Veo mi primer hechizo acertar, pero el segundo se aleja de su objetivo. A partir de ahí, todo empieza a suceder demasiado rápido como para que yo reaccione de alguna forma. Sin poder evitarlo, me veo alzada por una enorme mano de piedra, que me aprieta con fuerza creciente y alarmante, hasta que dejo de ser capaz de respirar.
No tengo muy claro qué está pasando a mi alrededor, pero antes de que pueda darme cuenta me veo lanzada por los aires, agradeciendo en un primer momento no haber llegado a oír cómo se me rompe ningún hueso, pero encontrándome pronto con un golpe desagradable. Ruedo unos metros por el suelo, ya sin distinguir los focos de dolor de mi cuerpo. Y, cuando un árbol me detiene, siento un dolor concreto que confirma mis sospechas y me hace alzar un grito de dolor, al tiempo que trato de moverme a una posición más cómoda.
No existe comodidad cuando tienes astillas clavadas a la espalda, has sido oprimida, vapuleada, lanzada y has rodado varios metros en contra de tu voluntad, y menos con un brazo fuera del sitio. No tengo muy claro si está roto o no, pero sé que esta no es su posición natural, y el dolor, si me quedaban dudas, me lo confirma.
Haciendo buen acopio de las pocas fuerzas que me quedan, trato de levantarme, apoyándome en el árbol con el que me he chocado. Al mirar a mi alrededor veo que el enemigo ha caído, y que mi compañera no está en mejor situación que yo. Como puedo, saco mi arma para tener algo en que apoyarme mientras camino, y vuelvo junto a la parvus. Tras hacernos con las bayas, y a un ritmo mucho más lento que al que vinimos, volvemos junto a la mujer que nos hizo el encargo.