Sala común

Aquello era lo satisfactorio. Cuando el esfuerzo se pagaba con la victoria las personas podían sentir que habían cumplido por completo. Incluso yo sentía que llevaba una buena racha, y aquello era gretificante.

Reí.

-Ni lo dudes. Un licor de fuego casero es mucho fuego para un aether como él. Necesitará mi ayuda, estoy seguro- bromeé. Me puse serio de nuevo-. Pero no creas que soy de los que beben mucho, eh... -insistí. No fuese a ser-. Tengo que buscarlo, que le prometí que no lo desatendería y al final, entre unas cosas y otras se va a pensar que me he olvidado de él. Diantres...

La gran tormenta. Cómo olvidarla... ¡Casi había que recordarla con mayúsculas! La Gran Tormenta. El tiempo que había pasado encerrado en los establos con Lea no se me había olvidado...
Bueno, puesto de aquella forma no había sido tan mala. Pero claro, que yo hubiese tenido cierta suerte no cambiaba los destrozos y todos los demás problemas que había causado a la gente. ¡La tormenta y los otros problemas del mundo!

-Desde luego, tuvo que ser terrible. ¿Viviste también las erupciones de Ignis? Es una suerte que parezca haberse calmado lo que pasó...

Ben ladeó la cabeza con curiosidad.

-¿Hubo erupciones en Ignis? -preguntó-. Yo vi la gran tormenta. El granizo como cabezas de críos. Los rayos incendiándolo todo. El viento que se llevaba todo volando. Brr. Qué horror, quita, quita -. Se arrebujó más-. Con lo bien que estoy ahora.

Tenía sentido, teniendo en cuenta que había habido terremotos en Humus y tormentas de Fulmen. También quería sonarle que Massen le había hablado de algo de Aqua... Pero en general, Ben tendía a centrarse únicamente en aquello que la afectaba de forma directa.

Sin poder contenerlo y sin hacer tampoco mucho empeño por disimularlo, bostezó sonoramente. Sonrió a su compañero. Aquella mañana se había levantado temprano para aprovechar la luz, que se suponía que daba algo de calor. Claro que aquel sol del demonio no calentaba ni por casualidad.

-En fin, creo que me voy al pulguero -declaró, animada-. La verdad es que con la chimenea se está muy bien, pero como siga, acabaré por quedarme dormida en el sofá. ¡Nos vemos!

Y se marchó envuelta en sus mantas, arrastrándolas por el suelo tras de sí.

*Se va*

Asentí, serio. Recordar aquello era para estar solemne. Tampoco había pasado tanto del recuerdo de las víctimas del ataque del enero anterior. Eran tiempos duros.

-Hubo catástrofes por todo el mundo. Una desgracia... Espero que jamás se repita algo así. Contra los malos puedes luchar, pero contra un terremoto o una tormenta...-. Esbocé una sonrisa, sin embargo-. Pero ahora las cosas están mejor. Hay que aprovechar que de momento la cosa marcha bien para ampliar esa mejoría a todo.

Cuando Ben anunció que se marchaba me levanté para despedirla, deseándole buenas noches. Una flamma extraña...

-Pulguero... -repetí para mí, ya solo, pensativo.

Le preguntaría a Lea qué era un pulguero. Quizás ella lo supiese.

Luego me senté de nuevo en el sofá, tomando las cartas. No me apetecía mucho leer en aquel momento, pero podía imaginar los ojos brillantes de Nadia escribiendo a su querido hermano y aquello no podía rechazarse, de modo que la abrí. ¡Cuál fue mi alegría al comprobar que, además de todas sus felicitaciones, historias y buenos deseos había un retrato actual de ella!
Qué joven más elegante, qué dama más hermosa. Desde luego, mi hermana crecía. La echaba de menos, y ver su imagen solo me hacía tener más deseos de verla de nuevo.
Luego estaba la de mi padre, que traía, en el sobre, una de mi madre también. La leí primero, no por desrespeto al gran Reick, sino porque ella era siempre más dulce y amable. Sus preguntas me obligaban a darle una respuesta también a ella. Y preguntaba por Inger, lo cuál me ponía en un apuro. Quizás llegaba el momento de confesar.

