Bayas Eldhi

Las jóvenes no parecían estar teniendo problemas para ponerse de acuerdo. Además, el camino tampoco se lo puso demasiado difícil. No encontraron ningún obstáculo que interfiriese, ningún enemigo ni nada que les hiciese aminorar la marcha. Además, tratándose de dos jóvenes guerreras y no de una anciana, finalmente la hora se vio reducida más de diez minutos, de modo que antes de poder darse cuenta habían llegado a una zona más boscosa. Y, frente a ellas, un gran muro de piedra terrosa de color marrón.
Allí, según las indicaciones que les había dado la anciana, debía encontrarse la planta. Y, de hecho, allí estaba. En la pared, surgiendo de ella, anclada como desafiando a la gravedad.
A diez metros de altura. Sus frutos coloridos, violáceos, destacaban sobre las hojas verde claro, pudiendo verse desde donde ellas se encontraban.

El sitio estaba en calma, por todo los demás. No había más sonidos que los comunes en un lugar boscoso como aquel: el bosque susurrando entre los árboles, las ramas chocando unas contra otras, sutiles sonidos animales... Nada fuera de lo común.
Reinaba una calma agradable.

La tarde caería pronto. El cielo ya había comenzado a adquirir un color anaranjado.

Las muchachas tardaron poco tiempo en ponerse a pensar. Sin embargo no tuvo que pasar mucho tiempo para que Elektra, segura de sí misma, anunciase que tenía una idea. Al ver que su compañera no ponía pegas, sino todo lo contrario, Elektra comienza con su plan.
La parvus consigue, sin demasiado esfuerzo, generar una escalera con la que ascender hasta el arbusto de bayas. Una vez a su lado, a tentadores centímetros de su objetivo, acercó la mano para tomar un manojo de aquellos pequeños frutos. Entonces, antes de que pudiera siquiera tocarlas, un temblor la hizo tambalearse.

El muro, el suelo, todo comenzó a temblar con un rugido profundo. Algunos de los pervatia de Elektra se desprendieron, cayendo pesadamente al suelo en forma de escombros. Desde el suelo, por su parte, Lea pudo comprobar perfectamente como una fisura empezaba a dibujarse en aquella pared, delimitando una figura semiantropomorfa.

Primero un brazo, luego el otro... Elektra, finalmente, cayó, golpeándose contra varios de sus pervatia, que le sirvieron para no caer directamente contra el suelo, aunque magullaron su cuerpo.



Del muro emergió un enorme golem de piedra. El arbusto continuaba allí, en su cabeza.

Lea se dedicó a observar a su oponente mientras su compañera luchaba contra el dolor de espalda y se ponía en pie. Al examinar al gólem pudo contar hasta ocho de aquellas extrañas runas: tres en cada uno de sus brazos y dos en el pecho.
Tras un instante, Lea decidió probar a atacar a aquellas marcas. El flagrare que lanzó, afortunadamente, dio en el blanco. Al instante, nada más ser golpeada, aquella runa se apagó, quedando donde estaba su silueta grisácea.

Elektra, por su parte, pudo recobrarse para tratar de poner también algo de su parte y derrotar a aquella montaña de piedras. Su pervatia levantó un poco la pierna del gólem, pero terminó resquebrajándose bajo su peso. Parecía que su magia no era lo suficientemente poderosa como para levantar muros tan sólidos que soportasen la masa de aquel enorme ser.

El gólem, por su parte, dirigía su cabeza hacia ellas. No tenía ojos, pero las guerreras pudieron darse cuenta de que las veía cuando comenzó a avanzar con pesados y largos pasos hacia ellas. Con un gruñido gutural que parecía salido del fondo de la tierra, el coloso levantó su brazo derecho, tan largo como su cuerpo, y lanzó un puñetazo en dirección a Lea. La flamma no necesitaba experimentar ningún golpe para darse cuenta de lo que pasaría si aquel puño de piedra la alcanzase.

