Río

Ladeé la cabeza con curiosidad cuando Pris mencionó a Anna de nuevo. Si yo me había olvidado de la chica, ella parecía tenerla en mente contantemente. Quizás... ¿eran amigas? ¿Consideraría Pris que eran amigas? No había profundizado mucho en qué tal llevaba mi hermana lo de estar por allí, donde por lo que había visto todos eran mayores que ella.

-Si no se derrite estos días podrías enseñárselo -aventuré. Su comentario sobre el tal Johan me hizo reír-. Seguro que sí. Cada indicación que nos dé la seguiremos al revés y acabaremos teniendo el muñeco perfecto.

Continuamos con nuestro proyecto y pronto tuvimos un segundo cilindro más pequeño. Todo marchaba bien y terriblemente a la vez.

-Sí que engaña. Parece que va a estar hecha de algodón. Estoy segura de que un golpe con una bola de esto no es nada agradable...

Tras conseguir ponerle torso al tubo entre las dos, me alejé para contemplar la obra con ojo crítico. La risa de Pris hacía que a aquellas alturas no pudiese no sonreír.

-No hemos llegado hasta aquí para acobardarnos, hermanita. Dicen que a la tercera va la vencida...

Y, dicho aquello, me puse a apilar algo más de nieve.

Pris sonrió con aire pícaro.

─Te ahorraré el comprobarlo, pero ya te contaré cuando encuentre a alguien a quien le apetezca lanzarse unas pocas ─prometió.

Se quedó un momento contemplando cómo Zaih se encargaba de preparar la tercera bola. Ella no las tenía todas consigo, pero acabó por agacharse junto a ella para colaborar. Aquella, por ser más pequeña, no hizo falta rodarla tanto, así que aunque no era del todo redonda, se acercaba un poco más a lo circular.

─Bueno, como cabeza no está mal ─opinó Priscilla.

No tardaron en subirla, y aunque les costó un momento equilibrarla, al final quedó en su sitio. Pris se sacudió los guantes con aire satisfecho. El pobre muñeco tenía un aspecto horrible.

─A ver, para venir del desierto no se nos da tan mal ─rió─. Ahora hay que buscarle ojos y brazos y esas cosas, ¿no? Yo lo siento mucho, pero lo que no le pienso dejar es la bufanda y el gorro.

En lo que hablaba, se acercó a la orilla del río, en busca de piedrecitas que le pudieran servir para poner cara a aquel pobre ser.

Respondí a su sonrisa y su comentario con mi propia sonrisa, bastante más retadora que la suya. Ya sabía que como se le ocurriese echarme una de esas bolas la cosa no iba a acabar bien. Y como yo sabía que ella lo sabía, le concedí la broma.

Conseguimos crear una cabeza para nuestra criatura y entre las dos ensamblamos la última pieza helada. Lo cierto es que era espantoso y, de estar vivo, probablemente sufriría.

-Se nos da increíble -apunté, divertida-. No creo que necesite bufanda. Quiero decir... Ya tiene el frío dentro, ¿no?

Y como ella se encargaba de los ojos, yo fui a por unos brazos. Me alejé un poco de la orilla hasta dar con un arbol y tomé un par de las ramas rotas que había en el suelo. Cada una parecía menos un brazo que la anterior, pero tenía que servir. Aproveché y llevé un par de hojas también, sin saber para qué las usaría.

Una vez junto al muñeco, le clavé las ramas a alturas algo diferentes y mostré las hojas a Pris, inquisitiva.

Pris no necesitaba la mirada que su hermana le dirigió para saber que incumplir su palabra podía tener graves consecuencias. Pero, a fin de cuentas, tampoco estaba de más un recordatorio.

Se empezó a partir de risa cuando Zaih evaluó el trabajo.

─Sí, creo que la necesito yo más ─coincidió─. Puede contentarse con lo que le podamos dar.

Zaih no tardó en volver con los brazos del muñeco, y Pris le clavó un par de piedras como ojos, antes de intentar, con poco éxito, dibujarle una sonrisa con otras pocas. Se volvió hacia su hermana cuando le enseñó las hojas, pensativa. Al poco, soltó una risita.

