Campo abierto

Cualquier zona exterior existente en todo el continente puede englobarse aquí, desde un camino o una ciudad hasta un bosque.

Llevamos ya algo más de una semana recorriendo Fulmen y corroborando que es tan extensa como informan los mapas. Por suerte ya hemos pasado una de las grandes ciudades, en los domonios de Ihser. A este paso cambiaremos rápido de provincia, hemos tenido suerte coincidiendo con una carabana que nos acerca en uno de sus carros hasta algo más de la frontera entre territorios, a cambio de un par de monedas.

Afilo la katana mientras no me entra el sueño con el traqueteo del carro cubierto. Cierzo duerme -o eso parece- cerca de mí aprovechando que hago guardia voluntaria. Desde que empezamos el viaje me da la sensación de que no consigue descansar. Aunque, de hecho, solía tener esa sensación también en Brontë, así que suelo fijarme bastante si se mueve o farfulla algo cuando tengo oportunidad. Quizá sólo sea serio incluso durmiendo. Tampoco es que hayamos perdido mucho el tiempo durmiendo cuando hemos tenido ocasión. Cada pueblo o aldea con un mínimo de tránsito en la posada es todo un jolgorio. Hoy por hoy, la amnesia alcohólica o las ladillas son los dos posibles focos de fracaso en nuestra misión. Bueno, no creo que sea para tanto. Hoy dormimos tranquilos, por ejemplo.

Miro un momento el filo una vez lo limpio, girando la hoja para ver su brillo. La luz platino de la luna resalta mucho el brillo del acero y lo hace parecer plata de ley. Es una de las cosas más bonitas que he visto.

Dejando la carabana atrás en el último pueblo, continuamos el viaje a pie por una de las rutas que nos han recomendado. Es una de las antiguas rutas de peregrinos que llega hasta el Templo de Fulmen, pero esperamos no tener que viajar tan al Este. Debido a las zonas desérticas olvidadas por Mithos y las llanuras de tormentas -en su auje ahora que empieza el verano- es más precavido dar un pequeño rodeo que verse atrapado y solo en algún descalabro natural -sobre todo con los últimos acontecimientos-.

El caso es que el viaje se va haciendo llevadero. La distancia entre pueblo y pueblo no se me hace tan larga, a pesar de que hay veces que parece que no llegaremos nunca a nuestro destino. A estas alturas, si fuese solo, estaría muriéndome del asco.

Me estiro, un tanto aburrido, y bostezo sin pudor alguno. Se hace tarde, así que buscamos un sitio donde quedarnos.

Nos paramos al rato de abandonar el camino principal hacia la zona arbolada y nos acomodamos junto a un par de rocas, cerca del paso del río, pero no al margen, para evitar insectos molestos. Una vez organizamos las cosas, me dispongo a prearar una pequeña hoguera con unos cuantos cantos y una tinilla de las que hemos comprado. Cojo una como si se tratase de un arma y me muevo en círculos y por la zona del pequeño campamento.

—"¡Este es el punto clave! ¡Todas las esperanzas están puestas en ti, Gerald!" Dice el comandante. "¡Acabemos con esos gusanos!", pero ¡Oh, no, la bomba se ha prendido antes de lo esperado —Muevo las manos con nerviosismo, lanzándola sobre Cierzo como si fuese un accidente. —¡Oh, no, Cierzo, cuidado, yo te salvaré! —Salto sobre él para cogerla y, corriendo prácticamente a cuatro patas, la lanzo con fuerza sobre la hoguera haciéndola prender. —¡Buuuchuuummmssff! —Ruido de explosión aderezado con mi maravillosa voz y me dejo caer sobre el suelo, estirando los brazos como símbolo de vistoria. —¡Y síiiiii, lo hemos conseguido! "Guuaaah guaaah" "plas plas plas" "¡Gerald! ¡Gerald!" —Imito las voces de la gente coreando y los aplausos al tiempo que yo aplaudo también. Me río y me pongo en pie, recuperando el tono normal.

—Gracias, gracias, un héroe debe hacer estas cosas... —Comento, como rematando mi escena. Entonces me acerco de nuevo a Cierzo y le doy unas palmadas en el hombro. —Y también tiene que comer, ¿qué tenemos? —Pregunto, risueño.

Cierzo no parece muy por la labor de animarse con mis tonterías Es cierto que llevamos todo el día caminando, pero nunca viene mal utilizar algo de fuerza para levantar el ánimo. Tampoco es que tenga cuarenta años para estar resoplando.

Me acomodo junto a mis cosas, cerca de la hoguera, escuchando su respuesta sobre la cena mientras me suelto las botas para dejar descansar los pies aun sin quitármelas.