Lea vio pasar aquella roca maciza muy peligrosamente al lado de su cuerpo, más rápido de lo que hubiese jurado, arrastrando el aire a su paso. Solo aquel puño la superaba en altura, de modo que ambas debían saber a qué atenerse si querían vivir.
Lea, recomponiéndose velozmente de la impresión, consiguió llegar por los pelos con su arma a aquella segunda runa, situada en el rocoso bíceps del coloso. El acero se estrelló contra la piedra, rebotando inertemente, transmitiendo una desagradable vibración al brazo de Lea. Sin embargo, nada pareció suceder en la criatura. La runa continuaba brillando con fuerza.

Elektra, por su parte, consiguió plantarse frente al gólem, aprendiendo de las acciones de la flamma y decidiendo lanzar un terra der hacia su pecho. Su precisión no era gran cosa, pero el objetivo era grande. La parvus se apresuró a escabullirse en cuanto pudo comprobar cómo, irónicamente, su ataque golpeaba y apagaba la runa de la izquierda, la más cercana al brazo del enemigo, cuando ella había atacado a la del centro.

Por su parte, el gigante terminó su ataque, destrozando algunos árboles en el intento. Tras aquello, y debido a la repentina cercanía con el gólem que ella misma había generado al atacar cuerpo a cuerpo, Lea solo pudo ver cómo este usaba de nuevo el brazo derecho para barrer el suelo en dirección hacia ella. por suerte la distancia entre ella y la piedra era tan poca que el golpe no llevaba todavía una inercia peligrosa. De todos modos, indefensa frente a tanta cantidad de piedra, la flamma sintió enseguida cómo su cuerpo acompañaba a la piedra un instante y luego, impulsado por ella, era lanzado contra un árbol cercano. Alguna corteza estalló cuando el tronco detuvo la trayectoria de la flamma, que se quedó sin respiración al instante, cayendo al suelo. Necesitaría un par de segundos para recobrarse, pero su resistencia la permitía seguir.

Una vez alcanzado su primer objetivo, pesadamente, el coloso arrancó un tronco que tenía al alcance del brazo y buscó a la parvus. Su tamaño gigante y su peso hacían que, teniéndola a la espalda, tardase largos segundos en volverse, con pasos lentos que hacían temblar el entorno y resquebrajaban el suelo. De todos modos, sus puntos débiles estaban en el frente, así como las bayas, que todavía pendían de su cabeza.
Enarbolaba aquel tronco con ligereza, como si se tratase de una maza. Una maza que superaba los doscientos kilos de peso.

Finalmente, el gólem se encaró, amenazante, con Elektra, que sonreía a su enemigo, sin miedo, preparando un hechizo para atacar en cuanto tuviese ocasión. A la vez que la parvus lanzaba el terra der contra el brazo del coloso, este lanzaba el tronco hacia ella. Ambos ataques se cruzaron en el aire, sin encontrarse, de modo que, como su, una vez más, la fortuna le sonriese, el ataque de Elektra alcanzó la segunda de las marcas del brazo derecho de su rival, apagándola como había pasado las veces anteriores. A cambio de aquella victoria, los ojos azules de la parvus pudieron ver cómo diez metros de madera se abalanzaban sobre ella, peligrosos, recorriendo la distancia que la separaba del gólem a gran velocidad, obligándola a pensar rápido si no quería ser llevada por delante.

Lea, por su parte, consiguió volver a la acción, aunque al moverse, una vez el calor inicial del golpe hubo pasado, sentía cómo la tela se le pegaba a la espalda, que comenzaba a humedecerse. Aquella sensación desagradable pero poco importante, se unió al dolor de la contusión y una nueva molestia punzante, situada en varias zonas arbitrarias de su espalda, allí donde fragmentos de la corteza se habían clavado en la piel, atravesando la ropa, hundiéndose molestamente en la carne.
El escozor, de todos modos, era soportable.
Guardando su arma, viéndola inservible, la flamma se acercó de nuevo al gólem, que estaba pendiente de Elektra en aquel momento, yendo entonces con más cuidado y cautela. Quizás no tendría tanta suerte si volvía a recibir un golpe como aquel, y aunque la mayor distancia entre ella y su enemigo hacía que fuese más sencillo esquivarlo, un golpe con mayor aceleración no daría como único resultado una contusión en la espalda y algunas heridas no demasiado profundas.

