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 Cordillera de Catelor.

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2 participantes
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Svend

Svend


Edad : 43
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MensajeTema: Cordillera de Catelor.   Cordillera de Catelor. EmptyDom Jul 01, 2012 2:16 am

Cordillera de forma circular, situada al oeste de Fulmen, y que sirve de frontera física entre este continente y Humus. En ella se encuentra el pico más alto de Fulmen, el pico de Bulptôn. Desde el ala norte de Brontë puede divisarse, a lo lejos, esta cordillera. Parte de la misma pertenece a Humus, pero la mayor parte se corresponde con el límite del continente del rayo. O eso creen los chrysos, que no han visto las galerías que se extienden bajo la cordillera...
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Cassandra

Cassandra


Edad : 36
Mensajes : 323

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MensajeTema: Re: Cordillera de Catelor.   Cordillera de Catelor. EmptyLun Ene 07, 2013 1:10 am

El camino hasta El Purgatorio había sido físicamente largo pero emocionalmente corto para la Capitana, que ansiaba ver su navío. Una vez hubieron llegado al puerto donde tiempo atrás lo había amarrado, las piernas de su acompañante equino, sustraído del pueblo de paso, decidieron no dar ni un paso más. Sus músculos habían sido sometidos al mayor agotamiento por el cruel personaje que llevaba a sus espaldas.

Ea, muy bien -dijo simplemente, y arrastrándolo casi, lo llevó por el pueblo portuario hasta llegar al puerto propiamente dicho.

Era un pueblo que olía a amargo y rancio pescado, donde los olores eran tan densos y de un color tan nauseabundo que incluso llegaron a desagradar a la insensible y desprovista de sutileza nariz de Bocanegra.
Sus botas taconeaban por las calles en pendiente hacia el mar, que se veía a lo lejos -y allá al fondo, su barco-. Los inestables adoquines hacían que el caballo diese algún que otro patinazo, no solo por el contacto de sus metálicas herraduras, sino porque el suelo estaba lleno de humedad del mar y, por qué no decirlo, agua no muy agraciada en color y sabor, resultante del lavado de cientos de kilos de pescado. Los pequeños comerciantes lo ofrecían allí mismo, mientras que algunos con mayor capacidad adquisitiva lo vendían a otros mercaderes, que por vía aérea se dedicaban a lo largo del día a repartirlos por los lugares cercanos a aquella gente que podía permitirse el lujo de pagar por el pescado a domicilio.

Por suerte para la salubridad de la mayor parte de la zona, el pueblo fue construido en una pendiente, en la falda de una montaña que justo iba a dar al mar. Por tanto, toda la “basura” o elementos poco agraciados, ya fuesen restos de pescado o humanos, eran arrastrados o bien por la gravedad o bien por los incesantes cubos de agua que la gente tiraba a las calles con el fin de tener limpia su entrada.

De este modo, cuanto más “alejada” del mar estuviese una casa más valor tendría, lo que resultaba paradójico si se pensaba que la principal fuente de ingresos en el pueblo era el pescado, y que siempre es bueno tener el puesto de trabajo cerca. Así pues, la zona alta del pueblo estaba limpia -o aceptablemente limpia-, pues no tenían a nadie que botase sus desechos en sus aceras. Sin embargo, conforme Bocanegra iba descendiendo por el alargado pueblo en vertical, la mugre se acumulaba más y más en sus zapatos y ya casi al llegar a la orilla y al puerto, el olor y el aspecto de las personas más pobres del pueblo era tan nauseabundo y “resbaladizo” que al caballo le costaba dar más de cuatro pasos sobre aquel puerto fangoso y marrón sin dar algún que otro resbalón sobre sus metálicas pezuñas.

Por el contrario, la Capitana Bocanegra estaba en su salsa, pisando mierda y pescado de a saber cuántos días, sin olvidarse de algún que otro mendigo que sin daño alguno a su ética – poca, por cierto-, no dudó en pisar por donde sus cuerpos yacían, mugrosos, pidiendo limosna. ¿Acaso iba a cambiar el rumbo más corto hacia su nave por un vagabundo asqueroso? Ella, nunca.

El Purgatorio, después de todos aquellos meses, seguía estático, plácidamente dormido en aquel muelle, parado, hibernando y crujiendo sus maderos en sueños, pero pareció que su barnizado y pese a todo mohoso corazón de madera palpitaba más fuerte cuando sintió a su dueña acercarse al fin, pues comenzó a bambolearse, tal vez por el viento que comenzó a soplar, tal vez por saludar enfáticamente a su ama, cuyo corazón se hinchó de emoción al verlo de nuevo. No pudo evitar mostrar una sonrisa de medio lado.
Se paró delante del navío y le guiñó un ojo, dándole un par de golpecitos en la popa, a modo de saludo.

