Habitación del pasillo

Mantenía la concentración mientras ella me abría paso por su cuerpo y, aunque el hecho de que las zonas por las cuales me conducía no fuesen las más sexuales, de alguna forma, no me ayudase a dejar de sentir aquella opresión que me lanzaba hacia ella ni un poco, lo cierto es que si disolvía muchos de mis pensamientos, ayudándome a relajarme mínimamente. De alguna forma, en medio del caos que inundaba mi cabeza en un momento como aquel, era capaz de recordar todas las veces que había deseado hacer algo como aquello: detener durante un momento mis acciones, las caricias directas que ella me imponía como principales en tantas ocasiones, para recorrer centímetros de su piel que yo seguía queriendo reconocer.

Descendía por el costado, por la espalda, y aunque al principio era en besos suaves, casi como un reconocimiento, poco a poco me aceleraba también haciendo aquello, en gestos que iban recuperando la intensidad, la voracidad. Seguía siendo parte de ella, al fin y al cabo, y de aquella perfección que emanaba aquella noche más que nunca, como si surgiese de cada uno de sus poros especialmente para mí.

Me detuve al alcanzar la nalga, tomándome la libertad de atrapar algo de piel entre los dientes, poniendo fin de aquel modo a un descenso cada vez más abrumto.
Jadeante, me separé de ella, alzándome arrodillado en la cama, junto a su cuerpo. Viéndola de aquel modo parecía tan sumamente fácil acceder a su cuerpo...

Me desabroché el primero de los botones de la camisa con un jadeo algo más sordo. Entonces, cuando estaba a punto de deshacerme de la ropa como fuese, lo más rápido posible, recordé de nuevo sus palabras, y que llevaba encima el regalo que ella me había hecho: el chaleco.
También debía cuidarlo.

Conteniendo la tensión, en gestos torpes que resultaban incluso algo violentos, comencé a tratas de deshacerme de él primero. La camisa no importaba tanto; ya vería cómo me deshacía de ella llegado el momento. Tenía otras tantas iguales.
No era importante.
No era nada importante en aquel momento.

Parece relajarse definitivamente, y es de agradecer. Sigue osado. Sigue ansioso por continuar. Pero es capaz de detenerse a disfrutar de lo que obtiene, en lugar de desecharlo en busca de algo más. Le permito recorrerme, con la cara en dirección a él para vigilarlo. Pese a todo, de vez en cuando me permito cerrar los ojos y abandonarme al tacto, que resulta agradable desde que dejó de ser tan rudo.

No puede, pese a todo, evitar acelerar el ritmo a medida que avanza, pero no llega a resultar brusco. Le abro paso para acariciarme, para probarme y hasta para morderme, sintiendo el efecto de su avance en mi propio cuerpo, aunque evidente en menor medida de lo que él pueda sentir ahora. Vuelvo, de todas formas, a sentirme deseada, y aprovecho para disfrutarlo.

Llego a alzar la cadera para él cuando alcanza la nalga, pero se contiene. Vuelvo a abrir los ojos, viéndolo actuar. De nuevo, pierde el control. Pero, en algún momento, lo recupera y trata de mantener la calma. Cierro un momento los ojos, suspiro y me giro ligeramente hacia él, sin llegar a darme la vuelta. Observo con media sonrisa divertida cómo cuida el chaleco mientras se lo quita. Pienso en ayudarlo, pero decido dejar que lo haga él mismo. Me limito, mientras tanto, a tensar las curvas de mi cuerpo en un gesto sutil, haciéndolas más evidentes.

Conseguí mantener aquella tensión antinatural mientras me quitaba e, incluso, doblaba el chaleco, aunque no a la perfección. Algo alterado, miré a mi alrededor, notando como cada segundo que pasaba me tensaba un poco, me frustraba un poco.
Terminé por alargar el brazo hacia la mesilla, teniendo que inclinar hacia ella el cuerpo también para poder alcanzarla y dejar el chaleco sobre la superficie. Al mismo tiempo, mientras tanto, peleaba con el segundo de los botones con la mano contraria, alterándome un poco al no conseguirlo. Era tan pequeño que, de alguna forma, notaba como si se me escapase entre los dedos, no dejándome agarrarlo correctamente.
Terminé por arrancarlo de un tirón, sin prestar atención al sonido que hacía al caer al suelo. Después de aquello, como si hubiese funcionado la amenaza, los otros salieron más fácilmente cuando di un nuevo tirón a los pliegues de la ropa, sin llegar a rasgarl, y pronto lanzaba la camisa también al suelo de un gesto brusco, sin perder el cuerpo de Lea de vista desde hacía ya rato. Era aquel el mayor motivo por el que notaba la prisa presionándome, claro.

Notaba la mandíbula algo rígida y tenía los ojos puestos en ella. En cada pequeño movimiento, en cada gesto... Y su expresión...
Ella era como...
Era como...

