Habitación del pasillo

Me quedé quieto mientras se movía. La verdad era que me sentía un poco mal. Aquello de ser arrancado de las garras del sueño sin quererlo resultaba algo cruel, desde luego. Era una sensación que todo el mundo habría tenido alguna vez, estaba seguro, y que pocos de los desafortunados habrían disfrutado. Porque cuando uno deseaba despertarse lo hacía por sí mismo, sin sufrimientos. El cuerpo sabía de aquello.

-No te preocupes. Sigue durmiendo si quieres -le dije con suavidad, una vez hubo hablado. Su voz pedía aquello, desde luego. No dejaba de resultarme tierna, pese al tono. O precisamente por él-. Yo iré ahora...

También estaba cansado. El viaje había sido largo y notaba el cuerpo pesado. Me había dado toda la prisa posible. Por suerte el brazo no me dolía, y aquello metalizado no tardaría en caer, por lo que las heridas no eran un verdadero problema...
Estaba el regalo, pero no merecía la pena si para dárselo tenía que hacerla sufrir.

Me quité la capa en primer lugar, doblándola y dejándola a un lado.

La voz se oye de nuevo, y no tengo muy claro qué pensar al respecto. Tampoco me lo planteo mucho, la verdad. En seguida doy media vuelta de nuevo, con un gemido quejicoso, y me acurruco de espaldas al ruido, arrebujándome bien bajo las mantas.

Lo oigo a mis espaldas, creo, aunque no soy del todo consciente. Sin abrir los ojos y en la oscuridad, no tengo muy claro dónde termina el sueño y empieza la realidad. Aunque, en mi estado de duermevela, no me importa demasiado.

La falta de respuesta indicaba que, de hecho, la emocionaba más mi sueño que mi presencia. Aunque ella siempre había sido de despertar difícil. Y quién querría despertarla viéndola (o sin verla) tan apacible... ¡Menudo bastardo!

Me deshice de la ropa, poniéndome algo más cómodo, y no tardé en acudir junto a ella, sintiendo extraño el tacto de la cama que llevaba tanto sin ocupar. Y más su presencia. Uno se acostumbraba a las noches solo, aunque fuese en el mal sentido.

Tras un leve momento de duda, me acerqué a ella, rodeándola discretamente con los brazos, con mucha satisfacción para mí, acercando la nariz a su pelo y aspirando un instante, suave.
Quizás había muerto en la misión y aquella era mi recompensa por una gran vida, porque después de tanto tiempo fuera poder tocarla resultaba como un gran sueño, desde luego.

Ya estaba perdiendo de nuevo la conciencia cuando sentí la cama moverse, impidiéndome caer del todo en el sueño. Aunque tampoco me despertó gran cosa. Cuando sentí los brazos rodeándome, dejé ir un nuevo suspiro suave y me acomodé en el hueco, aprovechando el calor repentino, que no se echaba de más en una noche de invierno como aquella.

No respondí de ninguna otra forma. El sueño me vencía sin que pudiera evitarlo. Tampoco quería. Estaba cómoda y adormilada. ¿Por qué iba a evitar dejarme llevar, cuando mi cabeza ni siquiera se había llegado a asentar del todo en aquel repentino despertar?

Cuando se me acercó un poco no pude reprimir la sonrisa. Era mejor, desde luego, no interrumpir su sueño, porque incluso sin estar despierta resultaba encandilante. Era parte de aquel encanto natural que no dejaba de verle, como si un aura extraña la envolviese.

-Buenas noches -susurré, bajo, pausado, rozando su pelo con los labios, cerrando ya los ojos.

No había forma de no disfrutar de aquella sensación. Era mejor que cualquier otra, de alguna forma. Aquella tranquilidad...
Incluso yo estaba cansado. Incluso yo me dormía, lentamente, pesado y cansado por el viaje.
Y con ella allí resultaba, desde luego, infinitas veces más agradable.

*fin de escena*

*FdR: pausa e.e

LA HABITACIÓN DE COSTUMBRE

Al final, aunque me paré por el camino para darme una ducha rápida para no llegar tarde, terminé llegando antes que ella. Aunque ella no había determinizado qué era tarde y qué temprano, así que tenía sentido.
De todos modos, no podía faltar mucho, claro. Lea no solía quedarse hasta muy tarde fuera, aunque siempre había noches en las que lo hacía, claro. Pero suponía que, si me había dicho aquello, no era una de aquellas.

