Justo Malik (I)

Priscilla Flegrell

Con la escueta información que había recibido sobre el duelo que debía llevar a cabo, Priscilla tuvo que dirigirse a la frontera de Humus con Fulmen. Le proporcionaron un caballo robusto y rápido, ya que al parecer su presencia requería de cierta premura, y le indicaron lus lugares en los que podía detenerse a pasar la noche en el camino, así como la ruta más rápida.

Aunque debido a la prisa que tenía, la claritas tuvo que mantener un ritmo más acelerado que la mayoría de carros y viajeros que se encontró en los caminos, pudo compartir trechos, comidas y cenas con comerciantes, exploradores y otras personas de diversa índole de las que debía despedirse casi siempre al ponerse en marcha de nuevo.

Siguió caminos que en ciertos puntos se volvían senderos semiocultos entre la selva, poco atravesados, pero que cuando circundaban poblaciones se volvían más anchos y definidos. Pudo también descubrir sobre sí algunos de los islotes flotantes de Ventus, cuando Humus no quedaba demasiado lejos, que levitaban a muchos metros del suelo sobre su cabeza, dejando una sombra mucho más grande y definida que la de cualquier nube de tormenta que cambiaba con el sol.

El lugar al que se dirigía, Riveltor, era un pueblo fronterizo no demasiado grande que se encontraba poco después de un paso en la cordillera de Catelor que no era muy ancho, pero era cómodo para una viajera solitaria. Lo alcanzó al mediodía, en una hora de intenso sol. Era, en apariencia, un lugar tranquilo y pintoresco, de casas bastante dispares: algunas claramente más pequeñas que otras, todas hechas por manos distintas. Estaba rodeado de algunos campos de cultivo diseminados de apariencia casi tan desordenada como las calles que alcanzaban a verse desde el exterior. No se veía a demasiada gente trabajando en aquel momento, pero sí salía humo de las chimeneas y había un aroma a comida que llegaba hasta la pequeña valla que rodeaba el pueblo pero no disuadiría a nadie que quisiera traspasarla.

Junto a una de las aberturas de la valla que bien podría servir como entrada, una niña de poco más de once años, rostro moreno y que apenas llegaría a Priscilla a la altura del diafragma, cargaba un saco casi tan grande como ella con mucho afán. No obstante, al fijarse en la guerrera, no pudo evitar detenerse y dedicarle una mirada llena de curiosidad.

Priscilla no lo admitiría en voz alta, pero se alegraba de que su partida coincidiese con Zaih fuera de Palacio. Ahora ella también era una guerrera de Brontë, y la líder claritas había depositado su confianza y expectativas en ella, pero dudaba que a Zaih le hiciera la más mínima gracia que su hermanita estuviera tan resuelta a recorrer medio Fulmen ella sola.

Que, a ver, tampoco estaba exactamente sola. Eso era lo más divertido de echarse a los caminos: la gente. A Pris le encantaba la gente, y en particular los viajeros, que habían usado su oasis como lugar de paso y descanso y que tanto habían compartido con ella. Pero estar al otro lado de esa relación, siendo ella quien viajaba, cambiaba las cosas sustancialmente. Era muy tentador bajar su ritmo de viaje para poder entretenerse más con la interesantísima gente con la que topaba a su paso. No lo hizo, por supuesto; tenía una misión que cumplir y quería demostrar que se la tomaba completamente en serio.

El paisaje era muy diferente del que conocía en el desierto, pero también muy distinto al que había conocido en sus visitas a su familia en Lumen. Fulmen tenía zonas boscosas, campos y zonas más yermas, cada cual con su colorido y aspectos particulares. A lo lejos, en el horizonte, las montañas de Hummus parecían tratar de imponer su presencia al paisaje, creciendo a medida que se iba acercando. Pero lo que más llamaba su atención eran las islas que flotaban en el cielo, a tanta distancia que no podía distinguir la vida que, según bien sabía, transcurría en aquellas altitudes. En un momento dado, Pris no pudo evitar la tentación de detener su caballo y contemplarlas, conteniendo el aliento sin darse cuenta. Acabó por suspirar, clavar espuelas en su montura y continuar su camino. Algún día, pensó. Algún día las circunstancias la llevarían allá arriba.

Bajó su ritmo de avance cuando llegó al paso de Catelor que le habían indicado, ya muy cerca de Riveltor. Cuando llegó al pueblo hizo avanzar al caballo sin prisa, fijándose en la curiosa arquitectura de las casas. No se veía gente, aunque sí le llegaba un aroma apetitoso de algunas chimeneas. Al cabo, vio una niña que la miraba un poco más allá y, sonriente, la saludó con la mano y descendió del caballo, tratando de acercarse un poco.

