Enfermería

Ella se bajó de la cama de una forma poco ágil, preocupando instantáneamente al caeruleus. Sin embargo, al ver que la parvus se encontraba perfectamente, Zacharyas no dijo nada. Pensó que quizás hubiese sido más entretenido que, al golpearse contra el suelo, una ceja se le hubiera partido y ahora la sangre cubriese su ojo, impidiéndole ver más que rojo oscuro.

Se bajó de la cama como pudo. El torso solo estaba cubierto por vendas. Recordó que la camisa había quedado tirada en las mazmorras, junto con su sangre. Ese pensamiento hizo que un cosquilleo ascendiese agradablemente por su vientre.

Guiado por la parvus, Zacharyas abandonó la enfermería.

*se van*

Me aparezco en la enfermería cargado con un par de libros en las manos y observo el lugar, estudiándolo. Nunca me han gustado los lugares como este; me parecen deprimentes. Por eso, cuando finalmente encuentro a quien busco, no tardo en aproximarme, veloz y silencioso, intentando no despertarlo.

Silvanus Kettleburn está en una de las camillas de la enfermería, descansado. Su aspecto es enfermizo y poco semejante al que tenía la primera y única vez que nos encontramos, pero parece que ahora mismo está descansando sin problemas. Me pregunto si, en otros momentos, tendrá pesadillas, aunque no tardo demasiado en responderme a mí mismo.

Aparto la mirada del piscis y coloco los libros en la mesilla que está al lado de la cama. En el montón se encuentra el libro que me prestó hace tiempo, ''Bestias del monte y del río. Volumen 52'' de Chárity Strauss, así como el resto de volúmenes de la misma colección que yo mismo le he comprado. Coronando el montón, dejo una pequeña carta; en ella expreso mis deseos por que se mejore, le explico quién ha dejado los libros y le pido disculpas por la tardanza.

Le dedico un último vistazo; luego, desaparezco.

*se va*

Abro los ojos de par en par y suelto un grito mientras asfixio con mis dedos la sábana. - ¡NO! - a continuación me llevo las manos a la cabeza y gimo, dolorido.
Ha sido, de nuevo, otra pesadilla y, como es habitual, Flastio está en ella.

Comienzo entonces a respirar profundamente y despacio, con el fin de calmarme un poco. -... No pasa nada...- susurro.

Entonces pestañeo un par de veces al notar que algo está distinto en la enfermería pero en un primer momento, no me doy cuenta. Sin embargo, cuando giro la cabeza, puedo ver una pila de libros nuevos.
Abro los ojos como platos.
Son tantos que su aroma a papel nuevo me embriaga y hace que separe las aletas de la nariz, para captarlo mejor y entonces, lentamente, de mis labios brota una enorme y sincera sonrisa.

Tengo miedo tocarlos, pero enseguida me acerco a la enorme pila y puedo ver que hay una nota en lo alto.

La leo con gusto y devoción, para luego apretarla contra mí y sonreír. Este ha sido mi sueño desde que tengo uso de razón. Durante toda mi vida, solamente pude hacerme con tres o cuatro volúmenes de la colección de la fantástica Chárity Strauss y ahora, de repente, de un día a otro, la tengo... entera.

Estoy muy contento. -Gracias, príncipe -le digo a la nota.
Ahora fijo mi mirada en ellos y extiendo una mano hacia el primero y, con una soberana vergüenza, lo cojo en silencio, como si estuviese cometiendo un gran pecado y, con una tímida sonrisa, comienzo con "Introducción al lector. Primeros pasos. Geografía del Mundo. Volumen 1" de Chárity Strauss.

*se queda tó majo leyendo*


AL cabo de un rato, salgo a dar mi paseo matutino.

*se va*

El médico dice que me recupero a las mil maravillas y que mi buen humor, la gran distracción de mis libros, etc, está dando grandes resultados. 

Ya estoy más gordito, pero sigo estando en el infrapeso. Pero no me preocupa: si sigo así, pronto estaré de nuevo en plenas condiciones.
El pensamiento de que en cuanto esté bueno y sano me vaya a ir a Caligo me parece tan fascinante que creo que sólo me estoy recuperando con ese fin. 

Sin embargo... me siento un poco solo... La enfermería suele estar bastante desierta y parece que la gente de palacio está bastante ocupada últimamente... 

Suspiro y, a continuación, me paso uno de mis largos mechones hacia atrás, mientras veo a la puerta cerrada de la enfermería, escuchando el silencio de la enorme sala. 