Y al leer la carta de mi padre decidí que no tenía claro que hacer, de hecho. Porque entre sus felicitaciones se ocultaban también otros mensajes. "Ahora que tienes una edad de sentar la cabeza...", "matrimonio", "damas disponibles interesadas", "responsabilidad familiar", "deberes de un Dehnel", "confío en tu criterio", "tu madre y yo estamos seguros de que sabrás"...
La leí varias veces, pero el mensaje no cambió. Entonces me pasé una mano por la cara, agobiado. Desde luego, sonaba un tanto irreal, pero...

De pronto el día se había empañado un tanto. No había órdenes, solo sugerencias, pero sabía qué buscaba mi padre con aquello y debía evitar que siguiese adelante.

Había una carta de Robert también. Aquella decidí dejarla para el día siguiente.

*se va*

De nuevo, como otras veces, me encuentro enzarzada en una partida de ajedrez contra mí misma. Qué banal... Pero llevo buena parte de la tarde leyendo y ya me he hartado un poco de encontrar información repetida en todas partes.
Supongo que me he rendido por hoy, podría decirse. Y aunque el día no está especialmente avanzado, la noche hace que lo parezca. Con la nieve fuera las perspectivas de salir son menos atractivas, y la falta de actividad hoy hace que sienta que se trata de uno de esos días pesados en los que cuesta empezar a moverse.

Qué desastre. Quizás me esté afectando el mismo mal que a Corbin. Desde luego, una parte de mí desea, en alguna parte, que pase algo malo y tenga que actuar.
Evidentemente, eso no sería apropiado. Y he de ser suficientemente madura y constante como para encargarme yo misma de mi actividad. Pero hay días que es inevitable sucumbir a la pereza.
Será la nieve, que me apaga un poco.

*se queda*

Bajo las escaleras de la parte superior de la Sala Común con los brazos cruzados y el ceño fruncido.- Estupido idiota...- Murmullo por lo bajo.

Me enredo en la capa que llevo y bufo a cada escalón que doy mientras discuto con un Barthemius imaginario.- Pues si quiero ir a verle: voy. Pesado, acaparador, idiota.- Estoy enfadado con él. Dice que Aren está demasiado ocupado hoy para verme, pero es mentira. Aren siempre tiene tiempo para mi. Lo que pasa es que está celoso.

Chasqueo la lengua con rabia y me quedo mirándola desde el escalón más bajo, con las cejas caídas y los morros hasta la ventana.


Gimoteo y abro los brazos.


FDR: esnifu.

Aún tardo un momento en reconocerlo cuando lo encuentro, porque hace mucho que no lo veo. Noto cómo, en un gesto involuntario, sutil, los párpados se abren más de lo usual y las cejas se alzan.

-Silvanus -llamo, poniéndome en pie, sin poder ocultar por completo lo inesperado del encuentro-. Cuánto tiempo.

Dedico un momento a contemplarlo. Desde que mi relación con Heylel empeoró he estado mucho menos al tanto de él. También es bien sabido que no soy la persona más sociable, y menos aún en la distancia. Pero, pese a todo, el cambio llega a hacérseme sumamente extraño. Porque es evidentemente él, pero, al mismo tiempo, si nos cruzásemos por la calle, creo que llegaría a no darme cuenta.

No recuerdo claramente cuándo fue la última vez que nos vimos. Aparentemente, se ha recobrado de todo lo que le pasó. También tiene un aspecto más saludable.
Es parte del cambio, supongo.

