Informaba desde mi trono a todos los mensajeros describiendo y detallando la tarea de cada uno. Su tarea era avisar a todos los jefes de raza y reunirlos en el Palacio Brontë. Los primeros en salir habían sido dos, escoltados por tres guardianes, que, debido a pequeñas dificultades, necesitaron salir antes que el resto.
Los demás abadonaron el palacio después de que se lo indicase con un gesto de mano.
Caminé dando vueltas por la sala del trono, acariciando las paredes, a paso lento y con muchas parsimonia. De una forma u otra me daba lástima abandonar aquél lugar que había funcionado tanto tiempo como mi hogar.
Me dirigí a mi cuarto en la habitación superior del más alto torreón donde me vestí con los aposentos de batalla. Rápidamente lo bajé, dirigiéndome a la entrada. Había dos guardas salvguardándola, a los que despedí con una inclinación y una sonrisa.
- Muchas gracias por vuestro trabajo, chicos - agradecí manteniendo mi sonrisa.- Si hay algún problema quiero que se me avise de inmediato, ¿está entendido?
Los guardias asintieron y con un geste militar gritaron en respuesta al unísono: "¡Sí, señorita!".
Los dos grandes portones de madera se abrieron dejando entrar la flagrante luz que casi hería mis ojos. El puente levadizo descendió lentamente hasta dejarme paso y en ese momento, no volví la vista atrás, sino que salí corriendo.