Posada.

Kane le apartó la mano cuando trató de darle una colleja, cubriéndose para evitarla. El gesto, sin embargo, parecía llevar la misma preocupación que si se tratase de una mosca rondándolo.

-Te voy a cortar esa mano -advirtió con voz sosegada pero firme.

Ante sus observaciones, puso los ojos en blanco, tomando asiento en una silla, mientras dejaba al niño en el suelo. El pequeño miró a su madre y luego a su padre, un poco abrumado por la repentina presencia de la primera.

-Papá -fue todo lo que respondió a la petición de Cassandra.

-Si es una pocilga porque es una pocilga y si es un palacio porque es un palacio. Creo que también te voy a cortar la lengua -declaró Kane, dejando al niño en el suelo.

El pequeño no tardaba en correr hacia su madre, que lo recibió encantada. Pese a ello, entre las carantoñas ella pareció encontrar tiempo para tratar otros temas. Kane frunció el ceño al escucharla. En el momento en que dejaron de prestarle atención, Lyo se escurrió de la cama en busca de su peluche, que pronto llevaba junto al resto de los presentes.

-Te dije que estaba muerta -señaló Kane, con cierto tono dolido en la voz-. Te dije que la dejaras en la isla. Guapa o hecha un babociélago, allí es donde debería estar.

Retiró la mano, visiblemente molesto.

-¿A quién se la has dado? ¿A ese banco de peces gordos? ¿Para qué la quieren ellos?

Lyo, en la cama, se acercó a su madre, jugando con el muñeco.

- Creo que te falta habilidad para cortarme a mi nada, chispitas.- Comento con un bostezo sosegado y algo forzado.

Escucho su reproche y le respondo.- Sólo bromeaba, idiota.- Sonrío, para luego ponerme algo más seria.- Gracias por cuidarle.- Me sincero, ahora si.

Escucho su reacción y callo un instante, para luego fruncir el ceño algo molesta.- Me estás diciendo que sabías que Cora estaba metida en una caja llena de serrín bajo tierra y que la dejaste ahí a propósito?- Me levanto algo enfadada.- Pues a mi no me da la gana de que se quedase allí sola.- Le espeto.- Y si tanto quieres que se quede allí, la coges y te la llevas a su sitio de nuevo.- Me golpeo con incredulidad la cabeza.- ¿Qué sentido tiene lo que dices? ¡La he traído! ¡Para ti, para nosotros! Para que esté cerca nuestra y tú todo lo que puedes decir es que era mejor dejarla allí?

-La tienen ellos y al menos respetan sus restos.- Le espeto.- Podemos ir a verla cuantas veces queramos.- Le informo.- Deberías darme las gracias.- Le exijo, chasqueando la lengua.
Sin darme cuenta, noto cómo mi tono cada vez ha ido en aumento y cuando me quiero dar cuenta Lyo me mira fijamente en silencio con una expresión de desasosiego.

Cierro los ojos y suspiro enormemente.- ¿Qué dejásteis en el sótano cuando os fuisteis? Dimelo. ¿Cómo lo dejásteis?

Noto como un cierto brote de desconfianza comienza a brotar en mi interior, sin embargo no lo dejo asomar ni crecer. Ahora estoy algo agobiada.

Con la pregunta de Cassandra, el ceño de Kane no hizo sino fruncirse con más fuerza.

-¡¿Estás loca?! -preguntó, visiblemente alterado-. ¿Quién te crees que eres para decidir dónde y cómo debe estar mi hermana? ¿Por quién me tomas? ¿Qué crees que le hice yo? ¡No atarla a una silla, eso fue lo que hice! ¡Si lo hubiera hecho, aún estaría viva!

Para cuando Kane se dio cuenta de que se había puesto de pie, ya había visto la mirada confusa de Lyo y había dejado de gritar. Volvió a sentarse, pasándose una mano por la cara, con evidentes muestras de cansancio.

-Está muerta, Bocanegra. Muerta -recalcó en voz más baja-. No nos necesita, ni nosotros a ella. Necesita tierra que la cubra y necesita el sonido de las olas. Necesita que dejen en paz sus restos, no que los respeten. La Hija del Diablo era la reina absoluta de la Isla del Contrabandista. Reinaba hasta por encima de mí, aunque no permitiera que nadie lo dijera en mi presencia. ¿Dónde iba a estar mejor que en su reino? ¿Dónde?

A la pregunta de Cassandra, suspiró.

