Habitación del pasillo

Finalmente concede mi petición y mi suspiro de alivio arrastra un suave gemido. Se ha hecho tanto de rogar que, al liberar toda la tensión, el cuerpo se me queda un poco flojo. Me concentro en la sensación de sus dientes, de sus labios, pero pronto se une un nuevo estímulo al juego y divide mis pensamientos. Retira un poco mi ropa y siento sus manos contra mi piel, mucho más caliente debido a las capas de ropa.

Me estoy dejando llevar más de lo esperado. Al final la vergüenza se va haciendo cada vez más pequeña, porque el resto de la situación, de las sensaciones, la eclipsan. Es como si la ausencia de un contacto remotamente parecido en tanto tiempo causase que ahora mi cuerpo tuviese acumulada tanta tensión que solo sabe reaccionar de forma exagerada.

No me esperaba esto.

Inspiro profundamente, notando el recorrido de su mano, ahora a la altura de mi costilla, y con un jadeo me vuelvo, alejándola de mi cuello, de mi cuerpo, y buscando sus ojos borrosos con los míos. Esbozo un amago de sonrisa, sobrepasada, buscando la poca compostura que me queda.

No es cómodo estar pegada a una mesilla que me da por los muslos mientras me empuja hacia adelante. Aprovecho el respiro para quitarme el jersey, ya que me muero de calor. Ni siquiera lo doblo, lo dejo caer al suelo. Luego extiendo una mano hacia ella para atraerla, desplazándome un poco hacia un lado hasta que es la pared y no la mesilla lo que tengo a mi espalda. Como el otro día, en los pasillos, pero esta vez más cerca.

Ahora soy yo la que busca su cuello con los labios, con los dientes, para trazar mi propio camino por ella.

Entreabro los ojos para mirarla, clavo un poco más los dientes en su piel. Me dejo guiar por su mano, disfrutando de la sensación de que me arrastre a donde ella quiera.

Su voz me eriza la piel de nuevo. Y, antes de que pueda oponerme de ninguna forma, mis manos ya no me pertenecen a mí. Noto la pared contra el dorso, contra las muñecas, y entorno los ojos mientras contemplo a Alehyss frente a mí. Hago amago de empujar sus manos para resistirme, pero aunque logro empujar las suyas un poco, la posición en la que tengo los brazos no me permite hacer la suficiente fuerza como para zafarme sin forcejear demasiado.

Está tan cerca que apenas consigo mirarle los dos ojos a la vez. Y, para colmo, sin las gafas...

-No... lo estaba deseando -me excuso, apartando un poco la vista, notando que el rubor y la vergüenza vuelven a mi expresión. Está tan cerca que noto su pecho contra mi cuerpo. Me resultaría intimidante, como la otra noche, pero estoy infinitamente más centrada en otras cosas-. Ha coincidido que lo has hecho y que me ha gustado.

No lo estaba deseando porque no lo concebía. Pero no negaré que no hago ascos a este tipo de conductas en un contexto como este. Por más vergüenza que me dé mostrárselo a alguien. Y más aún a alguien como ella. No puedo evitar pensar que en su mente sigo siendo la costurera.

Intento luchar contra su agarre de nuevo. Esperaba tener las manos absolutamente inmóviles, pero consigo desplazarlas ligeramente, aunque no me suelte. Busco entonces sus labios, con cierta frustración.

Esta vez bebo del contacto, prácticamente, notando cómo acelero el ritmo que ella me ofrece sin casi darme cuenta. Las manos en la pared me inmovilizan, pero eso es a la vez un impedimento para avanzar y un aliciente para buscarla. Supongo que sí he estado un tiempo deseando cosas en las que no había pensado.

Cuando se aparta la sigo con la cara, pero no la alcanzo, y termina de separarse. Se quita la parte superior, quedando el sujetador a la vista. Una prenda funcional y suficientemente estética, negra como el resto de su ropa. La contemplo, callada, permitiéndome recrearme por esta vez. Porque en esta situación creo que me lo puedo permitir. Incluso diría que lo hace de forma que me lo pueda permitir. Y maldigo de nuevo el haberme quitado las gafas, pero incluso así puedo dibujar sus formas y percibir la musculatura bajo la piel.

