A por los monstruos.

Zacharyas y Ayne no eran, desde luego, los dos guerreros más comunes de Brontë, pero aquel día formaban equipo para cumplir una de las misiones que la gente encomendaba a veces. Al fin y al cabo, el Palacio, si bien servía para mantener la paz en temas imporantes, también se encargaba a veces de temas simples que le daban fama a sus guerreros, recursos, medios, publicidad o, simplemente, entrenamiento en los momentos de escasez de enemigos.

Los dos guerreros habían llegado velozmente al lugar requerido, tras haber viajado en barco. Allí los recibió un joven claritas de cabello rubio, lacio, y gafas redondas. El muchacho los llevó en un carro hasta una colina que, según él, precedía al campo que su abuelo le había dejado en herencia. Si bien los guerreros le parecieron extraños, no hizo ningún comentario al respecto que dejase ver lo que verdaderamente pensaba.

-Tras esa colina se encuentra el lugar -dijo, señalando a una pequeña inclinación del terreno que había apenas unos cien metros más adelante-. Tened cuidado, por favor.

Allí tuvieron que apearse los dos. El muchacho parecía intranquilo, como si le diese miedo acercarse a lo que allí se encontraba. Así pues, ellos solos debían encargarse del resto.

El claritas asintió poco convencido ante las palabras del caeruleus, pero pareció no tener nada que añadir, de modo que los dos guerreros pudieron dejar aquel lugar y tomar el camino hacia la colina que les había sido indicada. Pudieron comprobar que el chico, junto al carro, no se movían. Quizás los fuese a esperar allí, alejado del peligro, pero suficientemente cerca como para saber cómo iba la situación y si necesitaban algo.

Tardaron pocos minutos en ir desde donde estaban hasta la colina, que ascendieron sin inconvenientes. La cuesta apenas era empinada y el terreno era poco pedregoso, fácil de llevar. El que más problemas enía era el caeruleus, que podía sentir aquella intensa luz sobre sus ojos, desagradable para él, que dificultaba mucho su visión.

Cuando llegaron al final del camino se encontraron con un campo qu parecía de cosecha, pero que, por su aspecto, lleaba muchos años sin trabajarse, pues lo cubrían malas huerbas y arbustos, dándole un aspecto algo andrajoso.
De todos modos, lo que más destacaba en aquel lugar no eran las plantas ni las piedras, sino aquellos espeluznantes seres de ojos oscuros que chillaban de manera insufrible y saltaban de una lado para otro, peleándose entre sí, agresivos.


Al llegar los guerreros, uno de los monstruos se detuvo, como si olfatease el aire con su nariz inexistente. Entonces, con una lentitud casi escalofriante, se giró hacia ellos y los miró, emitiendo un chillido extraño que fue seguido de un silencio algo desagradable.
Y entonces todos los miraron, a la vez, tensos y curiosos, sin moverse.

Los guerreros pudieron contar hasta siete de ellos.

Todo fue como una explosión. En cuanto el hechizo de la parvus impactó contra el torso de uno de aquellos seres, los demás se lanzaron. El herido chilló, enroscándose en el suelo un instante, pero pronto se unió a sus compañeros. Esa repentina cantidad de movimiento hizo que uno de los âchnam de Zacharyas fallase y que el segundo apenas rozase a otro de los atacantes, que respondió con un enfurecido grito agudo que penetró en las cabezas de los dos guerreros, haciendo retumbar sus tímpanos de forma dolorosa.

Los siete iban en bloque, aunque, pese a eso, se movían de forma algo desordenada. Dos de ellos se lanzaron sobre Ayne, tratando de atravesarla con sus extrañas patas delanteras, que acababan en una uña negra brillante. Otros tres hicieron lo propio con Zacharyas, intentando traspasar su abdomen y sus piernas. Otro, el que había sido golpeado por el terra der -reconocible por el corte sangrante de su torso- trató de rodear a la parvus mientras los primeros la distraían. Parecía querer atacarla desde un costado, pero no se daba lanzado.

Mientras todo aquello sucedía, sin embargo, el séptimo de ellos seguía chillando de manera cada vez más insoportable.

La escena sucedió en apenas unos segundos, que pasaron como un suspiro para los guerreros, que debían concentrarse especialmente para superar aquella desventaja numérica, pero, que al mismo tiempo, encontraban cada vez más difícil el hacerlo mientras aquel sonido agudo iba penetrando en sus cabezas, taladrando más y más sus tímpanos y sus cerebros.
Para entonces ya resultaba lógico por qué el muchacho que había pedido la misión se había mantenido a una distancia tan prudente del campo, pues aquellos seres levantaban un dolor de cabeza diabólico.

