Enfermería

Dejo ir una leve risa, algo jocosa, aunque no la prolongo demasiado porque no es el momento de reírse. Sí, un error. Un error llamado Jager. Enamorarse. Un craso error. No creo que sea un error que justifique demasiadas muertes, y menos aún ante un tribunal. Por suerte no tuve que presentarme ante ninguno, porque no sé si hubiese sido más triste decir que maté a esas personas porque... era mi trabajo y no sabía pensar por mí misma y entonces seguía al resto o porque un capullo me embaucó y me dijo que todo estaría bien. Y de verdad que ese capullo llegó a parecerme la persona más increíble del universo por un tiempo.

-Me obligaban... Me "obligaban", más bien. Al principio accedí yo sola, estúpida y joven como era-. Como soy, supongo. Porque ahí metida sigo-. Y todavía tardé un tiempo en verme obligada de verdad, y para entonces el mal estaba hecho.

Ahí llegó el peor. El mal de verdad... Cuando todos murieron... Sabía que debía retirarme, pero no lo hice. Y aún hoy lo pago. Y siempre. Merecidamente, supongo.

-Creo en el perdón y en las segundas oportunidades, Lyam -explico, con la mandíbula algo tensa. Más me vale creer-. Lo que no creo es que eso deba convertirse en olvido y despreocupación. Sin más. No me voy a torturar con lo que pasó, pero tampoco quiero dejarlo de lado. Yo, personalmente, necesito recordármelo para seguir adelante. Porque todavía no ha acabado.

Información. También yo he pasado información. ¿Qué pretende decirme con eso? Esa parte de la traición la cumplimos ambos. Y lo demás... Cada uno de una forma diferente, pero acaba siendo lo mismo. El resultado, al menos. Bandidos o no... ¿Es malo un bandido? ¿Y qué clase de justicieros éramos nosotros que podíamos decidirlo? Y como era malo, un deshecho, un bache para la sociedad, entonces debía morir. Aunque todo por un precio, y nada módico, por supuesto. La justicia gratis era para otros.
Cuando ves a alguien robar a los que han matado por ladrones es cuando empiezas a pensar que las cosas no están bien del todo. Pero si algo te ciega, te atrapa, acabas metida en un torbellino extraño del que es difícil escapar.

No ha matado a nadie hasta que vino aquí. Realmente no ha matado a nadie, pero él no lo sabe. No ha rebanado el cuello de alguien que ha suplicado, por favor, que lo dejen ir, que ya basta. No ha clavado su arma en una persona mientras duerme. Cuando existe otra opción, cuando tu rival no puede ser llamado así porque está en el suelo desarmado, entonces puedes hablar de matar de verdad. Requiere una frialdad extraña, y resulta tan fácil que asusta, pero tiene un precio muy desagradable si tienes escrúpulos.

A Giovert le gustaba Gina, se le veía en los ojos. Incluso ella, aunque evitase reconocerlo para no tener que rechazarlo.
Todavía recuerdo el crujido del cuello de Gina.

Creo que lo único que hace que siga considerando a Jager un ser humano es que una vez, tras una misión especialmente dura, lo vi vomitar tras un árbol. Luego sonrió, por supuesto, al sentirse observado, con aquel gesto chulesco, arrogante, que solía tener, y empezó a hablar, como siempre, dándose a sí mismo la coba que ya le daban otros.
La verdad es que siento cierta pena por él. Me pregunto, si a estas alturas, habrá aprendido algo, habrá entendido algo. Me pregunto si lo que estoy haciendo por salvar su vida merece verdaderamente la pena, o si debería liberar al mundo de una existencia tan sucia e indeseable como la suya. Su vida no merece las que ya se han pagado por él.
Pero realmente no soy capaz.

-Cuando todo termine, cuando termine lo que debo, lo que tengo que hacer, entonces veré quién soy. Ahí podré hablar de perdón, y de segundas oportunidades, si ese día llega -murmuro, bajando la vista, seria, tensa.

