Habitación del pasillo

Su comentario hace que baje la vista, que me tense un poco más. Tiene razón, ¿no? Yo... No es que crea de verdad que hacer esas cosas esté mal. Supongo que tiene su gracia. A la gente le gustan muchas cosas raras.
No es que por hacerlo una vez me vaya a convertir en una puta, ¿no?

Mientras él se deshace del cinturón yo sigo dándole vueltas. Yo... debo...
¿Qué?

Lo miro a él. Me siento pequeña, de pronto. Como si hubiese menguado más, quiero decir. Ya sé que no soy muy grande. Y de repente los nervios me resultan más palpables.
Desciendo por su pecho, la mirada, hasta llegar al pantalón, al punto exacto bajo el que se encuentra lo que me ofrece. Lo que me hizo tocar en el salón de las fiestas. Lo que se supone que...

Me acerco a él, arrodillándome, apoyando ambas manos a los lados de mi cuerpo, acomodándome. Es como ir a saludar antes del entrenamiento, pero sobre blando. Entonces extiendo la diestra hacia él, hacia el pantalón, y noto que tiembla un poco.

Crispo los dedos antes de alcanzar la tela, cerrándola en un puño, y lo miro con agobio.

-No puedo hacer esto -le digo. Me ha salido un tono algo afectado. Tampoco es para tanto-. Yo... -. Aparto la vista-. Yo no soy así. No quiero ser así-. Aprieto la mandíbula, inspirando profundamente antes de continuar-. Tengo la sensación de que habiendo llegado hasta aquí debería estar a la altura, pero de verdad que creo que no puedo. Me he puesto nerviosa. No me siento cómoda porque soy una puta virgen inútil. Tengo la sensación de que simplemente intento parecerme a esas mujeres a las que te tiras, aunque tenga que forzarme un poco a hacer algo que me hace sentirme insegura, pero no funciona así-. Lo miro de nuevo. Me están sudando las manos. Qué asco-. No sé qué me pasa... Pero no...

Si hubiese sido simplemente follar hubiese podido. Pero ahora me he puesto nerviosa, y creo que no seré capaz de hacer esto. O de disfrutarlo, al menos... Aunque haya salido de mí, no ha salido de mí. Algo así.
Es como si me forzase a hacerlo porque... si no lo hago...
¿Puede ser que esto lo haga despreciarme?
Si me despreciará por no hacerlo... tengo la sensación de que acabaré forzándome a ello. Tampoco puede ser que sea algo para tanto... Todo el mundo lo hace...

Me dejo abrazar, vaciando los pulmones en un suspiro, casi un jadeo, y me dejo estar contra él, sintiendo cómo de repente parece que el cuerpo se me ha aflojado. Dan ganas hasta de llorar, no sé si de vergüenza, de alivio o de qué...

-Es que creo que es la única forma... -murmuro, con la cara pegada a él, todavía-. Supongo que todavía estoy algo verde para intentar ir de dura -añado, irónica, con tono cansado-. Pero...

No queda tiempo, ¿no? Tengo poco tiempo, y luego no podré hacerlo. Y entonces me arrepentiré de no haberlo hecho, ¿no?
Desde luego el tiempo no juega a mi favor...

Algo más serena, al menos en apariencia, me aparto de él, finalmente. La parte buena es que no soy una puta. Me alegra saberlo. La parte mala es que, supongo, he perdido mi oportunidad.

Cuando lo dice todo de esa forma, tan pausado, tan tranquilo, tengo la sensación de que lo odio. Es como si se comportase siempre como un capullo para ahora ser comprensivo y que yo parezca aquí la loca neurótica.
Él no había mostrado ningún interés por mí hasta, quizás, hoy. Ni siquiera lo tengo claro. Y ahora intenta convencerme de lo fácil que es...
Bueno, realmente es cierto. Es fácil arrodillarse y bajarle la bragueta. La que ha decidido no hacerlo he sido yo...

¿Igual no tiene que ser así?

Lo miro, seria. Tengo las piernas heladas. La verdad es que soy bastante friolera, y más en esta época. Será que de piscis he sacado lo que menos sirve.

Dejo caer la vista, esbozando una sonrisa.

-Supongo que he querido demostrar más de lo que podía. No he cambiado tanto en este tiempo.

Lo miro.

-La próxima vez tomaré medidas yo misma -declaro.

Ya que parece que si no lo hago yo no lo va a hacer nadie. Panda de irresponsables.