Trago saliva.

Cuando vuelve hacia mí, sé lo que me toca. De pronto me pongo algo nerviosa. Mi cuerpo no es tan firme como el suyo. Mi ropa es más estética, pero no lo que hay debajo. Pero, sobre todo...

-Cuidado con... la camisa. La tela es muy delicada.

Aparto la vista. ¿Qué me pasa?

Tenía que haberme callado. Que haber dicho cualquier otra cosa. Que haberme puesto otra camisa. Cualquier otra cosa, menos decirle eso.

El rubor ante su risa es evidente. Por un instante creo que va a enfadarse y a dejarme aquí. Y la idea se me hace difícil de soportar. Pero en vez de hacer eso, o burlarse, se aleja y me pide que me desnude. Y tardo un momento en reaccionar, mientras la miro, ahí sentada, observándome como si fuese un espectáculo digno de contemplar. Ya me gustaría a mí serlo.

Estoy a punto de negarme, pero, por algún motivo, no puedo. No sé si es por cómo me lo ha pedido o por cómo me mira desde el colchón, como si realmente no me diese alternativa.

Inspiro profundamente y continúo con el botón que ella no desabrochó, descendiendo lentamente, notanto las manos temblorosas. No puedo evitar apartar la vista y mirarla a ratos. Está lo suficientemente cerca como para que la vea algo borrosa, pero no tanto como para que no diferencie esos ojos penetrantes que parecen los de un depredador agazapado en las sombras. O eso supongo, no es que haya visto alguna vez una escena así. Además de esta.

Termino de desabrochar la camisa y me la quito con cuidado. Después, tras una breve mirada, me doy cuenta de que "la ropa" es la ropa, y, tras dejar la camisa en la mesilla, junto a las gafas, me descalzo y me desabrocho el pantalón. No tardo mucho más en estar frente a ella, inmóvil, en ropa interior, sintiéndome completamente expuesta y nerviosa.

La espera se prolonga. No sé por qué espero. Ni qué espero. Podría ir hacia ella. Pero, de alguna forma, espero. Porque me mira. Me analiza como si estuviese viendo algo en mi cuerpo. Algo especial. ¿No le gusta? Puede que sea eso. No tengo el suyo. Supongo que habrá estado con mucha otra gente. Quizás no pase el baremo.

De pronto, entre la agitación, siento esa ansiedad brotando de alguna parte. Termina con ella justo cuando esa sensación empieza a hacerse lo suficientemente desagradable como para empezar a desplazar otros pensamientos.

Acudo, llamada, obediente. Casi me avergüenza hacerlo de esa forma. Como si esperase sus órdenes. Porque no es que lo haga. No necesito que me ordene nada.

Me siento a su lado. De nuevo, los nervios. De nuevo, la respiración superficial en el pecho. De nuevo, sus ojos, que amenazan tanto pese a lo tranquila que parece. ¿Será eso lo que realmente me hace sentir tan pequeña? Esa seguridad, ese temple.

-Hace mucho... que no hago algo como esto -confieso.

¿Cuándo fue la última vez con Charlie? Hace más de un año, de eso seguro. No soy capaz de pensar en ello con claridad.

El beso me hace dejar de sentir un poco el frío que empezaba a notar por la falta de ropa. Supongo que no es de extrañar que declare que soy friolera. A veces me he planteado si no será una forma de mi cuerpo de permitirme utilizar más prendas de ropa, ya que me gustan tanto.

Se me tensa brevemente la expresión cuando habla, aunque consigo contener la mueca lo justo. Imagino que no es sorprendente que sea tan evidente. Pero que lo diga de forma tan clara no hace que "no me preocupe", precisamente. De todos modos, tampoco es que me dé mucho tiempo para preocuparme por nada. Es imposible ignorar su mano, ascendiendo por mi muslo, dejando un rastro de cosquillas en la piel de la zona que recorre. Bueno, y no solamente ahí.

