Escaleras

Asiento, de acuerdo. En la Torre nunca llovió tanto. Pero es el clima de Fulmen, que es particular. Aunque también me he acostumbrado, diría. Tampoco es que soliese salir mucho de la Torre, y en general el panorama no cambia demasiado.

"Yo estoy bien." "Algo apagado. Cuando me enteré" "creí que estaría peor," "pero no creo que pueda quejarme."

La miro, con franqueza. Estoy extrañado, pero, aunque siento la atmósfera algo negativa, no... No sé cómo describirlo. Es... Simplemente eso... Como que no lo siento, de alguna forma.

Asintió levemente, sin saber qué decir. Ella también estaba algo apagada; imaginaba que todo Palacio estaría algo apagado.

—Creo que todos estamos un poco apagados... —susurró. Se abrazó con fuerza las rodillas y bajó la vista al suelo. Parpadeó. Todavía no sabía quiénes eran aquellas dos guerreras, no había ido al cementerio a comprobarlo, y dudaba que fuese alguien a quien conociese, pues apenas conocía gente, pero aun así se sentía terriblemente triste. Suponía que a todos les pasaba lo mismo.

—Estoy asustada —admitió.

La miro de reojo. Me siento extraño porque ella parece muy afectada y yo no lo estoy tanto... Creí que me asustaría muchísimo, pero me pone más triste el verla así que el propio suceso. Supongo que será porque yo nunca... Nunca perdí a nadie, ni nada, creo. Me pasó igual cuando Massen me contó lo de su hermana. Ni entonces... Me sentía mal por ella, pero yo, de algún modo, frío...
Quizás soy un insensible... Quizás no puedo sentir nada... Qué horror. Es como si no fuese humano...

En un intento por animarla, le paso un brazo por el otro, apretando un poco, atrayéndola. Escribo con la mano libre, y la pizarra sobre las rodillas.

"Ya verás como estás bien."

Dicho así, suena vacío, pero de verdad lo pienso. Pero no se lee convincente.
Le sonrío.

<<Yo puedo protegerte un poco>>, formulo, con la mano libre.

Y a mí que me defienda otro, porque...

Al notar cómo el claritas la atraía hacia él, Lluvia se acercó, inclinando el cuerpo hacia él, sin llegar a moverse del sitio. Tras un instante de duda, decidió apoyarse del todo en el cuerpo del claritas; ahora era mucho más alto que ella, y era un poco extraño, porque había crecido mucho en los últimos meses, pero a la vez resultaba agradable. De alguna forma, así se sentía un poco protegida: era como si estuviese en su cuarto, acurrucada en cama, bajo la poderosa protección de las mantas. Si entonces no podía pasarle nada, ahora tampoco.

—Siempre me ayudas... —susurró. Cerró un segundo los ojos; cuando los abrió, miraba la cara del claritas. Curvó un poco los labios—. Gracias.

La miro. Al menos he conseguido que sonría. Es un progreso.
Niego suavemente, risueño. Escribo, con la pizarra sobre las rodillas, haciendo equilibrios.

"Es lo mínimo, ¿no?" "Solo faltaba que te hiciese llorar."

Me esfuerzo por no hacerlo. Yo no soy muy fuerte, y parece que no pueda protegerme ni a mí mismo. Seguramente sea así. No puedo hacer demasiado. Pero si puedo hacer eso, por lo menos, por pequeño que sea, no me siento tan mal. No soy tan inútil...
La he visto llorar demasiadas veces, ya. Y eso que la primera me dije que no dejaría que pasase más. No lo hago tan bien, si lo pienso así.

Lluvia leyó lo que el claritas escribía en la pizarra, todavía apoyada en él, con los ojos entrecerrados, y esbozó una pequeña sonrisa. Luego, durante apenas un segundo, cerró de nuevo los ojos; cuando los abrió, todavía observaba la pizarra.

