Capilla

Por una vez, no da vueltas. Por una vez, es directa. Por una vez, no le apetece jugar. Después de todo, el asunto empieza a resultarle preocupante. La madre es una completa irresponsable, eso ha quedado de manifiesto, pero al menos ha despertado en ella una intención. El problema ahora es el niño, que parece ir de guerrero en guerrero, manteniendo a alguno inutilizado en todo momento.

Aparece, pues, a unos pasos de él, ya en la capilla, con los ojos iluminados y el rostro sereno, pero con un deje severo perfectamente visible. Claro que su intención no es escarmentar al hombre. No ha hecho nada malo, después de todo; tan solo trata de sobrellevar la situación.

-Buenas noches, cielo -murmura con su voz envolvente, en un tono que parece acariciar al flamma-. Hace unos días que quería hablar contigo, ¿sabes?

Con completa seguridad, extiende una mano hacia él, acariciando con infinita ternura la mejilla del niño. Este, repentinamente adormilado, da un enorme bostezo y cierra los ojos, dormido.

La chrysos alza la vista, clavándola en los ojos de Rick, con una sonrisa insinuante.

-Ya no volverá a reclamar tu atención hasta mañana -indica, con total naturalidad-, así que podremos hablar tranquilamente. Y después podrás descansar. Mejor que otras noches, espero. Suena bien, ¿verdad, querido?

Con un par de pasos sinuosos, en esos movimientos felinos que le son habituales, se apoya ella también contra el muro, con el cuerpo y la cara hacia él. Perfectamente acomodada, lo observa todavía.

-Sé que su madre te lo ha encargado, tesoro, pero resulta muy inconveniente tenerte a cargo de Lyo -comienza, hablando en una extraña mezcla de comprensión y autoritarismo-. Eres un guerrero capaz, dispuesto a servir sin dudarlo y siempre atento a cumplir las exigencias. Eres fuerte. Eres hábil. Eres útil a Brontë -. Cada palabra es un susurro extrañamente hipnótico, sugerente-. Encargarte de un niño tan pequeño te ha privado de todo esto, cariño. No es algo que puedas permitirte. Lyo no debería estar a tu cargo -. Por fin, por primera vez, desvía la vista de él, hacia uno de los frescos que adornan las paredes del pequeño templo-. No me gusta tener descontentos a mis huéspedes, Rick Dehnel, y sé que te gusta cumplir tu palabra. Que no lo dejarás ir -. De nuevo clavó en él la vista-. Pero quiero que sepas, y que tengas en cuenta, que no estás obligado a encargarte de él. El servicio te ayudará en todo lo que sea necesario. Llévalo al comedor o a la enfermería y lo atenderán los mejores expertos. Y utiliza tu tiempo sin él. Entrena. Lleva a cabo los encargos que Brontë te exija. Ayuda en lo que te sea posible. Descansa, por supuesto. Ante todo, cumple tu deber. El niño volverá contigo en el mismo momento en que así lo desees, perfectamente sano y en condiciones. Pero no renuncies a tus deberes por él, o no permitiré que esté a tu cargo -. Alarga el índice, repasando con él la piel que cubre su cuello desde la base de la oreja hasta la clavícula. En el gesto, deja ir una descarga de energía que alivia ligeramente el cansancio del guerrero. Antes de terminar de hablar aproxima sus tiernos labios a la oreja del hombre, dejando ir en ella su aliento con las palabras-. Continúa satisfaciéndome como tu sabes, amor.

Y, sin decir más, se desvanece como si nunca hubiera estado allí.

*Desaparece*

Al notarla aparecer me desperté un poco, un instante, y enseguida me giré hacia ella, recorriendo su cuerpo con los ojos sin quererlo, pasando enseguida a mirarla a los ojos, a evitar pensar en lo que no debía pensar.

-¿En... en serio? -balbuceé, sintiendo que me ruborizaba ligeramente-. Haré lo que sea por usted -me apresuré a decir, poniéndome firme.