Fui hacia ella, o debería decir que volví hacia ella, a buscarla de nuevo. Los labios, el cuello, notando cómo los latidos volvían a crecer en los oídos, taponando mi cabeza, de alguna forma.
Descendí hacia el pecho, a acariciarlo, entreteniéndome poco antes de acceder al centro, de succionarlo, de acariciarlo con la lengua, de diferenciar cada textura, de sentir los latidos en los oídos, retumbando, y aquella sensación que emanaba de su piel hacía mí. ¿O era yo?
Al mismo tiempo, la diestra bajaba por su cintura, por su vientre, por su cadera y buscando hacerlo luego por el muslo, comenzando fuera y acariciándolo hacia el interior, queriendo a acceder de una vez al punto que parecía llamarme con más fuerza que los demás. Quería tocarla, saber hasta qué punto reaccionaba ella a mis gestos. Quería saber si aquella sensación agobiante, aquel deseo extraño que me volvía tan tenso era correspondido.
Quería tenerla. Quería devorarla. Pero no podía hacerlo sin más porque no dejaba de tener la sensación de que el momento en el que liberase un poco más de aquel ansia que atacaba a mis sentidos volvería a no ser capaz de recobrarla.

Lo observo mientras trata de desnudarse, con tan poca maña que me veo obligada a alzar una ceja. Tampoco es un gesto que vaya a llamar mucho su atención ahora mismo, me parece. Ni tampoco un asunto que a mí me preocupe demasiado. Estamos a otra cosa.

Apenas se está deshaciendo de la camisa cuando yo me alzo de nuevo en la cama, sentándome, recogiendo una pierna bajo el brazo mientras espero. Y no es que tenga que esperar mucho antes de que me reclame de nuevo, directamente con la boca, recorriéndome. Respondo a los besos, abro camino en la piel, me inclino ligeramente hacia él incluso. Me permito incluso atraerlo un poco cuando alcanza mi pezón, animándolo a continuar con esos gestos que ansía, a probarme y disfrutar del sabor que encuentra.

Abro también las piernas a su paso, dándole acceso. La mano derecha desciende desde su pelo hacia la suya, encontrándola entre mi piernas y presiónandola contra mí, mientras dejo ir el aliento contra su pelo. Sí, seguramente eso sea lo que busca por encima de todo lo demás. Espero que encontrarlo no lo vuelva loco. Por el momento, dejaré que lo disfrute.



FdR- Pausado

Pronto me hallé entretenido en su cuerpo. O más bien hechizado, que era lo que había dicho ella al principio. Hechizado, encendido, ardiente. Y aunque sentía incómoda la opresión en la ropa interior, lo cierto era que me preocupaba menos de lo imaginado en aquel momento. Porque algo en mí deseaba devorarla por encima de todo lo demás.
Parecía imposible recorrer cada punto de su cuerpo con la boca, pero aspiraba a hacerlo. Lo deseaba con toda mi ansia.

Cuando su mano me apretó contra sí, no pude reprimir un jadeo, intensificando aquel contacto, atrapando su pezón entre los dientes y tirando un instante hacia mí con suavidad mientras los dedos comenzaban a moverse contra ella. Y no sabía cuál de los dos era el incitado con aquel gesto, porque me nublaba poco a poco solo con sentirla.
Necesitaba descender a ella. Acceder a ella.

Me pasé al pecho contrario, arrastrando los labios por su piel en el camino, pero tampoco en aquel fui capaz de mantenerme demasiado tiempo. Pronto iba bajando por ella, recorriendo la curvatura primero, llegando al costado.
Espiré por la nariz, apurado. Me moví entonces en la cama, soltándola, sintiendo difícil el separarme de ella, cesar el contacto, aunque fuese brevemente.

-Ven -le pedí con un tono que se me hizo extraño, en un amago de jadeo, dando una palmada suave en el borde de la cama, pidiendo entre aquello y un gesto que se sentase en aquel lugar.

Mientras tanto, yo descendía al suelo para arrodillarme frente al lugar que esperaba que ella ocupase.
Me gustaba la idea. Sentía, en medio del caos ardiente que me envolvía, que quería arrodillarme ante ella de aquel modo, entre sus piernas, en la más fiel muestra de pleitesía que se me ocurría en una situación como aquella.
No era rebajarme, aunque lo haría de ser necesario. Sería su siervo y haría lo que me pidiese con la condición de que, por favor, me dejase acceder al lugar que parecía llamarme, de alguna forma.

Dejo ir un suave gemido cuando siento la intensidad con que responde a la incitación, cerrando suavemente los ojos. Me gusta sentirme recorrida, y especialmente cuando veo en él un interés tan notable y sincero. Mantengo una mano entre su pelo, pero retiro la que he colocado entre las piernas, dejando que él mismo decida solo los movimientos. Después de todo, sé que sabe hacerlo como me gusta.

