Comedor

Johan la mira, entretenido pero tranquilo. No suele alterarse. No suele haber cosas que lo alteren, más bien.

-No sabría qué pensar si los hombres se dedicasen a hablarte de mí -comenta entonces, dejando ir una sonrisa algo más amplia, divertido. Frente a lo que ella dice, alza una ceja. No es buen comercial, al parecer-. Quizás lo sea -le responde, sin preocuparse. Quizás ella está demasiado acostumbrada a que le ofrezcan mucho de buenas a primeras-. Parece que tienes buen ojo. Indagas rápidamente en el interior de las personas.

El tono es sosegado, pero la sonrisa de Johan, ladeada, es algo más incisiva esa vez. Pronto llega su vaso de leche, pero no lo toca, en principio.

-¿Se supone que debo darte sus nombres? -inquiere cuando ella pregunta-. Eso les daría cierta ventaja.

No debería estar en el comedor a estas horas, o eso asegura una parte de mí acostumbrada a los horarios como Mithos manda. Pwro para hacer caso a esa parte ahor tendría que habérsela hecho también cuando decidí sentarme a comer a mediodía, en lugar de esperar a la hora habitual. Tendría que haber previstoesto como una consecuencia directa.

No importa; tengo lectura para toda la tarde, ya que la correspondencia de hoy es más abundante de lo habitual. Después tendré que apeovechar un paseo en condiciones, si es que aguanta sin llover. O puede incluso, por increíble que parezca, que me pase por la sala de entrenamiento. Eso, por supuesto, solo si el mal tiempo gana la batalla. Quién estuviera en Ignis.

En el comedor, por otra parte, hay conocidos. Aunque uno poco habitual, y la otra solo de oídas. Y eso si no me estoy equivocando de persona. No descarto más de dos pelirrojas de piel tersa en el palacio. Y con razón, ahora que lo pienso, porque Inger... Pero a Inger la conozco, y a Lea también. Esta parece más bien la nueva. Y si es otra, seguro que a Gerald le gustará saberlo.

-Buenas tardes, Drago -saludé con una suave inclinación de cabeza al pasar junto a ellos. Miré a su acompañante-. Y... ¿Vest? Si no me equivoco. Cierzo Cogo. Un placer.

Dicho lo cual tomé asiento en una mesa vecina y traté de llamar la atención de un camarero.

Por las maneras de la joven, me vi obligado a echar un segundo vistazo. Segura de sí misma y metomentodo. Amante de la atención. Lo cual no descartaba, por supuesto, ese aire aristocrático. ¿Podía ser que hubiera coincidido ya con ella en alguna ocasión, en Ignis? Pero no tenía clara su posición, y sus extraños modales no ayudaban a categorizarla. En cualquier caso, ella me asociaba a Gerald, no a Ignis.

En fin. Probablemente buscaba en mí alguna información útil sobre él. Una cosa era que Gerald me ofreciera a su putilla, y otra que ella misma se ofreciera a todo el que se le pusiera delante. Lo cual no podía descartar, de todas formas.

Pero estaba divagando. Drago... o Jimmy... o como fuera, en realidad no me importaba demasiado, tampoco era mi compañía más deseada, precisamente. No dejaba de darme la sensación de estarme haciendo participar en algún juego particular. Por supuesto, rechazar la invitación de una joven no sería lo más adecuado.

-Mis disculpas -respondí, aceptando su ofrecimiento y trasladándome a su menosa. Como de costumbre, los asuntos verdaderamente importantes tendrían que esperar-. No pretendía ser descortés. Temía entrometerme en asuntos ajenos. Tampoco esperaba ser un tema de conversación, por otra parte -. Sabía, en realidad, que lo era frecuentemente, pero había pensado que Gerald emplearía su tiempo con la pelirroja en otros asuntos. Ni siquiera estaba seguro de querer saber más al respecto-. Una cerveza, si eres tan amable -. Vuelvo a ellos la atención tras el breve inciso-. En cualquier caso, insisto, es un placer.

Asentí escuetamente, poco dispuesto a comenzar un combate de disculpas o una conversación sobre explicaciones. Las frases introductorias y fórmulas de educación habían sido más que suficientes.

-Lo comprendo -aseguré con tono calmo, dando por zanjado el asunto sin más.

No me molesté en responder a la pregunta, ya que la zagala, rauda y servicial, se apresuró a resolver las dudas del piscis.

-No creo que sea necesario -rehusé sin rodeos-. Has hecho una descripción detallada, y su aspecto tampoco deja mucha posibilidad de duda. Estoy seguro de que ya has caído en la cuenta de quién es. Con el tiempo que llevas ya aquí, has debido de cruzarte alguna vez con él, seguro.

En otro orden de cosas, los detalles sobre una persona eran más interesantes si uno tenía oportunidad de descubrirlos por sí solo. Sin influencias.