—Soy una llorona... Siempre lloro.

Bajó un segundo la vista. Aunque dijese que no iba a volver a llorar, siempre terminaba llorando, quieta, sin saber qué hacer, sin atreverse a hacer algo. Aunque fuese armada, como en la misión, nunca llegaba a pelear, y se quedaba inmóvil, llorando, esperando a que alguien la ayudase.
Nunca sería una buena guerrera; tal vez debería pensar una nueva forma para ayudar, una que no implicase luchar, porque era incapaz de hacerlo por mucho que se esforzase.

Alzó la vista, y observó a Jun, en silencio.

Esbozo una sonrisa. Apoyo la mano con la que escribo en su cabeza un momento, un pequeño toque, como reprendiéndola, mientras con la otra refuerzo el abrazo por un instante, relajándola luego de nuevo.

"Yo también soy un llorón." "No es algo malo." "Solo es malo si solo lloras" "y no haces nada más, creo."

Al menos eso es lo que creo que he aprendido aquí. No voy a dejar de ser débil o un llorón porque quiera, pero... Bueno, al menos creo que intento cambiar lo que no me gusta, solo un poco. Me esfuerzo lo que puedo.
Siempre he imaginado a Lluvia alejada de batallas. Pero eso no es malo, tampoco. No tiene que hacer lo que no quiera, claro.

"Todos servimos para algo." "¿Qué es lo que te gusta realmente?"

Si encuentra lo que quiere dejará de llorar.

Lluvia cerró los ojos al sentir la mano del claritas sobre su cabeza.

—Ay...

Luego los abrió, y miró a Jun, curvando un poco los labios. Bajó la vista cuando empezó a escribir, y tras leer el mensaje, suspiró. Tampoco creía que hiciese algo más aparte de llorar.

—Pero solo lloro... —murmuró. Lo miró de nuevo—. Y toco el piano.

Observó las escaleras que había ante ellos, y después la parte del pasillo que alcanzaba a ver. Parpadeó; luego, de reojo, leyó la pizarra de Jun y frunció un poco el ceño. Tras unos segundos en silencio, en los que meditó su respuesta, Lluvia dijo:

—No sé... Me gusta tocar el piano.

Parece que se anima un poco. La suelto, para poder escribir con más comodidad. Así está mejor.

"Deja de decir que solo lloras", la reprendo, frunciendo el ceño. Aunque acabo por sonreír, que no quiero que se crea que estoy enfadado, o algo "Desde luego, con esa mentalidad" "claro que solo vas a llorar." "No puedes conformarte con" "lo que no te gusta." "No va a cambiar solo."

Le doy un toquecito en la frente, más suave, risueño. No sé si es lo que ella quiere oír, pero tampoco sé qué quiere oír, así que...

"Tócame el piano un día.", pido entonces, sonriendo con más entusiasmo. "Conocí a otra chica que toca," "Ben. Quizás te suene."

Niego. Eso es lo de menos, claro. No sé a qué estoy... Jo...

"¿No hay alguna otra cosa que te guste?"

Porque no creo que sea luchar. Ni siquiera yo diría que me gusta, pero ella... Ella es como más frágil.

Cuando Jun la soltó, Lluvia se apartó un poco de él, y volvió a abrazarse las rodillas; a pesar de su nueva posición, todavía miraba al claritas, atenta a lo que pudiese escribir. Cuando leyó su primer mensaje, no pudo evitar apartar la vista, bajándola un instante. Jun tenía razón: con esa actitud, no cambiaría nada, pero aún así. Había intentado cambiarlo: había ido a entrenar, había practicado con el arco, y hasta había hecho ejercicios más físicos otros días, corriendo por la sala. Pero a pesar de sus esfuerzos, a la hora de la verdad era incapaz de hacer algo.

—No la conozco —murmuró. Miró al claritas—. ¿Quién es? —Luego, abrazandose con más fuerza las rodillas, añadió—: Y puedo tocarte el piano cuando quieras, pero no soy muy buena...