-Agh... el tiempo pasa muy lento... - me digo a mí mismo.- Aren... - arrugo las sábanas-, ven pronto...

*se queda/duerme/está*

FDR: pero yo no, así que no me respondáis è.é

-Pero, por favor... ¿Por qué no puedo volver a las habitaciones con el resto de los guerreros? Errst, no sea cabezón... ya estoy bien...- digo revolviéndome el pelo.-¡Tengo que estar bien pronto para irme con Aren! -reprocho. 

Un enfermero se ríe y me pone una mano en la cabeza. -¿Aún está débil, verdad, señor?- le pregunta a Errst.

Entonces una chica entra con un bebé caeruleus en brazos. -¡Ala! ¡Un bebé! -digo gateando por la cama hasta el final de la misma, para acercarme bien y poder ver cómo pasa de largo.
-Es la primera vez que veo uno- digo ilusionado.- Es que yo era el pequeño de mis hermanos, ¿sabe?- le hablo a Errst.

Pongo morros y cierro los ojos, con pesar, mientras me llevo las manos a la nuca, aburrido.- Es usted el hombre más cascarrabias de todo Mithos- digo con pesar, con los morros hacia fuera. 

Me quedo mirando desde mi cama, con los ojos como platos, cómo examina al bebé. -¡Mira qué pequeñito es! -digo con una enorme sonrisa.- ¿Me lo deja usted coger? -digo estirando los brazos, con una enorme sonrisa.- Porfa... no sea tan amargado y préstemelo un poco. Así nos hacemos compañía mutua.

Pero hace oídos sordos a mis peticiones y, sin decirme nada, se lo entrega a la enfermera para que se lo lleve.

Lo miro con cara de circunstancias. -Es usted una persona horrible- le digo con los brazos y piernas cruzados.- Debería relajarse un poco. ¿No tiene usted esposa?- Lo chincho.

-¡Pero no tengo sueño!- digo botando en la cama, con las manos en la cabeza y un ojo cerrando por el dolor del golpe, mientras me froto la cabeza.- ¡Sólo hago dormir! ¡Esto es un rollo patatero!- digo molesto. 

Sin embargo, sus últimas palabras me hacen brotar una sonrisa y, sin perder el tiempo en contestarle, levanto las mantas y me hundo en mi cama. Dormiré para estar al cien por cien mañana y poder irme. Aren... ya estoy. 


*se duerme o por lo menos lo intenta muy fuerte*

El chrysos observaba el techo sin interés, tumbado en una de las camas de la enfermería, con las heridas ya cubiertas de vendas. Había intentado descansar, y de hecho había logrado conciliar el sueño durante un tiempo, pero al comprobar que apenas podía permanecer dormido un par de horas seguidas, había desistido. Y ahora se limitaba a pensar. 

Se sentía confuso. Confuso y estúpido. No sabía quiénes eran los hombres que habían aparecido en el río, ni tampoco quién era la mujer que los había guiado a Palacio. Tampoco sabía cómo los habían encontrado, aunque suponía que los habían seguido. 

Parpadeó. Tampoco sabía quiénes eran los otros: el aether Jager, la caeruleus y el piscis. Pero su interés por su organización le preocupaba. También que la chrysos hubiese escuchado su conversación. A pesar de que parecía que ninguno de ellos sabía nada, no podía evitar sentirse nervioso, inquieto. ¿Le había delatado la chrysos a más personas? ¿O simplemente a aquellos tres? Por lo que le había dicho antes, mientras él se preocupaba como un gilipollas por ella, lo traicionaba para poder salvar a alguien, así que no podía saber con exactitud con cuánta gente había hablado. Aunque las palabras del aether parecían indicarle que eran ellos, los cuatro, los que estaban encargados de encontrarle y sonsacarle información, no estaba seguro. 

Parpadeó de nuevo. Si alguien más supiese algo relacionado con su organización, estaría en un problema. Aunque fuese un detalle insignificante. De un pequeño detalle, de una conversación, se podían sacar muchas cosas si sabías cómo. ¿Y si alguien encontraba a sus antiguos compañeros antes de que él pudiese hablar con el caeruleus, antes de que él confesase? ¿Y si llegaba tarde? Él no quería que ningún extraño los encontrase; no quería que algún desconocido la encontrase, ni que le ocurriese algo. No quería seguir en aquella banda y quería ayudar a Brontë, pero también quería protegerla. Aunque probablemente ni ella ni nadie lo entendiese. 