Abro y cierro las manos mientras la veo con los ojos entornados.
No obtengo respuesta a mi petición. Sin embargo, respondo con energía.- ¡El mismo!- Respondo en voz alta mientras me sacudo los flojísimos pantalones que visto, para luego sonreírle y hacerle el signo de victoria.- Ejeje.- Río contento.

-Sigues tan siesa como siempre, Lester.- Cambio el tono a uno más molesto mientras me acerco revoloteando a su alrededor, rodeándola y dándole un sutil beso en la cocorota cuando estoy detrás de ella y un fuerte abrazo por la espalda. -Ea.- Callo un un instante.- Te aguantas y me quieres.- Le ordeno.

Acabo por soltarla y colocarme delante de nuevo.- Qué has estado haciendo.- Afirmo, no pregunto.

Termino por esbozar una sonrisa. He de admitir que es un encuentro que me ha puesto de buen humor. Hace tiempo, a mi llegada, dudo que algo como esto fuese posible.

-Bueno, supongo que los defectos nunca se pierden del todo -comento, siguiéndolo con la mirada mientras me rodea, con una sonrisa tranquila.

No obstante, cierro los ojos a su beso y permito que me abrace sin problema, llevando una mano a su antebrazo para apretarlo levemente en un gesto cariñoso. Y, tratándose de mí, podría considerarse "muy cariñoso".

-Verás...-. Me peino un mechón tras la oreja. Ha crecido bastante, aunque no dejaré que vuelva a ser como cuando llegué.

Le explico algunas cosas: que he estado de viaje por Fulmen y he vuelto a casa un tiempo, que planeo ir a Ventus, ahora o que he estado entrenando como siempre. Me hace sentir que mi vida es aburrida, cuando considero que, simplemente, es práctica.
Luego lo miro, con una sonrisa divertida, y extiendo una mano hacia él, acariciándole la cabeza.

-¿Y tú? Has crecido y...-. Bajo la mano hacia su pecho y con un dedo lo recorro en un gesto veloz, descendente, hasta llegar a su vientre-. Has estado entrenando. Estás muy cambiado.

La trenza, pendientes y esa ropa poco propia de piscis. Diría que ya no es el Silvanus que conozco de no ser porque la primera expresión que he visto en su cara cuando bajaba las escaleras ya lo delataba como tal.

Atiendo a sus historietas con gran atención, con los ojos como platos y ávido por saver de sus aventuras. Le cuento yo las mías también: mis andanzas por Cáligo, mis profesores... aunque no profundizo mucho ni sobre el método de enseñanza ni doy nombres ni le digo todo lo que he aprendido. Aren me ha dicho que no lo haga. Mi entrenamiento debe permanecer apartado del resto.


Alzo una ceja con aire chulesco cuando me toca con su dedo y me cruzo de brazos con el pecho henchido. - Ya ves, no es sólo magia lo que he practicado.- Alzo varias veces las cejas con picardía.- Aunque siempre he sido un mago en la cama~- Expongo con chulería, quitándome el polvo imaginario que tengo sobre el hombro derecho de mi capa.- ¿De dónde te crees que se saca este cuerpo?- Río, enseñandole todos los dientes con chulería.

Realmente es todo humo, pero ella no lo sabe y debo aprovecharme para quedar bien. ¿Qué va a hacerme? ¿Violarme para comprobarlo?

-El caso.- Retomo el tema.- Parece que ambos hemos dedicado bastante tiempo al entrenamiento. Me pregunto si el pobre Silvanus habrá superado a Lester Corazón Helado Asesina Gallinas Corta Pitos.- Conjuro un clavo de hielo en mi puño y, como si fuese un puñal, lo dirijo a su cuello.

Le guiño un ojo.- Reto, Lester: lucha aquí dentro sin que los líderes se den cuenta. Yo he aprendido a hacerlo. No rompas nada.- Le guiño un ojo.- ¿Aceptas el reto?- Pregunto con una enorme sonrisa.



¿Estará lista para un combate en el mayor de los silencios, tanto físico como mágico?