Pese a su mala puntería, el objetivo era grande, y en aquel momento el brazo izquierdo estaba inmóvil, mientras el gigante lanzaba el árbol con la diestra a la parvus, de modo que Lea tuvo la satisfacción de acertar una vez más. Su sonrisa, si se le hubiese ocurrido dibujarla, no duraría demasiado.
Nada más recibir el impacto del flagrare en aquella runa, el gólem cambió de objetivo de nuevo, olvidando por completo a Elektra y lanzando un nuevo golpe a la flamma, que pudo ver cómo una mano de dos metros caía desde las alturas con intención de agarrarla. O quizás de aplastarla.

Tras un instante, Elektra decidió tratar de saltar por encima del tronco, ayudándose de un pervatia para aumentar el impulso de su cuerpo. Colocando suavemente las manos en el suelo, la parvus realizó el hechizo. El muro brotó, levantando un poco de arenilla fina. La parvus usó su fuerza para impulsarse aún más, por encima de aquel muro, aprovechando su aceleración, y su cuerpo ascendió delicadamente. Lea no pudo evitar ver, por un instante, cómo Elektra volaba, casi a cámara lenta, rodeada de aquella fina arena que reflejaba cierta luz, haciendo que la envolviese un suave halo brillante, como un aura angelical. La escena, aunque violenta, fue bella por un instante. Digna de ser retratada.
Elektra sintió el aire moverse bajo sus pies, agresivo, cuando la mole de madera pasó junto a ellos, peligrosamente, sin llegar a rozarla. Aprovechó aquel momento de suspensión para lanzar un terra der, pero este no logró alcanzar más que el hombro izquierdo del gólem, impactando contra la roca haciendo saltar ínfimas esquirlas, sin dar con ninguna runa. El salto había dificultado que atacase. Además, en aquel momento el gigante ya no prestaba atención a la parvus, encontrando, aparentemente, más interesante a la flamma.
Mientras Elektra descendía tras su salto, en el escaso tiempo, el tronco que le había sido enviado chocaba contra la pared que la guerrera tenía detrás, de la que había salido el gólem. La madera estalló, y la guerrera no pudo evitar el aluvión de astillas y trozos de árbol que se le vino encima. La mayoría eran inofensivas, y solo la golpearon sin herirla, enredándose en su pelo y haciéndole algún corte superficial, pero una rama más gruesa se clavó en su muslo desde atrás, traspasando la carne, sin llegar a alcanzar el hueso, pero suficientemente doloroso como para que correr le resultase más complicado.

Mientras tanto, cuando el coloso lanzó su mano hacia Lea, esta decidió utilizar la velocidad de su carrera para esquivarlo. Pudo ver cómo su hechizo seguía la ruta correcta antes de que él terminase su ataque. Entonces la enorme palma se estrelló contra la tierra, donde poco antes se hallaba el frágil cuerpo de la flamma, que pudo notar cómo el suelo se resquebrajaba en todas direcciones, partiendo de la palma gigante semienterrada. Uno de sus pies falló cuando las grietas la alcanzaron, no pudiendo pisar firmemente en aquel terreno inestable y vibrante, y Lea sintió que se precipitaba hacia delante, cayendo al suelo. De todos modos, su agilidad permitió que rodase tras la caída, alejándose un poco más de su oponente. Había alcanzado su pecho, y ahora las dos marcas de este se habían acabado. Solo quedaban tres.
Esta vez, sin embargo, al contrario que las anteriores, el gólem no cambió nuevamente de objetivo.

Al arrancar la mano de la tierra, el gigante había tomado también un puñado de gruesas rocas, que lanzó sin piedad hacia el cuerpo de la flamma. Había algunas tan grandes como su torso y cabeza.
Tras el ataque, con pasos que partían el suelo, la mole caminó hacia ella, extendiendo la derecha con intención clara, aquella vez sí, de tomar su cuerpo.