Tragó saliva y bajó la vista. Si hubiese sido más cuidadoso, nada habría ocurrido. Lo sabía. Si hubiese tratado a la chrysos como a los demás, ahora mismo no estaría en la enfermería preguntándose qué sabía, ni quiénes más conocían parte de su historia. Si le hubiese preguntado algo, si no hubiese ignorado todos aquellos detalles, probablemente no le habrían roto las costillas. Se maldecía por haber confiado en ella, se sentía furioso consigo mismo por ello. No debí haberlo hecho, pensaba. Pero, aún así, no era capaz de odiarla. No del todo. Y aquello también lo ponía furioso. Quería odiarla, desear que se pudriese en una puta cárcel, pero no era capaz. Tal vez porque podía ponerse en su lugar, porque él hubiese hecho lo mismo si con ello lograba salvar a Dena. No lo sabía. Pero no le gustaba. Tenía motivos para odiarla, así que ¿por qué no lo hacía? No lo entendía.

Al menos, pensó, no quería verla, ni pensar en ella. Aunque, si se paraba a pensarlo bien, en aquel momento sólo quería ver a tres personas, y no estaba convencido de que realmente quisiese ver a la única de las tres a la que podía ver. 

*pasado un rato laaaaaargo, se duerme uvu*

Tras el combate, Gerald me había llevado a la enfermería. A aquellas alturas, ya me encontraba bastante bien, pues el hechizo de la mujer encapuchada, junto con los cuidados que me habían dado aquí me habían hecho recuperarme por completo. Lo más grave había sido el punzón en el vientre, pero la misma encapuchada se aseguró de dejarme fuera de peligro.

Sentada en cama, miré alrededor. Había un par de camas más ocupadas, aunque desde mi posición no alcanzaba a ver quién yacía en ellas. De todas formas, no me parecía algo raro; no era difícil que alguien necesitara cuidados médicos dedicándose a lo que nos dedicábamos.

Sentí un movimiento sobre mis piernas, y desvié la vista hacia allí. Tristán. Hice una mueca. Con todo aquel asunto del combate, me había olvidado de él por completo, pero el caso era que debía haber estado por allí, si es que me había seguido a la enfermería. Aunque, por lo visto, había sido lo suficientemente inteligente como para mantenerse lejos de la reyerta.

Extendí una mano y le acaricié la cabeza. Debería ponerme a buscar a Silvanus. Quizás aún estuviera en la enfermería, pero no lo veía, y no quería ponerme a molestar a las personas que dormían en las otras camas para buscarlo. Si venía alguien del servicio, le preguntaría dónde podía encontrarlo. Mientras tanto, lo mejor sería descansar bien.

*Se queda*

Al cabo de algún tiempo, cuando consideré que me encontraba algo mejor, decidí marcharme. Me levanté de la cama y, tratando de no molestar a los enfermeros, cogí a Tristán y abandoné el lugar.

*Se va*

Pese a que sólo llevaba dos días en la enfermería, aquel retiro empezaba a cansarle. Se pasaba las horas mirando a la nada, limitándose a ponerse bolsas de hielo en la zona inflamada y a tomar las infusiones que le daban para el dolor. Dormía mal (seguía tardando mucho en conciliar el sueño y era incapaz de hilvanar las horas que pasaba dormido), y no hablaba con nadie (en un momento le pareció que alguien había entrado, pero había pensado que, fuese quien fuese el nuevo herido, preferiría estar tranquilo). Tampoco leía (ahí no había nada que le llamase la atención), ni se movía demasiado porque tenía que guardar reposo. Y como evitaba pensar en qué debía hacer, porque empezaba a ver con malos ojos su futuro inmediato, empezaba a sentir que estaba tirando su tiempo a la basura.

De aquellos dos días, sólo había sacado una cosa en claro: tenía que hablar con la chrysos. Y cuanto antes, mejor. No porque tuviese demasiadas ganas de hablar con ella (a pesar de que se había sorprendido una vez preguntándose cómo estaría, no las tenía), sino porque quería saber qué sabía exactamente y con cuánta gente había hablado. Cuánto antes lo supiese, antes podría pensar algo.

Suspiró.

*se queda evidentemente xD Y al cabo de un rato largo se duerme*

fdr. cuándo puede irse.

Al fin estoy suficientemente recuperado como para haber obtenido la aprobación del médico para irme, por lo que, raudo, recojo mis cosas y dejo aquel lugar con olor a medicinas de una vez por todas. 
Voy cargado con un montón de libros y poco más pues, hoy por hoy, son mis únicas posesiones.