Claro, puede venir y decirme, "¿Próxima vez, Fifi? Por favor..." Pero prefiero arriesgarme.
Habiendo llegado hasta ahí, al menos una última vez. O me arrepentiré... Estoy segura...

Quizás si no hubiese un límite, una fecha final, tendría tiempo a sentirme preparada. De la misma forma, quizás no me lanzase nunca. Ahora... Bueno...
Tampoco es que pueda determinar qué está bien o mal.

Me ha sorprendido su reacción. Se ha portado bien. Casi es hasta sospechoso.
Pero bueno, le da puntos.

FdR- Pausa por horarios Geraldos

*se duermen y se van por la mañana*


FdR: Poooor fiiiiiiiiiiin lol

Llamé a la puerta con un par de toques y entonces entré en la habitación, sonriente y expectante. Sentía una enorme curiosidad por ver el resultado de mi regalo, y a la vez algo de nervios al respecto.

Avancé hacia Anna y descubrí que aún estaba en ello. Demasiado impaciente.

-Perdona, he venido un poco antes de lo que me dijiste -comenté-. ¿Cómo va? ¿Falta mucho? Si te molesto puedo venir luego.

Mi mirada saltaba del gorro a ella y de ella al gorro.

Me tendió el gorro y lo examiné mientras hablaba. La verdad era que se notaba que Anna sabía lo que hacía; hasta había puesto la piel de tal forma que pudiera retirarse, y parecía suficientemente rígido para proteger, aunque fuera un poco, de un golpe en la cabeza. Aunque el veredicto no lo tendría hasta el día siguiente, claro. Tenía ganas de dárselo.

-Espero que le sirva -respondí-. Te haré saber qué tal fue, de todas formas. Si no le sirve ya te lo traeré por aquí. Supongo que esta era la forma de hacerlo "más sorpresa" posible. Si me hubiera puesto a tomar medidas ya no habría ni un poco de sorpresa. Espero no haberte dado mucho la vara. ¿Ha cambiado el precio?

Le devolví el gorro, por si tenía algún detalle más que hacerle.

Rebusqué en el bolsillo hasta dar con las monedas y, tras contarlas para asegurarme de que había traído la cantidad exacta, las dejé sobre la mesa en un montoncito. Sonreí.

-Está perfecto -aseguré-. Bueno, mañana lo sabremos seguro. Espero que él también lo crea. Pero si no es así, considero que la culpa es mía por no pensar en un regalo más adecuado. Tu parte está perfectamente cumplida, por eso no te preocupes.

Con las manos a la espalda, esperé mientras terminaba de ultimar detalles. Empezaba a impacientarme el dárselo. Que, a todo esto, lo ideal sería mandarle una nota o así. Aunque eso sería menos sorpresa... Quizá debiera buscarlo por mi cuenta. Seguro que lo encontraba metido en el taller o en la biblioteca. Era suficientemente predecible para no tener que preocuparme por eso. Y, en último caso, podía pedir ayuda al servicio para dar con él antes.

Asentí.

-Gracias. Aunque espero que no haga falta... -comenté-. Tampoco creo que le horrorice. La verdad, está quedando muy bonito.

La observaba trabajar, concentrada en cada pequeño gesto sobre el cuero, mientras pensaba en si le molestaría tenerme allí mirando. Quizá estuviera siendo una pesada. No estaba acostumbrada a encargar cosas así, así que no tenía muy claro cómo comportarme.

Asentí de nuevo.

-Con eso no tengo prisa -aclaré-. Ya me avisarás tú cuando la tengas, ¿no?

Tomé el gorro cuando estuvo terminado y lo examiné, sonriente. Sí, esperaba que le sirviera, porque era un buen trabajo.

-Muchas gracias -le dije-. Prefiero que se lo pruebe él directamente. Lo guardaré hasta mañana. Ya te buscaré para decirte qué tal fue.

Me despedí de ella y la dejé trabajar.

*Se va*

Yo he ido delante en todo momento, discreta, pero directa, aprovechando el momento en el que los pasillos están vacíos para abrir una de las puertas de los lados. Es un armario de ropa de cama. Amplio, por supuesto, cabrían varias personas. Aunque haya gente con recursos limitados que tendrá habitaciones igual de grandes, supongo. Pero sigue siendo un armario lleno de sábanas. Y no tengo claro si es un inconveniente o una ventaja.

-Ven –indico, con un gesto, cerrando la puerta tras nosotros.

Esto le da el aire violento que faltaba, en mi opinión.
Desenfundo entonces mis armas, veloz, y las dejo sobre una balda a mi derecha, primero el puñal y luego la kusarigama. Y entonces lo miro, lo evalúo, sin perder la sonrisa entretenida.