—Ya se empiezan a ver las primeras zanjas en los campos, así que no podemos andar muy lejos. Aaah~ carne, siempre es un placer saber que todavía queda de eso. El pan no da ni la mitad de fuerzas —Comento, acomodándome un poco. Dejo que se encargue de la carne para dejarlo un poco a su aire. Mientras, doy un pequeño sorbo al cubo de agua que he rellenado antes en el río.

—¿Qué? ¿Está siendo como pensabas? —Acabo por preguntar, aburrido del chisporroteo del fuego.

Ver la carne al fuego me genera una especie de ansiedad repentina, como si mi estómago acabase de recordar de pronto que tiene un hambre considerable. Si fuese un poco más temprano podríamos haber cazado algo...

Su respuesta me hace fruncir el ceño, algo indignado. Así que guerra, oh, lo siento, mamá.

—Eh, ¿a qué viene eso? Ni que fueras mi niñera, desplumado. Me he arreglado mis cosas solito toda la vida. Que seas un coñazo de tío que nunca ha tenido que irse corriendo de ninguna habitación ajena no es culpa mía —Reprocho, estirando y cruzando las piernas para acomodarme.

—Siempre estoy a la espera de que bajas la guardia, eso deberías saberlo —Añado, divertido, mientras la carne se va calentando y tostando un poco. Al ir preparada no hay que esperar demasiado y es una suerte. —¿Crees que pasa de la media noche? —Pregunto, mriando al cielo con curiosidad.

No evito reír un poco con sus palabras, aunque casi parece que tenga que perdonarme la vida por hacerse cargo de mis desdichas.

—Acabar en la enfermería no suele formar parte de mis planes. Acabar con gente, sí. Pero ninguna de las dos son responsabiidad tuya. Aunque pareces muy afanado en cuidarme, ¿ah? A ver qué ibas a hacer si se te rompe la rubia —Proclamo, socarrón, haciendo una "o" con la boca para hacer un ruido de descorchado con el dedo. Vuelvo a sonreír socarrón.

—Será por no escuchar tu sermón... O porque no necesito más entretenimiento —Concedo, divertido. Cuando responde, busco por el cielo, algo nublado. Es cierto que todavía no es media noche, el tono oscuro del cielo no está del todo apagado, pero es una sencilla forma de sacar el tema.

—Entonces todavía tienes margen... —Comento, haciéndome el interesante.

Miro a Cierzo con gesto retador y una media sonrisa cuando asiente. No sé si me parecen más picajosas sus negaciones o sus asentimientos en este tipo de conversaciones. Claro que yo siempre me quedo con la parte buena de todo.

Suelto una pequeña carcajada ante su alarde de capacidades y me yergo, recogiendo las piernas y abriéndolas para acomodarme sentado, con los brazos apoyados en las rodillas.

—Digamos que mi vida tiene un frenético movimiento y tú consigues sacarme de él, adaptarme al tuyo —Comento con tono sugerente, alzando las cejas. Miro un momento la carne, con ojos golosos. Luego lo miro con cierta picardía cuando pregunta y acabo por soltar un bufido.

—Serás muy noble y refinado, pero hay veces que pasarías por un becerro perfectamente, querido —Comento, entretenido. —No te aseguro que mañana no acabe contigo, pero por otras razones —Le explico. Carraspeo un momento y me reacomodo en mi psotura, cruzando las piernas y poniendo la espalda algo más recta.

—Verás, hace algunos años, no pocos, pero tampoco creas que demasiados, había una mujer en Fulmen cuya vida no resultaba demasiado fatídica. Tenía un marido y una hija y la vida era tranquila y, supongo, próspera. Sin embargo, como recuerdo de los fatigosos últimos días del verano, llegó un momento en el que el fin de la primavera le trajo algo más que la alterada sangre del amor revuelto por el polen. Tras duras horas de madrugada y largos gritos agónicos, aquella mujer se convirtio en la primera mujer en abrir las piernas para un cantamañanas que ahora se dedica a acampar en el bosque con su acompañante soso y gruñón en lugar de cumplir con su deber —Y colorín colorado... Cuando compruemo mi capacidad para rellenar textos inútilmente me asombra no haberme convertido en escribano. Frunzo el ceño un momento. —¿Cómo de preocupante resulta que mi lasciva e incestuosa referencia llegue a parecerme erótica ahora mismo? —Bromeo, zanjando la historia.

Acepto su comentario sin mayores añadidos, simplemente con una sonrisa divertida.

Imito su gesto y echo la mano a uno de los trozos de carne, solpando con cierta insistencia y mordiendo un primer trozo todavía caliente con el que tengo que lidiar en la boca, soltando bocanadas de aire rápidas para enfriarlo lo más rápidamente posible. Mientras, escucho sus comentarios.

—Eso me genera una interesante pregunta —Comento entre medias de su respuesta, pero dejándolo seguir hablando. Río con casi un ronroneo en la garganta mientras vuelvo a morder otro trozo de carne.