*se va*

El chrysos, cansado de estar tumbado en la enfermería, decidió irse. Tenía cosas más importantes que hacer que estar tirado en una cama, poniéndose hielo y tomando infusiones. Había gente a la que tenía que ver, y cosas que tenía que hacer. Hacía bastante que había discutido con Dena y, si su amenaza final era cierta, tal vez tuviese una no muy agradable visita dentro de poco. No quería estar en la enfermería cuando esa hipotética persona llegase, ni tampoco quería permanecer quieto mientras las hipotéticas otras personas con las que Alehyss había hablado se movían. Además, hipotéticos aparte, quería acabar con esa sensación de desconocimiento que le asolaba. Se sentía estúpido, y muy perdido. No entendía qué había sucedido, ni sabía qué ideas tenían en la cabeza la gente que había estado implicada. ¿Quiénes eran aquellos hombres y por qué les habían seguido? O mejor dicho, ¿cómo? Alehyss y él habían salido de Brontë, del Palacio, y habían llegado al río siguiendo el camino desde allí, no desde el pueblo de paso. ¿Cómo, entonces, los habían encontrado? ¿Alguien les había avisado? ¿O los había seguido alguien desde Brontë y luego había ido a llamarles? No lo sabía, pero la idea de que alguien de Palacio hubiese llamado a aquel grupo no acababa de gustarle. Si habían tenido tiempo para avisar a aquel escuadrón, ¿entonces por qué no intervinieron antes? ¿O la idea era que no debían intervenir, que debían esperar a aquel grupo? Frunció levemente el ceño. En ese caso, él había sido una cabeza de turco. Aunque el escuadrón lo hubiese salvado, si aquella hipótesis era cierta, también lo habían dejado a su suerte.

Tragó saliva. Aquel pensamiento no era demasiado agradable.

Salió de la cama y se pasó las manos por la cabeza, echándose el flequillo hacia atrás. Luego negó con la cabeza, intentando alejar aquellas ideas. Lo que menos necesitaba ahora era pensar en juegos conspiratorios. Suspiró y le dedicó un último vistazo a la enfermería, que parecía vacía. Parpadeó. En los tres días que había estado ahí, no recordaba haber visto a ningún visitante. Ni para él (cosa que no le sorprendía demasiado, aunque un par de veces se había preguntando dónde estaría Heylel) ni para el resto de los heridos, con los que no había hablado y que ya se habían ido. Se preguntó si aquello era normal o si, simplemente, quienes habían ocupado las camas eran tan impopulares como parecía.

*se va*

Cuando llegué a la enfermería, la encontré en silencio. Había, sin embargo, una chica del servicio que no tardó en atenderme, pese a lo tarde que era. Me llevó junto a una camilla y me examinó, en busca de golpes; tenía algunas contusiones, pero quizá lo más grave fuera aquella quemadura.

Me la lavó con cuidado y me aplicó un ungüento. Después, me la vendó y me dio instrucciones para cuidarla. Aquella noche, me dijo, sería mejor que la pasase allí, y por la mañana comprobaría su estado de nuevo.

Así pues, tras darle las gracias, me acomodé en la camilla. Tristán, agotado, se hizo un ovillo a los pies y se quedó dormido en seguida. A mí me costó un poco más conciliar el sueño; ya iban dos entrenamientos seguidos tras los que tenía que ir a aquel lugar. No me gustaba la idea de depender de la enfermería, pero sabía que ignorar las heridas no tenía ningún sentido. Suspiré. Desde luego, me quedaba mucho que mejorar.

*Al cabo de un rato, se duerme*

Pasé un tiempo prudencial en la enfermería, cuidando las heridas y haciendo reposo. De paso que había vuelto, me habían revisado la herida que me había hecho Felhlo, aunque al parecer ya no había ningún peligro. Así pues, cuando me dijeron que podía irme, abandoné el lugar.

*Se va*

Corbin abrió los ojos, sintiendo cómo lo invadía un fuerte dolor de cabeza. Se sentía desorientado, aunque en cierto modo bastante más cómodo de lo que había estado en muchos días. Al tomar conciencia de su situación, se descubrió en una cama de sábanas blancas, grande y de aspecto impersonal.

Se incorporó un poco, tratando de recordar cómo había llegado allí. Sus últimos recuerdos correspondían a una zona abierta, de noche, en plena batalla. Sin embargo, eran recuerdos confusos, así que no estaba seguro de si aquello había sido real. Aunque, a juzgar por el estado de su cuerpo, todo apuntaba a que sí.

