Hall/Entrada

Corbin no hizo más comentarios. Después de todo, no tenía más que decir. Cuanto antes se pusieran en marcha, antes empezarían a trabajar. Así pues, se limitó a asentir.

-Vamos.

En apenas un momento, ambos salían por la puerta. Corbin iba serio, en silencio, concentrado en sus planes y pensamientos. Pronto tendría acción, al fin, y le costaba contener su impaciencia. Junto con Alehyss, salió del palacio.

*se van*

El chrysos avanzaba con bastante rápidez por los pasillos en dirección a la entrada, prestando atención a las aves que recorrían los mismos e intentando respirar la menor cantidad de dióxido que pudiese. Por suerte para él, por ahora no se había encontrado con nada ni nadie, aunque imaginaba que, al salir fuera, sí que se toparía con algo.

Cada vez tenía más dudas sobre lo que podría encontrarse. Las aves que pululaban por ahí parecían estar destruyendo algo, algo pequeño pero peligroso a la vez. Tal vez se tratase de un gran mago, o a lo mejor era una bestia. Personalmente, ninguna de las dos ideas le agradaban demasiado, aunque debía admitir que, engorros aparte, aquel asalto empezaba a despertar su curiosidad.

¿Quién o qué sería? ¿Qué buscaba?

*se va hacia la salida (?)*

De debajo de la alfombra salen dos chiquillos. Uno coge un enorme cuadro y lo lanza contra ambos mientras otro, con una enorme fuerza, tira de la alfombra en la punta opuesta para hacerles caer.- Os hemos dicho que muráis.

Persiguiendo a Gerald, lo que es difícil debido a la gente que corre y los... cadáveres... termino llegando al Hall, donde me encuentro con el otro chrysos. Parece que van a luchar como verdaderos guerreros, mientras yo...

-¡Garves! ¡Garves! -exclamo, nada más llegar.

Si pueden ver, pueden no ver. Y si no es así... Quizás acabe por firmar mi sentencia de muerte.
Gerald... Protégeme, ¿vale?

-Vengo a ayudar -gruño, nerviosa.

El chrysos se volvió al escuchar la voz de Gerald, que acababa de aparecer en el hall. Con rapidez, le explicó que de momento todo iba bien, que no se había encontrado con nada ni nadie y que no sabía a qué o quién se enfrentaban. También aprovechó para cubrirse la nariz y la boca, pues imaginaba que no iría afuera tan pronto como le gustaría. Mientras hablaba, pegó su espalda a la del chrysos y observó a su alrededor, atento ante cualquier movimiento. En sus planes no estaba, hasta ese momento, quedarse a combatir en el interior de Palacio, sino que había pensado en ir al exterior. Pero, ya que el chrysos había aparecido, suponía que no tenía más remedio que adaptarse a la situación.

Pronto, el chrysos descubrió a qué se enfrentaban. O, al menos, consiguió ponerles rostro. Dos bichos, extrañamente verdes y con aspecto humano (aunque no características muy humanas), aparecieron. En cuanto vio cómo uno intentaba lanzarles un cuadro, se apartó, tratando de esquivarlo y de no interponerse entre Gerald y el objeto. El chrysos parecía muy dispuesto a romperlo en dos con la katana, y él no veía nada de malo en aquello.

Aunque intentó mantenerse en pie, no pudo evitar caer al suelo cuando el otro bicho movió la alfombra. Al igual que Gerald, su reacción inmediata fue agarrar él mismo la alfombra y conjurar un chrysantae, todavía con el arma en la otra mano, intentando atacar a los bichos. No sabía si funcionaría, pero no perdía nada por probarlo.

Frikka, la caeruleus con la que se había topado hacía un par de días, apareció en el hall, conjurando diversos garves. Gerald volvió a hablar, pidiéndole que le ayudase a levantar la alfombra. El chrysos obedeció sin resistar y, al igual que el antiguo sargento, tiró con fuerza de la alfombra.

Ahora que había visto a qué se enfrentaban, volvía a preguntarse quién los había mandado. Y también por qué tenían la piel verde.

-Mujer.- Dijeron ambos arrancándose los ojos para que estos fueran sustituidos por otros sanos y poder ver en pocos segundos.
Uno de ellos se abalanzó sobre la caeruleus y consiguió meter su puño en su boca pegándosele a la cara y tirando de su protección hacia abajo aunque aquello le conllevase la muerte a manos de la katana de la chica.
Sus pulmones se comenzaron a llenar de esporas, conduciéndola a una muerte en pocos minutos si no se actuaba.

*Frikka está en peligro de muerte*

Los hechizos eléctricos no funcionaron en absoluto, ya que la alfombra no condujo bien la electricidad y, el suelo hizo de toma de tierra.

Algunos quedaron enroscados en la alfombra en cuanto fueron envueltos por ella. Otros seguían dando lata.