—Si fuera por mi madre, posiblemente seguiría ahí dentro. Pero bueno, ahora que ya sabes que mañana seré el protegonista y tendré derecho a mangonearte más que de costumbre, empiza deleitándome: retomando lo anterior, ¿cuál ha sido la mejor mujer a la que le has abierto las piernas? —Pregunto, curioso. —Si no hubiéramos empezado este viaje te habría preguntado si se las has abierto a alguna, señor misántropo —Bromeo, comiendo con algo de apremio.

Lo miro con interés cuando reprocha mi pregunta.

—¿Eso dedecantarte por un lado no se te da bien? —Bromeo, girando la cabeza hacia él, entretenido. Que diplomático, sí, señor. Mastico un poco más. —Todas son apetecibles, bueno, bueno, CASI todas son apetecibles hasta que t edas cuenta de que casi prefieres estar durmiendo —Comento, irónico, reprochando su respuesta general.

—Oh, el nobmre completo, que galán —Comento con tono satírico, prestando atención al resto de la historia. Así que morena de pelo rizo, no tiene mal gusto a fin de cuentas. Suelto una risilla socarrona con sus lamentaciones. —Resulta que las mujeres suelen apreciar la atención, no sé si te has dado cuenta de ese pequeño detalle. Hacerlas sentir como la mujer más deseada sobre la faz de Mithos o como si deseases lamerle los pies cada mañana al despertar resulta bastante conveniente. Ese afán suyo de mandar y ser las que deciden si dejarte entrar hay que complacerlo. Y, amigo mío, eso no suele conseguirse poniendo esa cara de perro tuya y demostrando que te importa un comino lo que haya más arriba del agujero —Repaso, divertido. —A veces sí, claro. Pero te hablo de la emocionalidad general —Me lleno la boca un momento y trago con fuerza y apremio para volver a hablar. —Aunque sabes que yo te aprecio igualmente —Concluyo, resuelto.

Sigo masticando cuando hace la pregunta y aprovecho esta situación para reflexionar sobre ella.

—La primera siempre es la peor de todas —Respondo, socarrón. —Nunca entenderé ese afán de idealizar la primera vez. Llegas burro como una mula, le aprietas las tetas, ella está insufrible porque le haces daño y no se decide a si dejarte o no y al final acaba viniendo su madre con una escoba en ristre cuando estás a medio correrte —Comento, divertido. —No sé quién fue la mejor. Posiblemente una prostituta. Una de las caras. Algunas de esas mujeres hacen cosas impresionantes. En el pueblo cerca de Brontë conocí a una mujer con una pasión sorprendente, de esas que tiene sonrisa dulce y mirada feroz. Fue una de las mejores en mis últimas andanzas. Bueno y ya te he dicho que en palacio mi balance general se va hacia la flamma, aunque no tuve la oportunidad de probar a tu angelito, aunque ya veo que ha huído definitivamente tras conocerte —Le digo, socarrón y picajoso.

Cuando acabo con mi porción, me lamo los dedos y acabo por estirarme, perezoso.

—Sí, resulta que el populacho tenemos que utilizar demasiado el ingenio y no siempre sale bien. Menos todavía cuando la madre no tarde más de diez minutos en ir y volver del mercado. Una vez llegué a estar haciéndolo en el hueco de los cimientos de la casa. Muchos utilizaban esos huecos para guardar cosas, otros preferían ponérselo más difícil a las ratas y optaban por no utilizarlos. Aunque más que el espacio me preocupaba el padre de la chiquilla, emborrachándose en la cocina. Todavía recuerdo sus botas entre las juntas de las tables del suelo. Creo que mejor que la cara de ella —Bromeo.

Oh, Fier, la eterna desaparecida. Su confesión me sorprende ligeramente.

—No puedo decir que no pareciese una señorita lo suficientemente correcta para serlo, pero de alguna forma no lo parecía. Era como una leona, pude comprobar su rabia en un entrenamiento muy simple. La de los ojos, que es la que asusta —Satirizo. —Reconozco que una parte de ella me amedrentaba. Una vocecita interior me decía "Uh, Gerald, aléjate de esta, tiene pinta de querer gobernar el barco" —Río mientras echo un trago al agua. —Aunque, por supuesto, yo no tenía ningún título interesante. Aunque no hay malas pueblerinas en Brontë —Añado, entretenido.

Continuamos hablando durante largo rato de temas similares; mujeres prácticamente. En cuanto se acabó la comida y el agua programados para la cena decidimos zanjar el tema y descansar hasta la mañana siguiente. A fin de cuentas, necesitaríamos estar bien descansados para poder llegar al pueblo y celebrar en condiciones mi cumpleaños. Hoy por hoy, podría ser el último.