Me senté en la cama y me descalcé, pensativo. Seguramente estaría con Vilo, de paseo. En los últimos días, y ella me había contado que ya antes de que yo hubiese regresado era así, Vilo dormía a veces en el bosque. Si aquello seguía así quizás no le quedase demasiado tiempo a aquella habitación...

*se queda*

FdR- Nunca se había dado lo de hoy, pero como la habitación del pasillo representa diferentes lugares no creo que haya problema XD

Cuando abro la puerta, Rick ya espera sentado en la cama. Debí imaginarlo. De hecho, reconozco que una parte de mí ya contaba con ello. Creo que no es lo esencial ahora. No habría cambiado gran cosa que yo hubiera aparecido antes que él, en realidad. No tengo muy claro qué ocurrirá a partir de este momento. Pero juguemos un poco.

Clavo en él una mirada seria y segura, sin un atisbo de sonrisa en el rostro. Tampoco puedo decir que tenga un aspecto grave o preocupante. Simplemente, actúo con normalidad, como si nada fuera bien ni mal en aquel momento. Tras entrar en la sala, cierro la puerta y me vuelvo hacia él, ladeando ligerísimamente la cabeza.

-Desde luego, atiendes cuando te conviene -apunto, sin señalar de ninguna forma si es un cumplido o un reproche.

Avanzo algunos pasos hacia él y le tiendo el paquete que tengo en las manos, sin acomodarme. Empecemos por lo más básico.

-Felicidades -le digo, de pie frente a él.

Cuando abrió la puerta me estaba descalzando, finalmente. Llevaba el día de un lado para otro y no me apetecía demasiado andarme con formalismos allí. Ya me había acostumbrado a la sencillez de la vida en Brontë, en aquel aspecto. En casa siempre había que mantener una rectitud.
Y ni siquiera exactamente. Realmente en la intimidad de mi cuarto podía tomarme bastantes libertades.

La saludé con una sonrisa, en primer lugar, alzando las cejas. Hice amago de levantarme y, cuando habló, terminé por hacerlo. Aunque la sonrisa se volvió algo confusa.

-Bueno... Intento que sea siempre, creo.

Lea estaba muy arreglada. Y más aún teniendo en cuenta la hora que era. Y que no íbamos a salir a ningún sitio. Quizás con el aniversario de aquel suceso se había puesto formal.
No...
Un hombre no debía confundir formal con...

-Estás muy guapa -le dije, en primer lugar. Y no porque un hombre tuviese que ser amable cuando una mujer se preparaba (¡Y siempre!), sino porque era cierto. Y además...-. Te noto algo diferente...

Traté de distinguirlo. El pelo... Los ojos... La piel... ¿Sería la piel? Los labios...
Los labios...

Alcé de nuevo las cejas, sorprendido, cuando me ofreció el paquete. Ni me había dado cuenta de que lo llevaba. Me sentía un tanto aturdido.
En seguida sentí un cosquilleo subirme desde la boca del estómago, y antes de siquiera coger el regalo, la abracé, efusivo, en un arrebato.
También notaba el pulso algo acelerado. De la emoción.

-Gracias -dije, al separarme, mirándola. Desde luego, estaba especialmente guapa...-. Muchas gracias. No era necesario que...-. Me sentía un poco aturullado. Miré el paquete un momento-. Voy a... ¡Voy a abirlo! Abrirlo, es decir...

Me apresuré a hacerlo. Notaba las manos algo torpes, pero no rompí el envoltorio, pese a que lo haría todo más rápido. Porque quizás lo hubiese envuelto ella.
Lo primero que vi fue la tela, verde. Pronto sostenía con sumo cuidado un chaleco con un estampado propio de Ignis. Era algo sencillo, pero era perfecto.
La miré de nuevo. Estaba envuelta en aquella aura de perfección, de ser la mujer más...

Cuando me di cuenta de que llevaba un par de segundos en silencio y tenía la boca ligeramente abierta, como un tonto, agité la cabeza. ¡Qué falta de respeto, Mithos!