-¿Mejor de esta forma? –inquiero sin brusquedad.

Corbin siguió a Alehyss por los pasillos, preguntándose adónde se dirigían exactamente. Iba, como era habitual, con el gesto serio, atento a su alrededor. Todo parecía bastante vacío. Y, cuando la chica finalmente escogió una localización, Corbin comprendió que no estaba buscando ningún lugar en particular.

Entró al ropero en silencio, desviando la mirada hacia la puerta hasta que esta estuvo cerrada. Una llave habría terminado por asegurar su situación, pero Corbin dudaba que muchos pudieran irrumpir allí, y mucho menos armados, que, en definitiva, era lo que a él le importaba.

Observó cómo la chica se deshacía de sus armas, dejándolas en uno de los estantes. Y, aunque no le convencía del todo la idea, decidió hacer lo propio, quedando así en igualdad de condiciones. Desvió la mirada una última vez hacia la puerta, comprobando de un vistazo que estaba bien cerrada, y luego se volvió hacia ella.

-Mejor -respondió, firme.

Corbin evaluó un momento más la situación antes de decidirse a actuar. Sabía qué sucedería a partir de aquel momento, y sabía que estaba en posición de debilidad. Y aquello, desde luego, no era agradable. Así que, aún a sabiendas de que no tardaría en tener la necesidad de ceder el poder, decidió imponer su postura mientras podía.

Avanzando con seguridad, acorraló a la chrysos contra una de las estanterías, buscando, por una vez, su boca. Quería evaluar hasta qué punto podía marcar el ritmo.

Todo marcha como debe. Incluso se desarma, como yo, algo que no era necesario, pero que supongo que dice un poco de la situación.
De todos modos, no me sentía amenazada.

Llego a sentirme amenazada por un momento, sin embargo, cuando toma las riendas y me lleva contra uno de los estantes, que siento chocar contra mi espalda antes de detenerme. Y llego a pensar que acaba de perder el control y que va a atacarme, porque siendo él es algo que puedo esperarme.
Y sin embargo no es así.
Es mucho más interesante que cualquier cosa que hubiese esperado. Pero es lo que busco, ¿no? Esa agresividad. Ese peligro que hace saltar las alarmas de la autoconservación.
Supongo que soy algo morbosa.

Correspondo a su contacto con el mío, más decidido, más hábil, hacia adelante, indicándole que no retrocederé más, llegando a tirar de su labio con los dientes, atrapando su lengua entre la mía, respirando contra él, llevando una mano a su cuello para mantener un control, llegando a arañar la piel, ascendiendo con la otra por su cara hasta su pelo, a la altura de las sienes, sin tirar de momento, solo asiendo.

Supongo que puedo decir que me siento cómoda. Sé que él no me juzgará. Eso da mucha seguridad.

Corbin la sintió responder con agresividad. Realmente, si abstraía la situación, podía verla como algo muy familiar. Una defensa del poder y del territorio. Una lucha por la imposición sobre el otro. Algo con lo que llevaba lidiando toda su vida. La forma de hacerlo era lo que cambiaba, pero su inexperiencia no podía ser un motivo para aceptar la derrota.

Cerró los ojos. En aquel momento no parecía tan descabellado hacerlo. Era evidente que el sentido principal era el tacto en aquella situación. Era una lucha cuerpo a cuerpo. Además, la escasa luz que se colaba por las rendijas de la puerta no era suficiente como para que la vista pudiera aportar nada más allá de distracciones. Con los ojos cerrados podía sentirla más fácilmente, responder y reaccionar con mayor eficacia.

Aceptaba los tirones sin reparos, consciente de que suponían un avance, pero se resistía a los empujones, a los intentos de ella por recuperar cualquier mínimo de territorio perdido. Físicamente, él era más grande, y eso le daba una cierta ventaja. Su rápida toma de control, además, le había proporcionado el dominio en la mayor parte del entorno. Poco dispuesto a renunciar a él, se aferró con una mano al estante que había tras ella. Un gesto simple que la declaraba más acorralada.

Y, sin embargo, ella no renunciaba a la agresividad ni a la violencia. Corbin sentía los agarres, los arañazos, los leves mordiscos. Incluso el aliento de ella contra su boca marcaba la lucha por alzarse. Corbin no sabía jugar a aquel juego, pero sí sabía luchar por imponerse. Empezaba a sentir, además, cómo el instinto le enviaba impulsos, pequeñas sugerencias de cómo afianzar su postura.