¡¿Hacía días que quería hablar conmigo?! Quizás me había visto con el niño, pensé, y le resultaba adorable, o había deseado volver a encontrarse conmigo, pues en el comedor apenas había tenido un instante para rozarme el pelo con los dedos y... ¡NO! Aquellos pensamientos eran innobles e inapropiados.
En apenas un instante, ella hizo que el niño callase, y yo también callaba, observándola embelesado. Aquel poder era increíble. De haberlo tenido las noches con Lyo habrían sido tan sencillas...

Asentía lentamente a sus preguntas, guiado por sus palabras, obediente. Era uno de sus guerreros, al fin y al cabo, y debía estar a sus pies, como tal.

"Eres un guerrero capaz", "eres hábil, "eres fuerte"... Cada uno de aquellos comentarios me alzaba un leve cosquilleo orgulloso en el pecho, y sin quererlo empecé a sonreír. Aunque, al mismo tiempo, lo que decía sonaba más a decepción.

-Haré lo que me manda -aseguré, serio, asintiendo de nuevo, y fue entonces cuando sus dedos me rozaron suavemente, delicados como ella era, y hasta parecía que me sentía más descansado de pronto.

"Continúa satisfaciéndome como tu sabes, amor."
Apreté la mandíbula, conteniendo un estremecimiento por el aire suave. Sentía su cuerpo cerca del mío. Y de pronto ya no...

Tragué saliva, notando que había pegado completamente la espalda a la pared. Me relajé, lentamente. Aquella mujer era somamente sensual... Pero aunque mi cuerpo... Yo no quería...
Maldición...
Mithos... ¿Y cómo iba a dormir, entonces?

*se va*

Tras detenerse durante unos instantes en el cementerio, observando por primera vez desde su llegada a Brontë las tumbas de los caídos, entre los que reconoció un par de nombres, el chrysos llegó a la capilla. Aquel lugar, al igual que el cementerio, era uno de los que solía evitar: en toda su estancia en Palacio, había ido solo dos veces. La primera, recordaba, había ido por casualidad, durante uno de sus paseos por los exteriores. Recordaba que aquel día  se había encontrado con Heylel. El aether parecía bastante desconsolado porque era incapaz de considerarse a sí mismo como un guerrero, y el chrysos había intentado animarle; también recordaba que casi al final de la conversación había empezado a llover. Observando ahora la pequeña construcción, las escaleras donde ambos habían hablado como dos buenos compañeros, Lyam pensó en lo mucho que habían cambiado las cosas, y en lo improbable que era ahora que una conversación como aquella se repitiese.

El chrysos se acercó a la capilla. La segunda vez que había ido había sido durante la reconstrucción de Palacio, pero no había permanecido demasiado tiempo, apenas un par de horas; recordaba que se había ido cuando comenzaba a oscurecer.

Nunca se había animado a entrar. Ahora, sin embargo, el chrysos se encontraba dentro de la pequeña construcción, observando el suelo, las paredes de piedra, el techo, los bancos. No recordaba la última vez que había entrado en una iglesia. Nunca había creído en Mithos, así que siempre le había parecido absurdo perder el tiempo en lugares como aquel.

Parpadeó.

*se queda*

Es una buena hora para airearse, que no todos los días van a ser hacer lo mismo. Últimamente no me cruzo con nada interesante así que me dedico a explorar. Aún no me he atrevido con el islote del lago, pero es que por la noche el agua está helada y es una mierda, y por el día hace sol y es una mierda. No hay tantos eclipses como debería haber.

En una de estas llego a la capilla. He pasado algunas veces, pero a mí no me van esas cosas de meterme en casas de piedra para hablar sola, ni sola ni en grupo, así que no es que haya sido nunca mi lugar favorito de ningún sitio del mundo, pero bueno. Quizás dentro hay un alijo de chocolate o alguna mierda así y yo soy la tonta que se lo pierde.