Curvó un poco los labios. Al escuchar la siguiente pregunta del claritas, se encogió de hombros:

—No sé...

Lo observó, en silencio, durante un instante. Luego bajó la vista.

Al verla me cuesta un poco mantener la sonrisa. Es como si estuviese triste. Siempre sonríe, pero siempre parece así de insegura, así de frágil, y yo no sé cómo puedo hacer para que no lo esté... Mis palabras la hacen sonreír, pero vuelve a estar como ausente luego. Quizás ni con el ala lo consiga. Quizás yo no pueda hacerlo.

"Es una caeruleus de pelo violeta.", escribo, mirándola al acabar.

Realmente... me siento mal. Me siento mal. Porque no puedo cambiarlo. O no sé cómo.
Asiento, con una sonrisa.

"Y enséñame un poco.", propongo, ensanchándola.

No sabe... ¿No sabe qué más le gusta? Eso es que no ha pensado bastante.

"Te gusta leer.", le recuerdo, asintiendo con fuerza. "¿Y dibujar? ¿Escribir? ¿Cantar?"

La miro, con una sonrisa, expectante, tenso en el fondo, preocupado.

Lluvia alzó las cejas, sorprendida. Recordaba haber visto a una caeruleus de pelo violeta.

—¿Es la caeruleus que iba contigo el otro día...? —inquirió, ladeando un poco la cabeza. Luego añadió—. Te enseñaré cuanto quieras.

Curvó un poco los labios. Si la caeruleus sabía tocar, entonces igual podían tocar juntas algún día; sería interesante, divertido. En todo el tiempo que llevaba en Palacio, Lluvia no había visto a nadie más que pudiese tocar un instrumento, aunque, por otro lado, apenas conocía gente. Tal vez muchos de los guerreros fuesen unos aficionados a la música y ella no lo supiese porque apenas los conocía.

Meditó un segundo antes de responder a su siguiente pregunta.

—Me gusta leer, pero creo que ya está... —Suspiró—. En casa hacía muchas cosas, pero porque mis padres me lo pedían, no porque realmente me gustase.

Abro mucho los ojos. ¡Claro! Se me había olvidado por completo.
Enseguida asiento con fuerza, con una sonrisa. Esa misma. Esa misma es Ben. No fue el mejor momento para conocerla, pero ahora que sabe esto quizás le hable si vuelve a verla. Podrían tocar juntas.

"Parece muy hábil con la" "música, pero creo que no tiene" "formación. Tampoco he visto" "o escuchado demasiado."

Asiento con fuerza, también, a lo de aprender. Sé lo justo, la parte teórica, pero la verdad es que como me pidiesen que tocase bien podrían pasar meses que creo que no saldría nada bueno de ahí. Aunque quién sabe...

Leer y tocar...
Me cuesta no suspirar, algo tristón, y mantengo la sonrisa.

"Estoy seguro de que hay" "más cosas y no caes ahora." "Solo tienes que buscarlas."

Aunque no ahora, claro. A estas horas, como no le guste la oscuridad... A mí me da algo de miedo, todavía. Y más ahora que las cosas están así...

Lluvia asintió, sonriendo un poco.

—La buscaré, entonces. —Ensanchó la sonrisa—. Igual podemos tocar juntas...

Lo observó unos segundos más; luego, la aether clavó la vista en sus zapatos, rojos. Se los había comprado antes de llegar a Brontë, y ya tenían un par de rasguños, pero no estaban rotos del todo. Movió los pies. Aquellos zapatos le gustaban; le parecían muy vivaces, tan, tan rojos.

De nuevo, miró al claritas. Lentamente, asintió.

—¿A ti qué te gusta...?