-Es perfecto -declaré, y tragué saliva. Mithos, ¿qué pasaba? Y mis palabras? Era como si me acabase de despertar y la cabeza no funcionase correctamente-. Muchas gracias-. Hice amago de ir a abrazarla otra vez, y al final fue un gesto breve. Su olor había cambiado un poco. Tuve ganas de acercarme de nuevo a comprobarlo-. Debería... Debería probármelo. Debería ponerme una camisa y probármelo -declaré, aún sin moverme.

Cuando quise darme cuenta, mis ojos se habían deslizado por ella, recorriendo los botones de su camisa, uno a uno. Los desabrochaba con la mente, de memoria. Veía caer la ropa y luego...
Aparté la vista, subiendo de nuevo a sus ojos, algo apurado, cuando me encontré mirando la zona entre sus piernas, pensativo. ¿Acaso no sabía comportarme más que como una burda bestia maleducada? Demonios...

-Voy ahora -murmuré, algo contrarizado, volviéndome para ir a buscar mi ropa.

Una camisa...

Tengo la sensación de que la poción ha hecho su efecto. Me alegro. No querría descubrir que he perdido parte de un objeto que, cuestiones de este tipo aparte, considero muy útil. No me gusta malgastar las cosas. Pero si esto tiene el efecto deseado, consideraré que le he dado buen uso.

Lo dejo expresarse, aunque sin darle rienda suelta. Llego a sentirme algo culpable, ya que es evidente que no sabe a qué atender. Le cuesta concentrarse. Voy a jugar solo un momento. Después me ocuparé de aliviarlo. Esto no consiste en hacerle pasar una noche angustiosa, después de todo.

Me dejo abrazar, y llego a sonreír con suavidad cuando me da las gracias.

-No es perfecto -corrijo, pese a todo-. Imagino que tendrás otros tantos mucho mejores, pero no quiero discutir eso. Este lo he escogido yo, sencillamente. Supongo que es el mayor valor que puedo darle -. Asiento cuando habla de probárselo-. Sí, a ver cómo te queda.

Cuando consigue por fin despegarse de mí y va a cambiarse, aprovecho para tomar asiento sobre la cama. Desde mi posición, lo observo con cierto aire de diversión. Supongo que, por egoísta que suene, en parte me estoy regalando algo a mí misma. O a mi ego, al menos. Yo también pienso disfrutar de esto, después de todo.

Juego con la punta del pelo, que ha caído junto a mi mano apoyada y me hace cosquillas en el dorso. Mientras, observo cómo se cambia y espero a que lo tenga puesto. Lo escruto con ojo crítico. No sé si me convence el color, pero tendrá que ser él quien lo combine. Por lo demás, no le veo mayores defectos.

-Creo que he acertado con la talla -comento. Me acomodo un poco más en la cama, pasándome el pelo por encima del hombro para no pisármelo y acercándome un poco más a la cabecera. Cuando vuelvo a hablar, lo hago analizando su expresión con atención, con el gesto muy serio-. Ahora solo falta que vengas a que te lo quite. Así podrás probarme a mí también.

La escuchaba, y parecía que sonaba algo más distante. No era que no la oyese, pero su voz parecía... No, era más bien mi cabeza, que estaba como si la hubiese metido debajo de el agua, de alguna forma.

-Es que ese es el mayor valor que puedes darle -respondí, sintiendo mi voz como algo ausente. Como si no prestase de todo atención a mis palabras. ¡Y quería! Quería... Quería explicar por qué aquel chaleco era verdaderamente perfecto-. Me lo has dado tú. Es perfecto. Pero, además de eso, es bonito.

Carraspeé un momento.
La camisa. La camisa.

Me deshice primero de lo que ya llevaba. Abotonarla me resultaba tremendamente cansado. Tremendamente inútil. Y a ratos la miraba, sin poder evitarlo. Cuando me di cuenta, había abrochado un botón en el ojal que no era.
Menudo innoble estúpido...

-¿Has usado una colonia? Al abrazarme me lo pareció.

E, incluso si me concentraba, me parecía notar un embriagador olor saliendo de ella, pero no era ninguno especial. Si me centraba en diferenciarlo, no podía.

