Amuleto de Iracunda

A Rick le llevó un tiempo conseguir las indicaciones pertinentes para alcanzar el lugar que deseaba, pero finalmente consiguió concluir que su objetivo era Iracunda, el temible volcán más sonado de todo Ignis. Y aunque, de todas las personas con las que habló, nadie recomendaba ya acercarse tan al norte, Rick tenía un objetivo muy claro en mente y se había propuesto cumplirlo.

El calor abrasador, el humo surgiendo por la chimenea, el aspecto poroso y arenoso de los suelos poco firmes. Nada de aquello era suficiente para convencer al flamma de dar media vuelta y volver por donde había venido. Quizás fuera, pues, tarea de las criaturas que poblaban el lugar el convencerlo de que no tenía nada que hacer allí, pero eso no podría saberse hasta que Rick topase con alguna.

Por el momento, buscaba. Había oído hablar de un hechicero. Según se decía, el calor del volcán había llegado a resecarle el cerebro, que pese a ello albergaba los saberes más insospechados del lugar. Por supuesto, aseguraban todos, la existencia de tal individuo no eran más que leyendas. Pero dando con él podían obtenerse objetos de cualidades únicas, decían. Y Rick no quería perder la oportunidad de comprobarlo.

Desde tiempos inmemoriables, los Dehnel habíamos sido, sin duda, valientes. No nos asustaban los peligros, ni el mal. Vivíamos con la férrea decisión de aquel que tiene una idea y decide que la llevará a cabo sin importar el cómo siempre que no escapase de los límites de la moral. Y aquello se aplicaba en casi todo. Si creía que algo estaba mal, lucharía por cambiarlo. Si creía que algo estaba bien, me esforzaría por hacer que se cumpliese. Aunque otros se opusiesen, aunque los nobles o los ricos lo hiciesen, los jefes, los mandamás... Daba igual cuando algo se metía en la cabeza de alguien como yo. Y debido a aquello, me encontraba en Iracunda, de vuelta en Ignis, pero lejos de casa, atravesando de las tierras más calientes de Mithos con Värdjas a la espalda, balanceándose al ritmo de mis pasos. Y el calor no me echaba hacia atrás, ni el territorio desconocido. Porque yo, Rickiard Fudho, tenía algo en mente, y era algo que cumplir.

Tras haber ido a Ignis a por uno de los amuletos térmicos para Lea había descubierto que su efecto se agotaba. Aquello me hubiese obligado a hacerle un regalo temporal, y aquello era un precio demasiado elevado para un viaje tan largo. Yo quería algo que ardiese para siempre. Algo que no muriese. ¿O qué clase de regalo sería uno que se apagase con el tiempo?
Un mal fario.
Por ello, al escuchar hablar de aquella historia, había decidido creer en ello. Las historias, los rumores, los cuentos, siempre contenían algo de verdad. Y aunque era arriesgado embarcarse en un viaje sin saber del todo, merecía la pena intentarlo. Era como un símbolo, un símbolo de algo. Y aunque quizás ni aunque lo lograse significase mucho para ella, no tenía que dejarme derrotar por aquello. Porque aquel viaje y aquel esfuerzo representaban una pequeña parte del empeño que quería poner en ella.

Quizás aquello pudiese no tener mucho sentido para algunos. Un esfuerzo tan grande por algo tan pequeño. Un empeño enorme en alguien poco dado a aquellos detalles. Y ni siquiera sabiendo si lo querría. Ni siquiera sabiendo si existiría.
No era una cuestión de romanticismo. Era algo diferente.

Seguía el camino que me habían indicado, aunque no estuviese claro, prestando atención al entorno, serio, avanzando incansable, buscando cualquier pista que me llevase hacia aquel supuesto mago con la cabeza llena de cenizas.

Subir por la falda de la montaña pronto demostró no ser tarea fácil. Era un terreno árido y yermo, empinado y arenoso, de tal forma que resultaba sencillo resbalar. Además, cualquier intento de aferrarse a las rocas fallaba al instante, ya que eran tan porosas que se deshacían en los dedos.

De todas formas, no parecía haber más camino que hacia adelante, si de verdad Rick quería llegar a alguna parte. Adónde, ya resultaba más difícil de decir, incluso para él. El lugar parecía completamente desierto y en silencio, hasta allá donde alcanzaban los sentidos. Cualquiera diría que aquello estaba completamente muerto.

Y entonces, de pronto, Rick pudo sentir una piedra afilada golpeándolo certeramente en la sien.

El avance era costoso, largo, y ni la humedad del pelo me refrescaba. Aquellos últimos días, además, no había tenido forma de afeitarme, ni me importaba, y los aseos no habían sido tan buenos porque el agua no abundaba, y aquello me importaba más. Pero el avance continuaba sin titubeos, porque era verdaderamente importante para mí y debía encontrar alguna respuesta.
Y el primer anuncio de vida en un tiempo llegó entonces. Porque no conocía especies vidas de piedras que saltasen a las personas.