-No sabía dónde estaba Cora -admitió-. Solo sabía que estaba muerta. Invadieron la isla por sorpresa. No tuvimos tiempo de preparar nada, ni siquiera de defendernos. Lo dejamos todo como estaba. Nuestra única posibilidad era huir de allí sin esperar. No sé cómo tomaron el control con tanta facilidad, pero era evidente que no teníamos ninguna posibilidad desde el primer momento -. Hizo una pausa, con la mirada fija en algún punto de la colcha que cubría la cama-. Fue entonces cuando vinimos a buscarte. Cora se empeñó en que tú encontrarías la manera de recuperar el territorio. Se coló en los terrenos de Brontë exclusivamente para ello. Pero tú estabas bajo llave, e incluso cuando te liberaron, le negaste lo que te pedía -. Volvió la vista a ella, con absoluta seriedad-. Después de eso, se empecinó en que la recuperaríamos por nuestros medios. No quedábamos tantos ya a aquellas alturas, pero ella estaba convencida. Por supuesto, yo también le di una negativa, y se la repetí hasta que creí que la había acatado. Pero la había consentido demasiado, así que no iba a aceptar un no por respuesta. Una noche se largó, se escabulló sin que la viéramos. Fuimos tras ella, pero sabía esconderse. Yo mismo le enseñé a hacerlo. Sabía cómo debía hacernos perderle el rastro, y lo hizo. Después llegaron un par de noticias. Se preparaba para su asalto. Se acercaba a su objetivo. Podía leer lo que me enviaba, pero no tenía forma de responder. Al final, dejaron de llegar mensajes. Después de eso, parece que tú sabes más que yo.

Sus palabras me hacen sentir culpable, lo cual me molesta porque yo no he hecho nada malo.- ¡Bueno pues te la llevas de vuelta si quieres y la entierras como te de la gana!- Acabo por chillarle.- ¡Pero no iba a dejarla allí de aquel modo!- Respiro fuerte un par de veces.- Además: quizá gracias a ella podamos descubrir qué ha pasado en ese lugar así que deja de quejarte de una vez por todas.- Bufo.- Cuando todo esto acabe si quieres te la llevas, pero ni yo ni ella vamos a descansar en paz hasta que todo esto se resuelva.- Hago una pausa.- Y no hay más que hablar.

Escucho su historia en silencio.- ¿Aún tienes sus notas?- Respondo ya más tranquila.- Quizá Fera... pueda ayudarnos en todo eso. Quizá conozca a alguien que sepa de que va todo esto o... yo que sé.- Relajo los hombros y respiro profundamente por la nariz.

-¿Teníais objetos de porcelana o loza o algo en el sótano?- Pregunto sin mucho interés, sólo por hablar de algo que pueda resolver todo esto.

-¿Cómo si se la has dado a ellos? ¿Te crees que van a dármela solo con que vaya a pedirlo? Son la misma gente que te tuvo encerrada. Son la clase de gente que nos dan caza. Puede que tú juegues a dos bandas, pero no todos tenemos el mismo trato -replicó, frunciendo el ceño de nuevo.

Lyo había bajado de nuevo de la cama, cansado de tanta discusión y de que nadie le prestara atención. Tiró del pantalón de Kane, reclamándolo con la misma expresión de enfado que su padre, y el chrysos suspiró y lo cogió en brazos, levantándose.

-Es tarde para el crío -remarcó, arrastrando con un pie una bolsa de equipaje hacia la cama. Sentó allí al niño y se puso a rebuscar hasta dar con su ropa de dormir. Después, comenzó a cambiarlo allí mismo.

-No guardo nada, ¿por qué iba a guardar unos papeles? ¿Qué crees que iban a decirle a nadie los delirios de grandeza de una mocosa? -replicó, sin darle ninguna importancia-. Comerciábamos con alcohol, no con vajilla. Lo más parecido que había eran botellas llenas de ron, pero la mayoría se guardaba en barriles. ¿Vas a seguir interrogándome mucho tiempo más?

-¿Cuando dejarás de ser tan sumamente desconfiado? Brontë no busca detener a cuatreros de tres al cuarto... tiene cosas más importantes que hacer. ¿Acaso crees que si fuesen mala gente me permitirían estar aquí? Por favor... confía en ellos. - Me acuerdo entonces de Rick.- Hay un chico... que estuvo cuidando de Lyo y dijo que nos daría dinero... es noble o algo así... No estaría de más que Lyo fuese a visitarle algún día a cambio de algunas monedas...- Me palpo los bolsillos.- Yo no tengo ni para un bocadillo ahora mismo.- Expongo con algo de tristeza.

- Tienes razón.-Sonrío de medio lado.- Vamos a dejarlo por ahora.- Comento mientras observo cómo la cabeza de Lyo brota cual cogollo por la apertura de su pijama. - ¿Me harás un hueco?- Le pregunto con determinación.

-Los mismos que te encerraron -repuso, obstinado-. Pero sí, puedes vender al crío. No va a sobrarle ni un efestión, eso puedes darlo por seguro.

Cuando terminó de vestirlo, Kane abrió la cama para el niño, que gateó como un cachorro para meterse él mismo, bien abrazado a su peluche. Los miró a ambos desde su nueva posición, muy serio y atento.

