Campo abierto

Ambos habían abandonado ya el pueblo pesquero en el que habían finalizado el viaje en barco y en aquellos momentos solo debía caminar hasta el que era el de Zacharyas. Aunque cuando aquella jornada dieron con una pequeña población el caeruleus optó por detenerse en ella para descansar un día, en vez de hacerlo en los caminos.
A él no le preocupaba demasiado, realmente. Pero no podía evitar preocuparse más en aquella ocasión.

-Podemos dormir juntos en una cama por hoy –le dijo a Ayne, apretando un poco su mano mientras atravesaban las calles-. Quizás el bebé tenga frío si duerme en la calle, y puede que llueva.

Esbozó una sonrisa extraña, ausente, y miró a ambos lados buscando algún edificio que correspondiese a una posada o algo semejante.

Reí, contenta, acelerando el paso. El chiquillo y el bicho estaban conmigo, y eso era muy bien. Asentí, entusiasta, dando un par de saltitos.

-¡Sí, sí! -pedí, encantada-. Quiero dormir con los dos. Dormimos los tres apretaditos. Quiero que el chiquillo nos abrace bien fuerte y nos mime. El bicho también quiere. Me lo ha dicho, ¿sabes? Es pequeño pero ya sabe qué quiere. Así que como él manda, tenemos que hacerle mucho mucho caso.

Tiraba un poco del chiquillo para acelerar el paso. No quería dormir, pero quería estar con él. Quería esconderme en las capas y tirarle de las orejas.

Zacharyas sonrió, asintiendo conforme con las palabras de la muchacha, dirigiéndole una breve mirada afable en medio de la penumbra antes de continuar con la búsqueda. No tardaron, entonces, demasiado en dar con una posada, y se acercaron. Fue Zacharyas el que habló, pidiendo un cuarto, y luego, guiando a Ayne, ascendió las escaleras hasta dar con la sobria habitación.
Cerró la puerta y dejó sus pertenencias en el suelo, con un leve resoplido. La miró entonces.

-¿Tenéis hambre? –preguntó, curioso, con voz ronca.

Zacharyas se sorprendía a sí mismo, de alguna manera, por su repentina responsabilidad. Pero al mismo tiempo no era algo que le resultase extraño o ajeno.

Seguí al chiquillo hasta la habitación, y cuando entramos la recorrí, explorando cada rincón, contenta. Era una habitación de gigantes, pero era una habitación de gigantes pequeña. Me lancé a la cama con una risa, rodando por ella con entusiasmo.

Miré al chiquillo.

-Una poquita -le dije, gesticulando con los dedos-. Pero más hambre de tú.

Extendí las manos hacia él, abriéndolas y cerrándolas, llamándolo. Sonreía.

Zacharyas estuvo a punto de tomar el morral con comida, pero ante la aclaración de la chica terminó por acercarse también a la cama, con ella, agachándose en frente, pegando la frente a la de Ayne. Esbozó una ancha sonrisa, tenebrosa, tranquila.

-¿Y estáis cansados? –preguntó entonces, acercando el rostro a ella, besándola un momento en los labios, apenas rozándolos-. También hay que aprovechar el baño.

Al fin y al cabo, los caminos no contaban con las comodidades de un lugar como aquel. Y aunque a Zacharyas le gustaban cosas que otros consideraban desagradables, como el dolor o la sangre, la higiene era algo que le había sido tremendamente inculcado, de algún modo.

Cuando el chiquillo se puso a mi altura lo agarré por las orejas. Me encantaba agarrarlo por las orejotas. Eran mías. Le di dos besos más que el suyo.

-Ojalá el bicho tenga las orejas de papá -sonreí.

Me levanté y asentí.

-Nos bañamos juntos -pedí, contenta-. ¡Todos!

Y, sin esperar, me empecé a quitar la ropa.