Soy una herramienta. No me pertenezco. Tengo un fin. Aún recuerdo las palabras de Madame, sobre este último trabajo. El que vea cualquier cosa sospechosa deberá ser borrado. No era más que un aviso. "Ocúltate, por tu bien". Porque cuantas más cosas haga más me ensuciaré. Aunque no quiera. Quizás al final, si algún día logro sacarlos de ese sitio, salvar sus vidas de los que les acechan, yo misma sea inservible.

El chrysos la escuchó en silencio, mirándola en todo momento, atento, y a la vez sin saber qué decir. Podía entenderla, él creía que podía entenderla, un poco, al menos, porque no la veía tan diferente a él, pero sabía, estaba seguro, de que si le decía algo así ella lo negaría y se iría. Así que simplemente la escuchaba, y mientras la escuchaba pensaba en qué podía decirle, porque también sabía que no quería ningún tipo de consuelo.

Todavía no había terminado, repitió. ¿Qué no había terminado? El chrysos no estaba seguro, pero tampoco iba a preguntarlo. Ni tampoco iba a preguntar qué era lo que debía. Alehyss no se lo diría, suponía, y además estaba convencido de que aunque lo dijese, aunque hubiese la más mínima posibilidad de que lo dijese, no sería agradable para ella.

Tardó un segundo en responder. Al principio se acercó a ella, un poco, sin apartar la mirada, y luego dijo, cerca de la muchacha, quieto, serio:

—Avísame cuando llegue.

Clavó sus ojos en los de ella un segundo. Luego bajó la vista y retrocedió.

—E imagino que ahora es cuando te vas.

Sonrió un poco.

No puedo evitar una risa suave, despectiva, frustrada, irónica, pero también algo cansada, y asiento. Cuando ese día llegue avisaré, aunque no quiera hacerlo. Será evidente. Ya sea porque irradiaré una satisfacción enorme que podrá ser vista por todos o, simplemente, porque me volveré inservible.
No me gusta pensar eso. Siempre he apreciado mi vida más que la de todos los demás. Me cuenta pensar que me sacrificaría hasta el punto de perderla, ya sea real o metafóricamente. Así que, por estúpido e idílico que suene, me gustaría que, cuando todo termine y pueda respirar al fin, me quede algo por delante, para disfrutar, y no solo decepción.

-Supongo que será visible para todos cuando llegue. No será difícil adivinarlo.

Su comentario final me resulta contradictorio. Por un lado, me resulta hasta gracioso, me hace querer dejar ir una risa escéptica, casi desagradable, y quedarme aunque simplemente sea para llevar la contraria. Por otro lado me molesta, me irrita, porque es el típico comentario que, quizás por ser cierto, me suena molesto. Es esa sensación de que la otra persona cree que te conoce más que tú misma. Es incómodo. Parece que actúas a su juicio, y no al tuyo.
No obstante, asiento. No me encuentro demasiado bien conmigo misma ahora mismo. No he elegido un buen tema para pensar. No he guiado bien los chistes mordaces, que he acabado envuelta en lo de siempre, y eso que hacía ya mucho que no pasaba.

-Supongo que sí -comento, seria, más relajada, con gesto algo cansado-. Creo que me vendrá bien despejarme.

Espero que Madame dé pronto el aviso. Aunque salga herida de nuevo. Aunque tenga que afeitarme la cabeza o rajarme un brazo. Porque estaré un paso más cerca del final.
O eso quiero pensar. Porque en nuestro contrato nunca se habló de un final. Por desgracia, parece que hay demasiadas cosas que uno empieza en un momento delicado, movido por motivaciones intensas. Luego, cuando se desvanecen, se da cuenta de eso, de que está envuelto en un remolino catastrófico: empieza, pero no acaba jamás.

Frunció un poco el ceño al escuchar la risa, pero no dijo nada, y simplemente se acercó a la camilla, cansado, hasta sentarse en ella. Miró entonces a la muchacha, en silencio, y esperó a que terminase de hablar para responder. Y entonces él se rió, como ella, una risa suave, cansada, y asintió.

—Claro.

La observó en silencio. Cuando asintió, él hizo lo mismo, curvando un poco los labios.