Solté un quejido, más por la sorpresa que por el dolor, y me volví en la dirección, estrechando los ojos, buscando alguna presencia viva en el lugar. Pero no solo hice aquello, por supuesto. Mientras me volvía, hablaba.

-¿Quién va?

Tampoco era un lugar donde un movimiento fuese a pasar disa... des... A no notarse.

Cuando Rick observó a su alrededor, lo encontró todo de nuevo quieto y en silencio. Era como si aquella piedra nunca hubiera saltado por los aires. Salvo su dolor en la sien y la propia piedra en el suelo, no a mucha distancia de él, nada indicaba que hubiera recibido un golpe. El paisaje, mudo, no daba indicios de menor movimiento.

Y entonces, con un zumbido que resonó en el silencio, una pequeña bandada de aves de fuego surgieron de detrás de una roca, en dirección hacia Rick. Los cinco animales no tenían aspecto peligroso, más allá del hecho de que sus cuerpos eran de puro fuego. Los cinco surgían de un mismo punto de origen, como sus largas colas azules indicaban.

El sordo zumbido que llenaba el aire era el único sonido que emitían. Y no parecían tener intención de detenerse o evitar el cuerpo del flamma.

Paseé las miradas un par de veces por todo lo que podía ver, pero no vi sombra alguna de persona, de nada realmente, que hubiese podido lanzarme aquella piedra. Me froté de nuevo la sien, frunciendo el ceño. Aquello me ponía nervioso.
Tomé la determinación de acercarme un poco a ver, entonces. Quizás se hubiese escondido tras algo. Los malvados contaban siempre con los planes más oscuros para realizar sus desagradables acciones.

Pero había dado apenas un paso cuando un sonido extraño comenzó a sonar. De nuevo miré alrededor, buscando algo que le diese cuerpo, y enfocando con los oídos para determinizar su origen. Y no tardé demasiado, porque salieron antes de que necesitase llamarlos.
...
¿Y eran pájaros de fuego? Y venían hacia mí tan rápido que no me daba tiempo a desenfundar a Värdjas, que me hacía las veces de escudo con su ancho filo, también. Así que no me quedaba otra.

Me impulsé hacia la izquierda para tratar de salir de la trayectoria, poniendo las manos ante mí de todos modos por si no era suficiente, invocando un baadha. Por si acaso... Porque no era que me noble magia soliese ayudarme mucho.

Rick, al ver venir a los animales, invocó un baadha y se echó a un lado, tratando de evitarlos. No contaba demasiado con su magia, pero de hecho, por lo visto, resultó suficiente, porque los cinco pájaros se estrellaron contra su barrera, deshaciéndose y deshaciéndola en el momento. Y después, de nuevo, silencio.

No fue hasta un tiempo después que unos ojos amarillentos, de tono enfermizo, asomaron tras una roca. A continuación, un ser de apariencia humanoide y aspecto un tanto grimoso se alzó, sentándose en la misma, mirando a Rick con expresión lastimera. Llevaba, como si fuera un caracol, una jaula redonda a la espalda, en la que revoloteaban un par de pajarillos de fuego.

-¿Qué a venido un caballero a hacer a la morada del pobre, pobre Lkino...? -Su voz, como su aspecto, resultaba desagradable al oído.

Al final tuve la suerte de poder deshacerme de aquellos seres con la barrera. Me extrañó verlos desaparecer de aquel modo, sin dejar nada atrás. Volví, entonces, a mirar hacia el lugar del que habían venido, y tras un instante me puse en marcha hacia allí, aunque supusiera detener la marcha por un momento.
¡Aunque no tuviese tiempo que perder!

Cuando percibí un nuevo movimiento me detuve, volviéndome hacia la roca detrás de la cuál parecía haber algo. Y entonces surgió de allí un ser muy extraño, como una especie de parvus verdoso, corrompido por la maldad.
Me fijé en los pájaros que llevaba a la espalda y no pude evitar fruncir el ceño.

-Tú has sido quien me ha atacado... -. Incluso su voz era malvada-, Lkino-. Aquello había dicho-. ¿Por qué lo has hecho? -pregunté, con mi noble tono poderoso. Miré entonces a mi alrededor-. Creí que nadie viviría por aquí más que...-. Y de nuevo lo miré a él, avanzando un par de pasos más, aunque dejando una distancia entre ambos-. Mi nombre es Rickiard Dehnel, y he venido buscando al hechicero que habita en Iracunda. Ya que esta es tu morada, supongo que conocerás los alrededores. ¿Podrías indicarme si voy en la dirección adecuada? -le pregunté, mirándolo aún con cierta desconfianza, por si decidía atacar de nuevo.