─¿Y si se las ponemos de orejas? ─propuso─. Ya que no va a tener gorro...

Orejas, cómo no. Asentí y le di una, acercándome yo a poner la otra. Luego volví a evaluar aquel cuerpo deforme con los rasgos desiguales. Lo cierto era que tenía su encanto, de alguna perversa y extraña manera.

-Bueno, ha sido toda una experiencia -reconocí-. Podríamos hasta escribir contando esto. Si ocultamos la parte en la que la nieve es absolutamente helada y desagradable al tacto, podemos incluso despertar algunas envidias-. Miré el muñeco de reojo, pensativa-. Necesita un nombre, creo yo. Todas las criaturas a las que se da vida y tienen cara deberían tener un nombre.

Aunque fuese a terminar formando un charco en el suelo poco después.

Pris colocó la oreja que se le había asignado y se alejó unos pasos para observar su creación junto a su hermana. Se rió otra vez, sin poder evitarlo.

─Está divina ─sentenció.

Se volvió hacia Zaih cuando esta propuso escribir para contarlo. Desde luego, hablar de la nieve a la gente del desierto era algo que tenían que hacer sí o sí, pero ver a Zaih dispuesta a escribir le hacía especial ilusión. Sabía que no lo había hecho con mucha frecuencia desde su llegada.

─Tú escribes ─decidió─. Yo necesito dibujar nuestra obra, no sabría describirla de otra manera. Y tienen que verla, aunque solo sea a través de un dibujo.

No era que se le diera particularmente bien dibujar, pero tampoco tenía que ser una cosa excesivamente detallada.

─Un nombre... ─caviló─. No se me ocurre nada que le pegue, ya sabes que eso no se me da muy bien.

"Divina", desde luego. Lo cierto era que creía que era la primera vez que me sentía enteramente bien en mucho tiempo, aunque pensar específicamente en ese hecho me traía malos recuerdos de nuevo a la mente.

Pris delegó en mí el deber de escribir, y aunque iba a replicar su expresión fue suficiente para asentir. Además, no me apetecía que me tocase a mí dibujar aquello. No era un arte que hubiese cultivado muy profundamente.

-De acuerdo, ¿necesitas ver a la modelo para dibujarla o lo escribimos todo en la biblioteca?

Faltaba el nombre, y Pris no pareció ser de mucha ayuda. Me tocaba a mí, entonces. Entorné los ojos, dedicando unos segundos a pensar en ello con sorprendente esfuerzo. Pero no se me ocurría nada nuevo.

-Quizás lo mejor sea un nombre normal. ¿Qué te parece Jenevieve?

Pris se lo pensó un momento.

─Puedo traerme mañana un carboncillo y un cuaderno para hacer un boceto, pero por lo demás yo creo que hasta sería más cómodo en la biblioteca ─concluyó─. ¿Por qué, quieres hacerlo ya?

Pris fingió pensar también en la cuestión del nombre, pese a lo que había dicho, pero esperaba que fuera Zaih quien diera con la idea.

─Jenevieve... Sí que le pega bastante, ¿no? ─coincidió.

En realidad, objetivamente, cualquier nombre podría servir para aquello. Pero Pris estaba más que dispuesta a concederle un poco de humanidad a su creación.

Negué con suavidad. Me lo estaba pasando bien allí, y no creía que ponerme a escribir una carta a casa fuese a hacer que continuase sintiéndome de aquella forma. Más bien al contrario.

-Mañana está bien. De hecho, mañana sería excelente. O luego, al menos. Lo que aceptaría ahora es algo caliente, como un café. Y unos guantes secos-. me miré las manos, y añadí-: Lo que es una pena, porque son los únicos que tengo.

En cuanto a la muñeca de nieve, me acerqué a ella con gesto pensativa y luego, con aire solemne, declaré:

-Así sea pues... Te declaro Jenevieve, hija del invierno, fruto de nuestras primeras nieves. Me alegro de darte la bienvenida a este mundo cruel.

Pris se frotó las manos, buscando calor, pero la verdad era que después de haber estado manipulando la nieve, no era fácil recuperarlo.

