Lo que habita en las profundidades

El piscis contempla el brazalete, girándolo para observarlo desde todos los ángulos, buscando alguna explicación a lo que acaba de pasar. Golpea un poco la gema con la uña, como esperando que pase algo. Pero no tiene tiempo a prestar mucha atención a la pieza, pues los gestos de Ben pasan a llamar su atención.

Enseguida, al captar el mensaje, alza las cejas, alarmado, y tras hacerle una señal de que lo siga se impulsa hacia la puerta y echa a nadar deshaciendo el camino que lo llevó hasta ese camarote. Ha tomado aire hace no demasiado, y recuerda dónde se encuentra ese pasillo inclinado en el que una parte del barco queda al descubierto. Sospecha que no solo será una manera de que ambos tomen una buena bocanada de aire, sino que además probablemente les sirva para salir a cubierta y, desde ahí, decidir qué hacer.

Lo primero es que nadie se ahogue, desde luego.

Ben no se lo piensa antes de seguir a Johan, que la guía por los pasillos en dirección a la zona del pecio que no está sumergida. Resulta difícil avanzar mientras el dolor crece, hasta darle la sensación de que alguien le está apuñalando los pulmones, y la vista empieza a nublársele, una señal más de su cuerpo de que se está quedando sin oxígeno.

Pese a todo, consiguen llegar a un pasillo en el que, a pesar de que el suelo está encharcado, hay una zona en superficie, y Ben se detiene en seco, tratando de tomar aire... sin éxito. Tiene los pulmones completamente encharcados y no es hasta que su cuerpo, en mitad de la transformación, entiende esto que comienza a toser, de forma cada vez más violenta, hasta que su cuerpo consigue hacer que vomite toda el agua que le ha dado oxígeno hasta el momento. La sensación, además de dolorosa, le deja la cabeza aturdida y un desagradable sabor a salado y metálico en toda la boca y hasta el fondo de la garganta.

Se deja caer pesadamente en el agua, buscando apoyo en el suelo o en alguna pared, con tal de no tener que mantener ella su propio peso, y suelta el brazalete, incapaz de centrarse en algo que no sea tomar aire. Aunque ya consigue jadear, todavía necesitará un momento para recuperarse.

Johan atiende alarmado a la situación que se desencadena ante sus ojos cuando llegan a la zona con aire. Intenta ser de toda la ayuda posible, ya sea ayudando a Ben a colocarse en una posición lo más cómoda posible mientras tose como sujetando su cabeza y ayudándole a echar fuera el agua. Lo cierto es que le preocupa tremendamente ver así a su acompañante, tanto por la simpatía que le causa como porque le recuerda lo frágil que se puede llegar a ser en el agua, incluso siendo piscis.

Espera con Ben sin decir gran cosa hasta que ve que respira con más naturalidad y entonces se relaja un poco.

- Voy a ir a comprobar si queda algo llamativo ahí abajo -le dice-. Tú descansa un poco, te hace falta. Luego volveremos en la barca y si es necesario repetiremos mañana la expedición, pero no creo que hoy debas volver a sumergirte -le dice muy serio.

Espera a tener su confirmación de que se encuentra bien antes de decidirse a volver a lanzarse al agua y recorrer los pasillos en busca de algún detalle o pista más que le indique por dónde pueden seguir explorando antes de volver a que Ben descanse. Tampoco es como si Johan no estuviese fatigado.

Eso sí, si es necesario se quedará y dejará la exploración para el día siguiente.

Después de ponerse prácticamente violeta por la falta de aire, Ben va recuperando poco a poco el color y la respiración. Desde luego, la rampuza ha sido bastante útil para moverse bajo el agua, pero considerando sus efectos para modificar el sistema de respiración, Ben no se la recomendaría a nadie. Por lo menos, vuelve a respirar aire. Lo que tiene claro es que, sea como fuere, no quiere volver a sumergirse en el agua, aunque tenga más rampuza disponible.

Cierra los ojos y se apoya en la pared a sus espaldas, disfrutando, pese a las náuseas, de la sensación de volver a respirar aire. Aunque, en este momento, le gustaría que el aire oliera menos a salitre.

Asiente cuando Valter sugiere que quiere bajar a explorar un poco más, sin hacer siquiera amago de intentar acompañarle. Quizás en lo que él explora ella pueda recuperarse un poco más.

Ben se quedó recuperándose en el pasillo medio inundando, mientras Johan vuelve a sumergirse bajo el agua. Haber tomado aire de nuevo le da nuevas energías para bucear, así que se interna en el agua y explora lo que quiere del pecio sumergido.

No encuentra nada digno de mención. En el cajón de un escritorio, medio atascado y medio carcomido, encuentra una cinta fina con un extraño grabado, pero nada más. Explora nuevos camarotes y pasillos, se detiene donde quiere... Puede incluso subir de nuevo a tomar más aire y seguir explorando.

