Capilla

Soy capaz de notar la tensión de Vilo, cómo eriza el pelo del cuello, antes de ver aparecer la sombra, alta y tenebrosa, ante nosotros. Claro que Vilo no llega a emitir sonido alguno, sino que se limita a permanecer alerta. Y, como siempre, confío en sus capacidades y hago lo mismo.

No tardo en reconocerlo. El amigo de Rick, Zacharyas. ¿Ha vuelto, entonces? Hace tanto que no lo veo que casi podría decir que es un fantasma. Siempre ha tenido ese aspecto escalofriante, que inspira rechazo, que pide a uno echar a correr sin siquiera mirar atrás. No lo hago, pese a todo. Sé que no tengo por qué. Sé que es amable, discreto, poco dado a entrometerse en asuntos ajenos. No diría que le tengo un gran aprecio, pero valoro esas cualidades suyas. Creo que muchos podrían aprender de él y adquirirlas, y que eso haría del mundo un lugar mejor, y de mí una persona menos quisquillosa.

-Sí, hace mucho tiempo -respondo con tono tranquilo, suave, amable. Mantengo una mano sobre el pelaje de Vilo, masajeándolo, asegurándome de que no aumente esa tensión suya. No le quita ojo de encima-. Tenía entendido que te habías marchado.

Quizá debería añadir un "qué tal", pero no me apetece hacer de esto una obligación de conversar. Tampoco tenemos tanta relación como para sentir que es mi deber preguntar por su vida en profundidad.

Sus ojos se detuvieron un momento en el animal. Zacharyas lo examinó, mirándolo a los ojos, pero no fue una acción muy larga. No buscaba un desafío, aunque sentía curiosidad por ese aire peligroso que emanaba el vulpus. Pero sabía que esa no era la forma de proceder, lo habia aprendido con los años. Aunque algo llamase su atención tanto como para que quisiera evadirse pensando en ello, solía ser capaz de evitarlo.

-Me había marchado -confirmó, asintiendo levemente, sin perder nunca aquel rastro de sonrisa un poco extraño-. Con Ayne. Volvimos hace poco -explicó entonces. Hablaba despacio, con calma. Luego carraspeo-. ¿Ha sucedido algo importante en este tiempo?

Más de medio año. Era como un vacío extraño que le costaba reconocer.

Ayne. Ayne es... ¿su novia? ¿Por qué soy tan mala para recordar estas cosas? En fin, no creo que sea importante, de todas formas. Ya no recuerdo qué me contó Rick de todo este asunto. Hace demasiado que se fueron. Tanto que, de hecho, no sé cuánto hace.

Y eso dificulta darle una respuesta. ¿Qué ha pasado en este tiempo? Trato de hacer memoria, pero lo cierto es que no se me ocurre gran cosa. Me pregunto si estaré pasando algo importante por algo. No debería.

-Creo que nada digno de mención -acabo por responder, después de pensarlo un poco-. Las cosas están bastante estables. Es como mejor se trabaja, ¿no te parece? Me gustaría que siguiera así.

Y quedara, por fin, demostrado que lo que pasó no fue más que una mala racha, una serie de catástrofes casuales, y que se han tomado medidas para que no vuelva a pasar nada parecido.

La conversación se le hacía rara. Llevaba mucho sin ver a los guerreros, y cada vez que se cruzaba con un rostro conocido se sentía un poco confuso. Quizás no fuese "confuso" la palabra. Fuera de lugar.
No era incómodo. Zacharyas no solía sentirse incómodo.

Asintió muy suavemente, inmóvil.

-Es lo mejor para todos -recitó. Quizás no le pareciese lo mejor para sí mismo, lo más atractivo, pero la tranquilidad era lo que la mayoría prefería. Bajó entonces la mirada hacia el Vulpus de nuevo. No recordaba su nombre. Quizás nunca lo había sabido-. Ha crecido mucho -le dijo.

No se le daba bien conversar. Y tras tanto tiempo en familia era raro volver al resto del mundo.

Paseó la vista por el lugar, abstrayéndose un momento. La otra mujer no estaba allí aquella vez, al final. No era, de todas formas, algo que pudiese esperarse, en realidad.