Cuando por fin me lo puse, esperé a que hablase. Parecía moverse más despacio. Parecía poder diferenciar cada movimiento que hacía. Podía hasta ver el movimiento de su pecho, subir y bajar, con cada respiración. Y como...
Me froté la nariz un momento, concentrándome.

-Ah...-. asentí, moviéndome un poco-. Sí. Está bien. No me molesta en ningún sitio... ¿Y qué tal me queda?

Las palabras que pronunció a continuación fueron como una sacudida por todo el cuerpo. Una especie de quejido extraño se me escapó de la garganta, tendiendo a agudo. No tardé en asentir, aturdido, y me vi arrastrado a ella casi sin darme cuenta. Me senté a su lado, algo tenso.
Me sentía realmente raro. Como si pesase muy poco. Como si la cabeza pesase muy poco. Y como si Lea emitiese el aura más atractiva del mundo...

¿Y no lo había hecho siempre?
No tenía comparación... Era la mujer más atractiva del mundo. Ninguna otra podría llegar jamás a su altura. Más que las demás. Más que todas las demás juntas.
Debía ser completamente servil. Debía obedecer lo que me dictase.
O quizás debía arrancarle la ropa y tenerla allí.
No, allí no...
Sobre el suelo. Sobre el suelo sonaba mucho mejor.

No lograba decidirme.

Ya sentía la respiración algo acelerada, y ni la había tocado. ¿No sería aquello una enfermedad de invierno?

Asiento con suavidad, observando sus movimientos nerviosos. Quizás tendría que haber usado menos. ¿Es eso posible? Media gota. Lo dudo. ¿Se extenderá igual por todo el cuerpo o será más patente donde la he aplicado? Me asusta un poco lo segundo; lo veo capaz de volverse loco y matarme. Soy capaz de ver su tensión como si estuviera medida por un termómetro, justo ante mí.

-Me he puesto unas gotas, nada más -reconozco-. Vaya, no quería que te dieras cuenta. Solo era un toquecito. Supongo que hoy no se te escapa nada.

Espero a que se siente. Tengo que actuar con mucha calma, o acabará por saltar. Todavía puede aguantar la tensión. Reconozco que crea un ambiente especial, uno que me anima a compartir eso en lo que, por más que lo intente, no puede dejar de pensar.

Debo moverme despacio. Muy despacio... Acabo por llegar junto a él, pegándome a su espalda y abrazándole el cuello desde atrás. Estoy tentando demasiado y lo sé, pero no puedo resistir la idea. Es demasiado divertido. Aspiro lentamente su aroma, más atrayente por su propia excitación, y separo los labios junto a su cuello, como si fuera a atacarlo en cualquier momento. Pero, en lugar de eso, me dirijo a su oído.

-Esta noche estás hechizado -confieso en un murmullo-. Es parte de tu regalo. Espero que sepas darle uso.

Asentí, con torpeza, mientras me acercaba. Ya me costaba apartar los ojos de ella. Era como si tuviese el cuello bloqueado, y los ojos. Como si fuese una estatua y me hubiesen colocado mirando en aquella dirección. Y no podía hacer nada por evitarlo, pero no pasaba nada, porque lo que tenía ante mí era lo que más merecía la pena contemplar.
No.
Lo único.

-Huele bien-. La voz me salía rara. La notaba un poco animal, como acercándose a un gruñido, y nada quería menos que gruñirle a Lea. Además, notaba los latidos retumbar en los oídos, cada vez más fuerte-. Aunque tu olor en sí mismo es mejor. Pero ahora los dos se mezclan. Y es como si llenasen mi cabeza y entonces...

Cerré los labios. Estaba diciendo lo que pensaba, pero no quería ponerme a divaguear allí, sin razón.

La sentía acercarse a través del aire. Me parecía imposible, pero era como si el calor que ella emitía fuese tan alto que era palpable. La notaba avanzar sin necesidad de mirarla. Y cuando la noté abrazarme no pude evitar soltar un suspiro algo agobiado.
No sabía si sentirme bien o preocuparme. Incluso con ropa notaba su cuerpo muy cerca, como si ninguno la llevase.
Y ojalá ella no la llevase.

Se acercó a mi cuello. Ojalá lo mordiese. Notaba tanta tensión que me sorprendía no temblar.
Miraba al frente, en aquel momento.