Asiento, conforme. Seguro que entre las dos podrían hacer algo bonito. Tengo hasta ganas de escucharlo. Y eso que solo es una hipótesis. Pero, por algún motivo... No sé. Me gusta el arte. Y creo que eso me gustaría. Hay pocas cosas así por aquí, pero el Abuelo me llevaba algunas veces a escuchar música, y siempre me gustó mucho.

Bajo la vista al suelo cuando ella lo hace. ¿Ha visto un bicho o así? Espero que no... Las arañas me dan un poco de reparo. Parecen normales, pero si las ves de muy cerca tienen las patas y el cuerpo lleno de pelos, y son como medio viscosas. Dan algo de asco.
Su pregunta llama mi atención, pero no tardo en responder.

"Me gusta estudiar, investigar o tirar con arco." Pienso un momento. "También la tarta. Y las personas" "a las que conozco aquí." "O los libros, la música, los animales." Termino por encogerme de hombros, con una sonrisa sencilla. "No sé. Me gustan muchas cosas."

No pueden contarse todas. Si pienso, se me ocurren más fácilmente.
Me gusta que no sonría, también. Porque significa que está contenta, casi siempre. O me gusta ser capaz de ayudar a la gente.
Me gustaría ser capaz de ayudarlos mucho más.

Lluvia lo escuchó con atención, curiosa. A pesar de que había hablado mucho con Jun, casi nunca habían hablado de sus gustos, así que le parecía interesante leer sobre sus gustos. Cuando el aether terminó, Lluvia le sonrió, y de nuevo se apoyó en él, en su brazo.

—A mí también me gustan las personas que conozco aquí... —murmuró. Cerró un instante los ojos—. Y la tarta y el chocolate y la nata, pero no la canela ni la vainilla. Ni el pescado, porque me da alergía. —Abrió los ojos—. Y tampoco me gustan los bichos, pero sí me gustan los boros, porque son muy graciosos con todos esos ojos.

Parece cansada. Supongo, bueno... Sé que es tarde. Es tarde. No la estoy dejando dormir.

Abro mucho los ojos cuando dice lo de la alergia. Nunca he conocido a nadie con alergias alimenticias. Es un caso curioso.

"¿Es muy peligroso?" "¿Cómo de fuerte es?"

Para tener cuidado. Obviamente, ahora que lo sé tendré cuidado extra, pero no quiero ser un incompetente y fastidiarla por un error. Aunque, bueno... Tampoco es que le vaya a preparar yo la comida. Nunca lo he hecho. No parece algo que vaya a pasar.

Sonrío y asiento. Tenemos algunas cosas en común. Es agradable. Recuerdo cuando pensaba que aquí no habría nadie con quien yo pudiese estar.

<<A mí tampoco me gustan>>, comento, haciendo una breve mueca, cuando dice lo de los bichos.

Los párpados comenzaban a pensarme, y ella misma parecía cansada. No tardé demasiado en proponer que fuésemos a dormir, irguiéndome y ayudándola a levantarse.
Esperaba haberla animado... Si sonreía, no tenía de qué preocuparme, pero solo si lo hacía de verdad, aunque yo no estuviese delante.

*se van*

Pese a la hora que era, algunos miembros del servicio tenían la obligación de continuar su trabajo. Después de todo, había guerreros despiertos prácticamente a cualquier hora, y los servicios debían permanecer cubiertos.

Sin embargo, todos sabían que la ronda nocturna era mucho más aburrida y vacía de actividad, así que lo habitual era que se hicieran pequeños grupos de trabajo, que se dedicaban a supervisar distintas zonas para asegurar que todo estaba en orden.

Y, en aquellas condiciones, eran inevitables los cuchicheos.

-¿Sabéis lo del sospechoso? -comentaba uno de los tres chicos, mientras bajaban las escaleras-. Dicen que es un aether, y que una subordinada de la líder flamma le rompió un ala para que no pudiera escapar.