-¡Hola! -saludó alegremente-. Estoy buscando a Justo Malik. ¿Lo conoces?

La niña hizo amago de retroceder un par de pasos tímidamente cuando vio a Pris bajarse del caballo. Parecía que aquel saco entorpecía bastante sus movimientos, pero por la forma en la que lo cargaba para lo grande que era, estaba acostumbrada. A la mención del nombre, sin embargo, la pequeña alzó las cejas y abrió la boca en forma de "o".

-¿Eres la guerrera que viene de Brontë? -le preguntó, con cierto brillo en los ojos, echándose un poco hacia adelante. La rodeó examinándola, con sumo interés-. ¡Nunca antes había visto a una guerrera tan joven! Justo está en la cárcel. Bueno, no tenemos...-. Subió el saco, que empezaba a escurrirse, con un jadeo-. No tenemos cárcel. Pero ha preparado un granero con unos barrotes en la puerta y se ha metido dentro. Si quieres puedo llevarte-. Le brillaban los ojos-. Está a las afueras, pero justamente en la dirección contraria. Tampoco es que sea difícil de encontrar. Esto no es que tenga demasiados edificios...

La niña se balanceó adelante y atrás, curiosa, esperando una respuesta de Pris.

Pris asintió a la pregunta de la niña, sin perder la sonrisa. Era la primera vez que podía responder afirmativamente a esa pregunta, y sintió un cosquilleo de emoción en el pecho. Se dejó examinar, mansa, sabiendo lo emocionante que podía ser la llegada de una forastera a un lugar de paso.

─¿Has conocido a muchas guerreras? ─preguntó, llena de curiosidad por saber si muchas de sus compañeras habrían pasado por allí antes que ella. Si era así, ¡tendría que mantener el listón bien alto!

La explicación de la "cárcel" la dejó un tanto confusa. ¿Justo Malik era un comisario? ¿Un delincuente? ¿Un constructor de cárceles? Las posibilidades eran infinitas.

─Te agradecería la compañía, si no supone robarte mucho tiempo. Supongo que estarás ocupada ─señaló, dirigiendo la vista al enorme saco. Casi le daban ganas de ofrecer ayuda, pero sabía que aquello, según la cultura, podía tomarse como una ofensa, así que se abstuvo.

La niña pareció emocionarse nuevamente solo con recibir respuesta de la guerrera, y dio un respingo con el que el saco estuvo a punto de caer al suelo. Negó con profusión.

-No, la verdad es que no. A veces viene algún mercenario, cuando hay muchas bestias. Pero nunca me han dejado acercarme. Dicen que soy muy pequeña. ¡Como si fuese a crecer mucho más!

Cuando Pris aceptó la ayuda, la niña dio otro respingo. Enseguida echó un vistazo al cielo, al sol, y luego a Pris de nuevo.

-Tengo tiempo, no te preocupes. Mi casa está de camino y dejo esto y te llevo allí, ¿sí?-. No le dio la oportunidad de negarse y echó a andar para internarse en el pueblo-. Me llamo Agra, por cierto. La verdad es que ya necesitábamos que alguien viniese a hacerse cargo de esto. Es que hace falta el granero, ¿sabes? Es de la familia Merric, no es el más grande, pero aún así...

Mientras hablaba, la muchacha avanzaba con soltura por la calle. No se cruzaron más que a un hombre anciano que parecía pasear en el primer tramo del pueblo que recorrieron. El lugar no era demasiado grande, al menos no aquella parte, que parecía ser el núcleo. Pris había visto al acercarse algunas granjas diseminadas, y la pequeña población parecía extenderse de ese modo en varias direcciones.

Agra se detuvo cerca de una pequeña casa con las paredes desconchadas y le indicó a Pris que la esperase un momento mientras entraba a dejar el saco que, según le indicó, contenía legumbres.

Pris tuvo que hacer auténticos esfuerzos para contener el impulso de sujetar el saco de la chiquilla. Sin embargo, como era de esperar, pese a las apariencias ella se las apañaba bien.

Sonrió a la explicación. Bueno, tuviera aquel pueblo experiencia o no con gente como ella, tenía que dar la mejor impresión posible. ¡Y así iba a hacerlo!