Mi situación es como... si fuese a morirme. Esas esporas extrañas llenan mis pulmones, cuando me doy cuenta. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Por qué me fui de casa? No soy más que una estúpida presuntuosa que cree que puede hacer cosas grandes... Pero siempre supe que no era más que una niña débil.

Miro a Gerald, asustada, sin poder moverme, apenas. El veneno me está mareando. Debería atacar, pero ni siquiera se me ocurre.

Porque voy a morir aquí. Sin haber perdido la virginidad. Ni siquiera he besado a nadie en serio. Y, por si fuera poco, el hombre que me gusta me está mirando. Qué gilipollas patética... No soy más que un aborto de guerrera...  

Frunzo el ceño, alzando la pierna y dando una patada en la entrepierna del maldito gilipollas para luego tratar de partirlo en dos con mi espada. Si me llevo a uno por delante, al menos...

Ni su hechizo ni el de Gerald sirvieron demasiado, pero, al menos, ambos habían logrado atrapar a algunos de esos bichos bajo la alfombra. Cosa que, vista la situación, tampoco era un gran logro: todavía había bichos revoloteando por ahí y la caeruleus estaba tirada en el suelo, respirando con bastante dificultad. El chrysos se dispuso a ir a ayudarla, pero antes de que hiciese nada, Gerald se encargó de la muchacha, dejándolo solo y con el muy buen consejo de que se pirase.

Lyam chasqueó la lengua, viendo cómo ambos se iban, y luego volvió a ver a los hombres espora que quedaban. Entendía que el chrysos huyese, y entendía que se llevase a la caeruleus con él. Esperaba, también, que a la muchacha no le pasase nada. Pero...

¿Realmente podía huir? No sabía hasta qué punto era posible que se fuese sin que esos bichos le siguiesen, y lo mismo le pasaba al dúo dinamita. Si uno de los bichos los seguía, Mithos sabía qué le pasaría a la caeruleus. Así que, en vez de hacer caso al antiguo sargento, el chrysos decidió quedarse e intentar que ninguno de los bichejos les siguiese. Si, total, huir tampoco parecía posible. Y eso que él nunca quiso combatir dentro de Palacio.

Me aparezco a la espalda del muchacho, susurrando suavemente, acariciando su nuca con mis palabras.

-Qué chico más valiente. Creo que te invitaré a pasar la noche conmigo, a ver si te atreves -. Dejo ir una risa musical-. ¿Qué te parece? Y a cambio, te ayudo.

Con parsimonia, genero un nuevo hechizo protector grisáceo en torno a los dos, hundiendo al mismo tiempo la mano en el cabello del chrysos, acariciándolo, esperando por una respuesta.

Si una no obtiene algo a cambio... ¿Dónde está la gracia?

*Lyam protegido este turno XD*

Quedaban pocas unidades fúngicas en activo, pero las que lo hacían, lo hacían con fuerza. Una de ellas cogió una antorcha y la lanzó con fuerza contra la mujer. Otros siguieron su ejemplo y comenzaron a lanzar sillas, cuadros, tapetes, jarrones...

Cuando tenían pocas fuerzas, explotaban, para hacer aún más daño.



FDR: E_E madamme, acabe usté con esto. XDDDDDDD

Una voz conocida sonó a sus espaldas, y el chrysos reprimió un escalofrío. Madame Desmarilles, Madame la que había mandado a Alehyss a sabía Mithos dónde, acababa de aparecer en la escena, tan imponente como siempre.

El chrysos la miró de reojo.

—Me parece que primero deberíamos terminar esto —murmuró, ligeramente cortado. La mujer no le caía mal, pero estar cerca suya lo incomodaba de una extraña forma. Ignorando sus dedos en su pelo, el chrysos observó la barrera que la caeruleus formó en torno a ellos, defendiéndolos de los bichos espora. Tragó saliva.

Gerald, que había huido con la caeruleus, apareció de nuevo, dispuesto a terminar con el resto de los bichejos. El chrysos lo miró de soslayo.

—Yo pensaba lo mismo —respondió. Luego, al ver cómo uno de los bichos le lanzaba una antorcha a la caeruleus, murmuró—. Apártese.

Y él hizo lo propio, primero con la mesa, luego con los diferentes objetos que les lanzaban. No sabía si el hechizo aguantaría tantos golpes, y prefería no descubrirlo.

El chrysos de la katana hace su aparición esta vez. Parece que estoy de suerte. Saltan chispas en el aire.
Al escuchar a Lyam suspiro, resignada, negando suavemente con la cabeza. Una sonrisa perenne, en mis labios, se abre para dar paso a mi voz melosa.

-Bueno, entonces tendrá que acompañarme el otro caballero -comento, sonriendo satisfecha y girando la cara para contemplar a Gerald un segundo.

Es peor porque es más sencillo, pero bueno... Si dejo que mueran no podré obtener más recompensas de ellos, de modo que, sin demasiadas ganas, alzo ambas manos. Con una voy envolviendo a los espantosos seres en esferas y con la otra ataco. Uno a uno, los niños verdes explotan, chocando contra las paredes de las barreras que he generado en torno a ellos.
Si al final he tenido que mancharme las manos. Qué hastío...

