El chirrido de la puerta al abrirse resonó en la habitación. La estancia, que estaba casi vacía, contempló al joven soldado, que se había detenido nada más entrar. La partida de ajedrez, que estaba teniendo lugar, se detuvo unos minutos antes de que el jefe del clan decidiese su movimiento.
El mensajero tragó saliva, con nerviosismo, al percibir cómo las miradas de los presentes se detenían en su figura, esperando la noticia que le había llevado hasta ahí. El joven entreabrió los labios, pero, antes de que pudiese pronunciar palabra, el lider de Lumen preguntó:
- ¿Qué quieres? O, dicho de otra forma, ¿qué o quién te ha arrastrado hacia aquí y por qué?
El mensajero clavó su vista en el suelo.
— Lamento la interrupción, Señor, pero los lideres de los demás continentes requieren su presencia en el Palacio de Brönte...
Svend, que así se llamaba el lider de Lumen, ladeó ligeramente la cabeza. Hacía algunos días, Aren Darvewis, el lider de Caligo, había contactado con él por el mismo motivo. Si bien había pensado que el caeruleus había exagerado la importancia de los hechos, la llegada del mensajero había trastocado sus ideas. Tal vez la reunión fuese tan importante como le había explicado Aren Darvewis. Y tal vez sí que era realmente necesaria su presencia.
Suspiró, y escrutó el alfil que sostenía con su mano derecha, como si esperase que la figura le hiciese algún comentario. Parecía que tendria que ponerse en marcha hacia el Palacio de Brönte, y si bien la idea de reunirse con sus compañeros no le agradaba demasiado, su escaso sentido de la obligación le decía que tenía que ponerse en marcha.
Colocó el alfil en el tablero, y luego se dirigió al mensajero.
—Estaré en el Palacio tan pronto como me sea posible. Puedes retirarte — dijo, y el mensajero, tras realizar una escueta reverencia, desapareció entre los pasillos. Luego, el lider se giró hacia su adversario — Vuelvo a perder. En serio, no entiendo estos juegos...