Habitación del pasillo

La agresividad de su reacción llega a ser excesiva. Dejo salir un quejido al notar el impacto contra la madera en la espalda, tomada algo por sorpresa, cerrando los ojos un momento. Ha dolido.
Vale. Había bajado la guardia. Lo admito.
Al menos en ese sentido.

No tardo en iniciar de nuevo el movimiento que lo recorre, jadeando ligeramente tras el ataque, recuperándome de la impresión.
Supongo que si me lo pides así no podré decir que no. Veo que no te gustan los juegos. Aunque era de esperar, conociéndote. Para la próxima procura usar un poco menos de fuerza, por favor.

Lucho contra su boca, compitiendo en ferocidad, aunque cuidándome de sus gestos. Ahora mismo no me sorprendería recibir otro ataque, y no estoy dispuesta a que me haga más daño.
No de esa forma, al menos.
Y, lo crea o no, con lo que tengo en la mano la que más daño puede hacer ahora mismo, pese a todo, sigo siendo yo.

Termino por apartarme de su boca, con la respiración entrecortada, superficial. Desde luego, su brutalidad, lo vuelve todo muy intenso. Podría llegar a decir que me recuerda a Jager en imposición, pero lo cierto es que tampoco es así.

Lo miro, esta vez seria.

-Ahora necesito que me sueltes –le digo, sin detener los gestos rítmicos, pero con un tono que, aunque no es una advertencia, tampoco admite réplica.

Corbin no estaba del todo seguro de que aquella fuera la forma adecuada de reclamar las cosas, pero pronto descubrió que sí lo era. Porque, de hecho, ella reanudó su actividad al verse atacada, y aunque Corbin había tenido un ligero bajón de intensidad debido al parón, pronto se vio recuperando la tensión que lo envolvía. No entendía por qué ansiaba tanto aquello. Tampoco buscaba entenderlo. Seguía las órdenes de su cuerpo, como correspondía.

Claro que el hecho de que ella reanudara la marcha no implicaba que él fuera a volverse más dócil. La ferocidad de su respuesta lo animó a seguir enfrentándola, más que dispuesto a demostrar hasta qué punto podía llegar su dominio. Aunque no tuviera más que las señales confusas de su cuerpo para saber cómo proceder. Cuanto más avanzaba la situación, más sentía crecer su capacidad de poder y más le satisfacía la resistencia de ella.

La dejó, pese a todo, apartarse, de nuevo fijando los ojos en ella, aquella vez alerta, preparado para posibles inconveniencias. Quedaba demostrado que podían darse, después de todo. Y su primera respuesta a sus palabras fue un aumento de la presión de su mano, involuntario, reacio a hacer concesiones.

Acabó por soltarla, sin embargo, con un gruñido. Cada vez necesitaba más concentración para controlar su propio cuerpo, con lo que tener que vigilarla no le hacía demasiada gracia. Concedió, sin embargo, con el gesto contraído y la respiración alterada, sintiendo cómo iba perdiendo el control sobre su propio cuerpo.

Es reacio, pero termina por liberarme, dándome autonomía. Ahora llego a tener una ligera duda, porque no quiero empezar algo que no vaya a poder acabar. Prefiero seguir mi estudio.
La insatisfacción sería mayor cuanto más lejos llegase. Y no me gusta quedar insatisfecha. Pero tengo que evaluarlo de todos modos.

Mantengo el ritmo constante en la mano, pero comienzo a descender. Supongo que no tiene mucho sentido prolongar los rodeos. Ni para él ni para mí.
Cuando la primera de las rodillas toca el suelo alzo la vista hacia él, ahora seria, asegurándome de que no reacciona violentamente a lo que hago, y voy disminuyendo la velocidad del estímulo, usando la zurda para bajarle la ropa, descubriéndolo.
Hace bastante que no hago esto, lo admito. No me preocupa, tampoco. Cualquier “práctica” que hubiese podido perder, si es que ha pasado siquiera, es algo que él no va a notar en absoluto.