Siguiendo el gesto de ella, llevó la otra mano a su nuca, al pelo, y tiró hacia atrás, obligándola a exponer la garganta. Exploró el cuello con la lengua, tanteando, dejando ir los dientes en pequeños arañazos. Le costaba entender que aquello no incluía la búsqueda del daño físico de ella, ya que era algo que incluían todos los tipos de lucha en los que había tomado parte. Lo entendía, de todas formas. No dejaba de ser algo que aprender a dominar. El autocontrol y la precisión no eran los puntos fuertes de Corbin, pero eso no significaba que los despreciase. Y, con su garganta al descubierto, Corbin se sentía amenazador, poderoso y digno de respeto.

No me deja avanzar. No hay ningún problema con eso. De hecho, resulta estimulante, aunque lo intento un poco más, empujando con más ímpetu, más feroz, subiendo también yo la intensidad de la lucha por la dominancia.
Es una pena que necesite una guía, ciertamente.

Dejo ir un leve jadeo cuando siento que me aparta de un tirón, tensándome un poco cuando se acerca a por mi cuello. La mano que estaba en el suyo asciende por completo, y lo atraigo con un gesto brusco, severo, buscando un mayor contacto del que ofrece, una mayor agresividad.

-Pero controla –advierto, de todas formas, cerrando los ojos.

Llego a atrapar un momento el labio inferior con el colmillo superior, centrándome. La verdad es que lo de estar en un sitio pequeño sí da puntos. No doy muy dada a los convencionales.

La mano de su sien baja. La cuelo bajo su ropa, ascendiendo por la espalda, haciéndome espacio, recorriendo, arañando, separando la ropa de su piel hasta alcanzar el hombro, hincándose en la piel.
Suelto entonces la otra, la de su cabeza, pues ya ha cumplido su cometido, bajando con ella hasta el pantalón, acariciando superficialmente la entrepierna, calibrando más que tocando.
Es una cuestión de evaluar. En todo experimento hace falta ver de qué tipo son los resultados.

El momento en que la mano lo atrajo más hacia el cuello, Corbin se veía ya dispuesto a morder sin reparo. Llegó a clavar un tanto los dientes antes de que la voz de Alehyss, tan extraña en aquel silencio solo interrumpido por roces y respiraciones, se alzara llamando su atención. Bloqueó entonces la mandíbula para evitar mayores daños, conteniéndose a regañadientes, y soltó un ligero gruñido.

Procedió, pues, a probar la piel, abarcando más de ella. Tanteaba con la lengua, llegando a succionar en algún momento, preguntándose si aquello de verdad tenía algún interés. Para ella debía tenerlo, ya que insistía. De todas formas, buscando también darle algún sentido propio, seguía arañando con los dientes, como una pequeña advertencia de que el peligro seguía siendo inminente. Mantenía, además, una tensión en sus movimientos, como un recuerdo de su fuerza.

La lucha ofrecida por ella lo mantenía en tensión, pero también lo satisfacía. Incluso atrapada, sus gestos mostraban un deje de violencia, una voluntad de oponer resistencia. La mano en su espalda, mensaje de esa oposición, lo incitó a aumentar la presión del cuello un instante, demostrando que él también podía ir más allá.

El contacto de la otra, aunque más sutil, abarcaba más de él, se desplazaba, y por ello llamaba más la atención. Corbin no la veía, pero la sintió bajar desde el cuello y por el torso, en un roce sutil que lo hizo crisparse y reaccionar. Su cuerpo no aceptaba sutilezas. Quería sentir la fuerza. Sin rodeos, la mano que sujetaba el pelo bajó directamente hasta la base de la espalda, sujetándola por la cadera. En un rápido movimiento, con brusquedad, la obligó a avanzar hacia sí al tiempo que avanzaba él la propia, generando un contacto más evidente. Al tiempo, y sin poder evitarlo, sus dientes se clavaron un instante en su cuello, tal vez como una ayuda más a su agarre.

Aquello le provocó una pequeña oleada de satisfacción, calmando a la vez que agravaba la tensión del contacto que ella había iniciado. Era una sensación extraña, pero su cuerpo parecía buscarla por sí solo. Y a Corbin empezaba a no importarle dejarse dominar por sus instintos más básicos.

Su respuesta me arranca una sonrisa.
Veo que no hace falta tener experiencia para que el cuerpo se mueva sin permiso. Es una cosa más que me ahorra. No soy una profesora demasiado paciente.

