A por los monstruos.

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Chillaron de nuevo, y fruncí el ceño, cansada de oír gritos. Si sacaba suficiente rojo, podría conseguir que no gritaran más. Así pues, me propuse acabar cuanto antes para no volver a marearme. Entorné los ojos.

El señor sin cara ni pata se quedó en el suelo, porque no podía moverse bien. Quise ir a por él porque era débil. Amatista quería abrirlo en canal, y a mí me gustaba hacer caso de lo que quería Amatista. Después, el señor sin cara se dormiría y no habría que hacerle más caso.

Pero había otro señor sin cara, no me podía olvidar, y ese se movía mejor. Así que, cuando vino contra mí, no me quedó más remedio que centrarme en él. Amatista por delante, quise recibirlo de forma drástica para abrirlo. Enarbolé a Amatista contra él, dispuesta a rematarlo.

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Una vez con su espadín negro en las manos, Zacharyas se volvió de nuevo a las bestias, que ya se acercaban amenazantes. Con seguridad, macabro, el mago dibujó una amplia sonrisa en sus pálidos labios. En aquel momento deseaba atravesar sus cráneos con aquel trozo de metal más que nada en el mundo. La idea de imaginar cómo, sin que él lo viese, pero pudiendo sentirlo, su arma penetraría en el hueso y luego en el tejido blando que había dentro, removiéndolo y deshaciéndolo, de forma que saliese por el orificio del cráneo como si se tratase de limo.

Viendo como sus adversarios se acercaban, se impulsó hacia delante, invocando un garves hacia el de la derecha para luego lanzar una estocada hacia su cráneo, apuntando a uno de sus múltiples ojos. Si bien le gustaba penetrar en el hueso, era mucho más complejo que, simplemente, atravesar tejidos blandos.
Lo mataría. Y luego, pensó el mago, mataría al otro con sus propias manos, disfrutando del placer de acabar con una vida sin necesidad de nada más que de su cuerpo. Aquello era, quizás, la forma más estimulante de matar.

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Ayne consiguió su objetivo. Aquella bestia, como las anteriores, no parecían aprender de las anteriores, de modo que encontró fin en la hoja de Amatista, que abrió en dos su cráneo, segando su vida en un solo segundo. Sin embargo, aquello no frenó la trayectoria de su cuerpo inerte, que continuó su avance recorriendo los pocos centímetros que lo separaban de la parvus. Su pata izquierda cortó la mejilla derecha de la parvus, a la altura del pómulo. La herida sangraba abundantemente, pero no era peligrosa. La otra afilada uña, sin embargo, se hundió en el antebrazo de Ayne,atravesando el músculo y chocando dolorosamente contra el cúbito, haciendo que la parvus sintiese un gran dolor en la zona al instante. Luego, finalmente, el cuerpo chocó contra la guerrera y cayó al suelo, sin moverse más.

Zacharyas, por su parte, se lanzó triunfal contra uno de los enemigos, ignorando al otro, cegándolo primero, causándole así una nueva confusión, y, antes de que pudiera reaccionar, hundiendo su arma en su cráneo. Al igual que había pasado con el primero de ellos, su oponente se desplomó, muerto, generando un charco de sangre que se extendía alrededor de su cabeza, creciendo poco a poco.
Mientras el guerrero se encargaba de su compañera, la otra bestia no perdió el tiempo. Con furia, aprovechó la poca atención que le era prestada para cortar con sus patas afiladas el costado de Zacharyas, rasgando su ropa y su carne, que enseguida se unió a su muslo en el sangrado. Preparó entonces un nuevo ataque, definitivo, hacia su cuello.

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Amatista, tan obediente como siempre, se deslizó limpiamente para cortar en dos al señor sin cara. No hizo falta mucha fuerza; tan solo una poca para cortar el hueso, y los sesos salieron sin problemas al exterior, envolviéndolo todo del rojo.

Pero el señor sin cara no se conformó con salpicarme, sino que quiso hacer lo mismo conmigo. Sentí un dolor fugaz en la mejilla, que rápidamente fue acallado por un repentino dolor en el brazo. Entonces fui yo la que gritó, dolorida.

Aparté de un empujón lo que quedaba del señor sin cara, furiosa por su atrevimiento. Una cosa era jugar; jugar estaba bien. Pero hacer daño no valía, estaba prohibido. El señor sin cara había roto aquella norma, y eso me enfadaba mucho.

Me limpié con la manga la sangre de la cara. El brazo herido me temblaba, pero no podía preocuparme por él. Dirigí una mirada de odio al señor sin cara ni pata, y lancé contra él un terra der, deseando que lo hiciera estallar en pedazos. Pese al dolor y la fatiga, estaba tan enfadada que no quería detenerme. Me preparé para, si era necesario, lanzarme sobre él para matarlo.