El hombrecillo lo miró, alzando la parte central de las cejas, con ojos llorosos y gesto lastimero. Negó con fuerza con la cabeza.

-No, no, no, no, no, Lkino no haría daño a nadie. ¿Qué podría hacer el pobre, pobre Lkino? -respondió con tono quejumbroso-. Lkino no es más que un pobrecillo habitante de la Iracunda, señor caballero. Lkino solo quería comprobar quién se acercaba a estar tierras tan yermas. Ya nadie quiere a la pobre Iracunda más que el pobre, pobre Lkino.

Un brillo de interés pareció brillar en los ojos del extraño ser, que se frotó las manos, inclinando la cabeza a un lado y a otro, mostrando en una sonrisa sus dientes irregulares, de un tono cambiante entre amarillento y negruzco. Había, entre ellos, algún que otro hueco que dejaba ver restos de saliva de un color no más saludable.

-Ah, el señor caballero Rickiard Dehnel busca al hechicero -asintió, murmurando para sí-. ¿Aún es famoso el hechicero en otras tierras? A Lkino le gustaría saberlo. ¿Y qué quiere el señor caballero Rick Dehnel del hechicero?

Me acerqué un poco más al hombrecillo, aunque no parecía un hombre la verdad, estudiándolo, rodeándolo un poco. La verdad era que resultaba muy extraño, y aunque quería hacerse el inocente ya había visto que podía hacer cosas. Aunque no hubiese sido un ataque muy efectivo, lo cual me tranquilizaba.

-Eres un habitante de Iracunda. ¿Y cómo haces para vivir aquí, donde nadie más vive? -le pregunté, fijando los ojos en los pájaros de fuego, con curiosidad.

Pareció saber de qué hablaba cuando mencioné al hechicero. Me atreví a esbozar una sonrisa, cruzándome de brazos e irguiéndome, asintiendo. Seguramente para él mi aspecto fuese tan increíble que no necesitase más que mi presencia para evitar un nuevo ataque.
Ya le había enseñado mi fuerza. Se comportaría.

-Pues he oído hablar de él -admití-. Muchas historias de las que se contaban parecían leyendas, incluso, pero he venido a comprobarlo. Las personas, muchas veces, confunden la realidad con leyendas-. Y puesto que aquel ser extraño también había oído hablar del hechicero, muy seguramente fuese cierto. Yo había acertado, entonces-. He venido en busca de un amuleto térmico especial, uno que no se...-. Fruncí el ceño. ¿Por qué iba a contarle a aquel extraño lo que deseaba conseguir? ¡Confiaba demasiado en las personas! Aunque aquel ni lo parecía-. Bueno, ¿podrías indicarme cómo encontrarlo, entonces? -volví a preguntar, algo más escepcioso.

El hombrecillo mantenía la mirada fija en Rick. Sus gestos eran extraños, como si le resultara costoso mover sus huesudos dedos, que utilizaba continuamente para gesticular, acompañando sus lastimeras palabras. Los agitó junto a su mano, como buscando una respuesta para una pregunta sin mayor importancia.

-Lkino quiso aprender de la Iracunda y la Iracunda le dio un escarmiento. El pobre, pobre Lkino... -suspiró, negando con la cabeza-. Pero Lkino nunca quiso abandonar a una mujer tan poderosa. Lkino sabe arrimarse a las mejores compañías, señor caballero Rickiard Dehnel. Lkino siempre está dispuesto a servir como buen vasallo a la señora.

Los ojos amarillentos, enfermizos del extraño ser se iluminaron con ilusión al oír las palabras del flamma. Parecía realmente que sus palabras fueran música para sus oídos. Mostró en una enorme sonrisa sus dientes desiguales, de una gama de colores nada agradable a la vista, y se inclinó ligeramente hacia Rick, con las manos ante el pecho.

-El señor caballero Rickiard Dehnel hace muy feliz al pobre, pobre Lkino -declaró, visiblemente, orgulloso-. Lkino siempre pensó que, tal vez, la gente no supiera apreciar a un pobre y buen hechicero. Pero leyendas... ¡leyendas! Lkino realmente se alegra de oír eso. Así es como puede obtener compañía el pobre, pobre Lkino. Porque aquí solo están él y la Iracunda, y ella siempre calla, y cuando no calla uno desea que ojala, ¡ojalá! lo hiciera.

El ser saltó de la roca, acercándose a Rick y entrelazando sus torpes dedos con gesto pensativo. Era más alto de lo que parecían en un primer momento, aunque su piel enfermiza dejaba entrever una carne carcomida por una vida de maltrato. Su aspecto era, realmente, lastimero.

