusticiar tú. Y, sobre todo, antes de que te ajusticien ellos. Lo que hay que oír.

-¿Has oído eso, Telmita? -pregunté a la niña, sin embargo-. Tu papá va a protegerte de quien haga falta. Incluso si se trata del más poderoso de los líderes. No cualquiera tiene la suerte de tener un papá tan aguerrido, ¿eh, preciosa?

La pequeña ya había mudado el pelaje de cara al invierno, y este se había vuelto más espeso, aunque no menos agradable al tacto. El calorcito que emanaba de Telma era de lo más agradable.

-Aunque deberías decirle a tu papá que te dejara pasar más tiempo con tus amigos bismontes, ¿eh? -continúo, dirigiéndome a ella-. Hay muchos bismontes en las cuadras, y son todos muy simpáticos. Seguro que te llevas bien con ellos, ¿a que sí?

Aunque yo casi prefiero que se lleve bien conmigo. Nada me alegra el día como encontrármela.

Lea tenía un buen corazón, verdaderamente. Telma se sentía a gusto con ella, aquello estaba claro, y, del mismo modo, la flamma parecía disfrutarlo. Y aquella manera de llamarme aguerrido indirectamente me llegó al corazón, haciéndome sacar pecho.

-Claro que sí -corroboré, seguro, contemplando a la bismonte con una sonrisa segura-. Volveré a perder la piel de la espalda a latigazos si hace falta. He nacido para proteger a aquellos que me necesiten, así que, Telma, puedes contar conmigo.

Telma entornó los ojos, resoplando, pero terminó por venir hacia mí para restregar su cabeza contra mi cintura. Había crecido... Ya no era la pequeña que me había encontrado meses atrás, aunque seguía siendo mi pequeña Telma.

-¿Crees que debería dejarla con ellos? -inquirí de pronto, preocupado, volviendo la noble vista hacia Lea.

Los bismontes de las cuadras... podían pegar a Telma. O incluso algo peor...

Vuelvo la mirada hacia Rick con curiosidad. ¿De verdad está haciendo una pregunta con sentido? ¿O habrá entendido mal? Acaricio a Telma mientras medito mi respuesta.

-Bueno... -comienzo-. Telma nunca va a ser igual que ellos. Es decir, la relación que tiene contigo la hace ser diferente. No creo que debas dejarla con ellos para siempre, pero... los bismontes son sociables, les gusta relacionarse entre sí. Creo que a ella también le gustaría estar con ellos más tiempo. ¿Tú qué opinas, Telmita?

De pronto, tengo la sensación de no estar segura. ¿Estará Telma a gusto en las cuadras? Debería, ¿no? He visto a muchos bismontes, y creo que relacionarse entre sí los hace más felices. Por supuesto, Telma no parece infeliz, pero sí está apartada de los suyos.

Telma parecía disfrutar de las caricias de Lea de forma despreocupada. Yo, sin embargo, no pude evitar pensar en ellas, adquiriendo, de pronto, una noble expresión de inciertumbredad.

Me sentí riste, de pronto. Me acerqué a ella y me acuclillé a su lado, abrazando su peludo cuello con las manos.

-Claro que sí... Seguro que por muy bueno que sea contigo, echas de menos a tu madre.

El fantasma... ¿Querría mandar un mensaje a su madre? Quizás era eso. Quería informarla de que su muerte había sido noble.

-Lea tiene razón. Haré que pases más tiempo con bismontes. Eso es lo más noble...

También yo echaba de menos mi hogar a veces. Y aunque me había acostumbrado a la ausencia de Inger, a veces la recordaba y me entristecía.

Suspiré, dejándome caer sentado, y Telma me miró inquieta, por un instante.