Habitación del pasillo

No dejaba de preguntarme el motivo. De no ser porque yo mismo había propuesto ir en aquel momento a tomar las medidas, de no ser porque ella no podía controlar la nieve, habría pensado que era una encerrona. En cierto modo, lo parecía. Terminé de acercarme la bufanda, una pieza austera y discreta, como reafirmando que aceptaba su regalo. Asentí, también. Aunque no tenía muy claro si la había ayudado o le caía bien.

-Bueno, es todo un detalle -comenté, desdoblándola y pasándomela tras la nuca, dejándola caer sin enrollármela al cuello-. Reconozco que no me lo esperaba.

Como para esperarlo. Un mes más tarde y habría pensado que era un regalo de cumpleaños. Lo cual lo habría hecho todavía más extraño, así que era de agradecer que fuera en la primera nevada cuando me lo había dado.

Asentí de nuevo, conforme.

-Será mejor que me hagas llegar una nota -recomendé-. En mi experiencia, es el método más eficiente. Como te he dicho, no tengo asuntos pendientes próximamente, así que salgo que surja algo inesperado, no tendré problemas en venir cuando me lo digas.

Hice una pequeña inclinación, un amago de reverencia. Era tarde, a fin de cuentas, y aunque ella hubiera accedido a atenderme a aquellas horas, tampoco era un buen momento para quedarse a alargar una conversación superficial. Además, estaba algo cansado ya.

-Bueno, si esto es todo, me retiro. Gracias de nuevo por el detalle. Nos veremos pronto.

Y, hechas las despedidas, salí del taller, en dirección a las habitaciones. Ella, por lo visto, tampoco pensaba quedarse a trabajar a aquellas horas, así que dejó cerrado el lugar y siguió su propio camino.

*Se van*

HABITACIÓN SOLITARIA

El lugar es perfecto para lo que he venido a hacer, y aquí no espero interrupciones. Además, la cama es más cómoda que el suelo para tumbarse. Y así, de paso, no confundo la meditación con dormirme.

Llevo toda la tarde con lo mismo: respirar y concentrarme en mi cuerpo. Primero me he relajado, sin más. Luego he ido concentrándome en cada una de las extremidades, en cada centímetro de mi piel, para sentirlo y, después, dejar de hacerlo. Necesito salir de mi cuerpo, distanciarme, cortar la conexión. Mi cerebro recorre cada rincón como si se despidiese y fuese cortando ligaduras.

No solo pasa con la piel y con las extremidades. Una vez me siento lo suficientemente relajada por fuerza, paso al interior. Primero los pulmones. Necesito aprovechar mejor el oxígeno. Cuando dormimos necesitamos respirar menos deprisa porque el cuerpo consume menos recursos, esto es lo mismo. La respiración tiene que disminuir por la relajación. Hasta que entre cada inspiración y la siguiente haya suficiente espacio. Hasta que puedan ser inspiraciones suaves que apenas alcen mi abdomen. Según he leído, en un estado similar a la letargia una persona no piscis puede llegar a estar veinte minutos bajo el agua sin respirar ni moverse. Esa es la intención. Que el cuerpo se apague.

Poco a poco siento ese vacío: en mi cerebro, en mi cuerpo, en el concepto de mí. Las pulsaciones bajan y pierdo mi sensación de realidad, aunque la realidad sigue ahí. Escucho, pero no llego a entender. Percibo, pero no llego a ser consciente de las sensaciones.

Es un proceso de horas, o eso siento. En algún momento el tiempo deja de pasar y siento que ya no soy física. No siento frío ni calor. No me pica la piel. No noto la manta bajo mi cuerpo. Ni mi ropa. Ni el aire saliendo de mis labios. Ni mis párpados cerrados. Siento que si fuese a intentar mover los dedos no sería capaz.

¿Estoy muerta? ¿Es esto lo que se siente al estar muerta?

No lo creo. Seguramente se sienta menos, todavía.

Rompo finalmente el largo momento para llevar lentamente una mano a mi cuello y contar mis pulsaciones y sonrío. No son tan bajas como para que pueda pasar por muerta, pero no está mal. Poco a poco vuelvo a la realidad, lo que me lleva un momento más largo de lo esperado.

Tengo que conseguir hacer esto más rápido, y salir más deprisa. Tengo que pedir ayuda a alguien para que me dé su veredicto. Todavía tengo que practicar con sonidos de fondo, o con sensaciones físicas. Pero ha estado bien por hoy.

Y es más tarde de lo esperado. Se me ha ido el tiempo, al final. También tengo que controlar la sensación de realidad. Mi cuerpo tiene que estar menos activo, pero mi mente tiene que mantenerse consciente.

Tras incorporarme, me muevo un poco por el cuarto, activando mi sangre, mis pulsaciones, mi respiración: reviviendo.

Me asomo a la ventana, pensativa. Ya es bastante tarde, debe de haber pasado la hora a la que suelo cenar, aunque de momento no tengo hambre, como si mi estómago todavía estuviese lejos de mí, también.

¿Debería esperar? ¿O no va a venir?