Lea se recuperó rápidamente de la caída, sin ningún daño ni dolor nuevo. Su rápida reacción hizo, también, que pudiese evitar la gran mayoría de las rocas, aunque de todos modos la rozaron algunas, haciéndole cortes poco peligrosos en los antebrazos y rostro, además de una contusión en la cadera. Pese a todo, podría seguir corriendo, y aprovechó para apuntar hacia el coloso, lanzando dos flagrares. El primero de ellos alcanzó el hombro derecho, apagando la última de las runas de ese brazo. El segundo hechizo, sin embargo, falló, estrellándose contra un punto al azar del cuerpo de la enorme mole de roca.
Nada más recibir aquel hechizo en su runa, el gólem pareció aumentar su velocidad de movimiento, como si se hubiese enfurecido.
Lea no contaba con la repentina inyección de velocidad de su oponente. Aunque la inmensa mole se movía de forma correspondiente a su peso, cada uno de sus pasos equivalía a varias zancadas de la flamma (y muchas más de la parvus), y por ello, al aumentar más su velocidad, la guerrera comprobó horrorizada que no podría deshacerse de su perseguidor.
La mano gigante terminó por capturarla, alzándola del suelo, apretando su cuerpo de forma cada vez más dolorosa. Parecía que acabaría partiéndola en dos.

Elektra se puso en pie como pudo, esforzándose por hacer frente al dolor que traspasaba su muslo. Al esforzarse por moverse, apoyando el propio peso sobre la pierna herida, la parvus podía notar cómo cierta cantidad de sangre fluía con cada nuevo movimiento, humedeciendo su ropa, descendiendo por el muslo y llegando primero a la corva y luego al gemelo. Decidió, pese al dolor, no arrancar la madera, para evitar, quizás, que la hemorragia fuera a más.
Mientras se acercaba, renqueando un poco debido a la madera clavada en su carne, Elektra pudo ver cómo el coloso levantaba a Lea con la derecha, ya completamente apagada.
Cuando alcanzó una distancia adecuada para atacar, Elektra disparó dos terra der al brazo izquierdo del gólem. Cuando el primero de ellos impactó contra la marca del medio, el coloso no perdió un segundo. Volviendo su cabeza de roca hacia ella, lanzó lo que más a mano tenía, que resultó ser la flamma. Un segundo después, el segundo terra der apagaba la última de las marcas. Entonces el coloso se detuvo, y su cuerpo fue desmoronándose lentamente hasta que la cabeza quedó a ras de suelo.
La situación de las guerreras, sin embargo, no era tan agradable. Lea apenas pudo reaccionar, cubriéndose como pudo, mientras su cuerpo se precipitaba hacia Elektra. Impactó contra ella con fuerza, y ambas salieron despedidas hacia atrás. Terminaron rodando, cada una por su lado, hasta detenerse.
Elektra, que había detenido a la flamma con el cuerpo, sintió el dolor más horrible de todos cuando vio asomar por la parte delantera de su muslo la fina punta de aquella rama, que había terminado de clavarse con el golpe. Por suerte, no traspasaba ninguna zona demasiado peligrosa, ni había seccionado nada por completo, pero necesitaría tratamiento médico para evitar infecciones. Además de aquello, tenía algunos cortes en el cuerpo, y una brecha sangrante en la frente, además de todas las contusiones. Sin embargo, podría caminar todavía, con ayuda de su tridente.
Lea, por su parte, creyó escuchar una especie de "clack" cuando su cuerpo se encontró con el suelo por primera vez. Pese a aquello, se vio zarandeada algunos metros, y tuvo la suerte de ser detenida por un árbol. Debido a la velocidad que llevaba, había recorrido más distancia que Elektra por el suelo, pero sorprendentemente había acabado bastante bien parada, sin más que contusiones, algunas zonas sangrantes debido a la fricción contra el suelo... Y su brazo.
Un terrible dolor la atenazó, focalizado en el hombro. Creyó, en un primer instante, que se lo había roto, pero solo estaba dislocado. Podía llevarlo al sitio ella misma, incluso, si soportaba el dolor, o aguardar unas horas a llegar a Brontë. Tras aquello, y con algún día de reposo, no sería más que una molestia de curación relativamente rápida.

Las aturdidas y doloridas guerreras no supieron bien cómo, pero terminaron consiguiendo aquellas bayas. Luego, renqueantes, sin saber bien si había alguna parte de su cuerpo que no les doliese.
Consiguieron, finalmente, entregar las bayas a la anciana, que las ayudó a vendar parte de sus heridas, preocupada.