Tuerzo la sonrisa. Eso resulta evidente. Tiene un cuerpo más formado.
Y, pese a todo, me sorprende. Nunca destacó por sus capacidades físicas. Si me enfrentase a él ahora, o si colaborase con él, no sabría a qué atenerme.

Una mago en la cama. Alzo una ceja, con una sonrisa escéptica.

-Ahora serás lo que quieras, pero tengo muy claro que, cuando nos conocimos no habías usado la cama más que para dormir y como retrete -me burlo con suavidad-. Tienes cara de haber practicado un poco más -reconozco, con un resoplido entretenido.

Su presunción no le servirá de nada conmigo. No me siento para nada inferior a ese respecto. Ni a él ni a nadie.

Me sorprende su propuesta. Ensancho levemente la sonrisa, dándole un matiz algo malvado.

-Silvanus, por favor. Yo nunca he matado gallinas-. Bueno, si se trata de una metáfora, entonces sí. Y no quiero quedar yo como una, pero...-. Estoy segura de que algo así me traería problemas con los líderes. Ya los he tenido antes.

Y me gusta suponer que aprendo. Confío en mis capacidades para no romper nada, pero no en que eso resulte suficiente justificación.
No temo al castigo de Aren Darvenwish, al que hace mucho que no veo, pero sí estropear lo que he enmendado.

Conforme mis morros aumentan, el hielo se derrite entre mis manos.- Se me cae el mito.- Mascullo con abatimiento mientras me dejo caer hacia atras en uno de los sofás.
La veo entonces con una sonrisa pícara. - O sea que no desmientes lo de cortar pitos...- retomo, con una sonrisa plena para luego reirme con ganas.

Me levanto y la cojo por los hombros mientras la arrastro a la puerta.- Y hablando de esas cosas... tienes que contarme cual de tus líos la tenia más grande y así...*blablabla cotilleos de pitos*

*se van a tomar algo mientras hablan de pitos*

FDR: pito day.

Después de acomodarme un poco tras la vuelta, había llegado el momento de hablar directamente con los líderes. Estaba seguro de que, aunque yo no hubiera encontrado el uso, aquella extraña bola tenía que tener alguno.

Con ella en la mano, subí las escaleras de la sala común hacia la zona privada de los líderes, esperando encontrar a alguno allí. No sabía quién se había encargado de atender a mi carta, pero con un poco de suerte, sería la persona con la que diera. De todas formas, imaginaba que todos ellos estaban al tanto de la situación.

Llamé a la puerta y esperé.

*Se queda*

Me recibió el líder parvus, que parecía perfectamente al tanto de la situación. Perfecto. Eso ahorraría muchos problemas. Mi primera reacción fue una reverencia, pero pronto vi que el parvus prefería otra clase de saludo. Correspondí a su apretón de manos con firmeza.

-Gracias, señor Brumm -respondí, tomando asiento donde me indicaba-. El placer es mío.

No esperaba que empezara con halagos, pero era mejor eso que las reprimendas. No dije nada hasta que hubo terminado y me preguntó qué quería.

-Me alegra que así lo considere, señor -respondí entonces-. Con su permiso -. Saqué de debajo de mi capa un montón de papeles perfectamente apilados, que dejé sobre la mesa, y de un bolsillo la extraña bola oxidada-. Estas son las pistas que he conseguido durante mi estancia en Lumen. He hecho una recopilación de la información que conseguí a lo largo de la misión, con una serie de descripciones propias y ajenas de lo sucedido. Y esta piedra es una muestra de lo que ocultaban en el almacén. No he conseguido descubrir qué es, pero supongo que usted sí podrá hacerlo.

Había tenido la suerte de ir a dar con el líder parvus. ¿Quién mejor para ocuparse de una piedra?