-¡Lkino ayudará al señor caballero! -declaró-. Claro que Lkino necesita más información. Un amuleto térmico, ¿eh? Lkino siempre quiso hacerse con los mejores. El pobre, pobre Lkino... Pero la Iracunda no es generosa, ¿entiende el señor caballero? La Iracunda no da nada si no se le obliga a darlo. El señor caballero tendrá que esforzarse mucho si quiere obtener un amuleto térmico. Pero, ¡ah!, el señor caballero Rickiard Dehnel no encontrará uno mejor sobre la faz de todo Mithos!

No dejaba de mirarlo mientras hablaba. Aquel ser, aquel hombre, empezaba a pensar que debía decir, se comportaba de forma extraña, y no era, realmente, el más noble caballero en su aspecto. No obstante, yo no contaba con más ayuda que aquella, y el tal... Lkino parecía dispuesto, de momento, a guiarme un poco por Iracunda, hacia el hechicero.
Su colaboración era de lo mejor que podía encontrar.

-La gente siempre aprecia a los que saben hacer cosas que nadie más puede, aunque quizás desde la envidia. Pero de este hechicero escuché que tenía grandes saberes -corroboricé, mirándolo de reojo mientras se acercaba, conteniendo las ganas de dar un paso atrás.

¿Solo él e Iracunda?
Estreché un poco los ojos. ¿Y dónde se hallaba el hechicero, entonces? ¿Quizás en otro lugar lejos de allí? Tal vez en...
Tal vez...

Miré de nuevo a Lkino con extrañeza, y a los pájaros que portaba a la espalda. De hecho era una opción, porque desde luego parecía que a aquel hombre le hubiese resecado el cerebro el volcán, pero no parecía un hechicero con insospechados saberes.
No parecía un ser del que quisiese dar un regalo a Lea, ciertamente.
¡¿Pero dónde estaba la nobleza en aquellos pensamientos?! Juzgando a un ser solo por su apariencia... ¡Debía castigarme por aquello!

Asentí un par de veces, mirando un momento alrededor, como esperando hallar allí alguna otra presencia, vigilándonos. Finalmente lo miraba a él de nuevo.

-Si sabes cómo obtener lo necesario, yo puedo encargarme de ello. Indícame qué hace falta, por favor, y lo buscaré. Es importante para mí no volver con las manos vacías -le expliqué, muy serio. Terminé haciendo una reverencia en su dirección, poniéndome casi paralelo al suelo-. Por favor, Lkino, cuéntame lo que sepas. Tengo formas de pagar por ello. Pagaré por ello.

En los ojos amarillentos del extraño hombrecillo se dibujó un gesto de curiosidad. Parpadeó una única vez, lentamente, sin apartar la vista del flamma. Tardó un momento en hablar, y cuando lo hizo parecía mascullar para sí.

-Pagar por ello... ¿Cómo va a pagar por ello? ¿Qué podría ofrecer el señor caballero al pobre, pobre Lkino, solo con la Iracunda? -murmuraba, haciendo chasquidos y ruidos desagradables con lengua y dientes.

Pero acabó por dejar aquellos asuntos, centrándose en su interlocutor. Estirando un brazo huesudo, señaló con un no menos huesudo índice hacia el cráter del volcán, volviendo un instante hacia el mismo la mirada antes de clavarla con decisión de nuevo en Rick. Asintió con convencimiento.

-Lkino ha conseguido amuletos antes, señor caballero Rickiard Dehnel, pero no es tarea fácil. La Iracunda los guarda, y los guarda con celo. Mucho, mucho celo -bajó la voz, como perdiéndose en sus pensamientos, aunque la vista seguía tan fija como siempre, tanto que resultaba inquietante-. El señor caballero debe entrar en la Iracunda. Debe conseguir su corazón. Solo en su corazón hay un fuego eterno. Si trae el corazón de Iracunda, Lkino podrá darle el amuleto que el señor caballero quiere. El pobre, pobre Lkino es viejo y frágil -explicó, con voz cada vez más lastimera-. Él nunca podría acercarse tanto. Pero el señor caballero es fuerte y vigoroso. El señor caballero podrá... Lkino esperará hasta que vuelva.

Y, dándole la espalda, saltó con extraña agilidad de nuevo a las rocas y echó a correr por la porosa falda de la montaña, con la jaula de pájaros de fuego bamboleándose a su espalda. Pronto se perdió entre el polvo que levantaban sus pasos.

No parecía muy convencido con aquello de que le diese algo a cambio. Se me hizo extraño, por una parte, porque no muchos ayudaban a un extraño movidos solo por el ferviente deseo de su noble corazón. Quizás me había equivocado con aquel hombrecillo, juzgándolo antes de tiempo, y había acabado por ser un gran caballero con un buen disfraz.