El hechizo de Ayne dio en el blanco, lanzando al que encabezaba el ataque unos cuantos metros hacia atrás, soltando un alarido de dolor. Allí donde cayó, se enroscó, gimiendo mientras la sangre brotaba de su rostro. Pese a ello, el segundo no se detuvo en su ofensiva, y antes de que ella tuviese tiempo de cortar nada, lanzó una de sus extrañas colas -tenían todos dos, y con una forma semejante a un brazo endeble y largo- contra la cara de la parvus, cubriéndola por completo con aquellos falsos dedos y estrellándola contra el suelo con un gruñido de satisfacción.
El golpe en la cabeza se mezcló en los oídos de la parvus con aquel chillido que cada vez sonaba más artificial y enfermizo al que, para desesperación de ambos guerreros, se unió de repente uno nuevo, el de la segunda criatura herida, que sonaba en una frecuencia algo más baja.

Ambos sonidos juntos ganaban todavía un factor más desagradable e irritante.

Zacharyas, por su parte, trató de deshacerse de dos de sus tres adversarios para poder centrarse en el del medio. Uno de ellos fue cegado, momento en el que, repentinamente asustado, cambió su dirección y comenzó a correr sin rumbo, soltando alaridos asustados. El otro, sin embargo, recibió el hechizo en un costado, lo que solo lo desvió de su rumbo unos centímetros, sin evitar que su pata puntiaguda traspasase la carne del muslo izquierdo del caeruleus, lo que disminuyó su flexibilidad de movimientos a la hora de enfrentarse al central, que cayó sobre él, amenazador, embistiendo su estómago con la cabeza y haciendo que el caeruleus se doblase por la mitad un instante.

No parecían demasiado poderosos, pero la cantidad de monstruos, sumada a aquel grito horroroso, estaba resultando muy poco práctico para la parvus y el caeruleus.

Los chillidos inundaban el aire de forma insoportable. Ambos guerreros comenzaban a sentir, cada vez más, cómo la realidad se desdibujaba. Aún así, mareados, se mantenían lo suficientemente alerta como para reaccionar a los ataques.

Ayne, nada más caer, tras recuperarse del golpe que simplemente la había dejado algo deorientada, logró atacar a aquel falso brazo que la oprimía contra el suelo, cercenándolo sin que la bestia pudiese imaginar qué iban a hacerle. Con un chillido, trató de retroceder, pero apenas pudo hacerlo, pues el âchnam de Zacharyas golpeó un lateral de su cráneo, atontándola un poco. También el terra der impactó poco después, sin permitir que chillase siquiera la pérdida de su miembro.
Mientras aquel ser se tambaleaba, el segundo de ellos se lanzaba contra la parvus por detrás, como si aprovechase la distracción de la primera bestia le sirviese para ello.

Zacharyas, por su parte, quizás se arrepintiese de haber quitado los ojos de sus propios problemas, pues su distracción dio tiempo a sus dos oponentes para atacar. Uno desclavó de él su afilada garra para penetrar de nuevo en el muslo, algo más arriba, mientras el otro aferraba sus piernas con sus colas, tratando de tumbarlo.
La tercera de las bestias, recuperando la vista tras el garves, se volvió de nuevo hacia el caeruleus, gruñendo furiosa.

Ayne consiguió librarse de su enemigo con facilidad cuando este se abalanzaba sobre ella. Al empujar su arma hacia la bestia esta, incapaz de detenerse en mitad de su salto, chilló aterrada por última vez, antes de que su garganta fuese cortada limpiamente por la afilada guadaña. La bestia cayó sobre Ayne, convulsionándose un poco antes de dejar de moverse, y pringando de sangre su ropa y sus manos.
De todos modos, la parvus pudo levantarse zafándose de aquel cuerpo. Frente a ella quedaba aquella bestia a la que había cercenado una cola, todavía algo desorientada, aunque, como si hubiesen notado que sus compañeros necesitaban ayuda, las dos que chillaban callaron. Rápidas, se lanzaron también contra la pequeña desde su posición, cada una de ellas con clara intención de atacar por un flanco.

Zacharyas, por su parte, tuvo el placer de sentir cómo su espada se hundía en el cráneo de su oponente, apareciendo por atrás. Al instante, la bestia se detuvo, como si se hubiese quedado sin fuerza. Muerta, se desplomó, y el caeruleus pudo recuperar su arma a tiempo para atravesar con ella la cola de su segundo adversario, clavándola al suelo. Sin embargo, la bestia no se detuvo por eso. Pese al chillido de dolor que dejó ir, continuó con su ataque, logrando aferrar el tobillo del caeruleus y tirando de él con fuerza, haciéndolo perder el equilibrio.
La bestia que había recuperado la visión, por su parte, aprovechó aquel momento para abalanzarse fieramente sobre el mago con las colas por delante y terminar de tumbarlo. Una de ellas obstruyó su boca y nariz, posicionándose en el rostro, mientras la otra hacía lo propio apretando su garganta.