Cuando cedo el turno a Cogo, espero a que hable, en silencio, con los ojos posados en él y sin hacer interrupciones. Desvío la vista, eso sí, para contemplar el montón de papeles que deja, aunque no me acerco todavía. Sin embargo, cuando extrae la bola no puedo evitar que los ojos me brillen con cierto interés, y me aproximo a él con pasos lentos pero firmes, observándola sin llegar a hacer amago de tomarla, aún en su mano.

-Vaya, esto es más que interresante... -admito, alzando los ojos hacia el guerrero-. ¿Me perrmites? -inquiero, tomándola para acercármela a los ojos y observarla-. Muy interresante, perro no sé si eso es bueno o es malo, eh -añado, dejando ir una leve risa.

Cierro los ojos, con la bola en la mano. Su composición mineral hace que la búsqueda sea fácil. En un momento tengo un esquema de su morfología exterior e interior, además de, por supuesto, una idea de la esencia mágica que de por sí desprende.

Finalmente, vuelvo a tomarla entre los dedos, esta vez de forma especial: tiene dos círculos opuestos, uno a cada lado, grabados en la piedra, y sujeto con dos dedos, de forma que cada uno haga contacto con uno de ellos. Una pequeña chispa mágica y la lanzo al suelo, y entonces de ella emerge, armándose por sí solo hasta adoptar una posición erguida.

Spoiler:

Se mantiene inmóvil, firme, en el centro de la sala, justo donde ha caído. Lo rodeo un momento interesado, palpando las piezas. Vuelvo el gesto hacia Cogo, entonces, y sonrío, divertido.

-¿Qué opinas?

Al parecer, el líder reconoció al momento lo que le ofrecía. O, en su defecto, tenía muy claro cómo descubrir de qué se trataba. Por supuesto, dejé que la cogiera en cuanto lo pidió, ofreciéndosela yo mismo. Precisamente para eso se la había traído, a fin de cuentas.

Lo observé mientras examinaba el objeto, paciente. No tuve que esperar mucho. En seguida parecía saber cómo utilizarla. La vi cambiar su posición entre los dedos, sujetarla y soltarla contra el suelo con expresión igualmente curiosa y paciente.

Y cuando aquel extraño armatoste se alzó armado ante mí, no pude si no alzar una ceja, sorprendido. Desde luego que era muy interesante. Más que interesante.

-He oído que en la sala de entrenamiento hay una caja que emula a los guerreros para luchar contra ellos -. Sabía que haberlo "oído" no decía mucho bueno de mí, pero dudaba que ese fuera a ser el tema de conversación en aquel momento, y prefería no fingir falsedades-. ¿Es esto algo similar?

Parecía, desde luego, poder moverse por sí mismo, aunque me preguntaba con qué fin, y si podría servir de arma.

Me dedico a dar algunas vueltas más en torno al objeto. No puedo negar que resulta de lo más interesante, aunque no haga ninguna acción. A la pregunta de Cogo, entonces, solo respondo con una risilla divertida.
Hacía tiempo que no me alegraban así el día.

-Bueno, eso solo hay una forrma de comprrobarrlo -comento, entretenido. Al fin y al cabo, aunque no lo parezca, es la primera vez que veo una herramienta de estas-. Veamos... -. Me froto la barba, pensativo, y me detengo ante el artefacto-. Cúbrrete.

Es una orden simple. Nada más oírla, el guerrero metálico alza el escudo, interponiéndolo ante su cuerpo, que también coloca en una posición defensiva. Suelto un bufido divertido.

-Estocada hacia adelante -pido entonces, y, de nuevo, mi orden se ve satisfecha. Miro a Cogo de reojo, con un brillo divertido en los ojos-. Trráeme un café del comedor- recito. Enseguida el ser mecánico da un par de pasos, lo que me arranca una carcajada-. Parra, parra, porr favorr. Erra solo una brroma, hombrre.

No responde. Parece que solo atiende a órdenes concretas. Pese a todo, querría saber un poco más...