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Zacharyas sonrió con satisfacción al atravesar el cráneo de aquel animal. Luego, sin contemplaciones, apoyó la suela de su zapato en la cabeza del cadáver, empujando a la vez que tiraba de su arma para arrancarla.

Al sentir cómo su piel era rasgada, Zacharyas dejo ir un gruñido, no demasiado desagradado, mientras se volvía hacia su último rival. Sin embargo, justo cuando la bestia atacaba escuchó el grito de dolor de Ayne y su pulso se disparó, agresivo. Tuvo que contenerse enormemente para no girarse y se impulsó con la pierna sana para tratar de evitar el ataque mortal que iba directo hacia su cuello. Entonces atacó él, una vez más, queriendo atravesar la cabeza de la bestia.

Por el rabillo del ojo, el caeruleus comprobó que, pese al grito, Ayne seguía en pie, aunque ensangrentada. Aquello lo calmó un poco.
En cuanto acabase con la bestia, iría junto a ella. Era la última que le quedaba, así que pensó que no podría ser muy difícil. Lo único malo, pensó el caeruleus, es que a aquella no podría darle una hermosa y dolorosa muerte, diferente de la de las demás por ser la última.

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Ayne fue capaz de recomponerse, pese al dolor. Atacó de nuevo, furiosa, a la bestia restante. Esta, sin pata, apenas pudo arrastrarse, magullada y cubierta de heridas, para tratar, en vano, de evitar aquel ataque, que la hizo rodar aún más lejos de ella, soltando un jadeante alarido de dolor y miedo. Su respiración resultaba cada vez más irregular, y si pata no había dejado de sangrar en ningún momento.
Temblando en un rincón, acurrucada sobre sí misma, la vida de la bestia, de pronto, se detuvo. Quizás algúno de aquellos ataques habrían provocado una hemorragia interna, o tal vez había perdido demasiada sangre. ayne no podía saberlo, pero había conseguido acabar con su último rival.

Zacharyas, por su parte, se distrajo al escuchar el grito de la pequeña, de modo que, al impulsarse para evitar el ataque, apenas tuvo tiempo. La uña de su rival arañó su cuello, cortándolo superficialmente, sin llegar a seccionar nada importante. Él, sin embargo, como las veces anteriores, consiguió hendir su arma en el cerebro de su víctima, acabando finalmente con la séptima y última de las bestias. Luego, cojeando, se aproximó a la parvus.

Habían terminado, al fin, dejando allí tirados los siete cuerpos inertes.

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Aunque el señor sin cara había dejado de moverse, yo estaba furiosa, así que me lancé igualmente contra él, ensartándolo con Amatista y salpicando más sangre, con un grito de guerra. Por último, retiré mi guadaña y volví a limpiarme la cara con la manga, aunque a aquellas alturas poco podía hacer más que aumentar los manchurrones rojos, mezclados con sudor.

Me volví, y me encontré con que ya no quedaba ningún señor sin cara despierto. Miré alrededor, desconfiada, esperando que tal vez hubiera más. Por último, me volví al chiquillo, que se acercaba, tan rojo como yo. Colgué a Amatista a mi espalda y me acerqué, rodeándolo con el brazo sano.

-¿Ya? -pregunté, jadeante.

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Zacharyas terminó con el último de las bestias y, con las pupilas contraídas, buscó más enemigos, pero no vio más que un campo sangriento y a la parvus ensartando un cadaver con saña, de modo que se aproximó a ella, que se volvió hacia él. Estaba cubierta de sangre, pero Zacharyas no podía diferenciar cuál era suya y de sus enemigos.
Al llegar a su lado, Ayne lo abrazó con la derecha. Parecía cansada. Zacharyas, preocupado, hincó la pierna herida en el suelo, dejando la otra doblada, para ponerse a su altura. Acarició su cabeza con su mano derecha ensangrentada, carraspeando.

-Ya acabó... -murmuró, limpiando el corte de su mejilla con el pulgar. Luego, titubeante, descendió su mano hacia el vientre de Ayne, sin llegar a tocarlo, nervioso-. ¿Estás bien?

Ver tanta sangre hacía que Zacharyas se sintiese alterado, casi excitado, sin embargo, por algún extraño motivo que no alcanzaba a comprender, en aquel momento se sentía más capaz de controlarse que de costumbre, lo que le resultaba bastante conveniente.

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"Vaya, parece que habéis acabado con todas las bestias. Por fin podré hacer uso del campo que me ha dejado mi abuelo. Tomad vuestra recompensa.
Este hechizo me lo enseñó mi abuelo antes de morir. No es gran cosa, pero quizás os sea útil alguna vez. Practiquemos un poco."

RECOMPENSA

-1 punto de experiencia para cada uno
-2 sacos de brintalfitos (5 en cada uno)

-Ambos guerreros han aprendido el hechizo "Otisum". El usuario puede ensordecerse a sí mismo hasta tantos segundos como poder mágico tenga.

MISIÓN FINALIZADA

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