Comienzo apoyando los labios en la punta, con suavidad, desplazando la mano hacia la base en un gesto especialmente intenso, y enseguida avanzo hacia él, introduciéndolo en un gesto fluido, rodeándolo, iniciando enseguida un vaivén que continúa donde la mano lo dejó.
No es que esta práctica me desagrade, pero no acostumbro a realizarla porque me parece que sería muy sencillo intentar humillarme por ello. Y, además, no suele gustarme dar placer sin recibirlo, admito. Soy una persona tremendamente egoísta en lo que a esto se respecta. Pero en su caso, dudo que pueda satisfacerme, por lo que prefiero probarlo de esta forma.
Y nunca mejor dicho.

Corbin la observó descender, llegando a apoyar la frente contra un estante, con la mandíbula tensa. Mantuvo la vista fija en ella, sin detenerla ni ponerle impedimentos, aunque con evidente atención. Sintió la necesidad de cerrar los ojos con fuerza en el momento en que ella lo envolvió en su boca, sintiendo cómo el estante se le clavaba en la frente y dejando ir una especie de gruñido gutural.

Cada vez era más evidente que sucumbía a la debilidad, a las acciones de ella, al contacto. Se mantuvo estático en un principio, pero en un momento que, por su reacción, debió ser crítico, su mano se posó velozmente sobre la cabeza de ella, tomándola por el pelo. No hizo más al respecto que acompañarla en el movimiento, con cierta urgencia pero sin forzar los gestos de ella. Sin embargo, la fuerza con que la agarraba sugería que aquello podía cambiar en cualquier momento.

Corbin no había pasado por aquello antes, y su resistencia se acercaba al límite.

Superados los treinta segundos creo que puedo considerarme satisfecha. Apunta maneras, aunque todavía tiene que aprender a relajarse.
Permito que mi ritmo se acelere, entonces, y que los dientes lleguen a rozar, apenas, su miembro, rodeándolo, añadiendo una nueva textura a esta especie de juego, de examen.

Expulso el aire por la nariz cuando me sujeta. Desde luego que apunta maneras. Se ve que nadie le ha enseñado prejuicios ni educación al respecto. Y no será desagradable mientras no me la meta hasta la garganta.

Poco a poco realizo movimientos más cortos, centrándome cada vez más en la punta, aumentando la frecuencia, la intensidad. La mano derecha recupera, entonces, la movilidad, apoyando a la boca en el resto del cuerpo, siguiendo el mismo ritmo para no confundirlo con sensaciones diferentes.
Estoy atenta a su tensión. A partir de aquí es cuestión de saber leer el lenguaje corporal y esperar que haya alguna señal por su parte.
Nadie le ha dicho que avise, al fin y al cabo.

Quizás sea interesante, pero es de ese tipo de cosas que no suelo disfrutar prolongando.

Corbin se sentía palpitar, al igual que sentía su mano apretar y aflojar ligeramente el agarre sobre la cabeza de la chica. Mantenía los dientes apretados, y pese a su intento por mantener los labios sellados, cada vez dejaba escapar con más frecuencia espiraciones sonoras, llegando incluso, al cabo de un momento, a entreabrir la boca.

Era consciente, pese a su urgencia, que lo mantenía insatisfecho, de que ella parecía saber qué necesitaba su cuerpo mejor que él mismo. Llegaba a dar un leve vaivén a la cadera, aunque era evidente que la mayor parte del movimiento venía por parte de Alehyss.

Sentía el calor envolviendo todo su cuerpo como una potente fiebre, y el sudor pegándole la ropa más incluso que en un entrenamiento intenso. Llegado un momento, sintió que algo cambiaba y trató de retener la cabeza de ella, sin estar seguro de por qué, al tiempo que exhalaba aire en jadeos secos, arrastrando más voz que hasta el momento.

La madera crujió una vez más, y Corbin sintió que, por un momento, el mundo se le desdibujaba mientras una sensación extraña lo invadía. Duró escasos segundos antes de desvanecerse, dejándole en el cuerpo una sensación de debilidad, o quizás de relajación, como no recordaba haber sentido antes.

Con los ojos abiertos por completo, dejaba ir jadeos algo más suaves y profundos por entre los labios entreabiertos, con la vista fija en algún punto oscuro del armario. Sus manos parecían haber renunciado a la fuerza.