-Siempre estoy hechizado -murmuré con voz algo ronca.

Aquello... ¿Aquello significaba que podía hacer lo que desease? ¿Me permitía acceder a ella, tan elevada? ¿Podía un hombre insignificante como yo tocar siquiera la piel de...?

Volví el rostro hacia ella, despacio. La busqué con una lentitud contenida, casi delicado. Sin embargo, y sin poder hacer nada por evitarlo, cuando mis labios la rozaron...
De pronto ya no parecía tan difícil alcanzarla, de pronto perdía el control y ya solo pensaba en devorar cada centímetro de su cuerpo. Debía pertenecerme. Haría que me perteneciera.

Ataqué a su boca, volviéndome cada vez más hacia ella, queriendo abarcarla, sintiéndome repentinamente grande, poderoso, capaz de hacer, de hecho, todo lo que desease.
Podía ser capaz de hacer todo lo que desease. Debía ser capaz de hacer todo lo que desease.
Necesitaba saciar aquella repentina sed.

Resulta difícil contenerlo. Me crea a mí una cierta tensión. Tengo al sensación de que queda en mis manos el deber de controlarlo, pero que no podré hacerlo. Quizás he desatado más de lo que debería. Por el momento, responderé. Espero que esto no se vaya de las manos. No a mí, al menos.

Lo dejo atacar, respondiendo a su ataque. Me gusta dominarlo, pero creo que hoy ya he ejercido sobre él toda la dominación posible. Hoy la atracción de mi cuerpo es más poderosa que la autoridad de mi mente. Y me veo obligada a responder con un ritmo acelerado, buscando en gestos la forma de recordarle que tenga cuidado de no hacerme daño. Porque esto es solo el comienzo y ya resulta brutal.

Trato, de todas formas, de imponerme como hago siempre. Todavía lo rodeo con los brazos, y pegada a él, voy girando mi posición hasta quedar a su lado. El siguiente paso es sencillo y, considero, tentador y efectivo. Paso una pierna sobre las suyas y me sitúo a horcajadas, sin apoyarme sobre él. Ya he visto el bulto de su pantalón, pero tendrá que contenerlo un poco más.

Dudo que me haga caso, pero trato de empujarlo sobre la cama para tener hueco con que recorrerlo. Trataré de bajar por su mandíbula, de atacar al cuello. Conozco los puntos más sensibles y las mejores formas de hacerlo reaccionar. Si consigo la movilidad suficiente, esa información será muy útil esta noche.

FdR- Ese momento en que el sexo pasa a narrarse como se narraría un combate XD

Todo pasó de tener un absoluto sentido a, simplemente, suceder. Y de pronto el mundo se movía de una forma extraña, como a saltos, y escuchaba mi respiración acelerada como si me respirase a los oídos, tan cerca como si no fuese yo. Como si estuviese fuera de mí.
Estaba fuera de mí.
Dentro de ella.

Costaba contenerse. Ya no diría "contenerse", en aquella situación. Mi cuerpo se movía por un instinto tan extraño que no recordaba haberlo sentido antes. O sí lo había sentido. Pero aquel instinto siempre tenía algo por encima. Por encima de los impulsos más primarios siempre había una voz, una voz que hablaba y contenía y guiaba y hacía y deshacía. Pero en aquel momento la voz no hablaba. Y si hablaba solo era para decir una cosa: "devórala, devórala, devórala". Ni siquiera parecía importar demasiado si ella quería ser devorada o no. Ni siquiera tenía claro si seguía mis gestos porque lo deseaba o de si, realmente, se debatía, tratando de huir de mí.

Cuando la sentí sobre mí alcé la cadera en un impulso, buscando presionarme contra ella. Y al mismo tiempo una mano, firme, la atraía hacia abajo, autoritaria.

Noté a tiempo sus intenciones. Buscaba tumbarme, entreví en medio de aquella niebla. Busqué un momento sus ojos. Me costaba enfocarlos, pero lo logré. Sin embargo, en vez de permitir su avance, dispuse yo el mío.
Tumbado era una presa. Yo no era una presa.