—Buenas noches. —Permaneció un segundo en silencio. Luego añadió—: Que tu pierna se mejore pronto, y puedas irte pronto.

Suspiró. Y luego, en un tono más bajo, añadió:

—Ven otro día si quieres.

Lo miro de reojo. Ya es bastante incómoda la situación que tengo conmigo misma. Él lo hace más incómodo todavía. Pero no me siento de humor para quedarme por malestar y prolongar el encuentro un poco más. Acabaría enfadándome otra vez, dándole vueltas a cosas que no debo pensar de momento, y haciendo que la partida fuese especialmente desagradable. Ya que he logrado recuperar la compostura creo que es el momento perfecto para retirarse.

Asiento a sus palabras, vagamente. Llego a esbozar una sonrisa, lanzando una mirad a mi pierna, de la que no he recibido quejas, por suerte, durante este tiempo.

-Gracias -respondo, seca, pero agradable, dentro de lo que cabe, ya más relajada-. No te preocupes -añado luego. Sé que lo tranquilizará-. Volveré a verte. Aunque lo ideal sería que tú salieses. La enfermería no es un lugar en el que sea buena noticia estar.

Me aparto un mechón de la cara, ocultándolo tras la oreja, y luego vuelvo a dejarlo libre con un gesto. Inspiro profundamente y asiento, poniendo mis ideas en orden.

-Descansa y mejórate. Nos vemos pronto.

Me sale hacer una leve reverencia, qué educada. Luego, esbozando una sonrisa muy leve, tanto que no la tengo clara, murmuro un "buenas noches" y cruzo de nuevo la cortina.
He llegado a sentirme algo culpable. Es algo que no debo permitir. Soy dueña de mis acciones, y las considero correctas. Descansar es lo mejor, absolutamente.

*se va*

El chrysos sonrió, apenas curvando los labios, todavía mirando a la muchacha. Asintió levemente. A él también le gustaría salir de la enfermería, pero no sabía cuánto tiempo más permanecería ahí. El médico había dicho que poco, pero ¿cuánto era poco? Para él poco eran unas horas; para el médico probablemente fuese más que un par de días, tal vez más que semanas.
Suspiró.

—Lo mismo digo. Buenas noches... —murmuró, mirándola. Luego observó en silencio cómo se iba, pensando, pero sin llegar a decir nada más. Cuando la muchacha se marchó, él volvió a tumbarse en cama y observó el techo.

Se sentía mal. Y a la vez sentía que si hubiese dicho algo más, si le hubiese dicho que algún día sería libre de tomar las decisiones que quisiese, si hubiese seguido la conversación, se habría terminando enfadando con ella.
Era una sensación extraña, desagradable.

*se duerme tras mucho tiempo pensando*

Aquella mañana había terminado por escribir la respuesta a Polka, explicando qué era lo que quisiese que hiciesen, quiénes me interesaban más, avisándola de la participación de Brontë en el asunto. Había esperado que me costaría más aclararme, optar por alguna estrategia, pero al final no había resultado tan complicado. Sabía qué quería, y tenía varias ideas para conseguirlo. Si uno no funcionaba, entonces intentaría el siguiente, pero ahora que nosotras nos habíamos adelantado al enemigo, ahora que sabíamos cosas que ellos no podían sospechar, no iba a dejar que el tiempo corriese.
No me consideraba una persona especialmente impaciente, pero tampoco era estúpida. Si uno ve una oportunidad, debe aprovecharla, eso era lo que me había enseñado mi padre, y en eso era en lo que creía. Si ves una debilidad, un fallo en tu enemigo, úsalo y vence, aplástalos. Así funcionaban las cosas. Y yo ya había esperado demasiado.

Aparecí en la enfermería, en la puerta. Había un par de enfermeras, pero con un gesto les indiqué que podían retirarse. No estaba ahí por una dolencia: estaba de visita.
Con pasos lentos, me acerqué al habitáculo donde el chrysos descansaba. Llevaba desde hace dos noches vigilándolo, aunque él eso no lo sabía. Si no hubiese sido tan bocazas, hubiese retrasado este encuentro, pero ya que había hablado, y ¿dudado?, tal vez quisiese seguir hablando. Confesar, hacerlo de verdad. Tal vez.
No contaba con ello, pese a todo, pero podía probar suerte. Si no, simplemente, al igual que a Bocanegra, le dejaría una pequeña marca, por si intentaba escapar, ponerse en contacto con alguien.
Y para el futuro, claro.