Kane lo señaló con un cabeceo.

-Pregúntaselo a él. Lo creas o no, es el que más ocupa.

*Fin de escena*

Quedaba muy poco y era noche. A Julia le gustaba la noche, eso estaba claro. Tenía los ojos como platos, pero cuando entraron en la posada los cerró y se revolvió, incómoda. Era mejor descansar, aunque ella no quisiera. Habían caminado mucho de día, porque el carro que los había ayudado a llegar los había dejado a cierta distancia. Había que acomodarse o sería peor. A lo mejor Julia podía aprovechar para relajarse si cogían una habitación y apagaban la luz. Estaría cómoda del todo.

Ayne se acercó al mostrador y puso un puñado de monedas.

-Tres -dijo solamente, lo que, de todas formas, se veía con bastante facilidad.

Lo mejor sería un baño. Julia tenía que darse un baño. Estaba cansada, aunque se empeñara en tener los ojos abiertos, aunque prefiriera mirar cuando estaba más negro. Y ellos también estarían más cómodos después de descansar.

Estaban casi en Brontë. Zacharyas sentía una especie de excitación extraña. Los caminos le resultaban cada vez más familiares, y cuando llegaron al pueblo no pudo evitar fijarse en las casas, en las calles, notando los pequeños y grandes cambios que había habido en aquel año. Ávido, en la noche era perfectamente capaz de ver cada cambio, aunque Zacharyas nunca se había fijado en aquella clase de cosas.
Pero no llegarían a Brontë aquella noche. Se detuvieron en una posada para pasar la última noche lejos del Palacio, para descansar. Ayne puso las monedas y pidió la habitación, y Zacharyas se situó tras ella, escrutando al hombre que atendía con una sonrisa extraña, sin ningún motivo en particular.

Aunque el hombre los miró un momento, dubitativo, terminó por asentir, ofreciéndoles una llave y unas cuantas indicaciones. El caeruleus miró a Ayne, algo más animado.

-Vamos -murmuró con voz rasposa, tomando él mismo la llave y la delantera, dirigiéndose hacia las escaleras cuando el hombrecillo iba a guiarlos, o eso le pareció-. Hay que descansar bien. Y comer algo.

Tenía hambre. La costumbre de comer más a menudo hacía que su cuerpo lo demandase.

La habitación no era muy grande, pero sonrió de todos modos, volviéndose hacia Ayne. Estaba contento.

Ayne asintió, convencida, reacomodando el pequeño bulto que llevaba sobre el pecho. Dio un beso suave a Julia, que se quejó un momento antes de quedarse quieta.

-Y baño -recordó, alzando las cejas.

Julia lo necesitaba. A Ayne le encantaba bañarla, pero no lo haría esa vez. Ella, como le pasaba de vez en cuando, sobre todo cuando menos pensaba en ello, sentía que las energías se le agotaban a una velocidad pasmosa. Dejaría, muy probablemente, todo en manos del chiquillo.

Aún así, tuvo fuerzas de sobra para seguir al posadero escaleras arriba y entrar en la habitación. Se hizo con la llave sin dudarlo, y no tardó tampoco en acomodar a Julia sobre la cama, alta para ambas, sacándola del arnés en el que la llevaba. Después, trepó a su lado y bostezó.

Miró al chiquillo.

-¿Antes baño o comer?

En cualquiera de los casos, era necesario que se deshiciera de su camisa, y así lo hizo.

Zacharyas asintió algo ausente, mirando alrededor, dando una visual completa a la habitación. Nunca había estad allí, en aquel cuarto; ni siquiera en aquella posada o en alguna cercana. Pero lo invadía aquella especie e impaciencia extraña, y buscaba en las paredes en el ambiente algo que lo hiciese estar más cerca de Brontë.

-¿Ah?

Cuando volvió a mirara ella no llevaba la camisa puesta, y el mago fue consciente de que se había abstraído un momento. Comprendió lo que ella había dicho apenas un par de segundos más tarde, como si su cerebro hubiese tardado en procesarlo.

-Mejor el baño -reflexionó al final, acercándose a la cama, y carraspeó-. La cena la... adormilará.

O así solía ser, al menos. Aunque un baño templado no sería muy diferente.

Ayne asintió, algo ausente, y acarició el pelo de Julia, suave y oscuro. También se echó un poco hacia adelante para darle otro beso en la frente, consciente de que ella la miraba. Por último, se estiró y se dejó caer tumbada en la cama, con la mirada perdida en el techo.

-Entonces haz tú -encargó al chiquillo, sintiéndose amodorrada y perezosa.

De todas formas, y aunque con gestos vagos y pesados, se fue quitando más ropa. Julia tenía que bañarse la primera y ponerse cómoda, pero ellos tenían que estar cómodos también. Todos, los tres.

