Campo abierto

Había gente y había sol. Eran todos como el mudito, pero no eran muditos. Y olía a pescado duaj. Pero quería pescadito. Y quería ver cosas. Porque aún no había barco.

Le cogía siempre la mano al chiquillo y la apretaba y tiraba y jugaba con ella, y sonreía siempre. El chiquillo también sonreía siempre.

-¿Qué hacemos aquí? Nos hemos ido al claro. ¿Ahora qué? -preguntaba, y giraba alrededor, y me alejaba a mirar cosas, y volvía y empezaba otra vez.

Zacharyas llevaba la capucha calada sobre los ojos en aquel lugar, pues aunque una parte de él disfrutase del escozor que la incisiva luz provocaba a sus ojos, también quería preservarlos; sin ellos no podía, al fin y al cabo, disfrutar de la visión de las torturas que llegase a encontrarse.

-Hoy podemos descansar aquí –explicó a la parvus, oprimiendo su mano un instante con la habitual sonrisa enigmática, algo siniestra, que llevaba en la cara-. Un barco que lleve directamente a Caligo era-. Carraspeó- demasiado caro-. Al fin y al cabo, por más que en Brontë contasen con todo lo necesario para vivir Zacharyas no se había preocupado demasiado por tener acceso a dinero para sí-. Así es más largo, pero también más interesante –explicó entonces, mirando un poco alrededor, encontrando extraño aquel lugar.

Había estado en Lumen al ir a Brontë, pero ya le parecía lejano.

Sonreía, contenta.

-Así es más divertido -asentí-. ¡Es una aventura! Es como cuando vinimos a coger bichos. ¿Y si cogemos bichos hoy? ¿Te acuerdas de cómo gritaban? Pero yo gritaba más. Y hoy somos tres y podemos coger más, ¿eh?

Eché a andar, tirando con más decisión, aunque no sabía hacia adónde.

Zacharyas sonrió sin poder evitarlo al recordar aquella historia. Si se concentraba, podía escuchar todavía, en su cabeza, los chillidos de aquellas bestias, aunque estaba seguro de que el tiempo había borrado parte de su intensidad. Y también recordaba el dolor de las heridas. En su pierna quedaba aún el rastro de una de las punciones, que se había cerrado a la perfección, dejando solo una cicatriz indolora que se había sumado a las muchas que lo marcaban.

-Podemos buscar algo así –le concedió, asintiendo-. Puede que haya gente que pida ayuda-. Carraspeó- y no a Brontë.

Quizás incluso lejos del Palacio pudiese ver como una bestia se desangraba sin ser llamado monstruo.
Y siempre podía, por otro lado, ocultarse para arrancarle la piel.

-Busquemos un lugar donde dormir primero –dijo, sin embargo.

La salud de ella era más importante que sus deseos de sangre. Y el viaje había sido largo.

Miré al chiquillo fijamente mientras caminaba, con una enorme sonrisa. Asentí, contenta.

-Seguro -decidí-. Vamos a encontrarlos y a dar de comer a Amatista. Y si gritan, yo gritaré más. Y el bicho nos ayudará.

Me paré en seco cuando dijo que había que dormir. Lo miré, seria, y ladeé la cabeza.

-¿Vamos a dormir ya? -pregunté.

Zacharyas se detuvo ante la pregunta de la muchacha, que se había puesto seria de pronto, y la contempló un instante. Finalmente despegó los labios, agrietados, para formular una propia a cambio.

-¿No estás cansada? –inquirió, con voz algo ronca.

Oprimió su mano con suavidad, estrechando los ojos para verla con mayor precisión en aquella claridad.

Pese a la preocupación que él pudiese tener, respetaría los deseos de Ayne. Al fin y al cabo, la forma en que Zacharyas percibía los peligros no era la misma que para el resto de las personas. Ellos, pensaba, tenían un miedo innecesario a todo.

Lo miré un momento y me llevé un dedo a los labios y los repasé y bajé la vista y lo miré otra vez y miré arriba y guiñé los ojos. Y luego lo miré otra vez.

-Pero es de día -apunté, señalando el alto-. Hay bola y todo. ¿Has visto?

Me acerqué a él otra vez, tirando de él y avanzando, y le cogí la capa y me envolví y me froté la cara y lo miré. Y me pegué más.

-Tú quieres ir al oscuro -sonreí.

Zacharyas era perfectamente de la luz que los acompañaba, y de todas formas, como en un gesto reflejo a la pregunta de ella, alzó un instante la vista al sol, que lo abrasó. Entornó los ojos, sintiendo cómo las pupilas menguaban, como si al tener menor tamaño fuesen a sufrir menos el dolor, la quemazón. Para cuando devolvió la vista a ella apenas veía más que un juego de luces y sombras turbias sin demasiado sentido.

-Podemos explorar un poco los alrededores del pueblo por si -. Carraspeó, seco, pero había recuperado la sonrisa- hay alguna bestia. Podemos ver qué hay.

Se agachó un poco, se acuclilló. Ella ya se había arropado en su ropa, y él la atrajo con los brazos un momento, rodeándola.
Si Zacharyas se hubiese parado a pensar en ello quizás se hubiese dado cuenta de que se sentía algo extraño.
Pero él no solía preocuparse por cosas como aquella.

Sonreí de oreja a oreja y asentí, satisfecha.

-Eso, eso -declaré, contenta-. Vamos a enseñarle al bicho lo que hay que hacer. Para que aprenda, porque va a ser el más fuerte.

Y me desenredé de la ropa y tiré de él para llevarlo por todas partes, porque quería ver todo y comerme la luz y hacer cosas. Con el chiquillo, claro.

*Fin de escena*

El viaje de regreso estaba haciéndose más largo. Julia los obligaba a ir despacio: necesitaba comer o dormir a menudo, el sol parecía perturbarla, y el peso adicional y los cuidados también resultaban cansados para ellos. Aunque no se quejaba: estaban regresando a Brontë, y el caeruleus quería mostrarle a la pequeña todo lo que había allí. Ella parecía más consciente del mundo cada vez, y se lo bebía con los ojos todo lo que estos podía encontrar.

Ya era de noche, aunque no llevaba demasiado siéndolo, y el ambiente templado no se hacía desagradable. Pronto, al rebasar una cuesta, pudieron divisar al fin los primeros tejados y Zacharyas apretó con suavidad la mano de Ayne, dedicándole una sonrisa.
Pronto podrían descansar.

*fin de escena*

El paso por Lumen había sido complicado, y más en aquella época. Las horas de sol ocupaban gran parte del día, y el calor no daba tregua. Zacharyas había procurado que avanzasen por caminos delimitados por árboles, estrechos, en los que había algo de sombra, y aunque a él no le hubiese importado hacerlo se esforzaron en descansar en las horas de más sol para que Julia estuviese bien.
Era caeruleus. O lo parecía en exceso.

Julia estaba mucho más grande, y los ojos, cada vez más vivos, se tragaban cada estímulo. Le había crecido el pelo, aunque Ayne había pasado a encargarse de eso y le había hecho un pequeño corte a ambos.

Aquel día cogerían el barco que los llevaría a Fulmen definitivamente. Llegarían a la ciudad del Cabo Garnod algunos días después, y desde allí el viaje llevaría algunos más, pero ya estaban tremendamente cerca.

Como quedaba para el barco antes comerían un poco y se darían un baño. Después cogerían el último barco en un tiempo.
A no ser que alguna misión causase lo contrario. El caeruleus no podía esperar a ver a qué tendrían que enfrentarse en cuanto volviesen.

*fin de escena*