Entré en el habítaculo. El chrysos estaba despierto, mirando el techo, pensando en sabía Mithos lo qué. Cuando me vio, frunció un poco el ceño, claramente confuso.

—Buenas noches —saludé, amable.

El chrysos se encontraba mucho mejor. El dolor del abdomen ya no era tan notorio como cuando habló con Alehyss, y podía caminar bastante sin sentir ninguna molestia. No estaba aún en perfecta forma, pero pronto se iría de la enfermería. El médico, un parvus que al chrysos se le antojó bastante gruñón, le había dicho que en un par de días podría irse, y él no pensaba prolongar la espera. En cuanto le diesen permiso, se iría, y volvería a sus entrenamientos. Debía seguir practicando con el mandoble, y ahora que había recuperado la daga tenía que recuperar el tiempo perdido. Sabía que podía manejarla bien, pero estaba convencido de que había perdido práctica, especialmente en lo relacionado a los lanzamientos. Y a pesar de que no tenía pensado volverla su arma principal, quería recuperar el control que antaño tenía.

En eso se encontraba pensando cuando la líder piscis entró en el habitáculo. Al chrysos le llevó un segundo percatarse de que había alguien allí, pero cuando lo hizo, cuando la vio, no pudo evitar fruncir el ceño, confuso.

—Buenas noches —respondió, irguiéndose, mirando con extrañeza a la piscis.

Me adentré en el habitáculo cuando él saludó, curvando un poco los labios.

—¿Cómo estás? —inquirí, más por cortesía que por verdadero interés. Lo había estado observando, así que conocía su estado: estaba prácticamente bien y en un par de días abandonaría la enfermería. Su respuesta, por eso mismo, no me sorprendió, aunque sí me esforcé por parecer interesada en sus palabras, triviales ahora. De nada servía aparecerme contra un enemigo si lo que quería era que hablase. Él no era Bocanegra, a fin de cuentas. No me conocía como ella, y no tenía que saber cómo era realmente. No de momento, al menos.

—No me gusta este sitio —comenté, todavía con tono calmo, afable, cruzando los brazos sobre el pecho. Miré las cortinas, ladeando un poco la cabeza hacia un lado, sonriendo de nuevo. Parpadeé—. Es deprimente, y apenas tienes intimidad, ¿no crees?

Volví la cabeza hacia él, ensanchando la sonrisa.

Lyam alzó las cejas, sin ocultar sorpresa.

—Bien —respondió, siguiendo los movimientos de la líder con la mirada. Sonrió—. Bien. En unos días saldré de aquí, así que bien.

Le sorprendía que un líder se interesase por su estado tanto como para presentarse a preguntar. No es que creyese que a los líderes no les importaba ningún miembro del ejército, pero había supuesto que la importancia que le daban a la salud de los guerreros era algo secundario. Era lo normal, a fin de cuentas. El chrysos no se imaginaba lo que era ser un líder, pero sí podía imaginar que debían tener mucho trabajo, más ahora con lo que habían encontrado en Ignis y lo sucedido con Errald.

El chrysos permaneció en un educado silencio hasta que la líder habló. Entonces observó las cortinas, apenas un segundo, sintiéndose de nuevo algo perdido. No tardó mucho en responder, pese a todo.

—Sí —admitió. Las enfermerías tampoco le gustaban especialmente, como a todo el mundo, imaginaba. Volvió a sonreír—. No son el mejor lugar del mundo, desde luego. Pero. —Torció el gesto—. Tampoco creo que en los dormitorios tengas demasiada intimidad. —Se encogió de hombros—. Ni en muchos lugares de Palacio, si me permite decirlo.

Había mucha gente, muchos miembros del servicio.
Un sitio así no podía ser íntimo, de ninguna forma.