La pregunta era si tendría ella energía.

Zacharyas esbozó una sonrisa y asintió con suavidad, procediendo a acercarse un poco más para tomar al bebé con cuidado. Crecía a una velocidad asombrosa, y en lo que más se notaba era en el peso. Seguía siendo muy pequeña, incompleta, de todas formas. Y aún así el caeruleus ya no sentía aquella especie de miedo, o quizás no era miedo exactamente, a que se quebrase si la sostenía con demasiada fuerza.

-Yo me encargo -corroboró con la voz ronca, atrayéndola hacia su pecho, refugiándola y mirando a Ayne-. ¿Necesitas algo? ¿Tú quieres algo?

Le pareció cansada.

Ayne llegó a entornar los ojos para mirarlo, pero fue solo un momento. Justo entonces bostezó, lo que la obligó a cerrarlos. Los frotó, se estiró de nuevo, se acurrucó tumbándose de lado en la cama. Frotó la cara contra la colcha, sin saber muy bien si pretendía despejarse o dejarse vencer del todo por el sueño.

-No -murmuró adormilada.

Volvió a girarse, quedando boca abajo. Al momento sitió algo de humedad bajo el pecho, por lo que no tardó en cambiar de postura. Suspiró y bostezó de nuevo. Y, antes de acomodarse del todo, reptó hacia la cabecera de la cama y se apoyó en la almohada.

Ayne no dependía de superficies tan cómodas para dormir, pero tampoco le parecía que estuvieran de más. Aquella, en concreto, la animaba a cerrar los ojos.

La negativa solo hizo que Zacharyas alzase un poco más las cejas, curioso, al mirarla. Sentía cierta diversión, podría haber dicho. Incluso sonreía por ello, y no por ser su gesto habitual, algo sombrío.

-Estás cansada -le dijo con voz rasposa, aunque aquello, supuso, ella ya lo sabría. Guardó silencio algunos segundos más, en lo que Ayne se movía, y en su cabeza reflexionaba. Hasta que habló-. ¿Quieres que te despierte... cuando acabemos con el baño? -le preguntó.

No sabía si habría muchas otras opciones. Ayne no se cansaba con facilidad, pero cuando sucumbía siempre era en serio.
Él se sentía algo inútil entonces, sin poder alimentar a Julia por sí solo. Era más incapaz, de alguna forma. Más prescindible.

Ayne no se dio cuenta de que se estaba sumergiendo en una espiral negra hasta que la voz calló y ella luchó por despejarse. Se dio cuenta entonces de que el chiquillo le había dicho algo, aunque no estaba segura de qué era. Le había hecho una pregunta. ¿Le había hecho una pregunta?

-Hmm -respondió, dejando que él tomara el trabajo de interpretarla.

Antes de haberse dado cuenta, se sumía de nuevo en aquella espiral negra, que la absorbía sin darle opción a entender lo que tenía alrededor. Aunque, en realidad, tampoco se esforzaba mucho en ello. La cama era lo bastante cómoda como para convencerla de que no valía la pena luchar.

Tardó poco en dejar de esperar una respuesta mas coherente que aquella. Zacharyas estuvo a punto de decir algo, incluso despego los labios, pero acabó por volver a sellarlos en una sonrisa y no hacerlo. Si ella estaba tan cansada lo más apropiado era que se diese prisa en terminar con lo que debía hacer.
Julia se revolvió en su regazo. Ella caería ante el sueño deprisa, también.

Dedicó una última mirada a Ayne y estuvo a punto de acudir junto a ella, buscando un breve contacto, pero el tiempo era escaso. Primero tenía que bañar a Julia, y aprovecharía para hacerlo consigo mismo también, deprisa. Y esperaba que Ayne pudiese alimentarla luego, que estuviese despierta o poder despertarla al salir del baño. Y si no lo estaban se las arreglarían.
Siempre lo habían hecho. No iba a ser diferente aquella vez.

*fin de escena*

No me creía que estuviese allí. Al verme falto de tiempo había viajado dos días seguidos, echando solo un par de cabezadas. ¡Pero había merecido la pena! El pueblo de paso me recibió como el viejo amigo que era, abrazándome con sus calles conocidas. Y caminé por ellas hasta dar con una posada en la que había dormido alguna vez. Solía tener cuartos libres.
Dejé el caballo en la puerta.

-¡Quiero una habitación! -pedí, con prisas, nada más llegar junto al posadero.

Aunque apenas había dormido no estaba tan cansado. ¡No tan cansado! Pero el olor a sudor no era algo que pudiese permitirme. Había cosas por las que no quería pasar.
Estaba tenso, nervioso, inquieto, agobiado... ¡Estaba...!

El hombre me dio una llave y le pagué enseguida. Tenía poco tiempo para quitarme el barro del cuerpo.

*fin de escena*