Zacharyas trató de imaginar, entonces, cómo sería si tuviese “las orejas de papá”. Porque incluso entonces le costaba imaginar siquiera que aquella vida se gestase. Que él, que siempre había ansiado quitarlas, hubiese podido generarla.
Pero era evidente, también. O ya empezaba a serlo. Con que Ayne se desnudase se veía claramente. La barriga, leve, comenzaba a asomar.

Extendió una mano hacia ella. Podía abarcarla entera con su gran palma y sus lados dedos pálidos como el hueso. Y la dejó estar sobre su vientre un momento, antes de proceder él mismo con sus capas, dejando caer la ropa sobre la cama.

-Un baño de… -. Carraspeó. Tardó incluso después de hacerlo un segundo más en pronunciar una palabra que le sonaba extraña. Pero lo hizo-. Familia...

Y sin quererlo se sintió algo contrariado.
Hacía tiempo, pensaba, si se paraba a hacerlo.

Me quedé muy quieta, de pronto. Muy seria. Miré al chiquillo. Luego me agaché, pensativa, repasándome los labios con el dedo. Volví a mirarlo.

-Pero... es el baño de una familia que es bien -sugerí, interrogante. Al final sonreí-. Una familia que me gusta.

Me levanté y cogí una de las capas y me la puse sobre la cabeza y lo rodeé y lo abracé.

-¿Nos vas a querer mucho? -pregunté.

Zacharyas no tardó en recuperar su sonrisa habitual, ausente, lejana, oscura, sincera. Asintió, y sus bucles desordenaros acompañaron a su cráneo en aquel breve vaivén.
El mago correspondió al abrazo de Ayne con uno de sus brazos, todavía a medio desvestir.

-Claro que sí –prometió con voz rasposa, carraspeando nada más haberlo dicho. Pero se le ocurrió, entonces, añadir algo más-. Ya lo hago.

Zacharyas recordaba su infancia y su tiempo con sus padres, a los que iban a ver. Incluso entonces, cuando era acusado de monstruo por sus acciones e intenciones, él había querido a aquellas personas.
No tenía nada que ver lo que desease con que pudiese sentir algo como aquello. Simplemente, consideraba, su forma de sentir ciertas cosas era diferente a la del resto. Y por aquello muchos le temían y otros lo despreciaban, comprendía.
De todas formas, a Zacharyas aquello no le importaba. Simplemente, pensaba, ellos no podían comprender. No todo el mundo era capaz de ver por un momento las cosas con los ojos de otro.

Al mago le hubiese gustado, ciertamente, tomar los ojos de otra persona y usarlos para ver a través, él mismo, perforándolos. Imaginaba la viscosidad en los dedos.

Enterré la cara en la pierna del chiquillo y reí. Claro. ¿Quién no iba a querernos siendo el chiquillo? Alcé los ojos entonces, tirando un poquito de él.

-¡Pues a familia! -exclamé, resuelta.

Me quité toda la ropa que quedaba en un momento y me senté en la cama a esperar. Me froté la barriga. Que le iba a coger frío al bicho.

Zacharyas asintió con una leve sonrisa, acabando él mismo de deshacerse de las prendas, sintiendo con agrado la mordedura del frío que erizaba su piel, llena de cicatrices, provocando una especie de dolor agudo y tenue.

-Vamos –indicó, tendiéndole la mano entonces, caminando con ella hacia el cuarto de baño que había junto a aquella habitación, que resultaba casi tan angosto como la misma. Suficiente, no obstante.

Alguna vez, pensó el caeruleus, había estado a punto de morir en un baño. Dentro de la bañera. Ahogado por no salir a tomar aire, sintiendo cómo el agua se colaba por la nariz. Pero, pensaba, no era la forma más adecuada de terminar.
Prefería la sangre.

La bañera era pequeña para el chiquillo. Se veía. Nosotros, en cambio, cabíamos muy bien, y nos metimos rápidamente, contentos. Quise extender el brazo para abrir los grifos, pero quedaban demasiado altos. Miré al chiquillo.

-¡No puedo! -me quejé.