Asentí.

—Cierto es —murmuré, acercándome a la camilla—. Palacio no es un lugar especialmente íntimo en mi opinión: hay demasiada gente. —Me senté, a su lado, ocupando el más mínimo espacio, con el cuerpo ligeramente ladeado para poder mirarlo a la cara—. Pero hay lugares mucho más íntimos que una enfermería. —Miré las cortinas. Sonreí—. Aquí no hay paredes, sino cortinas, y todo el mundo puede escucharte si no bajas el tono. —Bajé la mirada, clavando mis ojos en los suyos—. Hay que tener cuidado con lo que uno dice y cómo lo dice, o alguien acabará por enterarse de asuntos que preferiríamos mantener en secreto. ¿No crees?

Era fácil, al verlo de cerca, intuir sus pensamientos. Hubiese sido más fácil si no hubiese sido un chrysos, claro, pero no era complicado. Se veía en los ínfimos cambios de su rostro, en los sutiles movimientos de las cejas, alzándose un segundo, los ojos, con rastros de sorpresa e inquietud, los labios, abriéndose sin llegar a decir nada, cerrándose después. El chrysos era bastante expresivo, a pesar de que mentía bien. No tenía muy claro cómo lo hacía, pero lo hacía.

Antes de que llegase a hablar, murmuré:

—No te sientas obligado a decir más. —Sonreí. También entonces se extrañó—. No he venido a eso, sino a recordarte que las paredes tienen oídos, Lloyd. —Apoyé una mano en su hombro desnudo, comprensiva, amable—. Pero si quieres hablar, entonces eres libre de hacerlo. Los líderes no te castigaremos.

Lyam observaba a la líder mientras ella avanzaba, sin moverse, atento. Sí se apartó un poco cuando la piscis se sentó en la camilla, echándose hacia un lado, alejándose un poco de ella para dejarle suficiente espacio, pero incluso entonces no apartó la mirada de ella, confuso como estaba. A medida que la mujer hablaba el chrysos notó cómo iba poniéndose más nervioso, sin poder evitar que su inquietud se reflejase en sus facciones, que entonces parecían reproducir todo lo que pasaba por su cabeza. En otra ocasión, seguramente hubiese sido capaz de mantenerse estoico, inmutable antes las palabras de la mujer, pero ahora le resultaba extremadamente complicado no mostrar su temerosa sorpresa, su creciente preocupación.

Sentir la mano de la líder sobre su hombro no lo tranquilizó, pero sí lo hicieron, de alguna forma, sus palabras. El chrysos, que ya se había visto preparado para responder, para buscar justificarse, notó entonces cómo la fuerte tensión desaparecía un poco, quedándose convertida en una leve intranquilidad. Lyam permaneció unos segundos en silencio, con la mirada fija en la piscis, antes de hablar. Cuando finalmente habló, lo hizo en voz baja:

—Si ya habéis oído lo que dije, entonces lamento decir que no tengo mucho más que aportar. No tengo demasiada información, nada que realmente pudiese ayudar, al menos.

No mentía en aquello, no del todo al menos. Recordaba vagamente dónde había algunas bases, pero aquellas instalaciones eran las que él había visto de joven, cuando no era más que un crío y no sabía qué hacía, así que dudaba que siguiesen usándolas. También tenía el recuerdo de la base de Ignis, pero de nuevo, aquella no era más que un punto de reunión, un lugar que estaba vacío la mayor parte del tiempo. A diferencia de Dena, que sí había tratado con sus superiores, él desconocía quién lideraba aquella banda, y tampoco conocía las conexiones que había entre su antigua banda y las demás. Desde que había llegado a Brontë se había ido dando cuenta de lo poco que sabía; el rescate de Silvanus fue lo que le confirmó que había estado viviendo siete años con unas manos tapándole los ojos.
No sabía mucho más que lo que ya le había contado a Alehyss, que lo que la líder ya sabía. Y a la vez, en el fondo el chrysos no se sentía con el ánimo de excavar en su interior, en sus propios recuerdos. Seguía sin querer traicionarla del todo, a pesar de que ya lo hubiese hecho, en parte.
Era extraño, porque por otro lado sí quería ayudar, sí quería servir a Brontë, sí quería demostrar que era fiel a Palacio.