Busqué tumbarla yo, en lugar de dejar que me tumbase. Me encontré, de pronto, asiendo una de sus muñecas, pegándola a la cama sobre su cabeza. De aquella forma podría inmovilizarla. No necesitaba fuerza, solo firmeza.
Era grande. Era fuerte. Podía reclamar lo que quisiese como mío. Podía hacerlo.

Había aprovechado la posición que ella me había facilitado para mantenerme entre sus piernas, pero aún había mucha ropa por el medio. Demasiada.
Deseaba arrancarla. Un tirón bastaría. La ropa era frágil.

Terminé en su boca y bajé a su cuello, recorriéndolo y aspirando al mismo tiempo. Desde luego, aquel olor mezclaba el desconocido con el suyo, y parecía inundarme más que nunca. Era como si ya pudiese tenerla solo con aspirarla, pero no era así.
La recorrí, la acaricié, succioné. La mano contraria, en el muslo, la asía, la recorría. Y los latidos, en los tímpanos, eran cada vez más fuertes.

El descenso continuó hasta el primero de sus botones y entonces, en la camisa, en aquel punto, apoyé la frente un momento, muy breve. Cerré los ojos con fuerza y dejé ir un resoplido.
Me quemaba desde dentro. O quizás desde ella hacia dentro.

Parece que mi plan se desbarata en un momento. Porque él mantiene su fuerza sobre mí, pero desoye cualquiera de mis indicaciones. Así que no tardo en verme vencida. Cuando busca mi cadera trato de alzarme para evitarlo, pero no me lo permite. Por supuesto, tampoco accede a tumbarse, sino que me tumba a mí y me aprisiona bajo su cuerpo. Es como si hubiera perdido su identidad en el deseo.

Resulta difícil de controlar; más de lo que había pensado. Trato de ralentizar sus gestos con los míos, pero parece como si los despreciara. Ya no me busca: busca mi cuerpo, sin más. No es algo a lo que esperara enfrentarme.

Cuando apoya la cabeza en mi pecho, aprovecho para tirarle con fuerza del pelo, en un intento por alzarlo, por obligarlo a verme o, al menos, a mirarme. Mantengo el gesto serio, aunque no puedo evitar que la situación me haga jadear ligeramente. Es demasiado brusco.

-Rick, escúchame -digo, muy seria-. Si no bajas el ritmo, me iré.

No sé si tengo derecho a pedirlo. Esto es cosa mía, después de todo. Pero eso no justifica que me haga daño. Si no se controla ahora, no sé qué hará una vez me quite la ropa o me penetre. Dudo que entonces sea posible hacer nada.

Trato de imponer mis gestos, más suaves, sobre los suyos.

Hablaba.
Hablaba. ¿Qué decía?
Dijo que se iría. Enseguida noté una angustia extraña recorriéndome. Y tuve ganas de apretar más las manos que la sujetaban y de demostrarle que no podría hacerlo. Porque ella no podría marcharse por más que lo intentase si yo la aprisionaba. Era más fuerte.
Pero, de todos modos...
Aquel momento de descanso en el que ella había hablado llamó a la voz, por un momento. Y, aunque turbia, la mirada se fue asentando un poco en ella.
En Lea, que estaba envuelta por aquel halo extraño y perfecto. ¿Cómo podía haber sido tan burdo? ¿Cómo podía haber usado la fuerza con ella de aquel modo? ¿Cómo había pretendido robar lo que ella me había ofrecido?

Solté la mano que sujetaba su muñeca, deslizándola por esta hacia arriba, hacia su mano, entrelazando los dedos un instante.
Aquello era lo correcto. No debía olvidar aquello. Que era Lea.
Cuando la solté la apoyé sobre la cama, liberando definitivamente su brazo.

-Lo siento -me escuché decir, sin ni siquiera tener claro haber dado la orden.

Me aparté un poco, dejando algo de espacio, que no era tanto pero me parecía una distancia enorme, respirando agitado, acelerado, tratando de apaciguarme un poco.
No debía olvidarlo. Que ella importaba más que yo. Era tan difícil..., pero no debía olvidarlo. Porque si la hería no merecería volver a mirarla.

No tenía muy claro que fuera a servir de algo, pero sirve. Llego a sentirme suspirar, aliviada, sin llegar a abandonar los jadeos. Le acaricio un momento los dedos cuando roza los míos, pero también lo dejo alejarse. Me incorporo.