-¿He interrumpido algún tipo de momento importante? -preguntó entonces, volviéndose hacia ella, y casi parecía algo apurado, aunque podría tratarse simplemente de la imaginación del que escuchase. Estaba sola en la capilla, a fin de cuentas, y Zacharyas se dio cuenta de que quizás quería estar de aquella forma. Carraspeó-. Quizás no he ido muy educado.

Me permito volver la vista hacia Vilo un momento, y compongo una sonrisa más evidente, considerada. Se supone que lo comenta para llamar mi atención, para demostrar deferencia a mis asuntos, y que yo debo sentirme agradecida por ello y hacer saber que su gesto me ilusiona. Cuánta estupidez.

-Demasiado, creo yo -comento en tono jocoso-. Y, sobre todo, demasiado rápido.

Me llama un poco la atención su repentina pregunta, que habría tenido más sentido en el momento en que entró. De todas formas, no es el caso, y niego con suavidad para hacérselo saber. No me considero demasiado religiosa, en realidad. Quizás, incluso, podría alguien pensar que utilizo un "lugar sagrado" con demasiada frivolidad.

-En absoluto -respondo-. Nos guarecíamos de la lluvia. Al menos, mientras fuera fuerte. ¿Qué tal está el tiempo ahora? Parece que ya no llueve tanto, al menos.

A las palabras de ella, Zacharyas volvió a mirar al animal, aquella vez de otra forma. "Demasiado", había dicho ella. Y después: "demasiado rápido". Y aquello se le hizo extraño. Porque por rápido que creciese Julia, a él se le hacía siempre lento. Cada cosa que aprendía era un orgullo, pero no podía esperar a que aprendiese la siguiente. Y ella se esforzaba, y Ayne y él por enseñarle, pero el tiempo pasaba a la velocidad de siempre.
Demasiado despacio. Aunque Zacharyas era paciente.

Pero no dijo nada. El paso del tiempo era objetivo solo en parte. Y era cierto que los animales tendían a madurar más rápido que las personas.

Zacharyas miró a Lea, y luego el lugar de nuevo. Elevó los ojos al techo, como esperando ver algo especial en él. La oscuridad de esa zona lo ayudó a no encontrarlo.

-Me gusta este lugar -murmuró abstraído, con tono seco. Era como si los fantasmas se arremolinasen en el aire, a su alrededor, aunque no fuese así-. Es un lugar tranquilo-. Y entonces la miró de nuevo a ella, como volviendo a conectar-. Ha parado un poco. Es buen momento para salir. No parece que vaya a parar de momento.

Como él, miro alrededor. La verdad, no me parece un sitio tan particular. Está bastante muerto, hablando en plata. Pero en fin, para gustos los colores, y lo de rarito ya se le veía venir de antes. Nada nuevo, después de todo.

Asiento con suavidad y me levanto despacio. Vilo me mira un momento, y no tarda en imitarme. Sonrío a Zacharyas una vez más, ya con intención de ir hacia la puerta.

-Aprovecharemos, entonces -declaro, acariciando con suavidad el lomo de Vilo-. Me alegra verte de nuevo. Espero que hayas tenido una feliz vuelta. Ya nos veremos.

Sé que no va a retenerme. O, al menos, no es algo que espere de él. Tras despedirme, me alejo con Vilo, que no deja de prestarle atención hasta que salimos de nuevo a la lluvia. No, no tiene pinta de ir a parar.

*Fin de escena*

Había ido a la capilla en varias ocasiones. Allí solía sentir cierto amparo, como si algo me acompañase aunque estuviese solo, pero cuando entré aquella vez las piedras de los muros me parecieron viejas y vacías, y el espacio estrecho, clasutrofóbico. La luna todavía se mostraba grande en el cielo, y por las ventanas entraba una luz pálida y fría. Encendí alguna antorcha con un flagrare y la estancia se tornó algo más cálida.