Mi cerveza estuvo pronto en la mesa, así que no tardé en asir la jarra.

Era algo tarde, pero no me había entrado el hambre hasta aquella hora. Desde nuestra vuelta de Ignis y mi paso por la enfermería tenia los horarios algo revueltos: tardaba en dormirme y pasaba buena parte de la mañana en cama, desayunaba o no lo hacía según me pareciese, y con la comida terminaba pasando algo semejante; a veces tenía hambre, y otras la garganta cerrada. Pero era consciente de que no debía comportarme de forma irresponsable o causaría problemas, por lo que, llevase como llevase el día, me forzaba a cenar aunque no tuviese ganas, y a no pasarme el día quieto sin hacer nada. Aunque con el brazo derecho en cabestrillo y los ánimos bajos no me sentía muy por la labor de hacer mucho, tampoco.

Pedí una sopa de primero, los días estaban siendo fríos, y las noches más todavía, y dejé pendiente lo que pediría después. También pedí algo de pan para acompañar la comida y agua para beber. No quería enturbiarme la mente con bebidas espirituales.

*se queda*

Cuando Adain llegó estaba haciéndolo mi comida, también. Lo saludé con un gesto de cabeza y esperé a que tomase asiento frente a mí y pidiese lo que desease. Aguardé inmóvil, sin comenzar a comer. Ya que él había llegado, lo justo seria aguardar también por su comida. La sopa tardarían un momento en traerla.

-Mejor -respondí a su pregunta, escueto, asintiendo-. Aunque fuese grave en su momento, ahora no corro ningún peligro. He prometido que no haría esfuerzos hasta tener el hombro restablecido, y por lo demás no debía quedarme. Las heridas están cerrando bien -expliqué, serio. Todavía dolía, pero solo si hacía gestos bruscos-. Además -continué-, Browen despertó hace poco. Creo que es más apropiado que esté solo con sus allegados. Por grande que sea el lugar, unas cortinas no evitan que se escuchen las conversaciones, y lo que le sucedió será duro de asimilar.

Dicho aquello, bebí algo de agua. Aunque no comiese, podía beber.

Cuando la comida de Adain llegó, respondí a su gesto con uno propio, y tomé la cuchara. Era difícil manejarla con la izquierda, pero no tanto como para que no me las arreglase para tomar una primera cucharada. No era la primera ve que me encontraba temporalmente impedido.

Gerald. Adain lo llamaba Gerald. Y volvía a meterlo en la conversación. También lo había hecho en la enfermería, recordé. Quizás se habían hecho amigos. No había preguntado si se habían visto alguna vez de aquella forma. La misión de Ignis los había convertido en compañeros, al menos.

-Es un buen guerrero -comenté, asintiendo. Al menos lo era en lo que al manejo de la espada se refería-. Quizás hemos tenido nuestras diferencias, pero no puedo negar que combate bien. Será una gran pérdida para Brontë, imagino -dije. Me pareció, tras haber escuchado mis propias palabras, que sonaban frías. Tomé algo más de sopa-. Y para él -terminé por añadir, serio, bajando un momento la vista.

Lo había escuchado gritar al despertarse. Más allá del dolor, no imaginaba la agonía que tenía que haber sentido al darse cuenta de aquello.
No sabía si saldría adelante, como Adain decía, porque no lo conocía. Nunca lo había conocido demasiado, y él mismo me quitó las ganas de hacerlo. Quizás, pensé, Lea lo supiese. Ella sí lo había conocido un poco mejor.

-Supongo que le tomará su tiempo -dije, al final. Luego lo miré-. ¿Cómo estás tú?

Fruncí un poco e ceño y tomé un poco de pan. ¿Qué más daba que Gerald se diese cuenta de qué clase de guerrero era? De pronto me pregunté por qué estábamos hablando de aquello. Lo que realmente importaba era que Gerald se plantease si seguía siendo alguna clase de guerrero. Porque un brazo no volvía por mucho que uno lo desease. Tendría que trabajar en aquello si quería sacar algo claro, pero sus palabras en la enfermería... Él dijo que no valía nada, que preferiría haber muerto que aquello. En un momento de debilidad uno decía muchas cosas. Que luego fuesen ciertas o no, era cuestión del tiempo.

-Creo que eso no se supera -terminé por decir, tras pensarlo-. Creo que simplemente vives con ello.

Aunque yo no sabía demasiado de aquello. Me di cuenta de que, aunque había pensado mis palabras, de alguna forma las había dicho sin pensar. Porque aquello no podía saberlo más que el que lo padeciese.
Me pasé la izquierda por la cara, descansando los ojos un instante, y luego tomé otra vez la cuchara.

Al final, dejar aquel tema a un lado era lo mejor. Yo no ayudaría a Gerald, porque no era algo que me correspondiese hacer. Y no creía que él lo esperase. Ni siquiera podía tocarlo.