Y tal vez por eso, antes de que la piscis dijese algo más, murmuró, y esta vez sintió que no hablaba solo para la líder, sino para todos, en general, como si aquellas dos frases fuesen un gesto de buena fe, una prueba de su lealtad:

—Trataré de pensar. De recordar algo.

Quizá sirviese con decir la localización de las bases que él conocía, de los puntos de reunión en los que había estado. Quizá así dejaría de sentirse tan mal.
Frunció el ceño.

—Recuerdo que tienen relación para el NeoMithos, que lo siguen —añadió. Torció una sonrisa cansada—. No recuerdo mucho más, ahora.

La miró, expectante.

Su respuesta no me sorprendió demasiado. Por supuesto, no sabía nada. Por supuesto, no tenía más información que dar. Todos decían lo mismo, siempre, pero no me molestaba. Ya contaba con ello cuando me aparecí en la enfermería. Que hubiese hablado sí me hubiese sorprendido, y por eso, cuando lo hizo, no pude evitar alzar un poco las cejas. No era demasiada información, ni tampoco algo sorprendente, pero la relación de aquella gente con el autodenominado NeoMithos era algo de lo que no estaba segura.
Asentí brevemente, todavía con la mano sobre su hombro, mirándolo un segundo.

—Cuanto con ello —murmuré, como respuesta a su comentario, aunque no era difícil notar que no se dirigía solo a mí, sino a todos. Apreté un segundo los dedos por su hombro, al tiempo que me levantaba, utilizándolo como si fuera un apoyo, dejándole una débil y pequeña marca cerca del cuello, entre otras marcas más antiguas, realizando el mismo hechizo que había empleado ayer con Bocanegra, pero sin hacer demasiada fuerza.

En realidad, de nuevo no confiaba en que fuese a decir algo más, por sincero que sonase. Lo del NeoMithos había sido inesperado, pero dudaba que una rata como él realmente llegase a confesar algo más. Como todos, en cuanto tuviese oportunidad se largaría, se reuniría con ellos, porque eso era lo que hacia aquella gente. Pero no me preocupaba. En cuanto intentase huir, en cuanto intentase ponerse en contacto con sus compañeros, se lo impediría.
El chrysos había tenido un año demasiado calmo para todo lo que había sucedido. Ya era hora de que despertase.

—Descansa, Lyam —dije, ya de pie, sonriendo un poco—. Buenas noches.  

*fin de escena*

Zacharyas había dormitado un poco durante la noche, incluso, en el sillón que acompañaba la cama en la que ella estaba. Aunque habían llegado tarde, y entonces Ayne había sido atendida con prisas, al final habían terminado por decirle que sería al día siguiente cuando se pasase el alguien a decirles qué pasaba, en cuanto lo supiesen, porque no era tampoco demasiado grave, y que lo mejor sería que descansase.

Durante la noche había tenido tiempo de ver, por un momento, al chrysos al que había cegado en los balcones. Una parte de él se preguntaba si acaso al haberlo cegado había desencadenado sucesos tan drásticos que había terminado por enviarlo allí, no obstante no se acercó a comprobarlo.

A aquellas horas ya entraba una claridad incómoda por las ventanas, y Ayne dormía. Zacharyas simplemente esperaba, callado, paciente, observándola a ratos y perdiéndose en sus pensamientos en otros. Un enfermero había ido hacía un rato, pero ella dormía, y él había insistido en que volvería luego, que la dejase estar, que era lo mejor.

Sobre una mesa, también, una bandeja cerrada, con sopa caliente, suave, esperaba.

*se queda*

Abrí los ojos y rodé. Estaba blandito. Y calentito. Y suave. Me estiré y bostecé, y me giré un poquito y estaba el chiquillo. Sonreí.

-Es de día -le dije, con voz de dormida-. ¿No vienes conmigo?