-¿Entonces debo internarme en el volcán? -pregunté, para asegurarme.

Aquella parecía una misión peligrosa. Ya el terreno era irregular y el tiempo caluroso fuera, y no quería imaginar cómo sería bajo la tierra. Uno no podía fiarse de los volcanes, ni de las cuevas. Me sentía más seguro con el cielo sobre mí, desafiando a cualquier malvado, sin que la oscuridad los ocultase de sus ojos.

También iba a preguntarle que cómo diferenciaría un corazón de Iracunda, y muchos otros detalles sobre aquella búsqueda, pero el hombrecillo, Lkino, partió pronto, alejándose con la jaula a cuestas. Fruncí un poco el ceño, viendo todavía su figura encorvada en la distancia.
Me pasé una mano por el pelo, pensativo, terminando por volver la mirada hacia el cráter, el lugar que él me había señalado. Y, sin mucho más que pensar, pronto empendí mi marcha hacia aquel.

Entraría en la montaña, descendería hasta donde hiciese falta, caminando entre grutas con mi fiel Värdjas a la espalda, buscando aquel corazón de fuego que no se apagaría. Desde luego, no podía negarlo, sonaba a una historia digna de contarse.

El extraño Lkino no parecía muy dispuesto a dar más datos a Rick de los que ya le había dado. O quizás sencillamente estaba muy ocupado en sus propios pensamientos. El caso fue que, sin más, se alejó por los áridos parajes, sin prestar más atención al guerrero.

A Rick, pues, no le quedaba más opción que seguir sus escasas indicaciones. Arriba y adentro. Echó a andar hacia el cráter, paso a paso, sintiendo el sol refulgente en la frente y el polvo del suelo levantarse suavemente a su alrededor, haciendo el aire más agobiante pero sin llegar a ser tan molesto como para metérsele en los ojos o dificultar su respiración.

Las horas de ascenso fueron largas y aburridas. Iracunda no era ningún montecillo, y aunque ya había ascendido bastante antes de dar con Lkino, la cumbre estaba mucho más arriba. Sin embargo, aún era de día cuando, finalmente, llegó a la altura del cráter.

Si se asomaba, Rick podría ver que el acceso al interior no resultaba complicado. La boca irregular del volcán daba, en cierto modo, acceso a su interior a través de rampas irregulares, salientes y extraños escalones de aspecto nada artificial. Poner los pies en ellos requeriría un cuidado notable, si Rick no quería caer al vacío. Había, además, zonas salientes de las paredes que daban la forma de un anillo de suelo un poco más abajo, aunque lanzarse directamente a aquel piso no parecía muy seguro.

Por el anillo abierto en la montaña, el humo ascendía, etéreo. El calor que traía desde el fondo de la tierra era sofocante, más de lo que cualquiera de otra raza podría soportar. La sangre flamma de Rick le permitía, aunque con agobio, soportar el ambiente. Si se asomaba al fondo, podría llegar a distinguir un leve brillo, apenas visible, de la lava ardiente. El interior del volcán, en penumbra, dificultaba, sin embargo, la visión del chico.

El duro ascenso fue lo suficientemente largo como para que dejase algo atrás las preocupaciones, concentrado ya en el camino y en mi meta: primero en el corazón de Iracunda, luego en el amuleto térmico.
Para cuando alcancé finalmente el cráter del volcán ya tenía la mente plenamente puesta en su interior. Trataba de imaginar a qué peligros podría llegar a enfrentarme allí dentro aunque, en cuanto me asomé, pude darme cuenta de que el primero de todos ellos era el calor.

Procedí a entrar allí. Tuve que encender un flagrare que iluminase mi camino, lo que me dejaba sin una de las manos. La otra la usaba para agarrarme a los salientes mientras avanzaba, con cuidado, palpando el suelo con los pies antes de afianzar la pisada. Quizás no fuese la forma más veloz de internarse en lo desconocido, pero sí parecía más segura, al menos. Y no había llegado hasta allí para morir cayendo a un pozo de lava.

Cerré los párpados internos, buscando proteger los ojos del humo. Había viajado por Ignis algunas veces, pero en mi lugar de origen el calor no era tanto como el que prometían los libros al hablar del continente de fuego, por lo que aquel aire agobiante no sonaba para mí como una vuelta a casa, exactamente.

Suponía que el corazón de Iracunda se hallaría en lo más profundo, porque era a lo que sonaba, de modo que buscaba descender cuanto pudiese. Esperaba que más abajo la tierra fuese más firme y amplia.
Al menos no parecía aquel el lugar en el que encontrar un gran ejército de malvados, esperando para derrotar a uno. Aunque ni aquello me hubiese detenido, por supuesto, porque estaba determinado.