Abro la puerta y me viene ese olor a fe tan repugnante. Bueno, realmente no. Huele a frío, lo típico. Enarco las cejas, sin embargo, al ver que no estoy sola, y enseguida la expresión de "pillada por sorpresa" se transforma en una sonrisa maliciosa.
Me llevo las manos a la nuca, acercándome al chico en zig zag, como prolongando el momento en el que estemos el uno frente al otro. A mi espalda, la espada se balancea del mismo modo, pero en dirección opuesta a mi movimiento.

-Pero si es -. Hostia, cómo era. Lumian... Lan... Lenin...- mi colega. Mira que ya no me acordaba yo de ti-. Bien zafado, Frikka-. ¿También vienes a pedirle a Mithos que mañana hagan flan de chocolate en las cocinas? -inquiero, llegando al fin a su altura, a un par de metros, con una sonrisa, por qué no decirlo, algo pérfida, incluso.

No sé por qué sonrío así, joder. Tampoco le estoy diciendo nada tan grave... Estas manías lo malo es que una las coge y luego no deja de parecer una niñata estúpida aunque tenga un día bueno.

Al oír cómo la puerta se abría, el chrysos se giró, serio, y observó la entrada. Quien había aparecido era la plasta de los huevos, Frikka, la caeruleus con apellido raro. Lyam frunció el ceño. A pesar de que hacía mucho que no la veía, más o menos desde el ataque de los bichos aquellos, no tenía ningún interés en hablar con ella. De hecho, su sola presencia había hecho que ya no tuviese ganas de estar ahí, en la capilla.

Lyam observó cómo se acercaba a él. Frunció el ceño.

—No —respondió, borde. Colegas no era el adjetivo que usaría para definir su relación con la caeruleus, a la que consideraba una compañera a la que era preferible evitar en todo momento.

Se apartó de ella, dirigiéndose a la salida. Ni tan siquiera le importaba parecer borde.

Su respuesta enseguida me borra la sonrisa, e incluso llego a fruncir el ceño. Aunque no me quito las manos de la nuca, si relajo un poco la espalda, dejando de parecer tan grande. Ladeo la cabeza ínfimamente. Los cojones me va a hacer sentir como si hubiese interrumpido su puta boda haciendo que la novia saliese huyendo con un puto bastardo.
Debería escribir historias o algo.

-Ya lo capto -gruño, evitando mirarlo, apartando la vista al lado contrario. Acabo por dejar caer las manos y lo adelanto, con pasos claramente furiosos-. Que quieres estar solo, vale. Perdón por existir, joder.

Llego hasta la puerta, me aseguro de hacerlo antes que él, la abro, salgo y la cierro de muy malas maneras, en sus narices, apoyándome luego contra la madera. Poco a poco la expresión de furia se desvanece. Mantengo la vista clavada en el suelo.
Me siento algo sola, creo.

Me froto la cara con la mano y suelto un hondo suspiro. Vaya mierda de nochecita. Empezamos bien.

*se va*

El chrysos frunció el ceño. Que se fuese no era tanto por el hecho de que quería estar solo como por el hecho de que no la soportaba. Lyam no le deseaba ningún mal a la caeruleus, pero las dos veces que habían hablado habían sido suficientes para él. Más que suficientes.

El chrysos no respondió a sus comentarios y siguió avanzando. Al llegar a un punto, vio cómo la caeruleus lo adelantaba, abría la puerta y las cerraba, en sus narices. Puso entonces los ojos en blanco. Qué melodramática. Luego, él abrió la puerta, la cerró tras de sí, y se fue.

*se va*

fdr. menudo roleo más chorras xDD

Entré en la sala buscando un sitio dónde sentirme bien conmigo misma, sin embargo, no lo había conseguido. El ambiente sólo me recordaba más la soledad y la penuria por la que tenía que atravesar.

"Todo es por su bien, mi hermano así lo dijo". No podía dejar de pensar en mi niña, mi pobre e indefenso angelito. El único regalo que la vida todavía no me había arrebatado.

Me acerqué al altar, dónde, una vez en frente, me puse de rodillas e incliné la cabeza hacia abajo. Mithos era mi único compañero en este viaje, Él bien entendía cómo yo me sentía.