Me senté en la bañera a esperar. Me miré entonces el brazo. Tenía piquitos. Repasándolos con el dedo, sonreí.

Ayne se metió primero. Zacharyas no pudo evitar una nueva sonrisa al verla alzarse, tratando de tomar los grifos para abrirlos. Pensó, por un momento, en lo que supondría cortarle a alguien las piernas, por encima de la rodilla, y luego abandonarlo en mitad de la nada, a kilómetros de la población más cercana.
Hubiese querido comprobarlo, pensó. Quizás llegase a hacerlo con algún enemigo, y luego lo siguiese y observase, luchando contra la muerte o sucumbiendo a la falta de sangre.

Abrió entonces el agua, dejando que los rociase a ambos. Aquello mitigó un poco la sensación de frío.
De haber estado él solo hubiese buscado, entonces, solo la de calor. La de extremo calor.

-¿Así está -. Carraspeó- bien? –inquirió, bajando la vista para mirarla, entonces.

Me estremecí un momento cuando salió un chorro, y entonces sonreí y me acomodé. En seguida se puso calentita.

-Así, así -asentí, contenta.

De nuevo, extendí las manos para pedirle que se sentara conmigo. Podía hacerle hueco bien porque era pequeñita, y quería que viniera. Me fijé entonces en el pelo y sonreí. Quería echarle agua en el pelo.

-¡Ven, ven! -pedí.

Tras haberse asegurado de que ella estaba a gusto Zacharyas descubrió que le pedía, entonces, que se sentase. El espacio no era muy amplio y, si bien ella era pequeña y fácil de acomodar, su cuerpo largo, poco flexible, le dificultaba el hacer lo propio. De todos modos lo intentó, como ella pe pedía, dado que la incomodidad era algo que no le molestaba.

La bañera empezaba a llenarse cuando logró hacerse hueco. Entonces Zacharyas dejó ir un suspiro y sonrió, tranquilo.

-No parece de mi talla –le dijo a la chica, más como comentario simple que como queja.

Estaba seguro de que estar allí dentro durante mucho tiempo acabaría por causar daños a su cuerpo, obligándolo a mantener posiciones poco adecuadas.

Reí, echándome sobre él.

-Eso es por ser tan gigante. Nosotros ocupamos poquito, ¿ves? -expliqué.

Lo cogí entonces de las orejas, tirando un poquito, y me lo acerqué para darle un beso y un mordisco. Luego apreté la nariz contra la suya, enseñando los dientes, y sonreí.

-Estás muy guapo conmigo.

Puse las manos en forma de cuenca y cogí agua y la levanté y se la eché por la cabeza. Y el pelo no bajaba. Me reí.

-¡Qué difícil!

Y lo hice otra vez.

Zacharyas respondió al contacto con suavidad, esbozando una sonrisa, cerrando los ojos apenas un instante.
Había poca luz en la estancia. Pese a que había pedido una habitación con algo que pudiese iluminarla, para Ayne, era extraño que en un lugar tan pequeño, con pocos extranjeros, las tuviesen bien acondicionadas, por lo que apenas les habían podido facilitar un par de candiles. No sabía si era suficiente para ella, aunque a Zacharyas una luz tan tenue apenas le molestaba.

-Sois pequeños hasta siendo dos –respondió, con voz rasposa y una sonrisa divertida.

Bajó la cabeza cuando ella empezó a coger agua, facilitándole el mojarle el pelo. Su forma hacía que el agua empapase con dificultad, pero poco a poco iba cediendo al agua, que lo alisaba con su peso.

Era largo. Aunque Zacharyas se preocupaba por su higiene, su aspecto le preocupaba bastante menos.

Al final, poquito a poquito, fui consiguiendo que bajara. Entonces se quedó tieso y oscuro, y largo largo largo. Me reí. Era divertido ver así al chiquillo. De pie, me dediqué a jugar, peinándolo. Luego le aparté todo el pelo de la cara.

Lo miré, muy seria. Me quedé un buen rato quieta. Entonces lo abracé por el cuello, apretándolo mucho, y lo solté de nuevo.