*se queda*

FdR- Sarcófago (2/5)

Estoy contemplando tranquilamente la noche calma que reina fuera cuando escucho el sonido del picaporte al empezar a moverse. Ahí está.

Vuelvo el rostro hacia la puerta, hacia Anna, que, efectivamente, ha venido. Termino por girarme completamente y analizarla sin reparo. La ropa es discreta, aunque un poco en su línea. El pelo brillante, recién lavado. Y está tan nerviosa que se ha quedado inmóvil frente a la puerta. No puedo evitar esbozar una sonrisa.

-No tenías que esforzarte tanto -comento, tranquila, alejándome un poco de la ventana en su dirección, pero respetando su espacio.

Yo tengo la ropa cómoda con la que he venido a entrenar. Nada especial, la verdad.

-¿Qué has hecho hoy? -pregunto, con suavidad. Ya está bastante asustada. A ver si se suelta un poco.

Resoplo, divertida.

-Ese es el caso. Normalmente vas mucho más encantadora.

La recuerdo con faldas y vestidos, chaquetas de punto, zapatos poco adecuados para una caminata por la montaña y bolsas en las que no parece que lleve armas. Supongo que ha tratado de ser lo más neutra posible. No llega a sorprenderme. Sí parece el tipo de persona a la que le importa lo que el resto piense de ella. Tiene que ser agotador.

De modo que ha estado entrenando. Se mantiene junto a la puerta. Dudo un momento, pero termino por sentarme en la cama, sin presionarla. Ha venido hasta aquí, vamos a ver qué pasa.

-¿Qué hechizo? -. Sabía que se le daba bien la magia, o eso tengo entendido, pero nunca la he visto en acción, realmente. Y es raro ver a chrysos con habilidades mágicas. Quizás realmente la he estado menospreciando sin molestarme en conocer ni sus habilidades-. La magia nunca ha sido mi punto fuerte. ¿Qué sabes hacer?

Me ruborizo y miro mi ropa. Entonces, ¿es eso? ¿Tenía que haberme puesto la chaqueta rosada de punto? La falda era otra opción, pero traer una falda me parecía arriesgado. Demasiado... no sé. Bueno, no hay mucho que hacerle ahora.

La sigo con la mirada, aún junto a la puerta. Termino por acercarme un poco, aunque dejo un metro o así entre las dos. Y no me siento. Ser más alta me hace sentirme un poco más tranquila. Y hoy parece menos intimidante, o quizás lo del otro día fuese la distancia, la pared a mi espalda y el alcohol. Aunque no es que esté poco intimidada, tampoco.

-Pues...-. Carraspeo-. Shexiô-. Ahora no puedo dejar de ruborizarme cada vez que lo digo. Ni que tuviese quince años o algo-. Es una bola de electricidad que explota...-. Callo. Que no se le dé bien no significa que sepa los nombres-. Pues... Lo más llamativo creo que es haxsîr. Para repeler metales. Aunque todavía no le he sacado mucho partido. Y bueno, tengo planes-. Esbozo una sonrisa-. He estado investigando sobre hechizos y muchos me llaman la atención.

De modo que le gusta la magia de verdad. No es solo por cumplir.

-Haxsîr -repito, ladeando suavemente la cabeza-. Nunca me enfrenté a alguien que lo utilizase. ¿Me lo enseñas? Si te parece bien-. Me levanto mientras hablo-. Tengo curiosidad.

No es fácil encontrar magos chrysos, y si me encuentro uno como enemigo no veo natural pedirle que me enseñe sus dotes. Quizás deba hacerme con armas no metálicas.

Desenvaino un puñal que llevo oculto entre la ropa y la miro con interés.

Resoplo de nuevo, asintiendo. No sé de qué le sorprende. Supongo que también resulta intimidante. En el fondo no puedo, ni quiero, evitarlo.

-Tú siempre tienes la magia a mano, ¿no? Mi magia es más física. Necesito tener mis herramientas conmigo.

Pero que no se sienta insegura. En todo caso, lo contrario. Si pasase algopeligroso ahora mismo, agradecería más tenerme armada.

La miro con curiosidad en lo que se prepara. Aferro el puñal con las dos manos, aunque me parece algo exagerado, e imito un gesto como de ir a apuñalarla, aunque a cámara lenta y sin llegar a acercarme lo suficiente como para que se asuste más. Sin embargo, soy yo la sorprendida. Supongo que no aferraba el puñal con suficiente fuerza, pero enseguida noto una fuerza de empuje llamativa y tengo que proyectarlo con la mano para que salga despedido hacia el suelo en vez de golpearme a mí. Incluso si lo hubiese tenido mejor asido, quizás me lo hubiese quitado igualmente de las manos. Eso, bien calculado, hubiese roto uno de mis ataques.

Paso la vista del arma, en el suelo, a ella. Con renovado interés.

-Vaya... No está mal.

En absoluto. Tiene potencial. Le falta seguridad, diría. Aprovecho el momento para reducir la distancia con ella, aún con cierta cautela.

-¿Estás más tranquila?

Me encojo de hombros ante su disculpa, quitándole importancia.

-Te he pedido que me lo enseñases. Prefiero que no te contengas -aclaro.