Me agarra.
Esa es la señal. La señal es que mantiene mi cabeza pegada a él. Mierda. Vaya una suerte.
Enseguida noto el peculiar sabor amargo, que usualmente se percibe muy poco debido al líquido preseminal. Pero ahora viene multiplicado, por supuesto. Aunque consigo no atragantarme o toser. Es algo que queda mal.
Cuando por fin me suelta me aparto suavemente, digna, bajando la vista al suelo un momento, y trago saliva, notando cómo baja por la garganta, apretando los labios un instante. Dejo ir el aire por la boca en una especie de suspiro y alzo la vista hacia él, finalmente, recuperando una sonrisa tranquila algo más alterada que las anteriores.

-Deberías sentarte –le recomiendo, haciéndolo yo misma, dejándome caer a un lado, acomodando las piernas-. Disfruta de la sensación de liberación.

Llego a cerrar los ojos.
Yo ya buscaré algo… En otro sitio.
Al menos es evidente que no me hubiese llegado.

Corbin se lo pensó un momento, manteniéndose apoyado donde estaba y permitiendo que ella tomara algo de espacio. Finalmente, inspiró con fuerza por la nariz y se dejó caer sentado a su lado, aún en silencio, recuperando la respiración y el ritmo cardíaco. Se sentía como después de un buen entrenamiento. Salvo porque aquella sensación final le había dejado el cuerpo un tanto diferente. Más liberado, como la propia Alehyss insistía en describirlo.

Aún tardó un momento más en ajustarse el pantalón. Dejó ir la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. En aquel momento, pensó, era un objetivo fácil. En aquel momento, si Alehyss se levantara y cogiera su arma apenas tendría tiempo de reaccionar antes de que le desgarrara el cuello. No. Aquello, por supuesto, era una exageración, pero una parte de él sentía que era real.

Y, sin embargo, por algún motivo, no le importaba. No era una idea lo suficientemente alarmante como para incitarlo a ponerse en pie, rearmar su guardia y recuperar el control del entorno. Quizás, pese a sus esfuerzos, ella había vencido aquel tira y afloja. Llegaba a entender las motivaciones de Falace de alejarlo de algo como aquello. Y, sin embargo, no le parecían suficientes.

Lo contemplo, tranquila, mientras se acomoda. Por no haberme estimulado directamente de ninguna forma, físicamente, la sensación de insatisfacción no era tan grande como había sido en algunas experiencias pasadas. Experiencias en las que sí esperaba satisfacción.

No lo molesto mientras se relaja. Sé lo desagradable que puede resultar. En lugar de eso me recuesto contra la puerta, acomodando mi postura. Apoyo la cabeza contra ella, dejándola caer un poco hacia un lado.

Me toco un momento la espalda, donde recibí el golpe contra las baldas. No resulta muy doloroso, pero sí un poco.
Una contusión irrelevante. Más me he hecho entrenando.

Corbin sentía que el silencio que lo envolvía era muy agradable, pero también sentía que no lo ayudaría en absoluto a despejarse. Tragó saliva y se obligó a incorporar la cabeza, buscando a la chrysos, que era el elemento de la sala que más llamaba la atención y, por lo tanto, en lo que sería más fácil fijar la vista.

-De verdad es peligroso -comentó, y su aspecto y su voz no dejaban claro si hablaba en serio o estaba bromeando.

Se pasó una mano por la cara y sintió el contacto extraño. Tenía la cabeza nublada, como ausente, y al mismo tiempo un montón de nuevos pensamientos e ideas se agolpaban en ella, luchando por superponerse unos a otros sin demasiado éxito.

Dejo ir un resoplido, riendo, cuando habla. Me retuerzo un poco, desperezándome. Es una sensación agradable que nunca sobra.

-Pero es magnífico, ¿verdad?-. Lo miro, curiosa, con una sonrisa suave, tranquila. Es mi opinión, y creo que muchos la comparten-. Creo que hay pocas sensaciones más placenteras que la de estar relajado después del orgasmo…-. Llego a sentir un amago de estremecimiento-. Quizás el del propio clímax. Cuando es uno bueno. O dos…

Cierro los ojos un momento, frotándome el tabique nasal un momento. No debería pensar en lo que no tengo en un momento como este.
Estoy relajada a mi manera, aunque sea distinto.