-Descansa entonces -dije, cuando respondió a mi pregunta, terminando la sopa. Entonces guardé silencio dos o tres segundos-. Vuelvo a Ignis -terminé diciendo-. A casa.

La expresión se me contrajo un poco, pero conseguí recuperar la normalidad enseguida. No quería enfadarme, porque no era él el que me enfadaba. Era la situación, y también la impotencia que yo mismo sentía. Había intentado ir soportándola, pero por cada cosa que se conseguía otras cien estaban mal.

-¿Acaso es diferente la respuesta? -terminé por murmurar, y mordí un nuevo trozo de pan, más por tener algo en la boca que me obligase a no hablar que por tener hambre.

La muerte de Silvanus me apenaba. En un primer momento creí que había sido el ver su cabeza separada de su cuerpo lo que me había hecho caer de aquel modo. Pero ya tenía claro que simplemente había perdido mi objetivo, mi motivo para luchar. Lo había hablado con Lea en la enfermería, y pese a que sus palabras me habían animado a no dejarlo estar sin más no podía decir que sintiese, de todos modos, la fuerza para seguir.
Por ello me iba, a fin de cuentas.

-Claro -respondí, seco. Planeaba volver. Era solo una visita-. Será breve.

Pero, por algún motivo, sentía que mentía. Porque había sentido aquella necesidad de despedirme.
Lo miré, cansado, pero esbocé una sonrisa, de lado.

-No puedo quedarme allí para siempre, ¿no?

¿Por qué no?

Yo no era Gerald Browen. Ya lo sabía. Me alegraba de no serlo. ¿Qué tenía que ver aquello con nada?
Me llevé el vaso a la boca para beber y calmarme un poco. Me estaba alterando. Y entonces Adain hizo aquella pregunta...
Él no tenía la culpa de nada, él no había hecho nada malo, solo quería entenderme para ayudarme. Solo era un buen amigo que intentaba apoyar a otro. Él...

El cristal estalló en mi mano cuando apreté demasiado fuerte, y cayó sobre la mesa cuando la abrí de golpe, tras cortarme, sobresaltado por mi propia acción. Aquello solo me enfadó. Apreté la mandíbula y tuve que contenerme para no maldecir o descargar un golpe sobre la mesa. En lugar de aquello, me acerqué la mano izquierda a la derecha, que colgaba de una venda. Tenía herido el hombro, pero no la mano, y la usé para arrancar los trozos de vidrio que me había clavado; eran pocos y acabé enseguida. Hablaba, mientras lo hacía.

-Simplemente estoy frustrado -murmuré-. Me enfadan las injusticias, las traiciones...-. Apoyé la palma sobre la servilleta. Sangraba un poco, pero no era nada grave. Lo peor era haber roto el vaso-. El mundo no es lo que pensaba, Brontë tampoco lo es, las personas tampoco lo son -zanjé-. Bienvenido al desencanto. Bienvenido a la realidad. Toda a vida te dicen lo que es y te niegas a creerlo-. "Eso será para los demás, pero yo soy distinto. Yo puedo cambiar las cosas"-. Simplemente no lo soporto, porque soy débil e iluso. Y no puedo con ello-. Apreté la servilleta. Escocía un poco-. He entendido por qué se burlaban de mí los que lo hacían. He entendido lo gracioso de mis valores, Adain. Siempre había sabido que muchos creían que mis ideas del mundo eran ridículas, pero ahora lo creo yo mismo.

Era aquello. El desencanto. No había nobleza. ¡Qué ridícula sonaba aquella palabra! Y las patrañas de damas y de caballeros. Y las estupideces sobre honor. Y las personas buenas. O las malas. El mundo era gris y rojo, nada más.
¿Qué no entendía? Solo necesitaba dejar de pensar en aquello.

¿Ninguna tontería? ¡¿Qué tontería?!
Jadeé, agobiado. Ya lo pensaría cuando estuviese allí. Allí, en casa, en Ignis, tan cerca de lo que había hecho explotar todo aquello, pero tan lejos de Brontë que pareciese que no tenía nada que ver.

-De momento iré -terminé por zanjar, algo seco, pero sin mal talante. Estaba cansado, más bien-. Ya pensaré, una vez allí, cuándo vuelvo o qué hago-. Suspiré y aparté la mano de la servilleta para mirarla-. Creo que iré a la enfermería -murmuré-, aunque no sea muy grave. No me sobran manos sanas.

Aquello, que quería ser una broma que relajase el ambiente, no me hizo gracia ni a mí mismo. Lo dije con tono amargo.

Llegué a pensar en buscar a Lea, en vez de aquello. Ella podría curare, pensé. Pero me di cuenta de que era tarde, y de que prefería molestar a cualquiera antes de a ella, que se había estado haciendo cargo de mí. No quería que se desvelase, preocuparla ni nada como aquello.