Se levantó. Tenía rasguños y contusiones, aunque nada especialmente grave. Sin embargo, se sentía ofendido por haber acabado allí; si algo le sacaba de quicio era quedar fuera de combate, y más si ni siquiera entendía cómo había pasado.

Decidió que debía ponerse en marcha; no podía permitir que algo así volviera a repetirse.

*Se va*

Zacharyas abrió los ojos despacio, enfocando enseguida el techo de la habitación. Había dormido en la enfermería por decisión propia, pero no quería quedarse mucho más. Tenía, según le había dicho el médico, una de las costillas fisurada, lo que también le había dejado un hematoma en la blanca piel. Sin embargo, aquello no asustaba demasiado a Zacharyas. Mientras no hiciese esfuerzos demasiado acusados no habría ningún problema, y el dolor tampoco lo incomodaba.

Se levantó con cuidado y salió de la cama. El claritas ya no estaba allí.

Zacharyas decidió tomar algo el aire. Tenía el cuerpo entumecido, pero no le costaba caminar.

*se va*

Poco a poco, volvía a sentir mi propio cuerpo, y no era una sensación agradable. Por algún motivo, la espalda me dolía más que nunca. Probablemente, el frío estuviera afectando a mis alas. De hecho, me costaba respirar, como si algo me oprimiera el pecho, y me sentía un tanto febril.

Los párpados me temblaron un momento antes de abrirse. Pese a que podía sentir el frío fuera, sentía mucho calor, como si me corriera fuego por las venas. Tratando de soportar la pesadez de mi respiración, intenté enfocar la vista en algún punto.

Estaba en una cama, en una habitación más bien grande con aspecto de enfermería. Un poco más allá, en otra cama, distinguí una figura, aunque no fui capaz de reconocerla en un primer momento.

Con un carraspeo ronco, volví a cerrar los ojos con cansancio. Quería cambiar de postura, pero el cuerpo me pesaba demasiado. Decidí, simplemente, quedarme así. Al cabo de un minuto volví a abrir los ojos, intentando centrarme y recuperar la conciencia.

Oía una voz esparcirse por la sala, aunque solo entendía algunos cachos sueltos de lo que decía. Permanecí quieto, en silencio, esperando. Una figura pequeña se acercó al otro paciente y habló con él un momento, tras lo cual se acercó a mí. Traté de centrarme.

Parecía estarme dando el parte, así que traté de prestar atención. No tenía muy claro de qué me estaba hablando, aunque recordando lo que había vivido últimamente, si es que no lo había soñado, podía imaginar por dónde iban los tiros.

Hice una extraña mueca y carraspeé, tratando de preparar la garganta para hablar, pese a que la tenía seca.

-He estado peor -murmuré con voz ronca. Incluso hablar dolía un poco, aunque nada comparado con la sensación de la espalda-. ¿Qué ha pasado?

Extendí un brazo para tomar el vaso que el hombre me tendía. Mi rostro se contrajo al instante, al sentir un tirón en la espalda y un latigazo de dolor que me la recorrió entera. Apreté los dientes, conteniendo el dolor, y me llevé el vaso a los labios. El agua, fresca, parecía morderlos, resecos como estaban, pero resultaba de lo más placentera. Dejé el vaso al un lado con esfuerzo y traté de recuperar una postura lo más cómoda posible.

Después de que el médico hablara, permanecí completamente inmóvil y en silencio. Apenas se me oía ya respirar, pese a que antes lo hacía tan pesadamente. En realidad, tenía la sensación de no estar sintiendo ya nada en absoluto.

No tenía muy claro si podía confiar en lo que me estaba diciendo, ni en cómo me sentía al respecto. En otras condiciones, me hubiera llevado una mano a la espalda, tratando de comprobar si sus palabras eran ciertas. En aquel momento, ni siquiera fui capaz de hacer eso.

Al cabo de un tiempo de silencio, acabé por soltar una pequeña carcajada, una especie de tos o carraspeo, de tono un tanto oscuro.

-No es que sea una gran pérdida -respondí al fin con desprecio, a pesar de que mi voz me sonó antinatural, como un discurso ensayado.

Iba a añadir algo más, pero acabé por callar. La cabeza, de pronto, parecía estar dándome vueltas, atando cabos, pero trabajaba tan deprisa que no me veía capaz de seguir los razonamientos. Era una sensación extraña, como si tuviera algo dentro del cerebro que obstruyera las ideas, agolpándolas e impidiéndome ordenarlas.

FdR: Rol pausado