Lo único llamativo y novedoso que encuentra en su exploración es la ausencia total de obstáculos: ni monstruos, ni corrientes, ni extraños fogonazos de luz... El mar parece haber quedado completamente en calma.

Johan no sabe decir si la exploración ha sido fructuosa o no, ya que no encuentra nada. Es cierto que tras hallar los brazaletes la situación pareció calmarse, pero también lo es que las corrientes parecían surgir de la nada y desaparecer de nuevo en ella sin un orden o motivo que pudiese determinar.

Lo único que encuentra que podría serle de interés es la cinta grabada del cajón, que intenta llevar consigo para ver si a su acompañante o a alguien del pueblo le dice algo al respecto. Y si resulta no ser de utilidad les puede quedar de recuerdo de su excursión a las profundidades.

Busca hasta que los pulmones le avisan de que pronto tendrá que ir pensando en salir del agua o pronto tendrá problemas, y entonces pone rumbo al pasillo donde ha dejado a Ben para informarle sobre su investigación y proponerle que tomen de nuevo la barca y vayan al pueblo. De todos modos, no parece posible que hagan mucho más de momento ahí abajo, quizás deban volver al día siguiente descansados y tras haber pedido información sobre lo que han encontrado.

Ben se queda sentada donde está, recuperándose de su transformación interna poco a poco. O lo que quiera que le haya pasado a su respiración. Nota el interior de la nariz y la garganta rasposas, pero por más que carraspea, no consigue que la sensación cambie. También tiene un penetrante sabor a mar en la boca que no le resulta en absoluto agradable, pero que no puede quitarse por más que escupe.

Tampoco es el peor cuerpo que ha tenido nunca, acaba concluyendo cuando se ha recuperado un poco y se le ha normalizado la respiración. Lo cual no significa que lo recomiende, vaya.

En lo que Johan vuelve y no, juguetea con el brazalete, por entretener su tiempo en algo. Tiene un aspecto muy sencillo, así que Ben duda que tenga especial valor. Acaricia un poco la gema, con curiosidad, recordando el fogonazo de luz al devolverla a su sitio. Si es que ese era su sitio, pero bueno, lo parecía.

Jugueteando, a Ben se le ocurre examinar la gema con más calma, y acaba por extraerla de nuevo del brazalete para verla mejor.

Johan continúa con su exploración el tiempo que su resistencia submarina se lo permite, pero no encuentra nada más que le resulte llamativo. Finalmente, decide volver con su compañera y proponerle poner rumbo de vuelta al pueblo.

Ben no se ha movido de donde la dejó, pero tampoco puede decirse exactamente que se haya estado quieta. Johan está a punto de llegar junto a ella cuando un fogonazo de luz, evidente pero no lo suficientemente fuerte como para cegar a nadie, surge de donde está su compañera. Cuando llega junto a ella, se la encuentra con un brazalete en una mano, una pequeña gema oscura en la otra y una pequeña criatura que flota frente a ella, mirándola fijamente sin moverse, y de la que surge un suave resplandor luminoso.


La critatura no reacciona a su llegada, ni a nada, realmente, sino que se limita a contemplar a Ben y a resplandecer con suavidad, flotando en el sitio.

La luz que ve Johan antes de emerger le hace nadar más rápido, preocupado por el estado de su acompañante, pero cuando rompe la superficie del agua y llega junto a Ben, no tiene claro qué pasa. Aunque no parece una situación peligrosa. Al menos el animalillo no parece tener intención de atacarles.

- ¿Qué ha pasado? -inquiere curioso. Luego, viendo los elementos que Ben tiene en la mano, ata cabos-. No parece peligroso -comenta-. No nos atacó la otra vez.

Y, tras un momento de duda, decide imitar a Ben e intentar pulsar o extraer la gema de su propio brazalete, sin perder de vista al ser luminoso que tiene delante. No quiere que los ataque por sorpresa.

Ben parpadeó un momento por el fogonazo. Observó a la criatura y los objetos que tenía en la mano intermitentemente. No se dio cuenta de que había vuelto hasta que Valter habló.

-¿No? -preguntó, algo confusa-. Yo creo que era la pulga que iba con el monstruo ese. Pero ha aparecido de repente, no sé... Ahora no ha hecho nada. ¿Tú has encontrado algo?

Miró un momento más al bicho, con desconfianza y, con movimientos lentos, volvió a juntar la gema al brazalete.

En el momento en que Ben encajó de nuevo la gema al brazalete, un nuevo chispazo de luz inofensiva se extendió a su alrededor y Johan pudo ver, con más claridad que Ben, cómo la pequeña criatura luminosa era arrastrada directamente al interior de la gema, que volvió a cambiar de color.