Cierro un momento los ojos. Inspiro. Suelto el aire. Lo miro. No debe salir mal. Era un regalo. Lo sigue siendo, de hecho. Así que no puede salir mal. Me obligo a esbozar una pequeña sonrisa.

-Estate quieto -pido, con voz suave pero firme.

Procedo, entonces, a desnudarme por mí misma. Sé que le gusta hacerlo él, pero no cuento con que se contenga y no me destroce la ropa. No es algo que pueda asegurar, y aunque no sería un problema terrible, prefiero evitarlo.

Una vez he terminado, lo llamo de nuevo.

-Sé que sabes cuidar un regalo -afirmo, pese a que nunca he tenido ocasión real de comprobarlo-. Demuestra que no me equivoco.

No me acerco. Espero a que sea él mismo el que me reclame. Sé que no va a poder evitarlo. Eso es lo que más seguro tengo en este momento.

Dentro de aquella repentina calma, tan tirante que sentía que podría quebrarse en cualquier momento, fui recuperando un poco la noción de mí mismo y de la situación. Y, aunque la escuchaba distante, asentí, y obedecí, contemplando cómo revelaba cada centímetro de su cuerpo para mí, sin que pudiese hacer más que quedarme inmóvil, contemplando, absorbiendo, deseando arrancar yo mismo cada prenda y tomarla, pero consciente de lo que aquello conllevaba.

Porque, pese a todo, debía saber preservar lo que quería. Y, por encima del deseo, de aquella contención inhumana, del aura que sentía emanar de ella llamándome a gritos, yo quería a Lea.

Cuando toda la piel se reveló sí me notaba temblar un poco. Y ya me notaba tenso otra vez, listo para saltar, cuando volvió a hablar. Y aquella vez la miré un momento más, asimilando las palabras, y me noté asentir.
Era un regalo. Claro.

Me acerqué de nuevo, despacio, rígido por la contención. Extendí una mano hacia su cuello, rozando con los dedos la marca que le había dejado antes, en la que no me había fijado hasta aquel momento. Me acerqué con la boca, tras la mano, rozándola entonces con los labios, amagando un mordisco que no la atrapó. Desde allí bajé por su cuello hasta su hombro. El brazo lo recorrí por la cara exterior con besos suaves, y aunque algo me llamase a atacar, siguiendo su cuerpo de aquella forma terminaba por hacerse más fácil.
Al llegar al codo me ayudé de las manos para invitarla a alzarlo y recorrer el camino de vuelta por la cara interior hasta la axila.

Cada centímetro irradizaba aquella fragancia atrayente. Y no era necesario atacar para obtenerla porque ella me la había ofrecido.
Era un regalo.

Al llegar allí recorrería la curvatura del pecho, y de allí me dirigiría al centro, cerrando ya los ojos, no pudiendo diferenciar nada a una distancia tan corta.
Aunque lo que más me llamaba estaba abajo. Y, si bien recordaba, de alguna forma, que siempre solía acabar siendo así, en aquel momento parecía que verdaderamente hubiese algo entre sus piernas que me atrajese con una fuerza extraña, diferente.

Llega a sorprenderme que sea capaz de controlarse, pero lo agradezco. Al verlo contenerse, me expongo a él sin reparo. Aparto la cabeza para darle acceso al cuello, y acerco la piel allá donde quiere tocarla, facilitando los movimientos y colaborando con lo que pide. Llego yo misma a impacientarme por la repentina tranquilidad, pero me obligo a esperar. Sé que tendré tiempo de enfrentarme a un ritmo bastante más duro, y no está de más disfrutar de aquello que relaja el cuerpo.

Viendo su afán por continuar el recorrido por mi piel, que poco a poco se me va haciendo cada vez más agradable, llego a girarme en la cama, obligándolo a prestar atención también a mi costado, a mi espalda a esas escamas que la van marcando en el descenso de la columna. Incluso al pelo, que se enreda aquí y allá, demasiado largo para no estar en todas partes.

Él mismo me pide ciertos movimientos, pero yo añado a esos otros de mi propia voluntad. Sé que no tardaré en reclamarlo yo misma para librarlo de esa ropa. Me extraña que no le agobie el contacto con ella en su situación.

FdR- Pausa