Contengo un gemido y aprieto un poco las piernas al sentir el contacto más directo. Y para colmo lo dice de esa forma tan directa que hace que quiera cubrirme la cara con las manos. Me muerdo el labio inferior sin quererlo. Aunque sea un contacto tan ligero, es un contacto. Siendo clara, no existe la posibilidad de un contacto "ligero" para mi cuerpo ahora mismo.

Inspiro de forma profunda, por la nariz. Llevo una mano sobre la suya para aumentar el contacto, y cierro los ojos, disfrutando de ello. Llevo la libre, la derecha, a su espalda, y tras una caricia encuentro el broche del sujetador, que desabrocho en un instante, con la maestría que he conseguido no solo en mi profesión. Eso me da cierta seguridad.

Abro los ojos de nuevo para contemplar, casi con deleite, la imagen de la prenda cayendo. Y de nuevo, maldita visión borrosa. Si sintiese más confianza, de verdad, le pediría que me dejase un instante para tomar las gafas.

Se aparta y, una vez más, al dejar de sentir el contacto, la compostura me vuelve. Aunque cada vez está más perjudicada. No sé cómo pude aguantar tanta tensión la otra noche. Supongo que todo se está desmoronando. Pues que se desmorone...

Alehyss se pone en pie y empieza a quitarse lo que le queda de ropa. Su cuerpo, borroso y atlético, parece tener las formas esculpidas de la forma más estética que se me ocurre. Puedo imaginar unos pantalones de tiro alto en esa cadera, cualquier escote en el pecho alto y de buen tamaño, cualquier tipo de prenda elegante o desenfadada en ese cuerpo esbelto... Pero a la vez no puedo renunciar a la realidad, al hecho de que está desnuda, y de que eso me deja sin aliento. El tono de su piel no deja de encandilarme. Por más prendas que se me ocurran, no soy capaz de encontrar ninguna mejor que esta.

Trago saliva. Me doy cuenta de que la estoy mirando sin ningún tipo de vergüenza. No enrojezco más, aunque no sé si sería posible.

¿Y ahora qué? Ya basta, Alehyss Lester. Basta de esa mirada arrogante. De ese constante desafío. ¿Qué tienes que poner a prueba?

Me inclino hacia adelante, extiendo las manos hacia ella, para tirar hacia mí. Y cuando está lo suficientemente cerca como para poder hacerlo, coloco cada mano a un lado de su cadera. Recorro la piel en una caricia lenta y firme, bajando por sus muslos, mientras mi cabeza se eleva para mirar su pecho. La visión desde esta perspectiva resulta indescriptible. Me queda a la mejor altura posible.

Jadeo. Me aproximo a su pecho izquierdo y me sonrío sin poder evitarlo. La mano izquierda abandona su muslo y asciende al derecho, que no es capaz de abarcar por completo. Acaricio el pezón con los labios, sintiendo cómo se endurece, y enseguida paso a recorrerlo con la lengua, a abarcarlo con la boca. Con la mano hago lo propio, siguiendo el juego de la boca, mientras mi mirada se alterna entre la piel que recorro y su rostro.

Noto que me deshace la coleta, pero no me parece el momento de preguntarle. Enseguida siento sus dedos tirando de los mechones de mi nuca, cerca de las raíces. Dejo ir un gemido algo ronco, sin apartarme de su piel, y no me queda otra que aumentar el ritmo y la intensidad, incentivada con su mano que no hace más que apremiarme.

Estoy atrapando el pezón entre los dientes cuando noto que me empuja y me recuesto sin que ella se aparte de mí. Noto enseguida su contacto, su... humedad..., contra mi muslo, y no puedo evitar un resoplido acelerado. Las manos, que hasta encontes ocupaban sus caderas, descienden hasta sus glúteos. Mi cuerpo actúa casi sin permiso: la atraigo hacia mí, pegándola a mi pierna, que sube, a su vez, a fomentar un contacto más directo. Siento la suya, también, clavarse un poco más cuando la acerco. Imito la cadencia de su cuerpo, de su cadera, acomodándome para fomentar el roce.