Asintió enérgicamente a la propuesta de la pequeña. Cuando ella echó a andar, ya dando sus explicaciones, dudó un momento, echando otro vistazo rápido al saco.

─¿Quieres subirlo al caballo? O subir tú al caballo, incluso. Así vas menos cargada y podemos llegar antes. No me gustaría robarte más tiempo de lo necesario.

Esperaba que aquello no resultase una ofensa para la afanada trabajadora. Agra, rauda, dirigía a Pris mientras parloteaba acerca de no sabía qué de un granero... ¿Qué sería exactamente lo que necesitaban? Nadie se lo había especificado muy bien, y no sabía si sería mala cosa preguntar a aquellas alturas...

─Claro, los graneros son importantes ─coincidió, sin saber muy bien de qué hablaba.

Habiéndose criado en un oasis, Pris sabía lo justo de granos y legumbres, pero prestó atención a su alrededor, fijándose en la curiosa distribución de aquel pueblo que parecía dedicarse precisamente al cultivo. Sin lugares así, la mitad de caravanas que había visto a lo largo de su vida no tenían razón de ser, así que resultaba interesante conocer otro eslabón de aquella cadena.

Cuando Pris observó su entorno, se dio cuenta de que al final de aquella calle en la que estaba, si es que se pondía denominar calle a los amplios caminos sin pavimentar de la población, había lo que parecía ser un espacio más abierto, quizás una plaza.

Era capaz de ver un par de bancos de piedra, algunas zonas con flores y arbustos cuidados, muy diferentes de las malas hierbas que se había ido encontrando por el camino. Además, consiguió ver de refilon lo que parecía una enorme lona de color oscuro cubriendo algo voluminoso, de al menos dos metros y medio de alto. No era capaz de ver el bulto con claridad, ya que la distancia y las casas interponiéndose en medio de la visión no dejaban mucho margen para mirar directamente, por lo que no era capaz de determinar su forma o cuánto espacio ocupaba realmente, del mismo modo que tampoco podía ver una buena parte de aquella especie de plaza.

Pris ladeó la cabeza, observando el fondo de la calle con curiosidad. Aquella zona parecía diferente, más arreglada, particular. Se preguntó qué sería aquella cosa enorme, allí puesta en mitad de la plaza, que era donde parecía estar. Se inclinó a un lado y otro, buscando cambiar mínimamente el ángulo desde el que miraba, a ver si conseguía distinguir algo mejor.

Volvió la vista a la puerta por la que había desaparecido Agra. Decidió que, cuando volviera, le preguntaría si era por allí por donde irían, y qué era aquel bulto tan enorme.

Agra tardó unos minutos en salir de casa, y lo hizo con una sonrisa amplia, que ya se veía claramente porque no llevaba un enorme bulto sujeto cubriéndole casi todo el cuerpo. Cuando Pris le preguntó sobre la plaza, la niña miró levemente al suelo, pensativa, quizás algo incómoda.

-Podemos ir por ahí si quieres -le explicó-. Realmente por cualquier otro sitio, pero si quieres ver la plaza... Aunque quizás es mejor que Justo te explique sobre eso. Lo que está tapado es la estatua de Karrante, la persona que fundó nuestro pueblo hace cien años. La tienen que restaurar porque se ha roto, así que está tapada para que no sufra más daños.

**El punto rojo es dónde están y lo blanco es la plaza.

Parecía que la pregunta no le había gustado mucho a su anfitriona. Pris intentó pensar en por qué podía ser, pero no se le ocurrían muchos motivos. ¿Quizás tenía que ver con el mal estado de la estatua?

Pero no quiso entrometerse.

─Bueno, tampoco hace falta, era mera curiosidad ─reculó rápidamente, intentando recuperar la actitud afable de la chiquilla─. Tú eres la que conoce bien esto, así que creo que lo mejor es que me lleves tú por donde te parezca mejor.

A fin de cuentas, Pris no estaba allí para hacer turismo, ni mucho menos para inmiscuirse en asuntos ajenos, sino para cumplir una misión.

Pese a lo que Pris dijo, Agra la llevó por delante de la plaza, explicándole que realmente había muchas formas de ir a donde estaba Justo Malik y que aquella no era, ni mucho menos, la peor. Parloteó un poco, incluso, sobre si no sería la mejor.


Cuando pasaron por delante de aquel lugar, Pris se dio cuenta de que no había mucho más que ver. La plaza parecía un sitio en el que podría fácilmente disfrutar del aire libre: los bancos, el suelo adoquinado y el entorno lleno de plantas bien cuidadas le daban un aspecto relajante y agradable. lo único extraño era aquel bulto, la estatua de Karrante, que se elevaba tapada por una lona. El resto de la plaza parecía estar en un estado excelente.