- Gracias por estar aquí conmigo, y no dejarme sola - no alcé la vista en ningún momento, sabía que estaba allí conmigo.

*Se queda*

Zacharyas asomó a la capilla con una sonrisa extraña, movido por la curiosidad. No era la única vez que había estado en ella. Sus visitas al cementerio, casi periódicas, terminaban por hacer que pasase a veces por aquel lugar. Le agradaba su tranquilidad.
Aquel día no estaba vacío. El caeruleus no hizo más que saludar, tras bajarse la capucha, con un gesto, respetuoso, silencioso, y quedarse a la puerta.

Llevaba la mano izquierda vendada, recogida en un cabestrillo, colgada al cuello, y su rostro presentaba varios moratones y cortes. No obstante, parecía muy tranquilo, casi feliz, podría decirse.

El lugar estaba lleno de un silencio perpetuo, inquebrantable. Noté una presencia en frente de mí, y no pude evitar alzar la mirada, junto con mi cabeza. Una tenue sonrisa se trazó de mejilla a mejilla en mi cara, y correspondí a su saludo con una pequeña inclinación aprovechando que estaba de rodillas. Me levanté para quedarme de pie, y extendí una mano hacia él, como ofrecimiento para que se uniese a mí.

Nunca venía de más una cara nueva con la que conversar o rezar un poco. Me fijé un poco más en su aspecto, y tardé poco en sorprenderme. Borré de inmediato esa sonrisa y me acerqué a él con gentileza.

- Vaya por Mithos... - mis manos se movían cerca de él, sin llegar a rozarlo, como si quisieran tocarlo pero no pudiesen -. ¿Cómo has podido hacerte algo así?

Le indiqué con movimientos más veloces -deshaciéndome de mi habitual lastre emocional- que tomase un asiento en el banco más cercano. Tenía vendajes que cubrían su mano izquierda, que seguramente le proporcionaba un gran dolor. Debía mostrarle como compañera suya mi respeto, ese hombre ya había hecho más en el palacio que yo seguramente, se merecía por tanto mi preocupación y ayuda.

Esperé a que tomase asiento, sería una falta de respeto si yo lo hacía antes que él.

La mujer correspondió, silenciosa, y Zacharyas la miró, callado también. No la había visto antes. Su rostro era tranquilo. El mago pensó que, seguramente, sería un buen lienzo para escribir con cuchillas, en sangre, debido a lo blanco y liso que se le hacía.

Al verla acercarse tampoco habló, aunque acompañó su mirada, hacia su propia mano, herida, cuando la vio mirarla. Sus ojos oscuros, negros, ascendieron una vez más hacia la chrysos, que parecía más preocupada que él mismo, aunque aquello no era difícil, por el estado de su extremidad.

-Entrenaba con un compañero -respondió él, escueto. Carrasepeó un instante, y se apresuró a decir lo que ellos solían querer oír-. Fue un accidente.

La acompañó hacia el banco, apacible, y se quedó varios segundos de pie, mirándola, hasta comprender lo que le pedía. Entonces el caeruleus se sentó, y la miró durante varios segundos, con suma calma. Pareció recordar de pronto que podía hablar.

-Soy Zacharyas Blacksmith -comenzó, con su voz áspera, como si llevase días sin usarla-. ¿La he molestado?

La herida se correspondía con uno de sus entrenamientos, ¡qué dureza rodeaba a aquellos hombres que en Brontë osaban emplear las armas! Me sentía de nuevo culpable, una mujer como yo nunca se atrevería a manejar tales herramientas endemoniadas, que sólo arrebataban vidas.

El guerrero, llamado Zacharyas, se sentó en el banco ante mi gesto, lo cuál agradecí con una muda sonrisa y otra pequeña inclinación hacia su figura. Sus palabras provocaron que me sonrojase, ¿es que a caso le preocupaba haberme molestado? Me llevé ambas manos al pecho, colocando una sobre la otra.