─Lo de algo caliente suena bien. Podíamos ir a pedir algo al comedor ─coincidió. Lo de los guantes le recordó su propia situación─. ¿Te parece si para la semana bajamos al pueblo? Así me enseñas el mercado. A mí me han tenido que dejar casi todo lo de abrigo que llevo, y si va a seguir este tiempo no está de más que compremos algo más de ropa de invierno.

Para completar la ceremonia del nombre de Zaih, Pris cogió un poco más de nieve y se la espolvoreó al Jenevieve. Aunque, bien pensado, era un gesto un poco turbio. Sería como bañar a un bebé en sangre para bautizarlo. En fin, en términos nivales parecía menos grotesco.

─Casi diría hija de la primavera ─meditó─. La verdad es que para ser de nieve es un poco tardía. Quizá hija del equinoccio.

La idea de tener una buena taza de café negro entre las manos me resultaba de lo más atrayente.

-Me parece bien lo de ir al comedor. Me tomaría un café e, incluso, algo de comer-. Su pregunta sobre el pueblo me hizo sonreírme. Después de lo que había aprendido de aquel lugar gracias a Kyoti, si bien no iba a ser la mejor de las guías tampoco sería la peor-. Claro. Cuando estuve en el mercado había bastantes cosas. Y es cierto que no nos vendría mal comprar alguna... Puede que el clima de invierno no sea como el de casa, pero me temo que tampoco lo será el de verano...

Pris acompañó el bautizo de nuestra criatura con una bonita nevada improvisada. No me había dado cuenta, hasta que lo mencionó, de que, efectivamente, lo de "hija del invierno" era un mal nombre. Con el frío y la nieve ni me había dado cuenta de que estábamos terminando ya la época del frío. ¿Cómo vivían los chrysos en aquel clima extraño?

Priscilla contempló un momento más a Jenevieve. Después, con un suspiro, metió mas manos en los bolsillos y se volvió hacia su hermana, asintiendo.

─Un café suena maravilloso ─coincidió─. Y más que merecido, después de nuestro arduo trabajo.

Así que emprendieron la vuelta al palacio. De camino, iban discutiendo acerca de qué podían necesitar del mercado. Ambas tenían sus propias predicciones acerca de cómo evolucionaría el tiempo, y hasta llegaron a comentar que estaría bien preguntar a gente que llevase allí más tiempo cómo solía ser el año. Aunque, concluyeron, mejor preguntárselo a alguien que no fuese Johan.

*Se van*

Entrenamiento Técnica básica de Técnica: Ataque Elegante (1/3)

Qué royo. Todo el mundo parece haberse esfumado.
Doy una patada a una piedra que se pierde en el río. No es justo. Todo el mundo parece haber encontrado algo que hacer o un lugar al que ir menos yo. Sigo aquí anclado.
Me descalzo y meto los pies en el agua. Está especialmente fría, pero no me importa demasiado.

¿Qué debería hacer? No llamo la atención de nadie. Ni de otros guerreros ni de chicas ni nada. Ni el servicio parece fijarse en mi.
Quizá debería desarrollar un estilo más personal. Más fino de luchar. Así todos me recordarían como el "guerrero de las florituras" o algo así. Podría intentarlo. ¿Qué pierdo por intentarlo?

Cojo un palo del suelo para usarlo como arma y me meto en el río hasta las rodillas.
─¡Detente malandrín! ─le hablo al aire─. Con el guerrero más poderoso de Brontë has topado. ¡En guardia! ─corro por el río hacia mi rival invisible arrastrando el palo por el agua, levantando una estela a su paso. Al llegar a la altura del enemigo, empujo con fuerza hacia arriba, arrancándole al río con el palo una buena cantidad de agua que, bajo el sol de la mañana, cubre mi figura con un arcoíris improvisado. Mientras, en mi mente, el rival yace en el lecho del río, sin fuerzas y vencido, preguntando quién soy.
─Soy Gabriel Kettleburn. Acuérdate bien de mi nombre, ¡ja! ─alzo el palo hacia el cielo─. Y pronto me convertiré en el guerrero más elegante y poderoso del lugar. Espera y verás ─salgo del río entonces con el pecho hinchado y decido volver al palacio. Eso sí, me llevaré este palo para seguir practicando mis florituras. Así llamaré la atención de todas las chicas.


*se va*