Corbin permaneció callado de nuevo, pensativo. Un orgasmo. La forma tan clara en la que Alehyss trataba el tema podría llegar a resultar científica, pero de hecho el efecto no era ese, sino el de una gran aficionada. Corbin se preguntó con qué frecuencia creaba aquella clase de situaciones. Una guerrera que, como él siempre había considerado, tenía un aspecto tan profesional y una técnica tan admirable. Era la clara contraposición a lo que Falace afirmaba. La prueba de su error.

Y, después de lo que había experimentado, a Corbin le gustaba que así fuera. Al cabo de un rato asintió con un cabeceo.

-Es intenso -murmuró-. Probablemente demasiado para que sea del todo sano. Pero una vez llega al final, la sensación sí tiene que ser saludable, necesariamente. El propio cuerpo lo señala.

Sentía su curiosidad saciada, y sentía también que había hecho un gran descubrimiento. O, más bien, que se lo habían descubierto. En eso tenía que agradecer a Alehyss su insistencia al respecto.

No puedo evitar reír, y no tardo en negar varias veces. Risueña, podría decir. Aunque me falte un punto para sentirme satisfecha puedo comportarme perfectamente. De alguna forma siento que he cumplido.
Aunque no me gusta enfocarlo de esa forma. Nunca me ha gustado.
Supongo que se debe principalmente al buen humor por la visita a casa. En una situación normal la satisfacción no habría sido posible.

-Oxigena las células y el cerebro debido al aumento del ritmo cardíaco y la respiración, como un buen ejercicio –digo, ladeando la sonrisa, entretenida-. Se producen hormonas muy beneficiosas, y se favorece el buen descanso. Elimina el estrés, la tensión… -. Me encojo de hombros-. Diría que es plenamente positivo, a no ser que tengas problemas cardíacos.

Evidentemente es peligroso dejarse llevar por ello en según en qué momento te encuentres. Pero si sabes administrarte…

Corbin asintió. Exactamente igual que un buen ejercicio. Y, sin embargo, no había implicado demasiado movimiento. Quizás si lo había habido en el forcejeo, aunque más en un sentido de fuerza que de dinamismo. Eso seguía siendo ejercicio, después de todo. Pero no dejaba de ser sorprendente cómo el cuerpo exageraba la reacción a las distintas acciones, a los estímulos, hasta hacerlos parecer mucho más impresionantes de lo que por sí eran. Se preguntaba si suponía un engaño para el cuerpo o si, sencillamente, era otra forma que tenía de renovar la energía. Corbin no sabía tanto de medicina como para responder a esa pregunta. Pero, de base, la impresión era de confianza hacia aquellas actividades. Controlando, por supuesto, el no quedar a merced de nadie.

-Deja el cuerpo demasiado débil -observó-. Tendría problemas para enfrentarme a ti ahora. Y más teniendo en cuenta que no lo has llevado tan lejos para ti, si no me equivoco.

Podía no saber ciertas cosas, pero sí tenía unas bases. Y, aunque no las tuviera, la sola actitud de Alehyss hablaba por sí sola. Más allá del hecho de que, además, se había volcado completamente en él. A Corbin no le había pasado desapercibido ese hecho.

Asiento con tranquilidad. La verdad es que visto de ese modo es cierto. Yo podría derrotarlo ahora, sin duda. En lo que me levanto y, tomando mi arma, me lanzo sobre él, no tendría tiempo a que los músculos se recobrasen por completo. Con su fuerza menguada sería más fácil matarlo.
Hay gente que lo hace, ¿no? Buscas a tu víctima, la seduces, te acuestas con ella y luego la matas, cuando está desprotegida.

-Yo estoy bien –corroboro, con un asentimiento-. Entonces tienes suerte de que haya decidido no atacarte –comento entonces, como una broma.

Bueno, no es una broma. Es cierto. He decidido no atacarle, al fin y al cabo. Podría hacerlo si quisiese. No tengo motivo alguno, por supuesto, pero podría hacerlo.