- Para nada - respondí con la cabeza gacha -. Me has bendecido con tu presencia - dudaba si utilizar un lenguaje más formal, sin embargo, aunque él fuera superior a mí en fuerza y estuviera colocado más arriba que yo, no dejaba de ser mi compañero. Bajé las manos.

- Si me lo permites, yo soy Chi Yeon - de nuevo mi cuerpo se inclinó a modo de reverencia.

Me erguí finalmente, aunque mantuve la mirada agachada, escondiéndose de alguna forma de la suya. Los ojos de los guerreros reflejaban en muchas ocasiones las inmundicias que habían llevado a cabo. No podía tenerles miedo, era en muchos casos su deber como guerreros lo que los guiaba, pero sí sentía su efecto intimidante.

Zacharyas se sentía algo extraño interactuando con ella, que parecía tan liviana como una hoja, o como una piel sin cuerpo en su interior, flotando a la deriva en corrientes de aire. Trató de hallar broma en su voz, una especie de burla oculta que ya le era indiferente, pero no la había, según creyó, o estaba bien oculta. De todos modos, sonreía, extraño, casi con un deje macabro sin quererlo, y lo hubiese hecho incluso si la hubiese detectado.

-Me alegro -comentó, asintiendo, correspondiendo en parte a la reverencia de la pálida mujer.

Quizás, pensaba Zacharyas, fuese un cadáver viviente, o un espectro. Tal lo parecía por su palidez, por sus formas de expresarse, de hablar, o de la pena que parecían transmitir sus ojos oscuros con solo mirarlos.

-Chi Yeon -repitió, y ensanchó un poco la sonrisa-. ¿Has venido a guardar respeto a los que se han ido? -preguntó, con normalidad, con voz áspera, pero sin alzar el tono, casi simpático.

Oír mi nombre en los labios de otra persona me resultó extraño, no estaba acostumbrada a que se dirigiesen hacia mí como tal. Su pregunta provocó una segunda y empalidecida sonrisa en mi cara.

- Ese respeto lo guardo constantemente en mi interior, no seré yo quién deshonre el nombre de los guerreros de Brontë - respondí ya con más entereza, tornando mi cara a una expresión más seria pero no por ello cambiando mi opinión acerca de mi compañero -. A veces, cuando te encuentras sola y desamparada, sientes la necesidad de recurrir a lo seguro...

Le indiqué con mi mano derecha -de nuevo extendiendo el brazo- el altar donde hasta hace poco me hallaba rezando mis plegarias a Mithos. Él también había venido a la capilla, y suponía que pretendía encontrar otra cosa, sin embargo, no era yo quién de preguntar, sería irrespetuoso por mi parte.

- No solía creer en nada que no pudiera ver, ni tocar - soltó mi boca torpemente, eran palabras demasiado duras e injustas que no reflejaban para nada los valores de mi familia -. Sin embargo, logré abrir los ojos, y ahora sé que puedo confiar y pedir ayuda a lo impalpable e invisible; y que me hará menos daños que lo perceptible.

FdR- Pausa

Zacharyas la escuchó en silencio, siempre con una sonrisa en los labios, extraña. la gente había tendido siempre a encontrarla turbia, macabra, aunque lo cierto era que, por algún motivo, parecía no saber sonreír de otra forma más amable, muchas veces.
Siguió con la mirada su mano, viendo lo que le señalaba, y volvió a ella. Un brillo de curiosidad ocupaba entonces sus ojos oscuros, que la recorrían.

-Hablas... -comenzó, con lentitud, y la voz algo áspera-. ¿de un dios? ¿De Mithos?

Ladeó la cabeza. El flequillo le oscurecía algo los ojos, ojerosos, ya de por sí sombríos. La sonrisa se había desvanecido, y quizás aquello que había aparecido para sustituirla era curiosidad.

-Eres una persona atormentada -murmuró, clavando los ojos en los de Chi Yeon-. ¿Por qué?