Tiene tanta seguridad en sí misma que es como si me hubiese transmitido una poca. Aunque quizás solo se trate de que el deseo tiene más fuerza.

Sus uñas dejan un camino en mi espalda que casi es doloroso, pero el dolor resulta sumamente soportable ahora mismo. El abrazo de mi sujetador se afloja y ella se aparta de mí, aunque me cuesta un poco dejarla ir. Jadeante, la contemplo, acomodada sobre mi cuerpo, como si coronase a su presa.

¿Así me ve? ¿Solo soy su presa? Tiene sentido.

Y no sé si está bien.

Deslizo las asas blancas por los brazos y dejo caer la penúltima prenda al suelo, revelando al fin mi cuerpo. Aún queda algo más, pero con su pierna entre las mías tengo que hacer un gesto con la cadera para apartarme un poco y retirarla también. Como su muslo se interpone, termino por invitarla con mi mano libre a abarcarme de otra forma, a horcajadas, para poder terminar de desnudarme.

Ya está. Ya somos iguales. Salvo que no lo somos, en absoluto.

Respiro acelerada, bajo su cuerpo, mirándola fijamente a los ojos. Me gustaría saber qué está pensando en este momento. Todavía hay un rastro de inseguridad que no me quito de dentro.

Aprovechando que tiene las piernas abiertas y que no tengo acceso a gran parte de su cuerpo, deslizo una mano entre sus piernas y rozo la zona que hace poco se apretaab contra mi muslo. El calor y la humedad no parecen exclusivos de mi cuerpo. Entro en ella fácilmente, con dos dedos, y no puedo evitar una sonrisa escueta al hacerlo.

No merece la pena darle vueltas a las inseguridades ahora.

Me doy cuenta de que se hace una coleta y razono vagamente que es con la cinta que me ha quitado. Noto que la sonrisa que había acudido a mis labios se ensancha un poco más, al comprender la intención. Y el gesto aún crece, tenso, al notar ese flaqueo borroso en sus ojos, que me hace sentir que acabo de obtener mi primera victoria.

Ella se da cuenta, quizás he sido un poco engreída. Reacciona moviéndose violentamente contra mis dedos y mi reacción es ampliar los gestos que hago en su interior, darles más velocidad.

Vuelve a hablar. Es la primera vez, sin embargo, que sus palabras no me dejan sin aliento, incapaz de responder. Doy a la sonrisa un poco más de intención. Introduzco un tercer dedo en su interior.

-Estaba pensando, más bien, en que creía que serías de las que hablan poco.

Aumento el ritmo de la mano. No sé hasta qué punto tiene sentido, pero siento que mis movimeintos dentro de ella me devuelven parte de las sensaciones. Supongo que es la excitación, la pérdida del control cada vez más grande, la propia electricidad de mi cuerpo recorriéndome por dentro.

Creo que la he ofendido. No estoy segura. La idea de que se haya enfadado me genera cierto agobio, pero en pocos segundos se ha esfumado.

-Lo sie...

Va a mi cuello, con más intensidad que antes, arrancándome un jadeo. Luego comienza un descenso abrupto que me eriza la piel por donde pasa. Y cuando llega a mis pechos ya no puedo evitar que se me vaya la voz. Consigue ser bruta sin llegar a hacerme daño, pero moviéndose siempre en esa frontera tan final que deja el dolor terriblemente cerca.

Si me apena que no se haya detenido más, deja de hacerlo cuando su recorrido se vuelve aún más vertiginoso, y lleva un objetivo claro. Siento cierto rastro de pudor que hace que me cueste abrirle plenamente espacio, pero ella se encarga de reclamarlo por sí misma. Y enseguida las preocupaciones se desvanecen y mi cuerpo se relaja mínimamente para tensarse un segundo después, cuando tras el primer contacto su ritmo se vuelve...