Continuaron caminando junto a la plaza por un camino que parecía llevar a las afueras del pueblo. Se cruzaron a varias personas que saludaron a Agra, pero que miraron a Pris con un gesto que variaba de curioso a huraño, según la persona. Alguna persona la saludó, pero ninguna le dio conversación.

Pronto al lado izquierdo dejaron de verse casas y, según avanzaban, una construcción algo más grande, un granero, apareció en la loma de la colina que ascendían. Agra se detuvo a suficiente distancia del mismo.

-Bueno, yo será mejor que me quede aquí y deje que hagas tu trabajo... -le dijo-. ¡Si necesitas algo más ya sabes cuál es mi casa!

Parecía dispuesta a irse, pero esperó mirando a Pris, por lo que la claritas podía simplemente despedirse o hacer algún comentario o pregunta más si lo consideraba pertinente.

Pris no esperaba, dada la reacción de su guía, que ese fuera el camino que recorrieran, pero tampoco puso pegas. Le dio conversación animadamente, se cuidó de ser lo más discreta posible cuando, al pasar por la plaza, echó un vistazo al entorno, y se alegró sinceramente de que su compañera pareciera haber recuperado su carácter animado.

Se mostró sonriente y afable con todo el mundo, independientemente de la expresión con la que la mirasen, y saludó a toda persona que le dio la oportunidad de hacerlo, pero tampoco trató de pararse a hablar con nadie. Tenía trabajo y se dirigía a cumplir con él, así que no era momento de buscar conversación entre las gentes del lugar. Además, para eso ya tenía a Agra, si lo quería, mientras avanzaban hacia las afueras.

La chica la llevó hasta cierta distancia del famoso granero, y allí estableció que debía despedirse. Pris asintió, poco dispuesta a robarle más tiempo de sus quehaceres.

─Estará en el granero, ¿no? ─quiso confirmar─. Muchísimas gracias por tu ayuda. Espero que mi labor os sea útil también.

Y una vez se hubo despedido, partió en la dirección indicada hacia su cliente.

Agra asintió a la pregunta de Pris, indicando que, efectivamente, allí es donde estaba Justo Malik. Después se despidió definitivamente.

-Espero que lo consigas -le dijo, con ánimo-. Si quieres ven a despedirte antes de irte.

Una vez Pris terminó de hablar con la pequeña, puso rumbo hacia el granero. Originalmente parecía un granero normal, pero a medida que se acercaba vio los barrotes en la puerta de los que había hablado la niña. También parecían haberse puesto refuerzos de madera en las ventanas más bajas, de modo que si alguien que estuviese dentro quisiese salir lo encontraría sumamente complicado.

Una vez hubo alcanzado la puerta de barrotes pudo ver, en el interior, a un hombre sentado sobre una bala de paja con la cabeza hundida entre las manos. Alzó levemente la vista al verla llegar.

-¿Quién va? -preguntó con tono claro y quizás más alto de lo necesario. Sus ojos la examinaron desde la distancia-. ¿Eres la abogada?

Pris tenía todavía poco claro qué debía conseguir, pero también esperaba tener éxito. Asintió con entusiasmo a la propuesta de Agra.

─¡Claro! ─le aseguró, despidiéndose.

Pris no tardó mucho en darse cuenta del extraño aspecto del lugar. Más que un granero, parecía, efectivamente, una cárcel improvisada. Y, cuando vio al hombre alzar la vista y preguntar por la abogada, de pronto sintió que toda la confusión de la situación la alcanzaba del golpe.

─Soy Priscilla Flegrell ─respondió─. He venido desde el palacio de Brontë. ¿Eres tú Justo Malik?

Cuando Pris mencionó Brontë, los ojos del hombre parecieron brillar con cierto interés, y saltó de aquella bala de paja para caer gracilmente en el suelo. Se acercó hasta las rejas de la entrada, agarró una con cada mano pegando la cara al metal y desde allí clavó la vista en Pris.


-¡Justamente! Ese soy yo. Justo Malik -exclamó, terriblemente serio-. ¡Por fin llegas! El juicio será en breves, y ya sabes que si el acusado no tiene abogado no puede ser un juicio justo. Cuento contigo para hacerlo lo mejor posible.