Levanté la vista una vez más para comprobar la cara de la cuál salían esas palabras, pero nada más verla volví a bajarla. Tenía una sonrisa tenebrosa, pero no era yo quién de juzgarlo, todo en el mundo tenía una explicación. Intenté sonreír, aunque no estaba muy segura de qué reflejaba mi cara -nunca lo estaba-. A veces, cuando yo sentía que transmitía amabilidad, otros sólo veían tristeza o dolor.

- Sí, hablo de Mithos - asentí con la cabeza, sin hacer ningún otro movimiento. No tenía nada más que añadir; aunque creyese en él, tampoco me gustaba expresar mi fe de forma tan abierta, no quería resultar tediosa a la gente.

Sus últimas palabras abrieron un poco más mi sonrisa, como si de una herida se tratase.

- He cometido mucho errores en mi vida, y no he sabido corregirlo a tiempo - bajé todavía más la cara, en gesto de arrepentimiento -. He sido castigada, es lo que me merezco por intentar descarrilarme.

Muchos recuerdos brotaron de repente en mi cabeza, hablar del pasado oscuro no estaba bien, había que dejarlo atrás, ¿no? Confiaba en que algún diá pudiese olvidarlo todo. Hasta entonces, debía cargar con el castigo que Mithos me había impuesto.

La primera respuesta de la chrysos hizo que el caeruleus apartase la vista, seria, y mirase al frente por un momento. Parecía estar pensando muy profundamente en algo.

-Yo... -. Carraspeó. Esbozó una sonrisa-. No tengo claro cómo funcionan las cosas más allá de la tierra. Pero no me gusta pensar que no existe más que... -. Calló varios segundos- lo que vemos. Al fin y al cabo,el mundo está lleno de cosas sorprendentes. La existencia de un espíritu más poderoso que nosotros y que rige el mundo no me parece descabellada-. La miró.

Existía una energía. Zacharyas lo sabía. No tenía claro si era algo consciente o algo que simplemente estaba ahí, como una piedra, o como el agua. Pero no era nadie para juzgarlo, y no le preocupaba llegar a saberlo alguna vez. Tenía sus propias ideas, y respetaba las del resto.

Lo siguiente que dijo ella captó su atención de nuevo. Movió un poco la mano herida, encontrando placentero el dolor que surgió en respuesta. Para su sorpresa, dejó ir una risa suave.

-¿Castigo? La única que puede castigarse por errar eres tú misma. Si son otros se le llama tortura -respondió, algo seco, risueño, mirándola muy fijamente.

Trataba de explicar algo. Pero aquellas cosas solían ser difíciles de transmitir para él. La gente no solía abrirse a escucharlas.

Parecía pensativo con respecto al tema de la existencia de Mithos. Era algo que desde luego yo no podía cuestionar, estaba claro que Mithos existía, pero no debía intervenir en la mente de aquel joven. Si Mithos no se le había revelado era porque él lo había querido así.

- Solía pensar como tú... - otra vez retomaba el pasado, así que decidí cerrar la boca, olvidar todo por lo que había atravesado.

Se le veía todavía cavilando, los jóvenes siempre tenían problemas con esos temas. No les culpaba, tenían tantas cosas en las que pensar, tantos errores que cometer.

Sus últimas palabras me molestaron un poco, no sabía lo que estaba diciendo, estaba un poco desorientado. Negué con la cabeza suavemente, mirando su pálido rostro.

- Yo no lo creo así - debí mostrarle al chico la verdadera realidad, esas palabras habían sido algo feas -. Si no hay alguien a tu lado para decirte lo que está mal, y apartarte de ese camino, nunca cambiarás de ruta - ¿No era acaso eso lo que hacía Mithos por nosotros? Cada vez que cometíamos un error, nos castigada tanto física como mentalmente para no repetirlo -. La tortura sólo la llevan a cabo los hombres corrompidos por la maldad, los que, por algún motivo, nunca fueron castigados.

Alcé un poco la vista, entendería aquel chico mi posición? ¿O sería otro de esos que no entienden la realidad por las palabras, sino por el castigo?