Rick avanzó con prudencia. Su doble párpado lo protegía del humo. Su cuerpo resistente lo protegía del calor. Su flagrare le ofrecía luz. Sus pasos cuidados le ofrecían apoyo. Así, no resultó difícil avanzar, pese a lo complicado del terreno, hacia un suelo algo más firme. El calor no dejaba de ser agobiante, pero el resto de sus problemas, parecían, por el momento, paliados.

El anillo, por su origen natural, no tenía una forma en absoluto exacta. En ciertas zonas parecía desaparecer en la pared de roca, y tenía subidas y bajadas, además de un suelo claramente irregular. Más abajo, probablemente, habría otros similares, y aunque estos eran en principio el objetivo de Rick, el hombre no tuvo tiempo de averiguar cómo acceder a ellos.

En su avance, un pequeño temblor sacudió la montaña. Era lo suficientemente suave como para no resultar alarmante, aunque todo era digno de ser tenido en cuenta en el cráter de un volcán. El calor aumentó de pronto, y al poco rato Rick pudo asentir que el aumento de temperatura no tenía su origen abajo, sino a su espalda. Del mismo foco procedía una luz suficientemente intensa como para formar la silueta de su sombra frente a él y llamar así la actitud del chico.

Cuando Rick se dio la vuelta, una silenciosa figura que lo doblaba en altura se alzaba ante él, como nacida de las propias paredes de Iracunda. Y aunque no parecía rápido, el aspecto del gólem era imponente. Refulgiendo en la penumbra, arrastrando su cuerpo abrasador y blandiendo un arma ígnea que se confundía con su propio cuerpo, avanzó hacia Rick para atacarlo con una estocada vertical.

El nuevo amigo de Rick:

Todo iba perfectamente. El avance se hacía más fácil de lo esperado, y cuando quise darme cuenta ya había recorrido un buen trecho. Todo parecía estar saliendo absolutamente bien.
Parecía.

El suelo comenzó a vibrar, haciéndome asir la pared con más fuerza por un instante, buscando mejorar el apoyo, aunque no hizo falta, realmente. Entonces, repentinamente, el calor creció. La sensación agobiante contra la piel me dio de lleno en la espalda. Hacía tiempo ya que había olvidado que estaba en invierno.
Cuando me giré hacia el fulgor que había comenzado a resplandecer a mi espalda pude ver como detrás de mí se alzaba una especie de ser compuesto por magma, que se alzaba, pese a todo, con forma humanoide, y que no parecía tener otro objetivo que yo.

Abriendo los ojos por la sorpresa retrocedí un par de pasos, buscando desenvainar a Värdjas mientras veía cómo aquel ser de fuego buscaba acabar conmigo.

-¿Eres acaso el guardián de Iracunda? -pregunté con un gruñido, apretando la mandíbula, impulsándome hacia atrás e interponiendo el acero entre ambos para detener el golpe, buscando evitarlo como fuese.

Inmediatamente después avancé de nuevo, lanzando un corte como él, en aquella ocasión dirigido hacia su brazo de lava, con el que acababa de atacarme. No sabía si cortarlo serviría de algo, pero quizás dejase de empuñar aquella especie de espada.

Lo peor era que aquel ser taponaba mi huida al exterior, de modo que lo único que podía hacer si quería dejarlo atrás era seguir internándome en el interior de la montaña. Esperaba que allí no me esperasen otros como aquel.

Rick tuvo que reaccionar tan rápidamente como pudo, y su mayor suerte era el hecho de que su atacante parecía más lento que él. El flamma utilizó un impulso para retroceder, interponiendo a Värdjas entre sí y el enemigo. La espada parecía lo suficientemente robusta, al igual que su portador, como para soportar el golpe de la gran mole de lava, pero el comportamiento extraño del cuerpo del ser fue el que salió de lo esperable.

Por sus propiedades semilíquidas, el arma del gólem comenzó a deshacerse sobre el filo de Värdjas. Aunque Rick podía sentir su arma igualmente fría, resistente a aquel calor que parecía querer fundirla, su espada estaba quedando rodeada por la masa informe que conformaba a su enemigo. Y entonces Värdjas pareció vibrar ligeramente. La segunda vibración, más evidente, fue como una sacudida con la que el propio filo apartó de sí la lava que lo rodeaba. Un brillo rojizo pareció desprenderse del metal.

Rick atacó entonces al brazo, dispuesto a continuar la batalla. Otro con menos fuerza no lo habría conseguido, pero su arma apropiada y sus cualidades físicas facilitaron el corte hasta la mitad del miembro. Entonces, de nuevo, Värdjas vibró de forma extraña, salpicando algo de lava a su alrededor, refulgiendo con un suave brillo de fuego, y el brazo se desprendió, cayendo al suelo con un borboteo.