Ahora sí la veo hasta como una guerrera interesante. Tendré que pasarme por la sala de entrenamiento para ver cómo lo hace su copia. Pero no es el momento de pensar en entrenar.

La noto tensa, pero parece que, al fin, no me mira como si fuese a hacerle algo terrible. Y bueno, está aquí porque ha querido venir. Eso me deja más margen de maniobra que en la fiesta, donde estaba bastante más ida y tampoco tenía claras sus intenciones, si bien intuía sus apetencias.

Me acerco un poco más. No suelo ser tan delicada, pero mis presas suelen ser menos... presas. Supongo que tiene su encanto un rato. Finalmente extiendo la diestra con calma hacia su rostro, sin perder detalle de su expresión. No pregunto, pero mi gesto resulta interrogante y el gesto lo suficientemente lento como para que mi mano no alcance su mejilla si quiere evitarlo.

Accede y yo no me detengo. Finalmente las yemas de mis dedos la alcanzan. Dejo un recorrido lento en su mejilla, a medida que la mano se asienta en su piel y la va ocupando. Tiene el tacto que se podría esperar de ella, suave y liso, cuidado, con la piel ardiendo, probablemente por la vergüenza. Creo que no veía a alguien en un estado como este desde hace años, con aquellos jóvenes primerizos a los que me divertía probar por el simple hecho de resultar especialmente impresionante. Pero en su caso también la veo contenida, y no solo nerviosa. Es como si no hubiese terminado de ceder. Pero no pasa nada. Acabamos de empezar.

La mano avanza con suavidad por el rostro hasta el cuello, se desliza hacia la nuca y los dedos se hunden en el nacimiento del pelo, ahuecado por el recogido que lleva. No tardo en, ubicando parte de mi mano en el ángulo de su mandíbula, empujar levemente para invitarla a alzar el rostro. Me inclino finalmente hacia sus labios, entrecerrando los ojos a medida que me acerco, pero sin cerrarlos por completo hasta el último momento, todavía preparada para alguna clase de rechazo por su parte.

No puede quejarse de que no me estoy esforzando.

Termina respondiendo. Al final la petrificación no era otra cosa que tensión acumulada deseando explotar. No es más que una de esas personas que se ponen barreras a sí mismas. Tiene que ser asfixiante vivir de esa forma.

Noto cómo me examina al separarse. Me pregunto si dirá algo, pero no lo hace. Vuelve a mí. Y ya que parece subir el ritmo, yo lo hago más, a mi vez. Ya no hay mucha piedad por mi parte. Invado su boca, valiéndome de la mano en su nuca para atraerla y acomodar su postura a mis gestos. No me desato del todo, de todos modos. Profundizo un poco más de cada vez, dejando que se adapte y que tenga la oportunidad de marcar su propio ritmo. Si escapa ahora asustada esto no habrá servido de nada.

No sigue mal el ritmo. No es que tuviese que hacerlo, pero lleva tan tensa desde la otra noche que he llegado a pensar que una de las posibilidades era que no tuviese experiencia. Pero al final parece que nos hacemos un poco más la una a la otra. Empiezo a dejarme llevar cuando súbitamente se retira.

Las gafas. Sí, la verdad es que son una molestia. La contemplo mientras se las quita. Es extraño lo mucho que llegan a formar parte del aspecto de la persona que las lleva. Su rostro parece diferente ahora. La sigo cuando se acerca a la mesilla a dejarlas, invadiendo, ahora sin descaro, su espacio Me aproximo a su espalda, hasta que la rozo. Las manos se acomodan a la altura de sus costillas, e inicio unsuave descenso delimitando su cuerpo, aún por encima de la ropa. Nunca la he visto llevar nada demasiado ajustado, por lo que, aunque pueda imaginar sus formas, es lo más cercano que tengo a conocerlas.

Quizás hemos coincidido en el baño alguna vez. No lo recuerdo.

Me inclino hacia ella, a su nuca, para dejar una caricia con los dientes. Parece tan indefensa que hasta lo que me apetece es morderla. Al final va a tener su encanto personal. Aunque no creo que pueda esperar que me domine.

"Hazlo".

La petición me resulta inesperada, pero satisfactoria. Completamente. Quizás sea una súplica, pero no me gustan las órdenes. Lo vuelvo, casi, una excusa para hacer lo contrario. Parece que sabes pedir, entonces.

Asciendo por su cuello, lo suficientemente cerca como para que sienta mi aliento en a piel. Voy despacio. Las manos, que llevan la mitad del trayecto, se me hacen lentas. Al llegar a su oreja, apenas la rozo con los labios, dejando que disfrute de la expectación. Desciendo por el mismo camino de piel erizada, dejando esta vez ir algún roce más, sin dejar nunca claro cuándo será el siguiente. Lenta, desesperantemente lenta.

Me detengo junto a su cuello en el segundo exacto en el que alcanzo el borde de su pantalón. Detengo las manos en ese punto, con las yemas de los dedos a punto de alcanzar su piel.

-¿Qué...? -inquiero, con un falso tono inocente, de no haber escuchado.