Dejo ir un gemido más notorio que los anteriores y me cubro la cara con una mano, cerrando los ojos. Siento que abrirlo ahora mismo me obligaría a centrarme también en lo que veo, y mi cuerpo tiene ya bastantes estímulos.

Es demasiado. A ratos es poco y a ratos demasiado. Me es imposible adaptarme al ritmo, pero eso tiene su encanto morboso. Cuando estoy a punto de acomodarme en él, de dejarme llevar hasta el final, el cambio hace que la sensación retroceda. Aún así, por mucho que varíe el ritmo, es inevitable que la tensión de todo mi cuerpo termine creciendo.

Noto el calor en la cara, en el cuerpo. Especialmente por dentro. He extendido los brazos sobre la cama y cuando me doy cuenta los dedos aferran la colcha. Ni siquiera la hemos abierto. La respiración, superficial, me deja seca la boca.

Cuando la situación empieza a volverse insostenible, llevo la derecha a su cabeza, lo suficientemente clara como para que la petición sea evidente. La atraigo, la dirijo. Mantente ahí un poco más, por favor. Porque cuando siento que estoy tan cerca de que todo termine, necesito que termine. Necesito que mi cuerpo se libere, que se relaje de una vez. Pero solo noto cómo se tensa absolutamente.

Agradezco internamente que haga caso a mis gestos y que me ofrezca lo que le pido. Pronto mi respiración irregular y mi tensión se deben exclusivamente a una cosa, y puedo concentrarme en la sensación absolutamente envolvente. O, más bien, no puedo no concentrarme en ella.

Me tenso de golpe, anticipando el momento, y ella sabe aprovecharlo. Cuando llega, dejo que me arrastre, desde el punto en el que estoy en contacto con ella hasta la punta de los dedos. Elevo la pelvis, absolutamente tensa, para luego desplomarme y, de nuevo, ser consciente de mi respiración. Las pulsaciones, aceleradas, resuenan en mi garganta, en mi pecho y en mis oidos.

Sus palabras llegan como un eco, y solo puedo resoplar, en lo más parecido que puedo ofrecerle a una risa. Me da hasta algo de vergüenza, pero tiene razón. Supongo que la abstinencia, sea o no voluntaria, tiene sus consecuencias.

El hormigueo que me recorre todo el cuerpo me hace sentir llena de paz por un momento. La noto acomodarse a mi lado y termino por volver la cabeza hacia ella. Me aproximo un poco para besarla profundamente, recibiendo mi sabor de su boca.

Cuánto tiempo.

Supongo que ahora me toca a mí.

Ahora me siento ligera y flexible, como si la tensión me hubiese abandonado por completo. Me coloco sobre ella, con una mano a cada lado de su cabeza y mis piernas entre las suyas. La pesadez de mi cabeza se ha ido por completo. Y de repente todo es sumamente natural. Los ojos me brillan un instante. Aproximo mi pelvis a la suya y hago un lento amago de embestida, apretando brevemente la mandíbula, dejando ir el aire despacio entre los labios.

En la ciudad, en casa, tenía algunas cosas que hubiesen podido ser divertidas. No las traje conmigo por motivos evidentes. Aunque algunas de ellas podría haberlas confeccionado yo misma. Ni siquiera se me había ocurrido. Tampoco hubiese tenido el valor de traerlo.

Resoplo por la nariz en una segunda embestida y bajo a sus pechos de nuevo, esta vez con más energía que antes. O, más bien, con menos cuidado. Es lo que quería, ¿no? Debería darle lo que quiere.

La muerdo, defino sus formas con la lengua, pellizco y retuerzo con los dedos, notando cómo mis movimientos me aceleran a mí misma.

Dejo algo de espacio entre nuestros cuerpos. Mi derecha baja al lugar que ocupaba antes, entre sus piernas, y retomo lo que estaba haciendo. Tres dedos. La acaricio, moviéndolos de forma independiente, mientras la mano se mueve adelante y atrás, en un movimiento amplio, sin llegar a salir de ella.