Me habían permitido salir de la enfermería, y lo había agradecido. Tras el despertar de Browen la situación se había vuelto desagradable. Llevaba un cabestrillo para que el brazo derecho descansase, pero al menos tenía brazo, y el dolor del costado se me olvidaba a veces, si no me movía de forma repentina. Había decidido dejar el anillo en mi baúl, y aunque de aquel modo me dolían más las heridas y me notaba más cansado, era capaz de sentir mejor los límites de mi cuerpo.
Estaba cansado.

Allí casi nunca había nadie. No sabía si los otros guerreros no eran demasiado devotos, si estaban demasiado atareados o distraídos o si habían, con el tiempo, perdido las ganas de hablar a las paredes sin obtener respuesta.

Tomé asiento en uno de los bancos, que crujió un poco bajo mi peso. La madera era oscura y parecía algo gastada, pero no cedió. Me apoyé contra el respaldo y elevé la vista hacia el techo, con gesto ausente.

Había estado pensando en muchas cosas. Las palabras de Lea me habían aplacado cuando había tocado fondo, pero no habían impedido que los pensamientos se revolviesen en mi cabeza, y al final mi humor no había mejorado tanto. Simplemente me había serenado, había dejado de quejarme como si la desgracia nos rodease. Pero no había encontrado la solución a nada. Cuando, finalmente, había podido ver a Värdjas, había encontrado la hoja hundida y deformada, peor de cómo la recordaba, de alguna forma, como si ella misma quisiese que me retirase del combate. De todas formas, con el cuerpo en aquel estad blandirla no era una opción. Y casi agradecía las heridas, que me evitaban hacer locuras.

Pensaba mucho en la muerte, en la vida y en el sentido de aquella. Pensaba en cosas como el destino, y pensaba en el honor, y en caballeros, y en guerreros, y en la justicia y la lealtad, o en la traición y la deshonra. Pensaba en el odio o en el amor. Pensaba en lo cansado que me sentía, pero también en aquel extraño motor que no dejaba que me rindiese sin más pese a aquello. Y en la voz que repetía una y otra vez que, por favor, lo hiciese.
Quizás tenía mucho tiempo, y entonces pensaba. ¿Qué me había dicho mi padre alguna vez? Cuando era un niño y daba demasiadas vueltas a los problemas... Era...
Entrecerré los ojos, cansado.

-Hijo, si piensas demasiado crecerás, sin duda te saldrá barba, pero no solucionaras ningún problema -recité, con tono monocorde. Siempre se quejaba si pensaba demasiado, pero entonces, cuando actuaba sin pensar y causaba algún desastre... "¡¿Qué has hecho?!", solía exclamar, tras alguna travesura-. ¿Es que no piensas antes de hacer las cosas?

No tenía sentido para mí. Simplemente me parecía que se contradecía al decir aquello. Al final había optado por pensar que mi padre era tan superior que no podía entenderlo. Pero en aquellos últimos tiempos había empezado a preguntarme si no sería que, simplemente, era tan normal como cualquiera.
"Rick", me decía mi abuelo de niño, muchas veces. Tenía la pipa en los labios y siempre olía un poco a tabaco. "Rick, eres igualito a tu padre cuando era joven." Y yo siempre pensaba que aquello era mentira. O que, aunque fuese cierto, yo nunca pasaría de ser lo que era a ser lo que mi padre era. Siempre había temido aquello: no cumplir con mis expectativas, no cumplir con sus expectativas.

Cuando me marché a Brontë me desafió. Parecía furioso, pero tras escucharme hablar sonrió, quizás era orgullo, y entonces, para mi asombro, me ofreció a Värdjas. ¿Qué había dicho yo? Palabrería, seguro. Sobre caballeros, héroes, sobre el honor y las personas a las que salvaría. Le habría dicho que era un héroe, porque en mis historias yo siempre era un héroe.
Pero Värdjas había caído, al final. La que nunca pensé que caería antes que yo.

Tenía que volver a casa y decírselo. Quizás tuviese alguna reprimenda que echarme, o alguna frase de las suyas, que hacían que pareciese que todo estaba planeado y tuviese sentido. O quizás sintiese decepción, porque no había cumplido con lo que esperaba. No podría saberlo hasta que fuese allí.

Tenía que volver a Brontë. Ya era tarde. Aquella noche parecía que ni los dioses fuesen a acercarse a aquel lugar.

*se va*