Casi a la vez, él mismo extraía la otra gema de su brazalete, con lo que la otra criaturita, de aspecto marino, aparecía de nuevo ante él, dejando la gema de nuevo con el aspecto moteado y apagado de la primera vez.

Esta criatura no se quedó flotando, sino que cayó al suelo de madera y, rápidamente, se arrastró a una zona con algo más de agua. No escapó, sin embargo, sino que se volvió hacia Johan y se quedó allí quieta, mirándolo.

Johan boquea un momento, sobresaltado ante la aparición de un ser que poco o nada se parece al otro. Mira a Ben un momento, dubitativo, pero después hunde las manos en los bolsillos y se acerca a la especie de animal, o lo que sea, con cierta cautela. No llega a aproximarse tanto como para que le tenga al alcance, aunque no sabe si porque no quiere asustarlo o porque no quiere ser atacado. Ambas suenan probables.

-¿Qué crees que son estas cosas? -pregunta primero, mirando a Ben. Pero luego, volviendo a posar los ojos en la criatura, reformula la pregunta-. ¿Qué eres?

Le muestra la gema, que ahora tiene un color apagado. La de Ben ha recobrado el brillo, evidentemente por volver a albergar aquel... ¿ser? ¿espíritu?

-¿Vives en esta gema?

Pues vaya una casa pequeña.

Ben gruñe suavemente, entrecerrando los ojos ante un nuevo chispazo de luz. Cuando vuelve a abrirlos ve sombras violáceas, huellas de la luz que la ha molestado apenas un momento antes. Poco atenta, se sobresalta más por la reacción de Valter que por el chapoteo y movimiento que, comprueba un poco después, corresponde a una criaturita de aspecto lejanamente comparable a un piscis. Se acerca a su compañero con cautela, manteniendo las distancias con el bichejo en cuestión.

-Sinceramente, no tengo ni pajolera -responde a la pregunta de él, ladeando la cabeza-. A saber. ¿Habrá más?

Se apoya contra la madera, algo recuperada pero sin muchas ganas de seguir explorando.

La criatura no hizo más amago de moverse. Se limitó a permanecer donde estaba, contemplando a Johan con ojos acuosos y redondos, sin pestañear y sin abrir la boca. No reaccionó a su acercamiento, ni mucho menos al de Ben, a la que no se dignó a dirigir ni una mirada de soslayo, fija como estaba su vista en la figura del piscis.

Tampoco respondió a ningún tipo de comentario o pregunta, sino que se limitó a permanecer donde estaba, en silencio, como si estuviese ausente. La única señal que parecía indicar que seguía allí conscientemente era la atentísima mirada que no apartaba de Johan.

La verdad es que la seguridad de aquella criatura, junto con su mirada pendiente de él, deja a Johan un poco intranquilo. Va a decir a Ben que le resultaba escalofriante, pero tampoco está seguro de que la criatura no pueda entenderle, aunque aparentemente...

-Si habrá más no lo sé... Pero...

¿Qué son?

Johan hace de tripas corazón y se agacha, acercándose al ser-pececillo y estirando una mano hacia él. Si le ataca se arrepentá luego, pero no siente que vayan a llegar a ningún lado si no tratan de hacer algo.

-Con permiso... -murmura, antes de intentar tocar el pelo-. ¿Crees que tienen que ver con todo esto? Porque los brazaletes no parecen algas marinas, son más bien como algo mágico, ¿no? -pregunta a Ben mientras tanto, sin dejar de mirar a la criatura, por si decide hacer algo extraño.

Ben sintió el impulso de volver a juguetear con el brazalete que tenía, de separar la gema para contemplar de nuevo a la criatura. No necesitó más que el recuerdo de lo desagradable que le había resultado el fogonazo de luz para pensárselo dos veces y mantener los dedos quietecitos. Se limitó, pues, a observar la interacción de Valter con la otra criatura.

─Pues mira, chiqui, ni idea, pero desde luego es lo más raro que he visto ahí abajo, no sé tú ─sentenció─. No diría que expliquen nada, pero desde luego tampoco diría que no pudieran tener que ver.

Se sentía un poco decepcionada, de alguna manera. Como si lo que tuviera que llevar de vuelta al pueblo fuera el cadáver de algún monstruo marino descomunal; en lugar de ello, solo había encontrado un par de  joyas bonitas. Era un poco anticlimático.

La criatura no reaccionó a ninguna de las acciones de Johan... Hasta que este alargó la mano para tocarle el pelo. Entonces, de un firme y preciso coletazo, se movió ligeramente en el agua, a toda velocidad, para alejarse de él lo justo para mantener la distancia. Por lo demás, su actitud y mirada se mantuvieron fijas y constantes. Su única respuesta a la interacción con el piscis parecía ser asegurarse de mantener la distancia suficiente para que no llegara a tocarla.