Aunque su expresión era absolutamente grave, Pris casi podía ver el fuego de sus ojos.

Pris frunció el ceño, confusa. ¿Qué tenía que ver Brontë con la abogacía? Nada. Absolutamente nada. ¿No sería aquello un error? Tenía toda la pinta.

─Disculpa, creo que debe de haber una confusión ─explicó, rápidamente─. Yo no soy abogada, ni Brontë es una escuela de derecho. Somos guerreros, y he venido aquí como tal. No puedo hacer de abogada de nadie, no tengo los conocimientos necesarios para ello. No sería un juicio justo si la abogada no sabe nada de abogacía.

Si la situación era algo tan serio como un juicio, Pris no podía permitirse la responsabilidad de convertirse en una abogada impostora. ¡Las consecuencias podrían ser terribles! ¿Qué se suponía que debía hacer en aquellas circunstancias?

Justo pareció palidecer, y de un salto se apartó de los barrotes, con expresión confundida. Señaló a Pris con un dedo acusador, frunciendo ampliamente el ceño.

-¡¿Pero qué dices?! ¡¿No has venido de Brontë?! ¡¿Vienes a hacer tu trabajo o no?! Yo pedí que alguien viniese a enfrentarse a mí. ¿No eres tú esa persona, Priscilla Flegrell?-. Apretó la mandíbula y se masajeó el ceño con los dedos-. No... ¡Justo eso!-. La miró de nuevo-. No tienes que ser abogada. Eso solo es papeleo. ¡Basta con que seas abogada en este juicio! De todos modos, cuánto peor abogada seas, mejor para mí-. Se acomodó el chaleco pulcramente-. A fin de cuentas, soy el fiscal.

Hichó el pecho con enorme orgullo tras decir aquello.

Priscilla frunció todavía más el ceño. Se estaba enfadando, y mucho.

─No soy abogada y no tengo la preparación para hacer de abogada ni aunque sea en un solo juicio ─insistió─. ¿Ser fiscal es solo un papeleo también, entonces? ¿Lo puede hacer cualquiera? ¿Y por qué es el fiscal el que busca al abogado? ¿Eso no va en contra del principio de imparcialidad? ¡Esto es un juicio fraudulento! ¿Y dónde está la parte acusada, para empezar? ¿Qué hace el fiscal entre rejas?

Esperaba que alguien la dirigiera rápidamente hacia la figura del juez, porque tenía cuatro palabritas que decirle. ¡¿Es que no había unas leyes decentes de protección ciudadana en aquel pueblo?! Menuda vergüenza de justicia.

Justo Malik se cruzó de brazos con expresión sorprendida. Parecía que iba a empezar a echar humo por la cabeza de la ofensa que le causaban las críticas de la guerrera.

-Ju... ¡¿Fraudulento?! Pero...-. Se pegó de nuevo a los barrotes, con la expresión desencajada-. ¡¿Pero de qué vas?! ¡No cualquiera puede ser fiscal, claro que no! Pero yo no soy cualquiera. ¡Soy el hombre más justo del pueblo! ¡De la región, si me apuras! Solo yo puedo ser el fiscal-. Luego carraspeó, señalando de nuevo a Pris, con la mano temblorosa-. Pero soy también la parte acusada. ¡Y necesito que alguien me represente! ¡Soy culpable, pero necesito un juicio! ¡No puede ser de otra manera! Ahora bien, si no estás dispuesta...

Priscilla soltó una risa entre sorprendida y ofendida.

─¡¿El hombre más justo?! ─repitió, incrédula─. Si lo fueras, no dirías una tontería tan enorme como que es bueno que un fiscal experimentado se enfrente a una abogada novata. ¡Eso es absolutamente injusto, el más desigual de los juicios!

Nada de lo que decía aquel hombre tenía el menor sentido.

─¿Y culpable de qué, si se puede saber?

La cara de Justo se puso de todos los colores: blanca primero, después rosada y después completamente roja, hasta la punta de las orejas. Dio un pequeño golpe con el pie derecho en el suelo y, por tercera vez, se pegó a los barrotes, sacando de nuevo el dedo acusador.

-¡No es mi culpa que seas una incompetente, Priscilla Flegrell! Pero yo pedí un adversario y has venido tú, ¡así que tienes que servir! Puedes marcharte si quieres, pero acepta entonces que se me declarará culpable ¡sin ninguna duda! Lo soy, de todos modos. ¡Pero! Eso estaría mal. Espero que lo entiendas. ¡Tengo derecho a un abogado! Y no hay ninguno en este pueblo. ¡Ni siquiera cerca! Y a los de la capital no les importan nuestos asuntos lo bastante como para mandar a uno.