Rodé otro poquito e hice sitio. Entonces me tembló el cuerpo y me acurruqué y me tapé. Sonreí otro poquito.

-Brr.

Cuando Ayne se movió Zacharyas se incorporó un poco, apoyándose en los brazos de la butaca.

-Buenos días -dijo, con voz ronca. Ya llevaba algunas horas sin hablar. Carraspeó-. ¿Qué tal?

Se levantó entonces, cuando ella se lo pidió, alcanzando la cama y sentándose en ella, con una sonrisa algo cansada. Extendió una mano hacia ella, acariciándole un instante la mejilla con el dorso de los dedos.

-¿Tienes frío? -inquirió entonces-. El médico quiere verte. Tengo que avisarlo. ¿Quieres sopa? -añadió al final, volviéndose hacia la bandeja humeante.

Me acerqué un poquito cuando vino, y lo abracé, aún tumbada. Le di un beso en la cintura y me acomodé otra vez.

-Contigo.

Negué con la cabeza.

-Solo un momentito -expliqué-. ¿Cuándo nos vamos?

Entonces miré la sopa. Olía. Olía fuerte. Me llevé una mano a la barriga y miré al chiquillo.

-¿Puedo?

Zacharyas aprovechó el abrazo para acariciar un poco el pelo de Ayne. Aún a veces sentía ganas de, repentinamente, aferrarse al cuero cabelludo, tirar de él hasta arrancarlo, oírla chillar, pero por lo general le transmitía ya una sensación más apacible. Con su padre, recordaba, siempre había sido lo mismo: a él no quería herirlo, quizás porque él se había esforzado siempre por decirle que debía ser de aquel modo.

Zacharyas carraspeó.

-Antes debemos hablar con... el médico.

No obstante, sonrío a su pregunta, asintiendo. El caeruleus se puso un instante en pie, acercando a ella la bandeja. Abrió el cuenco caliente y tomó una cuchara. Removió un poco y luego se lo ofreció.

-Está algo caliente -dijo, risueño.

Le cogí la cuchara de las manos y olfateé el aire. Sonreí, suave.

-Verdura -dije, contenta.

Tomé una cucharada y me la llevé a la boca. Y entonces gemí y la solté en el cuenco y abrí mucho los ojos.

-Agua. Agua -pedí-. Quema.

Las palabras de Zacharyas no parecieron disuadir a la chica, que de todas formas se llevó la cuchara a los labios. Enseguida, por supuesto, el dolor llegó. Él la miró un momento, curioso, y tardó en reaccionar, pero en cuanto lo hizo se levantó para servirle un vaso de agua, y se lo entregó, recuperando a cambio el cuenco de sopa. Removió con la cuchara, sopló un poco, templando la sopa. Tras un rato se la llevó a los labios y probó un poco, asintiendo para sí.

-Está bien así -explicó, cediéndole el cuenco de nuevo-. Ya no quema.

Zacharyas la contempló un instante, callado, y luego preguntó.

-¿Te duele algo hoy?

Me bebí tooodo el vaso de golpe y luego solté aire, dejándolo en la bandeja. Me rasqué la lengua con los dientes. Picaba.

Miré al chiquillo, curiosa, hasta que me devolvió la cuchara. Luego revolví, rascando bien el fondo del cuenco y haciendo mucho ruido, y al final probé. Sabía poco porque no tenía lengua. Pero sonreí.

-Así sí.

Luego seguí rascando el fondo con la cuchara. Negué con la cabeza.

-No duele. Nunca duele.

Zacharyas la contemplaba comer, tranquilo, sosegado, con una sonrisa extraña y cansada en los labios, asintiendo casi por extensión. Luego calló. Tenía los ojos algo vidriosos, como si no se encontrase en aquel lugar por completo. No obstante, cuando ella hablaba volvía, volvía a mirarla, regresaba.

-¿Sabe bien? -inquirió, con una sonrisa, como siempre. Luego se puso en pie-. Voy a buscar al médico. Así ya nos podremos ir -explicó.

Abandonó un momento la estancia, buscando al enfermero que había ido hace ya unas horas, y le hizo un gesto cuando por fin lo vio.