El mar, a su alrededor, permanecía en la más absoluta calma, como si estar de pie en un pecio fuera lo más normal del mundo.

Bueno, parece que el animalejo siente hacia Johan lo mismo que Johan siente hacia él. Se rasca el pelo mojado, confuso, y se vuelve a Ben frunciendo el ceño.

-¿Crees que pueden saber algo en el pueblo? Podemos llevar allí los brazaletes y preguntar.

Y si no encontraban nada, tocaría sumergirse de nuevo al día siguiente. Tampoco era lo peor que le podía pasar. Y, a fin de cuentas, estaban allí por trabajo. Pero un descanso no le vendría mal. Sentía como si llevase años en aquel barco.

Se volvió de nuevo hacia el pez.

-Sirenita, no voy a hacerte daño. Voy a meterte en la gema de nuevo, ¿vale? Espero que no te importe -le dijo, con tono conciliador, esperando una respuesta.

Salvo que la criatura comenzase a hablar de pronto, cosa que dudaba, metería de nuevo la ppiedra en su agujero y, si funcionaba como esperaba, pasaría lo que había dicho.

Ben se encogió de hombros, un poco hastiada de aquella situación que no avanzaba.

─La verdad es que ni idea, pero no sé si aquí podemos hacer algo más, al menos por ahora. Por lo menos preguntamos, y si no pues ya volveremos mañana. Como mínimo habremos recuperado algún tesoro fantabuloso o algo así, ¿no? Que tenga que ver o no, esto es algo.

Esbozó un amago de sonrisa viendo a Valter intentando domar al pezqueñín. Cómo se notaba que le molaban los bichos.

La criatura no dio mayor muestra de entender a Johan, sino que permaneció donde estaba, como hasta entonces. Cuando el piscis volvió a colocar la gema en el brazalete, pareció saltar del agua con un sonoro chapoteo, para limitarse a desaparecer en el interior de la gema, que volvió a cambiar de color. Después, calma.

Los dos guerreros decidieron, vista la falta de más indicios con los que investigar, recuperar su barca y dirigirse de vuelta al pueblo. Se afanaron en levar el ancla y se coordinaron como pudieron para regresar remando, con la fortuna de que el oleaje no puso mucha resistencia a su marcha. Pese a ello, llegaron a la cala sudorosos y con las manos llenas de ampollas.

El hombre que los había guiado hasta allí no se había quedado a esperar su vuelta, por lo que dependió de ellos recoger la barca hasta la parte alta de la cala y tomar el camino de vuelta al pueblo. A falta de un destino mejor, regresaron a la posada en busca de los escasos y huraños habitantes que los habían recibido. La tabernera, con el mismo aire desconfiado que cuando los había recibido por primera vez, les sirvió algo de comer mientras esperan. Su hijo salió, raudo, a buscar al viejo marine que les había indicado cómo llegar al pecio, a petición de su madre. Cuando el hombre se reunió con ellos ya habían dado buena cuenta de sus respectivas raciones.

─¿Y bien? ─preguntó el hombre, tomando asiento.

Los guerreros le mostraron sus hallazgos, más esperanzados de recibir una explicación que capaces de darla. El hombre examinó los objetos con curiosidad y recato, sin osar retirar las gemas de sus engarces, cavilando.

La tabernera se acercó, cautelosa, mirando los tesoros todavía con más desconfianza que a Ben y Johan.

─Yiayia ─sentenció, firme─. Si alguien sabe algo, será Yiayia.

El hombre no replicó ni añadió nada, sino que se limitó a guardarse las joyas en un bolsillo y levantarse. Abandonó la taberna sin más indicación ni explicaciones, y fue el niño, con un interés mucho más personal en ellos, el que se les sentó a compartir mesa y darles conversación.

─Yiayia iba en el Barco Maldito cuando encalló ─explicó, feliz de sentirse el centro de atención de dos forasteros tan llamativos─. Es la única persona viva que queda que viajara entonces. Y es listi como solo lo hace la edad. Seguro que sabe deciros más.

Supiera o no, Ben y Johan no llegarían a conocer a Yiayia. Cuando el marino volvió, se limitó a devolverles los objetos que habían encontrado, como parte del pago por su trabajo, y a agradecerles sus servicios. No consiguieron obtener más información, ni acerca del naufragio ni acerca de las joyas, hasta que estuvieron de vuelta en Palacio.

Allí, las joyas pasaron a manos de Fera, que se encargó de examinarlas y reparar sus engarces antes de devolvérselas. Las llamó contenedores de elementales, gemas mágicas capaces de albergar criaturas de poder mágico. Si bien no era una explicación categórica, sí era posible, explicó, que los elementales, liberados y sin guía, hubieran hecho estragos en las aguas locales. Era responsabilidad de los guerreros asegurarse de que no volviera a ser así.

MISIÓN CUMPLIDA

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