Entonces se dio la vuelta y se quedó, con las manos en sus caderas y con las piernas separadas, mirando y escuchando las súplicas de los mendigos portuarios, gangrenados algunos por el frío, otros escuálidos; las risas de marineros borrachos que pellizcaban culos de putas, las cuales, a la cual mas enferma, les propinaban sonoros puñetazos que los hacían rodar debido a las grandes cantidades de alcohol en sangre que tenían; hombres bandidos, ladronzuelos que robaban pescado, monedas e incluso que robaban a mendigos; golpes, alguna que otra pianola de fondo que era tocada en algún bar y caos, mucho caos; gritos de vendedoras de pescado que olían tan mal como las tripas que intentaban tirarles a los ladronzuelos; gatos que comían ratones y ratas que comían gatos.

Se llevó una mano a la sien derecha y se situó al lado de su montura. Sacó a Korvas con toda la calma del mundo, medio silbando medio tarareando por lo bajo una vieja canción:
Si el mundo quieres ver,
un buen pirata debes ser.
Si a una moza quieres cazar,
buena polla le tienes que dar


La miró de medio lado y se humedeció los labios:
Si oro vas a robar,
no te equivoques al cavar,
y si marinos quieres tener,
el más fuerte has de parecer...
y ser.


Y haciendo caso a la última estrofa de aquella cancioncilla, posó el filo de Korvas en la parte posterior del cuello del caballo y con un suspiro de serenidad pintado en sus estropeados labios, con plena confianza de que no iba hacerle sufrir, apretó y levantó su filo hasta el cielo y con toda la fuerza de la que disponía, cortó todo lo profundo que pudo el cuello de la montura. Acto seguido, una decena de goterones de sangre le mancharon la cara, para que a continuación, 500 kilogramos de carne en peso muerto se desplomasen sobre el pútrido suelo portuario. El grito de ira y esfuerzo de ella y el relincho de él enmudecieron al puerto, haciéndose el silencio más absoluto, el más lúgubre que jamás  se había escuchado en aquel pequeño pueblo marinero y desde los más altos comerciantes borrachos como al más incauto de los mendigos se quedaron mirando para ella.

Limpió su arma sin inmutarse y la guardó. Después de tanto tiempo, la vieja Korvas, calló su sed de sangre.
Bocanegra puso un pie encima del cadáver del animal y comenzó, al ritmo de una música de una canción pirata a cantar improvisadamente, ahora que tenía a todo el puerto atendiéndola.

A ver, malditos bastardos,
piojosos, mendigos y más.
Ya veréis lo poco que tardo,
pues no soy bardo ni juglar.

¡Soy una gran pirata,
valiente como la mar!
Y vosotros no más que basura
que debe oírme cantar.

Mas yo os necesito
para esta nave pilotar.
Ron, putas y oro,
eso es lo que os vais a llevar.

Veníos conmigo, asquerosos,
o pudríos en este lugar.
¡Conmigo tendréis comida!
Caballo, para empezar


Bocanegra hizo una pausa y después de señalar al caballo muerto, se bajó de él para comenzar a recorrer el puerto al son de su canción.

Venga, mis valientes hombres,
en el Purgatorio entrad.
Haced una fila aquí cerca.
¿Familia? ¡Dejadla atrás!

Hasta el fiiiin del mundo os llevaré.
Coged vuestras espadas,
besad a vuestra mujer,
porque en un minuto zarparéee.


Con forme cantaba, la gente se iba acercando y algunos de ellos, aquellos que no tenían nada ya que perder en su vida, vieron en aquella mujer dos oportunidades: poder abandonar aquel pueblo de olor “penetrante” y la posibilidad de volver cargados de experiencias, y sobre todo de oro.

Mas yo debo advertiros
que si mi barco pisáis…
¡No voy a mentiros,
el culo os limpiáis…
con la leeey!
¡Venga, grandísimos hijos de puta! ¡Cantad conmigo!

Si el mundo quieres ver,
un buen pirata debes ser.
Si a una moza quieres cazar,
buena polla le tienes que dar.


[…]

De este modo, al cabo de unos cuantos minutos, los interesados habían resultado ser algo más de doce. Un buen número para empezar. Se acercaron desesperados, atraídos ya bien fuese por la comida, el sexo o el oro prometidos, o simplemente por las tetas de Bocanegra, para qué engañarnos.
-Venga, muchachos, larguémonos de este lugar -dijo, volviendo a la parte superior del barco para comenzar a ponerlo a punto. Al poco rato, las anclas fueron izadas y el Purgatorio, hinchando sus velas con aire de nuevas aventuras, comenzó a navegar, con trece personas a bordo y una mujer entre ellos.


FIN DE ACTO I
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