El gólem no pareció sentirlo. Retrasando el muñón, avanzó el otro brazo hacia Rick, mientras en este se formaba un arma de cualidades similares a la que Rick acababa de desprender de su otro brazo. El muñón que había quedado se afilaba a medida que, como Rick pudo ver, los restos de la lava desprendida se unían de nuevo a la forma difícil de perfilar del extraño ser.

Por suerte, ¡por habilidad y poderío!, mi fiel compañera y yo fuimos capaces de repeler el ataque y salir vivos de aquella. Podía sentirla vibrar en mis manos, con ansia de victoria. ¡Por supuesto que lucharíamos sin dudar hasta que consiguiésemos aquello que entregar a Lea! Era una cuestión de principios, nada más. ¡Ni nada menos!
...
De nuevo sentí aquella vibración tan rara, y afiancé el agarre, frunciendo el ceño. Esperaba que no fuese alguna malvada técnica de destrucción por parte de aquel ser. ¡Quizás quería terminar con mi arma! Debía, pues, tener cuidado con aquello también.

Cuando ataqué también sentí satisfacción, al ver cómo la estrategia funcionaba, aunque, de nuevo, Värdjas parecía revolverse. Pero pronto aquel monstruo no tenía brazo con el que atacar. Aunque, sin mostrar señal alguna de haber sufrido dolor, no tardó en arreglarlo cambiando, simplemente, una mano por la opuesta, y cuando me di cuenta ya volvía a atacarme, generando otra arma, si era que podía ponerle un nombre a aquello, del brazo vacío hasta entonces.

Al principio de todo aquello no había llegado a pensar que la búsqueda de un amuleto térmico fuese a resultar peligrosa hasta aquel extremo. Pero no era motivo para retroceder.
El valor de las cosas era el que uno quisiese darle, y no temía a un ser ardiente, porque yo también podía arder.

Aquella vez no me aparté hacia atrás, como la primera, sino que utilicé un pie para pivotar, impulsándome ligeramente hacia el lateral contrario a su brazo para salir de su trayectoria sin caer de la plataforma. Buscaba evitarlo sin alejarme demasiado para, en aquella ocasión, lanzar un golpe especialmente contundente a su hombro, queriendo cortar su brazo más arriba incluso, aquella vez.

No podía permitirme que siguiese convirtiendo la lava que parecía formar su cuerpo en armas o en extremidades.

Rick no quería dar tiempo a que el gólem recuperara su forma, ni tampoco sentir su abrasador cuerpo sobre la piel. Buscando esquivarlo, pivotó sobre una pierna, y sintió el aire ardiente pasar a su lado, creando sobre su piel un calor que llegaba a ser doloroso. Sin embargo, la lava no lo tocó.

El gólem, era evidente, se regeneraba. Rick no podía permitirse aquello, así que cargó con especial contundencia hacia el hombro del ser, con intención de rebanarlo entero. Como la vez anterior, Värdjas vibró con fuerza al sentir el extraño cuerpo contra el filo, y lo cortó sin el menor problema, llevándose por delante incluso parte del costado del enemigo. La lava salpicaba, en apariencia removida por el poder de la espada, y llegó a alcanzar a Rick en pequeñas gotas, quemándole varios puntos de la ropa y llegando a abrasar la piel, en una mancha ligeramente mayor, en el antebrazo derecho.

El otro brazo no parecía formado del todo, pero empezaba a tomar forma afilada, cargando ya contra Rick en un corte horizontal, a la altura de su cintura, buscando partirlo en dos o, como mínimo, llevárselo por delante. En el suelo, los restos del pedazo recién cortado borboteaban, buscando unirse de nuevo al cuerpo principal de lava.

De verdad que a Värdjas parecía no gustarle entrar en contacto con aquel ser. Se encendía y se movía como si cobrase vida, como si se enfadase, pero resistía como buena compañera que era, rebanando su cuerpo, ayudándome a salir victorioso. O a acercarme a la victoria, al menos. No obstante, el demonio de fuego no parecía sentir dolor alguno, y a aquellas alturas parecía que su cuerpo se recompondría mientras cortase, como si nada.

Apreté los dientes al ser salpicado por los restos de su cuerpo abrasante y me preparé para recibir su nuevo ataque. Aquella vez, visto el tipo de ataque, busqué girar a Värdjas de modo que la punta apuntase al suelo, colocándola verticalmente entre el ser y mi costado, de modo que me cubriese entero, buscando que su corte impactase contra ella para hacer una palanca con las manos, al sentir el golpe, y despejarla por encima de mi cabeza. No me sentía muy seguro parándola sin más, porque había visto cómo invadía el filo, y temía, en parte, que la lava simplemente se deshiciese y llegase a mi cuerpo si no hacía más que interponer la espada inmóvil.
Si aquel despeje tenía éxito, aprovecharía la posición final de Värdjas, alzada por encima de mi cabeza, para descargar un tajo vertical que partiese en dos la de mi enemigo. Sin embargo, si no funcionaba, todo lo que podría hacer sería tratar de retroceder para minimizar el contacto entre ambos al máximo.