Zacharyas la contempló, silencioso. La dejaba hablar, sin intervenir, y su cuerpo se mantenía relajado, tranquilo, como si que ella respondiese de aquel modo no le afectase. No le afectaba realmente, al fin y al cabo.

Se levantó, sin embargo, cuando ella acabó de hablar, dándole la espalda un momento. Volvió el rostro hacia ella. Su sonría había crecido, extraña, y aunque era más grande también parecía más apagada.

-Nadie tiene derecho a elegir el camino que tú debes seguir. Solo tú. Lo que otros digan no son más que consejos, o imposiciones. Lo primero está bien, lo segundo no -. Estiró uno de los mechones de su flequillo, pensativo, hasta que le cubrió los ojos. Carraspeó-. La tortura la llevan a cabo todos los hombres -. De pronto estaba serio. Por primera vez en tiempo su rostro parecía haberse tensado-. Tratan de moldear a unos y a otros a su gusto, a sus ideas, creyéndose dueños de la verdad -. Carraspeó de nuevo-. El que tortura no es Mithos, son las personas. Y muchas ni siquiera lo ven así.

El caeruleus se levantó con un aspecto un poco tenso, quizás aún le dolía la mano. Comenzó a hablar y decir lo que él pensaba. No tenía razón, una persona que no sabe no puede elegir por sí misma, necesita una madre que le enseñe a vivir, un padre que le guíe por el camino. No negaba que no pudiéramos elegir nuestro camino, pero debíamos dejarnos guiar por los que ya lo habían recorrido, ¿quién lo conocía mejor que ellos?

No estaba de acuerdo con sus palabras, pero tampoco fui capaz de decir nada. Agaché la vista, ¿qué le iba a decir a un guerrero de Brontë que se enfrentaba probablemente a la muerte casi todos los días? ¿A una persona que probablemente lo hubiera perdido casi todo, incluso parte de su cordura?

Seguí escuchando sus palabras, lo que opinaba sobre la verdad. No podía discutirle nada, y no porque no tuviera argumentos ni porque estuviera de acuerdo, pero porque ese chico no parecía haber tenido a alguien que lo guiase en su camino. Y no era yo quién de señalarlo por ello.

Me mantuve callada, discreta, con la vista caída. Observando cómo se acercaba a la puerta.

Zacharyas se volvió hacia ella. De pronto parecía haberse amansado, relajado un poco, y la expresión alarmada de sus ojos, algo enloquecida, que había tenido hacía un instante había desaparecido. Hizo una pequeña reverencia, sin decir nada. Era una disculpa, aunque ella quizás nunca llegase a saberlo. No habló hasta pasados unos segundos más.

-Espero que encuentres el fin de tu tormento -le dijo, con voz áspera, pero tono amable. Se echó la capucha sobre los ojos, cubriendo su rostro de nuevo-. Volvamos a encontrarnos -pidió-. Buenas tardes.

No esperó demasiado. Abrió la puerta y abandonó la capilla, dejando dentro a la mujer que parecía triste.

*se va*

Durante unos segundos la capilla se inundó de un eterno silencio. aunque no lo estuviese mirando, sentía su mirada posada sobre mí. Cuando pensé que se había ido, escuché sus palabras.

Levanté la vista, intentando sonreír de nuevo, sin conseguirlo.

- Espero que así sea - y entonces Zacharyas, el chico encapuchado, abandonó la sala.

Me giré, hacía calor. Me acerqué de nuevo al altar para continuar con mis oraciones y conversar un poco más con Mithos. Las palabras que había intercambiado con el caeruleus, aunque breves, me dieron mucho en qué pensar.

Me arrodillé en el suelo y, durante varios minutos, sentí el contacto de nuevo con la tristeza de mi pecho. Mi boca se abrió entonces para susurrar.

-Andas cerca.

*Se queda rezando un tiempo y se va*

Miré a mi alrededor nada más entrar, con calma. Había algunas personas por allí en aquel momento, todos ellos chrysos, prácticamente. Al fin y al cabo, era lo que más había en Brontë. Y no todos ellos, había ido comprobando con el tiempo, tenían ojos de asesino.