Forcejeo con él para librarme de su boca, para poder mirando, llegando a iluminar muy sutilmente los ojos para que no haya oscuridad que me lo impida. Quiero ver la expresión de sus ojos en ese momento.
Al mismo tiempo, la diestra asciende, ya a ras del bulto que se forma, para colarse directamente bajo la ropa, para acceder a él.
Las primeras caricias son lentas, con la palma abierta, pero a medida que se perfila voy cerrando los dedos en torno a él, primero de forma suave, pero afianzando el agarre a cada vez, llegando a presionar. Y pese a que doy algo más de ritmo, no pasa de ser un preliminar, no deja de ser lento, porque sigo estudiando.

Siento, admito, mucha curiosidad.

Corbin, al sentir que oponía resistencia, aún la mantuvo acorralada un momento más antes de ceder a liberarla, con respiración sonora. A través de los párpados pudo percibir la luz de ella y abrió rápidamente los ojos, dispuesto a mantenerla controlada. Y, pese al constante forcejeo, Alehyss parecía perfectamente relajada. Corbin, por su parte, se mantenía firme, con una mano apoyada sobre una balda y la otra sujetando a la chica con fuerza.

El siguiente gesto de ella lo obligó a tensar con fuerza la mandíbula, apretando los dientes y entrecerrando los ojos, fijos en ella. El alivio y la tensión comenzaron a entremezclarse en su cuerpo de manera cada vez más evidente, y Corbin volvió a experimentar algo que ya no recordaba.

Su respiración se iba haciendo más evidente a medida que su gesto alcanzaba mayor tensión. Apenas se movía. Sí llegó a acomodar la mano sobre el glúteo de ella, reafirmando el agarre y llegando a dar un brusco tirón hacia sí en algún momento que no habría podido definir, apremiante.

Reacciona. Eso me basta para crecerme, por supuesto. Es un placer poder observar su gesto, poder demostrar que pese a todo yo mando.
Y es una pena, sinceramente. A mí no me gusta mandar… Me gusta que me roben el mando. Solo si me lo roban.
Pero él no tiene todavía las capacidades. Pocas personas las han tenido, a lo largo de mi vida, por desgracia.
Pese a todo, su violento agarre apunta maneras. Es de lo más interesante.

Acelero todavía más la mano que lo estimula, y ahora sí podía tenerse en cuenta la velocidad, aunque todavía no diría, tampoco, que voy rápido. Pero no es algo que me importe.
Cuando se trata de follar, Corbin, espero que lo aprendas con el tiempo, cada persona tiene sus formas de hacer las cosas. Yo hago lo que quiero, en principio, a no ser que me sienta benevolente o que alguien consiga convencerme.
Expresado de esa forma cualquiera diría que me gusta que me fuercen, y nada más lejos de la verdad.

Detengo la mano de golpe, sin soltársela, mirándolo con una sonrisa entretenida, satisfecha, expectante. Tengo cierta curiosidad, y probarlo es la mejor forma de saciarla.

Puede que se enfade y se ponga agresivo.
No sé a qué parte de mí le parece que eso es tremendamente deseable, pero hace tiempo que empecé a considerar que mis gustos son un tanto extraños.

Corbin llegaba a notar que la tensión de su propia cadera lo incitaba a moverse, aunque en comparación con la mano de ella, sus movimientos eran mínimos, simples tientos de una acción que nunca había llegado a comenzar. Su respiración, cuya superficialidad se hacía difícil de ocultar, parecía llenar con su sonido la sala, ronca, contenida, casi animal. En algún momento se oyó un chasquido de madera, pero el claritas ignoró completamente el momento en que sus dedos modificaron la forma de la balda que agarraban, evidentemente, con demasiada fuerza.

Su gesto, contraído, cambió por completo cuando ella se detuvo de golpe, dejándolo prácticamente inmóvil y con una absoluta sensación de acción inacabada. Aún con los labios entreabiertos, sintiéndolos secos, con una expresión en los ojos de total ferocidad, clavó la vista en la chrysos, buscando una solución urgente a su tesitura.

La madera crujió un poco más. Corbin se veía de pronto en un momento de tanteo, y no se sentía en absoluto en situación de tantear. Aunque, por lo visto, no tenía mayor solución. La sonrisa de ella lo ponía nervioso. ¿A qué venía una expresión así en aquel momento? Tomando su violencia como salida rápida, apretó la mano que la sujetaba, casi levantando a la chica del suelo y embistió contra las estanterías, buscando que ella reaccionara. Poco dispuesto a tener aquella expresión delante, buscó su boca con furia genuina para borrarla.