El verlo manejarlo así resultaba de lo más interesante. Y, desde luego, el líder parecía encantado con el hallazgo. Era lo que mi madre llamaría el perfecto mayordomo: eficiente a la hora de cumplir órdenes e indiferente a todo lo demás. Silencioso, además, por lo visto. Una maquinaria curiosa, desde luego. Entendía la reacción del líder.

-Parece muy útil -opiné-. Pero no tiene mucho sentido si hay que darle instrucciones tan concretas. Habría que comprobar si responde a detener o acabar con un objetivo. Y sus capacidades, claro.

Imaginaba que no le estaba diciendo nada que no se le hubiera ocurrido ya. Después de todo, tenía bastante más imaginación que yo a la hora de darle uso.

-En cualquier caso, ahora entiendo su interés. Con el dinero suficiente, podría conseguirse el ejército más leal sobre Mithos -. A no ser que... - Dame tu espada -exigí, por ver si respondía a órdenes de cualquiera. Lo cual me sorprendería mucho.

Es un chico perspicaz, desde luego. No puedo sino asentir a sus palabras, concordando con lo que dice. No es de los que se quedan sentados y escuchan sin más. Es capaz de dar su opinión sin que se la pidan. Virtud o defecto, según se mire. Pero estoy seguro de que sabe adaptarse y manejarlo.

-Podemos comprrobarlo más concrretamente -concedo-. Solo querría verr si erra capaz de seguirr las pautas más simples. Y considerré que pedirrle que te derrotase erra un poco desagrradable por mi parte -añadí, soltando un par de carcajadas algo más animadas.

De nuevo, Cogo habla. Mantengo la sonrisa en los labios, esta vez, y no digo nada, esperando a que sea él el que haga la prueba.
Como es de esperar, el ser mecánico no reacciona.

-La magia utilizada es como una especie de contrrato. Quien lo despierrta, lo domina -explico, tranquilo.

Me pongo algo más serio, entonces, mirando ceñudo a Cogo. Ahora viene lo importante.

-Entonces, si puede serr, explícame tú mismo lo que pone en los inforrmes.

*fin de escena*

Me he aventurado con una novela. No suelo hacerlo... No es que la ficción no me guste, pero me parece que hay tantas cosas interesantes en la realidad que me siento hasta culpable si no aprovecho el tiempo en ello. El Abuelo me lo inculcó, también. Pero hoy es una de esas excepciones que a veces pasan.
No es una historia especialmente intrigante. Es más bien de esas que se cuentan solas. Un grupo de héroes que salvan el mundo. Un poco cliché. Y, estando ahora en Brontë...
Bueno, no digo que la gente de aquí sean "héroes", pero sí guerreros. Y la verdad es que hay de todo.
Antes creía que los de los libros y los reales serían parecidos, pero me he encontrado con cosas mucho más variopintas y ahora entonces, a veces, no puedo evitar pensar que todo está demasiado estereotipado y que no cumple con la realidad como debería.

Bueno, que solo es un libro, claro... Para pasar el rato antes de dormir.

*se queda leshendo*

Ben estaba animada, pero no tanto como para salir a la nieve. Quizás algo más tarde se metiera de nuevo a practicar escalada de pies en la sala de entrenamiento. Por el momento, había decidido acercarse a una buena hoguera y disfrutarla. Y al encontrar a Jun en el lugar exacto al que ella iba, compuso una enorme sonrisa.

-¿Qué tal, señoría? Ocupado, por lo que veo. ¿Mucho trabajo? ¿Qué estás leyendo?

Le arrancó el libro de las manos sin esperar respuesta, y repasó las líneas con los ojos de la página que estaba abierta, como si esperara entenderlas por revelación divina. Cuando devolvió el libro, parecía casi decepcionada.

-Ah, bueno, eso -declaró como conclusión a su supuesta lectura-. ¿Está interesante?

De un pequeño salto, se dejó hundir en uno de los sofás grandes, bien cerca de la hoguera, y se tumbó. Aquellos sofás eran una auténtica pasada.