-Jo, qué bien -le dije, sonriente.

Y le di un beso en la nariz.

Zacharyas se dejó estar sin problema, permitiendo que ella hiciese a su pelo lo que quisiese. Era algo que no le preocupaba, y si la muchacha le hubiese pedido que le dejase cortarlo a trasquilones había pocas razones por las que hubiese podido oponerse.
Extendió, mientras ella jugaba, una mano hacia un lateral, sin poder ver bien debido a la cabeza gacha y el cabello que le caía sobre los ojos, y dio pronto con un bote que se había encargado de ubicar antes.

Cuando ella se separó de su nariz y pudo enfocarla de nuevo se lo tendió con suavidad.

-¿Quieres echar jabón? –preguntó, con voz ronca, pero una sonrisa.

Había uno solo para todo, aquel lugar no era como Brontë, pero, de nuevo, a Zacharyas no le preocupaba.

Parpadeé un momento. Luego sonreí mucho mucho, enseñando todos los dientes. Era muy muy fiera, eso estaba claro.

Con las manos en cuenca, las ofrecí hacia él.

-¡Echa, echa! -pedí.

Cuando tuviera jabón podía echárselo y hacerle espumas y jugar más. Así sería muy divertido. También podía ponerle barba y hacerle dibujos.

Enseguida, el mago asintió, abriendo el bote y vaciando buena parte de su interior, un gel blanquecino de olor no demasiado penetrante, en las manos de Ayne. Tras aquello, cerrando de nuevo el bote, lo devolvió a su sitio, e inclinó una vez más la cabeza hacia ella, ligeramente, ofreciéndosela para que trabajase como mejor le pareciese.
A Zacharyas no le importaban los tirones, al fin y al cabo.

-Luego tú –le dijo, desde aquella posición.

El caeruleus recordaba cuándo había sido la última vez que había lavado la cabeza de otra persona. La recordaba perfectamente.

FdR- Pausa por fiestas danesas

Mi sonrisa se hizo más grande y me froté las manos con entusiasmo antes de ponérselas en la cabeza. Reí al oír el chapoteo del pelo. Avanzaba una mano y la otra retrocedía, y así iba mezclando todo el pelo, tirando y aplastando, enredando y peinando.

-Qué lisito ahora -observé.

Seguí un poco más hasta que él habló. Le empujé el mentón para levantarle la cabeza y le puse jabón en el cuello y alrededor de la boca. Luego me puse las manos en la cabeza.

-¡Tú! -exclamé.

Zacharyas permitió que ella hiciese todo lo que gustase con su pelo, cerrando los ojos con deleite al sentir cada tirón directamente en la raíz, sorprendiéndose, sin poder evitarlo, por la capacidad de cada único pelo de transmitir un dolor individual. Había tantos, y todos ellos podían ser sentidos…

Cuando ella le alzó la cabeza pudo sentir el sabor a jabón en la boca, amargo, de alguna forma, y de nuevo sonrió. Sin esperar ninguna indicación más tomo de nuevo el bote, echó jabón en sus manos y procedió él mismo a enjabonarla a ella, con suavidad, con experiencia, de alguna forma.

No había gritos aquella vez.
No había nadie bramando “monstruo, no me toques”, debatiéndose como si cada roce fuese un corte sobre la piel.

Tras haber enjabonado bien la cabeza ofreció un poco de espuma sobre la palma de la mano, con una sonrisa, como si hiciese un regalo.

-Ten –le dijo, con voz ronca, risueño, sombrío de alguna forma, como era habitual.

El chiquillo me daba masajito. Al principio me quedé de pie, pero luego me senté y cerré los ojos. Qué bien era. Qué raro.

Los abrí cuando paró y me llamó. Sonreí y cogí el blanco y me lo puse en la cara, y yo también tenía barba porque era un hombretón. Ladeé la cabeza.

-¿No sigues? -pregunté-. Un poquito solo.

Y le froté el pecho con la cabeza.