Ya solo su piel abrasaba. No quería imaginar su golpe...

Aunque en aquella ocasión Rick solo pretendía apartar la amenaza de sí y no cercenarla, Värdjas parecía más que dispuesta a seguir troceando al gólem. Aguantó bien el golpe del mismo, pero cuando Rick hizo palanca, las vibraciones de su espadón se hicieron evidentes de nuevo, y partió el trozo de lava, separándolo del cuerpo principal y salpicando de nuevo alrededor, como si buscara sacudírselo de encima. Un pedazo considerable de lava le cayó al flamma sobre el brazo izquierdo, abrasándole primero la ropa y después la piel.

De todas formas, Rick pudo completar su movimiento y seguir con su plan. Soportando el dolor que comenzaba a comerle el brazo, bajó la espada sobre la cabeza del gólem, buscando dividirlo en dos trozos. Värdjas, agitada, separó en dos la lava sin mayor esfuerzo, hundiéndose en el cuerpo del gólem mientras este intentaba recuperar sus brazos. Al llegar a la altura del pecho, sin embargo, la espada pareció encallar de pronto, y vibró con más fuerza que hasta entonces, llegando a refulgir con un brillo de fuego. La empuñadura del arma empezaba a calentarse.

El extraño ser pareció comenzar a empequeñecer, como si poco a poco se fuera deshaciendo.

Me sorprendió, en un primer momento, que la lava se desprendiese con aquella facilidad, aunque vista la forma y textura de la lava, bien pensado, no resultaba algo demasiado sorprendente. Pero no tuve mucho tiempo para preocuparme por aquello, pues enseguida sentí el calor abrasarme la piel del brazo, resbalando por aquel desde el hombro al suelo, haciéndome soltar un amago de alarido, que acallé apretando los dientes. Agité un poco el hombro, sin embargo, buscando que terminase de resbalar cualquier resto que quedase sin detener mi siguiente ataque.

También aquella vez tuve éxito. Noté cómo la cabeza se hundía, igual de blanda que el resto, y mi fiel compañera prosiguió tras aquello, igual de poderosa que siempre, pero llegado un punto noté el impacto, y cómo el filo se detenía. Incluso hice algo más de fuerza, llegado aquel momento, pero la vibración de Värdjas se hizo más intensa. Puesto que no parecía poder romper aquello que el ser tenía en medio, terminé por arrancar el mandoble tirando hacia mí. Retrocedí varios pasos, entonces, contemplando cómo aquella estatua de lava parecía disolverse, perder forma.

Sin perder de vista a mi enemigo, contemplé primero el estado de la herida de mi brazo. La piel, allí donde había caído el fuego, se había consumido, llevándose consigo una parte del tatuaje. La sensación de quemazón era intensa, pero no contaba allí con nada para enfrentarme al dolor, por lo que apreté los dientes e intenté soportarlo, simplemente.
Tras lanzar una nueva mirada de reojo a la figura, volví los ojos, en aquella ocasión, a Värdjas, notando cómo el calor de la empuñadura parecía no cesar incluso tras haberla separado del cuerpo ardiente.
Su filo brillaba, rojizo. Parecía palpitar, de alguna forma.

Volví a clavar los ojos en el gólem. Me acerqué con cuidado, preparado para atacar si volvía a reaccionar.

Rick parecía estar encontrando la forma correcta de enfrentar a su enemigo, que se veía poco a poco reducido. Sus intentos por continuar el corte tan solo consiguieron que Värdjas vibrase con más fuerza, pero no que atravesase aquel punto de bloqueo. El gólem, mientras tanto, parecía perder fuerza y tamaño.

Viendo que su ataque no llegaba más allá, Rick retiró la espada del cuerpo de su enemigo, echando un vistazo a la mayor de sus heridas y manteniendo la guardia, esperando a que él reaccionara. En sus manos, Värdjas pareció perder cierto vigor al alejarse de la lava, aunque mantenía el comportamiento extraño en menor medida.

Rick pudo ver cómo, ante su retirada, el gólem se recuperaba. Era un enemigo, desde luego, lento. Eso era un hecho. Pero, al dejar de verse hostigado, su cabeza volvió a unirse y la lava caída en el suelo volvió a la masa principal del cuerpo, permitiéndole regenerar aquellos brazos que, después del enfrentamiento con Rick, nacían ya con el filo por delante. El respiro que el flamma le había dado parecía servirle muy bien para recuperar fuerzas, y acabó por lanzar un nuevo ataque hacia él, en una diagonal de arriba a abajo.