-Pues yo he oído que no tenía mucha pinta de asesino -apuntó otro-. Lo que no sé es de dónde lo sacaron...

-A mí me preocupa más que lo hayan soltado. Me han dicho que está por ahí, entre los guerreros. Creo que ha sido cosa de la señorita Twinkle. Espero que sepa lo que hace, no me gustaría una nueva desgracia.

Uno de sus compañeros le dio una fuerte colleja.

-Pues claro que la señorita sabe lo que hace, estúpido -le espetó-. A ver si aprendes a respetar a tus superiores, que bien saben bastante más que tú.

*Se alejan siguiendo su ronda*

FdR.: Este rumor puede escucharse por el palacio en los próximos días. Las informaciones son confusas y no es el tema central de todos, así que es posible que los guerreros oigan poco al respecto o acaben haciéndose una idea equivocada de lo ocurrido.

Aquella carta me había pillado por sorpresa, y más a aquellas horas. Normalmente tenía correspondencia a diario, principalmente (y casi únicamente) debido a las cuestiones administrativas de Ignis, y siempre por la mañana. De vez en cuando seguía viniéndome a la cabeza por qué nadie se había molestado en incluirme en aquellos negocios. Aunque, por supuesto, rechazar esta inclusión habría sido impensable.

Quizá por la curiosidad de aquel sobre a deshora fue por lo que decidí abrirlo allí mismo, por el camino. Subía con calma las escaleras mientras desdoblaba el contenido (un único papel doblado en tres partes) y comenzaba a leer. Me escribía Nýa. Aquello sí era inesperado. Aunque, a medida que iba leyendo, el contenido iba cobrando sentido. Algo que no lo hacía en absoluto menos engorroso.

*Va por ahí por el mundo*

Alcé la vista al oír que me llamaban. Vaya, ahí estaba otra vez. Y tan directa que hacía sospechar. O eso, o toda la calma que tenía se la había gastado de golpe en nuestro primer encuentro.

Negué con la cabeza, doblando la carta y guardándola en el sobre. A Nýa no le corría aquello ninguna prisa. Si había podido esperar hasta entonces, podía esperar un poco más.

-No diría exactamente que estoy ocupado -murmuré con voz algo ronca-. ¿Qué puedo hacer por ti?

No me había dado cuenta de aquel detalle hasta el momento en que lo comentó. Las gafas, por supuesto. Eso explicaba algunas cosas. Me preguntaba hasta qué punto las necesitaba. Aunque, por lo que decía, parecían prácticamente imprescindibles.

Asentí, ofreciéndole el brazo para acompañarla.

-Si me iluminas el camino, tal vez yo pueda encontrarlas -propuse-. Aunque parece más cabal que nos dirijamos a la enfermería. Conseguir un repuesto sería más útil ahora mismo que buscar a ciegas unas gafas que posiblemente se hayan roto. Podemos enviar al servicio a buscarlas mientras tanto, como dices. Si las encuentran enteras podrás recuperarlas. En caso contrario, evitaremos unos molestos cristales con los que alguien pueda hacerse daño.

La miré, esperando su respuesta.

Su reacción me resultó casi cómica. Fruncí ligeramente el ceño (dándome cuenta al hacerlo de que ya lo tenía algo fruncido) y me encogí ligeramente de hombros, como solía. Realmente, no podía darle respuestas exactas, pero parecía lo más lógico.

-Nunca he necesitado unas -destaqué-. Pero me parece la opción más plausible. Desde luego, el pánico debe ser evitado en la medida de lo posible.

No me pasó desapercibida la llaneza con la que rechazaba mis ofrecimientos, pero no era yo quien de resaltárselos. Ella y solo ella era responsable de su falta de modales. A mí, por otra parte, me correspondía actuar con total naturalidad.

-Siempre es un placer servir de ayuda -murmuré con voz grave-. Si me permite, la acompañaré.

Aunque no parecía muy emocionada al respecto.

*Se van*