De alguna forma, no tenía claro qué hacía allí. Pero el recuerdo de lo sucedido el año anterior había terminado por acercarme a la capilla, a la que hacía ya mucho que no iba. No era, de todos modos, un logar que soliese frecuentear.

Saludé a algunas personas. Se me hacía raro ver sin el uniforme a aquellos que tantas veces me había encontrado en los pasillos, o que me habían guiado o traído algo de comer. Desde luego, verlos juntos, tristes, conmemorando a los que habían sido sus compañeros, que lo eran de alguna forma, me daba motivos renovados para luchar.

Había sido un año extraño, el pasado. Había, prácticamente, comenzado de aquella forma. Con Lea y aquel chico piscis había plantado cara a algunos de los invasores. Pero no me había sentido, de algún modo, como un verdadero guerrero. No era como si hubiese podido salvar a muchas personas.
Me había centrado en pensar, de alguna forma, que luchando con ellos dos había conseguido, por lo menos, que entre los tres nos salvásemos a nosotros mismos. Aunque al final había sido la dama caeruleus la que nos había sacado de allí, de todas formas.

También recordaba que aquel año pasado había regresado Inger, tras haber estado tanto fuera que había empezado a olvidarla. Había pasado de añorarla a, de algún modo, aceptar que no estaba. Me había acercado a Lea en aquel tiempo. Pero con la entrada del año, como queriendo que aquel ataque me hiciese temer por ella, Inger había regresado. Y poco después...
Llevaba mucho sin verla. Aunque preguntaba por ella, no siempre sabían qué responderme, y al final había terminado por hacerlo menos. Quizás la insistencia la haría sufrir, y ya bastante mal lo había hecho.

Estuve un buen rato en la capilla, acompañando a los presentes. Cuando lo consideré suficiente, cuando uno de ellos acabó un discurso improvisado sobre algunos de sus amigos, me despedí para salir fuera.

*se va*

Vilo está conmigo. No es lo habitual, claro. Ahora, que es mayor e independiente, está mucho tiempo solo. Pero el caso es que hoy me he decidido a salir de paseo con él, con lluvia y con todo. Aunque ahora se ha puesto un poco peor, así que me he metido bajo el techo de la capilla. Lo curioso es que Vilo haya decidido quedarse conmigo.

Me he sentado con él en la puerta, claro. Está empapado y huele muy fuerte por la humedad, pero eso no me evita recostarme contra él. Ha crecido demasiado. Ya me cuesta imaginar al cachorrillo al que daba el biberón, y no hace tanto. Parece, más bien, que sea él el que me tenga que dar a mí el biberón, a estas alturas.

Aunque, de hecho, en cierto modo está condenado a ser siempre un cachorrillo para mí.

*Se queda*

Se habían ido acostumbrando al regreso poco a poco, aunque el hecho de tener a Julia consigo hacía que lo que había sido normal se volviese extraño de pronto. O quizás, pensaba a veces el mago, había sido la ausencia. Había cambiado en Brontë, y o había notado al volver a casa. Quizás había cambiado también, entonces, en aquel tiempo que había pasado en Caligo.

Vestido con una oscura capa negra había salido solo a pasear por los terrenos del palacio. La lluvia no había sido un problema, y la capucha empapada le  caía sobre los ojos. Se había detenido entonces, ya cerca del cementerio, al toparse con aquel edificio. Recordaba haber estado en él antes de irse, acudía bastante, con una mujer chrysos que parecía cansada.
Se adentró en el lugar pensando en ella, quizás en volver a charlar con la mujer, si seguía en el lugar, si se cruzaban, pero no fue a ella a quien vio.

-Buenas noches-. Su voz rasposa iba acompañada de una sonrisa algo extraña, lánguida, con un matiz de realización que a muchos les hubiese resultado escalofriante de encontrarse la imagen en medio de la noche junto al cementerio-. Cuánto...-. ¿Era aquello lo que debía decir?- tiempo.

Zacharyas pensó que seguramente sí.