Corbin se encogió de hombros. No le gustaba admitir tanta confianza, pero era evidente que no la habría dejado acercarse en primer lugar de haberla considerado realmente peligrosa.

-No lo llamaría suerte -llego a responder, pese a todo-. No voy a eliminar toda posibilidad, porque sería lo mismo que declararse ciego, pero confié en que no ibas a atacarme. No es algo a lo que debiera acostumbrarme. Todo el mundo puede ser una amenaza llegado un momento u otro.

Incluso quienes te cuidaban podían decidir volverse contra ti. Corbin sabía bien que la única persona en la que podía confiar plenamente era el mismo. Había aprendido a permanecer alerta en todo momento. La forma en que otros declaraban confianzas peligrosas le hacía ver en ellos una enorme debilidad.

Y, sin embargo, estaba confiando cada vez más. Empezaba a volverse como ellos. Y algún día, pensaba Corbin, lo pagaría. Y lo pagaría muy caro.

Mantengo una sonrisa algo enigmática. Digamos que me resulta divertida su confianza. Al fin y al cabo, mi buena fe es algo que solo se puede presuponer.

-Puede que lleve engañándote todo este tiempo-. Me encojo de hombros. Ni siquiera podría decir que es la primera vez que lo hago, de alguna manera. En Brontë, incluso.

Bueno, el descanso para mí es innecesario, pese a que haya aprovechado para relajarme. Es un relajamiento diferente.
Llego a levantarme, entonces. Compruebo el estado del estante que crujía.
Resulta escalofriante pensar que esa madera podría haber sido mi cuerpo. Tendré que tenerlo muy en cuenta cuando volvamos a enfrentarnos. Siempre he tenido cuidado con evitarlo, pero se ve que resulta imperativo.
No sé hasta qué punto me destrozaría un golpe de esa envergadura, pero no siento curiosidad al respecto.

Corbin asintió sin inmutarse. Aquella posibilidad no era nueva para él. Ya contaba con ella. Pese a sus concesiones, sus continuos de amenazas cuando se enfrentaba a la chica o cuando entraba en contacto con ella así lo indicaban. Por supuesto, eso no reducía el riesgo cuando cedía, pero la obligaría a ella a actuar con más cautela en caso de tener, efectivamente, malas intenciones hacia él.

-No confío tanto en ti como para olvidar eso -respondió Corbin, completamente sincero. No tenía sentido fingir el tener la guardia baja. No lo llevaba a ningún punto de utilidad.

La observó mientras se levantaba, recuperando un tanto de tensión con ello. El hecho de que en lugar de hacia sus armas se acercara hacia la zona donde Corbin la había acorralado indicaba una voluntad pacífica por su parte. O, de nuevo, cautela. El hecho de que examinara las marcas que Corbin había dejado en su cercamiento de la chrysos lo hacía pensar más en la segunda opción.

Fuera cual fuera el caso, no tenía motivos para ser más permisivo de lo necesario. Al poco estaba él también en pie, aunque no se molestó en ser sigiloso. La sensación de bienestar se mantenía en su cuerpo, que aún así iba recuperando su estado habitual.

Corbin alcanzó con un gesto sus armas y las guardó. Luego miró a Alehyss, preguntándose si habría algo más que quisiera añadir.

No tarda en tensarse un poco, y luego se pone de pie. Supongo que toda la magia se acaba, eh, Corbin.
Cuando veo que toma sus armas, ya habiendo revisado lo que debía, me acerco también yo a ese estante. Primero guardo el puñal, luego la kusarigama, adecentándome un poco la ropa y el pelo. Aunque no me he movido demasiado.
Antes de nada, y solo por precaución, me froto un instante los labios con el dorso de la mano, en un gesto fugaz. He conocido a quien, por no hacerlo…
Es igual.

-No queda mucho más que hacer aquí –comento, encogiéndome de hombros, volviéndome ligeramente para mirarlo.