Ayne tenía a tres oponentes enfrentándose a ella al mismo tiempo. De todos modos, lejos de asustarse, decidió actuar. Lanzó primero un terra der al de la izquierda, que al recibir el golpe se replegó un instante, buscando un nuevo lugar por el que atacar. Al de la derecha, por su parte, lo recibió con su guadaña. La bestia, que estaba ya muy cerca de ella, apenas tuvo tiempo para modificar su trayectoria. Pudo evitar el ataque directamente, pero en el intento una de sus patas delanteras fue cercenada, haciendo que cayese de bruces con un chillido a apenas un metro de la parvus, lugar desde el que la miró, desafiante y agresiva, entre gruñidos.
La bestia central, sin acobardarse por el estado de sus compañeras, continuó con su ofensiva. Sus bazo-colas, sin embargo, aferraron el mango de Amatista, tirando de ella, arrastrando a la parvus hacia sí, agresiva.

Zacharyas, por su parte, desarmado y tumbado, optó por usar sus herramientas más primarias para atacar. Hendió sus dientes en la carne de la bestia con rabia, sintiendo enseguida el sabor metálico que llenó su boca.
La bestia chilló, apartando aquella cola de su boca, pero sin hacer lo mismo con la del cuello, entorpeciendo todavía la respiración del caeruleus. Incluso hizo mayor presión con ella, como si desease partir su cuello.
La otra, por su parte, forcejeó hasta conseguir arracar el espadín del suelo, haciendo que cayese a unos cinco metros del caeruleus. Dejo salir un chillido irritante desde el fondo de su garganta y, entonces, se abalanzó sobre el caeruleus para ensartar su vientre con las largas uñas de sus patas delanteras.

El forcejeo de Ayne con la bestia no duró mucho, pues tras ser golpeada por el hechizo soltó su arma. Por veloces e insistentes que fuesen, no parecía que aquellos seres contasen con una resistencia al dolor demasiado elevada, de modo que casi cualquier ataque certero las hacía reaccionar.
Ayne pudo aprovechar aquel instante en el que la bestia trataba de enfocarla de nuevo para decapitarla, haciendo que su cabeza cayese al suelo, manchándolo todo de sangre como la primera, rodando hasta sus pies.
Las dos que quedaban junto a la parvus la miraban, heridas, con más cauela, sin atreverse a lanzarse.

Zacharyas, por su parte, consiguió apartar al animal que tenía encima con un âchnam, lanzándolo un metro hacia atrás y, aprovechando aquel instante, se arrastró como pudo, sin tardar en ponerse de pie, aunque de forma algo inestable debido a la herida sangrante de su muslo. De todos modos, no le daba tiempo a alcanzar su arma antes de que las bestias atacasen de nuevo.
Ambas se lanzaron a la vez, como si se hubiesen puesto de acuerdo, yendo con sus garras por delante, convencidas con la idea de desgarrarlo.

Al verse atacadas por la parvus, independientemente de sus posiciones agazapadas, las bestias reaccionaron chillando y tratando de apartarse. La que solo tenía una pata, sin embargo, no encontró la fuerza suficiente para impulsarse, de modo que recibió el potente terra der en un costado y rodó un par de metros, exhalando un gemido de dolor. Se quedó allí donde cayó, gimiendo varias veces más, silenciosa, como si llorase.
El segundo de aquellos seres, sin embargo, furioso y ágil, evitó aquella ofensiva con bastante facilidad, impulsándose de un solo salto para reducir la distancia que lo separaba de la parvus, enviando sus patas por delante, buscando traspasar su rostro y su cuerpo.

Zacharyas, por su parte, decidió evitar la confrontación durante unos breves segundos limitándose a cegar a sus enemigos, que se detuvieron con un intenso chillido de rabia. No parecía, por lo que el caeruleus comenzaba a notar, que tuviesen un olfato demasiado agudo. Una vez no podían ver, simplemente se movían de forma desacompasada, nerviosas, soltando chillidos y gruñidos.
En aquellos segundos el caeruleus tuvo tiempo para recuperar su arma y volverse hacia las bestias, que recuperaban la vista en aquel mismo instante y alzaban sus colas pares por encima de sus cabezas, acercándose amenazantes al mago, tratando de parecer más grandes.

Solo quedaban aquellas cuatro.