-Ya se ha despertado -digo, sin más, con voz ronca, volviendo luego junto a Ayne, tomando asiento en la cama una vez más.

Asentí, y luego giré la cabeza a los lados.

-Sabe a poco -expliqué-. La lengua pica.

Volví la cabeza hacia el chiquillo cuando se fue, sin dejar de rascar el fondo del cuenco, haciendo musiquitas. De vez en cuando, sin mirar, tomaba la cuchara y me la llevaba a la boca. Sabía a poco pero estaba rica.

Entonces se inclinó el mundo otra vez y me agarré a la cama. Tragué saliva.

-Vuelve...

Illy tenía turno de mañana aquel día, y parecía una mañana bastante tranquila. Tan solo dos pacientes, y uno de ellos parecía que poco tiempo más pasaría allí. Él, mientras tanto, rellenaba informes. Cuando el caeruleus se acercó, alzó la cabeza. Por fin, la parvus. Se levantó.

-Bueno, pues vamos a ver qué tal está -comentó, echando a andar hacia la camilla.

No tardó en averiguarlo. La palidez de la enferma y sus gestos le indicaron qué pasaba. Supo reaccionar a tiempo. Rápidamente, tomó una tina que había a los pies de la cama y la puso ante ella. En el último momento, porque pronto la chica devolvió en ella. Pese a que no parecía que tuviera mucho que devolver. Tras asegurarse de que había terminado, el enfermero apartó la bandeja de ella y examinó el contenido de la tina con gesto imperturbable.

-No hay sangre -informó-. De hecho, parece poco más que saliva.


Miró el cuenco de sopa, todavía prácticamente lleno. Se llevó la tina y, cuando volvió, puso la bandeja a un lado. Illy le tomó a la parvus la temperatura, que de nuevo parecía ligeramente más alta de lo normal, tan ligeramente que ni siquiera estaba seguro de si tomarlo como un síntoma.

La miró, pensativo. El examen del día anterior podría haber sido más exaustivo, pero había sido suficiente para descartar las opciones más básicas. Y, tras aquello, quedaba claro que no era simplemente una comida en mal estado.

Illy no tenía mucha paciencia para aquellas cosas, así que decidió resolverlo por el método más rápido. Pronto tenía preparada una aguja y, sin dar muchas explicaciones, extrajo un tubo de sangre a la parvus. Aquello, estaba seguro, resolvería la situación.

-Volveré con los resultados -indicó.

Zacharyas solo pudo ver cómo el enfermero reaccionaba mucho más rápido de lo que él habría sabido. Por su parte, el caeruleus dio un paso adelante, con preocupación, haciendo amago de ir a extender un brazo hacia ella, pero se detuvo esperando a que el hombre se encargase. Él, por su parte, tomó un instante la pequeña mano de Ayne con la suya, oprimiendo un instante. La respuesta tampoco aportó mucho al hijo del herrero.

-¿Qué quiere decir eso? -inquirió, serio-. ¿Es un virus? ¿Ha sido por darle la comida?

El enfermero trabajaba. Zacharyas decidió guardar silencio. Cuando extrajo la sangre, curioso, lo miró, incapaz de apartar los ojos del tubo mientras se llenaba, tensándose poco a poco, pero acabó pronto, y entonces el enfermero se fue. Zacharyas miró finalmente a Ayne, esbozando una sonrisa. Se acercó a ella y le dio un beso en la frente.

-Tenemos que esperar un rato -murmuró, con voz rasposa. La atrajo un poco hacia sí, en un abrazo leve-. Yo nunca me pongo enfermo -murmuró-. Casi nunca.

Miró la sopa y terminó por levantarse, para apartar la bandeja. Suponía que lo mejor era dejarla estar hasta recibir nuevas noticias, por lo que la devolvió a la mesa alejada, tapándola de nuevo, y una vez más fue a la cama a tomar asiento.

-¿Cómo estás? -inquirió, acercándose un poco a ella con curiosidad casi científica, morbosa-. ¿Qué sientes?

Porque no dolía, pero igualmente era desagradable.