Por muy de buen humor que esté, por muy altruista que me haya sentido, ahora querría ducharme. Quizás no he hecho el mismo “esfuerzo” que él, pero el entrenamiento, que ahora mismo parece un tanto lejano, también me ha hecho sudar un poco.
El aseo es algo que tengo en muy alta estima.

-La próxima vez que nos veamos podrías contarme tu viaje –propongo, con normalidad, como si hubiésemos estado hablando de ello hace apenas dos minutos.

Corbin no habría sabido decir si el hecho de que la chica se hiciera también con todas sus armas era consecuencia de que él hubiera hecho lo propio o si, sencillamente, era algo que iba a hacer de un momento a otro. Llegó a echar un vistazo a la balda que ella había estado examinando, aunque en la oscuridad no había demasiado que ver para él.

Las palabras de ella resolvieron sus dudas, y asintió. Extendió la mano hacia la puerta, empujándola, y salió de nuevo a los pasillos. Aún se volvió un momento hacia ella cuando volvió a hablar.

-Claro -aceptó, conforme-. Creo que vale la pena contarlo.

Después de despedirse, se dirigió a los baños.

*Se van*

Tras llamar a la puerta, abrí y me asomé a la habitación, curiosa.

-¿Jun? -llamé.

Pero estaba vacía. Sus cosas estaban puestas por la habitación un poco de cualquier manera, como las había dejado. Había algunos papeles escritos en la mesa, y algún que otro tablón de madera en un rincón, además de un par de herramientas básicas. Pero de él, ni rastro.

Me volví hacia Alehyss.

-Ha de estar en la sala común o en la biblioteca -comenté-. Bueno. A no ser que haya quedado con Lluvia, o así, que también puede ser. Pero vamos a mirar, en cualquier caso.

*Se van*

El viaje de vuelta se me hizo algo largo. Aunque, desde luego, el de ida lo fue más, con toda la búsqueda de información. Y, sin embargo, tras haber llegado a Palacio, me sentía de nuevo como en casa, más relajado y satisfecho, porque aquella vez había logrado mi objetivo.

Cuando llegué a la puerta de la habitación sentí una intranquilidad extraña, una especie de nerviosismo, y tardé un momento en abrirla, concentrándome, pero terminé por hacerlo, silencioso.
La luz estaba apagada.
Lea dormía.

Dejé el bulto de viaje junto a la puerta, que cerré a mi espalda. Me extrañó que Vilo no se lanzase enseguida sobre mí. Quizás durmiese todavía. Aunque el cachorro tenía un sueño más ligero si se trataba de jugar...

Me aproximé en silencio a la cama. Si me quedaba quieto y contenía el aliento la escuchaba respirar.

-Lea -llamé, en voz baja, acuclillándome junto a ella, rozando un momento la cara con suavidad, no pudiendo reprimir una sonrisa-. He vuelto...

Quizás lo mejor era dejarla dormir, bien pensado... No era muy doble despertar a una dama que dormía. A no ser que lo hiciese por cien años.

No soy del todo consciente de en qué momento me doy cuenta de que no estoy durmiendo. Tampoco reacciono demasiado al respecto. No tengo sensación de haber dormido demasiado, y eso no me resulta agradable. ¿Tan mal he dormido? Supongo que no pasa nada por seguir con ello, entonces. No me sirve de nada despertar si no me encuentro en condiciones de levantarme y empezar el día.

Mientras estoy tomando esta decisión, asimilo el ruido a mi lado. Una voz. Rick ha vuelto. ¿Y me lo tenía que decir? No sé de dónde viene, pero que se meta en cama y duerma, si es lo que quiere, y si no que me deje dormir a mí. Yo no me dedico a anunciarlo cada vez que entro en la habitación, ni me parece que haga falta hacerlo.

-Hm -respondo, con tono seco y algo desagradable.

Y me doy media vuelta, frotándome la cara con la almohada, sin tener muy claro si intento desperezarme o relajarme para dormir.

Entonces me quedo quieta, asimilando cada vez con más facilidad. Acabo por volverme de nuevo hacia donde venía la voz, y frunzo el ceño, aunque no llego a abrir los ojos.

-Has vuelto -entiendo entonces, hablando con voz pastosa.

Suspiro con cansancio, adormilada.