Levanto la vista del libro cuando entra Ben y le dirijo una sonrisa. Ya hacía tiempo que no la veo. Bueno, no tanto. Un poco.
Estoy alzando una mano para saludarla y ella ya me ha quitado el libro. Espero que no me pierda la página...

Me encojo de hombros, hago amago de asentir. Ni bien ni mal, supongo. Aún no lo he acabado...
¿De verdad no le interesa saber leer? ¿No se habrá puesto a ello desde que llegó? Porque parece intentarlo, al menos...

Busco hasta dar con el amuleto mientras ella da vueltas al libro. Me doy cuenta, entonces, de que la mancha de sangre se ha borrado del todo. A veces pasa...
Alzo la vista hacia ella, frunciendo el ceño. ¿Y ahora qué...?

Finalmente, inspirando hondo antes, soy capaz de morderme la yema de un dedo. Las dos primeras veces me cuesta, pero acaba por sangrar un poco, y cuando todo está hecho se lo puedo tender.
Cuesta más de lo que parece...

-Está bien -le hago escuchar finalmente-. Sencillo.

Ben observó cómo Jun se mordía el dedo y aceptó el colgante con sangre fresca sin dejar de mirarlo con curiosidad, pero sin una palabra al respecto. Pronto lo tenía al cuello y charlaba con él con normalidad. Nunca había acabado de entender aquello, pero eso no era motivo para no tomarlo con naturalidad. Había muchas cosas que Ben no sabía y aún así aceptaba como perfectamente normales, después de todo.

El calificativo de sencillo pareció llamar su atención, y se apoyó en el brazo del sofá con ambos brazos, entre los que apoyó la mejilla, con la vista fija en Jun. Las historias no eran comunes en su vida desde hacía años. En la ciudad, la gente casi no contaba historias, y los cotilleos eran los que las dejaban completamente de lado. Ben recordaba que en la aldea, historias y cotilleos convivían e incluso se entremezclaban con facilidad.

-¿Sí? ¿Crees que yo podría entenderla? -preguntó, interesada-. ¿Por qué no me lees un poco? No tiene que ser desde el principio. Sigue por donde ibas. Lo que hubo antes me lo imaginaré yo.

Su petición me toma un poco por sorpresa. Alzo las cejas y alterno la mirada entre el libro y ella. Leerle a alguien... Nunca en toda mi vida creo haber tenido esa posibilidad. Se me hace tremendamente raro...

-Ah, bueno. Puedo leerte algo.

Dice que le da igual que empiece donde estaba, pero retrocedo un par de páginas al menos. Quiero empezar desde un punto más reconocible, al menos. Poco a poco, entonces, le hago llegar las palabras que yo mismo recorro, e incluso algunas imágenes que me he creado a lo largo de la historia, casi sin quererlo. Es inevitable, casi, poner cara o aspecto a los diversos sitios.

Los personajes están en una taberna. Yo nunca he estado en una así, pero bueno... Le voy contando lo que pasa. Es un poco raro porque... me siento un poco ajeno a lo que leo, de alguna forma.

Ben amplió su sonrisa, animada ante la perspectiva de escuchar una historia. Era divertido, descubrió pronto. La voz extraña de Jun entraba en su cabeza fácilmente, y no pudo evitar cerrar los ojos y abandonarse a la historia cuando el chico empezó a incluir imágenes junto con la narración.

Se reacomodó, poniéndose boca arriba, y se dedicó a escuchar. No era tan sencillo, en realidad. Era una historia contada de forma muy distinta a lo que tenía por costumbre. Después de todo, Jun no estaba utilizando sus propias palabras, y algunas de las que leía le resultaban a Ben lejanas, extrañas. En algunos casos no sabía qué significaban, pero eran los menos.

En cualquier caso, poco a poco se fue acostumbrando a la forma en que se contaba la historia.