Pareció calmarse un poco de nuevo. Carraspeó, colocándose bien la corbata, que se había movido de tantas idas y venidas.

-Verás, Priscilla Flegrell... He sido acusado de decapitar la estatua de Karrante en justo antes de que se celebre el aniversario número cien de este nuestro querido pueblo. ¡Ese símbolo representa todo lo que amamos y respetamos! Tal destrucción del patrimonio no puede quedar indemne. Y más ahora, que se acerca una fecha tan importante...

Priscilla sintió que se le subía el calor a la cara de la frustración. ¡Nada de aquello tenía ningún sentido!

─¡Soy una guerrera! ─insistió─. GUE. RRE. RA. ¡Brontë entrena guerreros, no abogados! ¿A quién se le ocurre solicitar un abogado en Brontë? ¿Qué ley ampararía un juicio en esas circunstancias? Un guerrero podría participar en un juicio, claro, ¡pero en uno por combate! ¡O como testigo, como mucho! ¡No como defensor! ¡¡Es que cae de cajón!! Y si no hay un abogado disponible, pues digo yo que habrá algún tipo de protocolo a seguir hasta que se consiga uno. ¡Pero uno de verdad, no la primera persona que pase!

Los motivos del juicio le parecían un tanto extraños, pero más por la manera de explicarlos que por el juicio en sí. Entendía que se castigase un acto de vandalismo, pero tal y como Justo lo expresaba, parecía que hubiera matado a alguien. Y Agra tampoco había dicho que hubiera sido él, solo que la estatua «se había roto».

─Quiero hablar con las autoridades de tribunal ─declaró Pris, muy decidida. Estaba claro que aquel hombre no iba a entrar en razón, así que sería mejor gestionar todo aquello con alguien que pudiera explicarle la cuestión en más detalle.

Justo Malik parecía cada vez más y más rojo y alterado, pero terminó por dejar ir un alarido agobiado y luego respiró profundamente.

-¡No es un juicio oficial, Priscilla Flegrell! Es un juicio moral tremendamente importante, ¡pero ninguna autoridad avalaría algo como esto! Porque el mundo, te sorprenda o no, no es justo. ¡Pero Justo Malik cambiará eso! Y para ello, tengo que empezar por mí -dijo, aceleradamente, casi hablando consigo mismo-. ¡Pero si yo no te convenzo, vete a hablar con el alcalde, que será el juez en el juicio! Estará en el ayuntamiento, que es el edificio grande. ¡Y si él no te convence, y yo tampoco, pues haces lo que quieras!

Priscilla dio un respingo cuando oyó aquel alarido. Aquel hombre no estaba bien. No estaba bien en absoluto, pero lo que necesitaba no era un juicio, precisamente. Frunció todavía más el ceño, si aquello era posible.

─¡Eso haré! ─aseguró, dando media vuelta y volviendo por donde había venido, sin pararse siquiera a pedir indicaciones.

Eso podía pedirlo mejor cuando llegase de vuelta al pueblo. Se aseguró de respirar hondo unas cuantas veces por el camino, porque nadie se merecía que se mostrase alterada por algo que les incumbía. Con suerte, el alcalde resultaría ser una persona más razonable y todo aquel embrollo quedaría aclarado con prontitud.

Pris se alejó del lugar, donde quedaba Justo Malik parloteando cosas que ella no era capaz de entender en la distancia.


Su siguiente opción fue dirigirse al ayuntamiento. Como Justo le había comentado, era el edificio más alto del pueblo, y la ladera en la que estaba le permitía ver parte del conjunto con bastante claridad. Deshizo sus pasos y se dirigió al lugar indicado, lo que le llevó aproximadamente un cuarto de hora. Algunos rostros curiosos la miraban asomados a ventanas, o un par de personas que se cruzaron con ella la miraron y saludaron, sin detener su camino.

Al llegar al ayuntamiento, un edificio de madera amplio y muy alto en el que fácilmente podrían celebrarse festejos, se encontró con una puerta abierta. Dentro, en una mesa, un chico dos o tres años mayor que ella garabateaba en un papel apresuradamente. Alzó la vista al verla entrar, y se acomodó las pequeñas gafas que llevaba.

-¿Puedo ayudarte?

Pese a que intentó dar a su tono un aire casual y serio, era evidente por cómo la miraba que estaba extrañado.