-Y para esto tanto escándalo...

*La escena ha quedado limpia. No se ha conseguido capturar a ninguno con vida. El Hall ha quedado destrozado.*

El chrysos, ignorando la sonrisa y las palabras de la caeruleus, observó cómo la mujer se deshacía de los bichos restantes. Sorprendido, alzó ligeramente las cejas, preguntándose cómo había podido hacer aquello. También se preguntó, entonces, si la mujer conocía la existencia de aquellos seres. ¿Tendría ella alguna idea de quién los había enviado? Quién sabía.

Cuando todos los bichos desaparecieron, el chrysos miró a Gerald.

—¿Qué tal está la chavala? —preguntó. Por la tranquilidad del chrysos, parecía casi evidente que todo había quedado en un susto. Pero a saber cuál era el estado de la caeruleus. Esperaba, no obstante, que no hubiese perdido la voz o algo semejante.

Alejándose de Madame, se acercó al lugar donde antes habían estado los bichejos. Desde ahí, y mirándola por encima del hombro, preguntó:

—¿Alguna teoría?

Dudaba que la caeruleus quisiese compartir sus pensamientos con él, pero no perdía nada por preguntar.

Sonrío al chrysos encantador.

-Llámame Madame Desmarais -susurro, sin más, acomodándome la boa de pelo, coqueta, dando el trabajo por finalizado. En cuanto a Lyam, solo consigue arrancarme una leve risa, suave y sibilina-. No serás tú el primero con el que las comparta. Al fin y al cabo...

Antes de acabar la frase, he desaparecido. No quiero estar aquí, perdiendo mi tiempo eternamente. Tengo más cosas que hacer que cambiarle los pañales a un par de guerreros.
Sin embargo, ellos pueden escuchar todavía el eco de mi voz cuando ya me he ido.

"La información se vende cara."

*se desvanece*

Como ya esperaba, la caeruleus no respondió a su pregunta, y desapareció de la escena, dejándoles sus palabras en el aire. El chrysos chasqueó la lengua. Aunque no esperaba otra cosa, no dejaba de ser un poco decepcionante. A fin de cuentas, él al menos no tenía ni idea de qué había pasado ni por qué. ¿Quién había enviado a aquellos seres? No lo sabía, pero aquel suceso había despertado suficiente su curiosidad como para que se propusiese indagar en el asunto.

Se volvió hacia a Gerald y asintió, conforme. La caeruleus estaba bien; Gerald también estaba bien. Y él mismo también lo estaba. Pero era más que probable que no todo el mundo hubiese tenido tanta suerte como ellos. Suspiró. Estaba ligeramente cansado.

Cuando Gerald se fue, aguardó unos segundos para hacer él lo mismo.

*se va*

Aguardo en la entrada, con los brazos cruzados. Hoy mi barba no está pulcramente recogida, sino que cae, libre, sobre mi pecho. Tampoco tengo mi aspecto amable y risueño. Sin embargo, espero de todas formas, paciente, a que lleguen.

La entrada ya está completamente reparada, y los alrededores no se ven demasiado deshechos, por lo que, supongo, todavía no se habrán dado cuenta de nada. No me gusta ser yo el que de este tipo de noticias.
Por lo menos, ahora que la piscis ha vuelto, tenemos a un guerrero más en plena forma. No podemos descuidar las tareas de palacio por un contratiempo como este o caeremos en la humillación.

*espera*

No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos el palacio hasta que lo vi aparecer a lo lejos. Llevaba una enorme sonrisa en la cara, y por el aspecto de Jun parecía evidente que él también se alegraba de llegar por fin, aunque probablemente no por los mismos motivos.

Ambos entramos con bastante ánimo por la puerta, pero yo me detuve en seco nada más atravesarla al ver, al otro lado, a un serio Nagorr Brumm que parecía estar esperando algo. O a alguien.

Intranquila, sentí que se me borraba un poco la sonrisa. Evité mirar a Jun. De pronto, sin saber por qué, me sentía extrañamente culpable. ¿Habría hablado el abuelo de Jun con él? ¿Iban a volver a llevárselo? Si aún estábamos entrando por la puerta...

Tragué saliva y, reuniendo coraje, avancé unos pasos hacia el líder parvus, sin tener muy claro qué me iba a encontrar.

-Buenos días, señor Brumm -saludé, tratando de que mi voz sonara clara y segura.

La felicidad se termina en el momento en el que veo al señor Brumm mirándonos con una seriedad que pocas veces he visto en él. Entonces se me cae el alma a los pies y deseo dar media vuelta y volver a la torre enseguida. Como él me había dicho que podía volver creí que me recibiría de buen humor, pero, bien pensado, me he escapado... Así que... Es normal que... se haya enfadado. Entonces, de ese modo, debe de estar a punto de mandarme de vuelta para casa en un suspiro.

Bajo la visa, apretando los puños nervioso, asustado más bien.