Llego a hacer amago de tumbarme a medida que va recorriéndome y descendiendo con la boca, y llego a sorprenderme cuando se retira. Puedo ver todavía su ansia por tomarme, y me resulta extraño que pueda renunciar a ella.

Su voz al reclamarme, apenas un jadeo ahogado, corresponde mucho mejor con su estado. Lo veo arrodillarse, casi con más rapidez de la que pueda resultar interesante, volviendo lo que podría ser una invitación un ruego. Lo miro un momento, sabiendo exactamente qué es lo que ruega.

Llego a sonreír, casi de forma malévola.

-No -rechazo, echándome hacia atrás en la cama, dejando espacio ante mí-. Si me quieres, túmbate en la cama. Vamos a jugar los dos.

Acaricio la colcha, invitándolo a subir a ella. Yo también tengo mis caprichos, embriagada o no.

El "no" resultó contrarizante, frustrante de algún modo. Y en mí algo quería atraerla con un gesto ávido, hacerla colocarse allí de todas formas. Quería apoyar la cabeza en sus muslos, a corta distancia de ella, y aspirar su aroma. Pero ella no quería permitírmelo.
Con gesto algo agobiado, llegué a mirarla, pero el resto de su mensaje llegó a mí. Y aunque no era lo que había pedido, no podía rechazarlo si implicaba obtenerla, por lo que enseguida me alzaba de nuevo para ir tras ella, que parecía distanciarse, haciendo que unos pocos centímetros pareciesen mucho más con cada segundo que no la notaba.

Me encontraba en un extraño estado de necesidad. En cuando la rocé de nuevo con la mano sentí que me calmaba un poco y que despertaba una mayor excitación al mismo tiempo. Llegué a enzarzarme de nuevo con ella, olvidando mi meta por un momento, buscando su boca, su cuello, sus pechos, la curvatura de su hombro... Sin embargo pronto volvía un poco en mí y terminaba por tumbarme, recordando vagamente las palabras de Lea. No obstante, al hacerlo tiré suavemente de su brazo, en el descenso hacia el colchón, pidiendo de alguna forma que me siguiese, que me permitiese mantener el contacto con su piel.

No podía dejar de mirarla. Realmente parecía ejercer, en sí misma, una fuerza tan poderosa en mí que jamás lo había sentido igual. Y no me notaba nervioso, pero sí inquieto, sí deseoso de cualquier contacto que pudiese obtener, y frustrado por no haber conseguido lo que pedía, y expectante por qué obtendría a cambio, y contento por poder disfrutar de su presencia, de su cuerpo desnudo y del calor que no tenía claro si emanaba de ella o de mí mismo.

Le cuesta seguir mis indicaciones con exactitud, pero se le nota la intención por obedecer. Exactamente como yo lo quiero. Llego a permitirle que me obtenga, pero solo por un momento y no del todo. Acabo por guiarlo, viendo en su mirada febril una vaga intención por seguir mis instrucciones. Resulta atractivo en su ansia, lo admito.

No rechazo del todo su intento por atraerme a su lado, pero sí le dedico una sonrisa traviesa. Sin llegar a inclinarme junto a él, como intenta, deslizo la mano libre hasta la abultada forma entre sus piernas, presionándola y palpándola con una ceja en alto. También llego a acercarme a su torso desnudo, recorriéndolo con la punta de la lengua, con los ojos entornados, inclinándome sobre él y haciéndole cosquillas con el pelo y los pezones, erectos.

Cuando me lo permite, me libro finalmente de su mano, recorriendo su torso también con ella. La otra, dejando un instante los juegos, aparta con eficacia y rapidez el botón del pantalón, antes de abrirlo para acceder al miembro. En un momento, me he situado a horcajadas sobre él, de cara a sus piernas, y no tardo en masajearlo con energía, demorándome un poco antes de acceder, finalmente, a acariciarlo con los labios. Aprovecho, además, para aspirar su aroma, intenso y contenido.

Cuando vi que no descendía del todo, como le pedía, no pude reprimir un gemido algo angustiado, y aumenté un poco la firmeza con la que tiraba de ella, invitándola a bajar, viendo que parecía querer desviarse del camino que le pedía.

-No... -llegué a decir.

Luego ella me presionó y no dije nada más, espirando fuertemente por la nariz, arqueando un poco en la espalda. En mi búsqueda de su cuerpo había llegado a olvidar el mío, por un momento, pero era evidente que su estado, aunque menos atendido por mi cabeza, también resultaba tremendamente interesado, y no podía evitar responder a cualquier gesto. Y menos aún viniendo de ella. Porque su contacto parecía saciar cada uno de mis deseos con enorme eficiencia.

Entrecerré los ojos mientras ella descendía, sin ser capaz de concentrarme en una sensación en concreto, notando como mi propia piel, mi propio cuerpo, se erizaba a su paso, aprovechando el contacto con su brazo para recorrer cuanto podía y acariciarla, apretando su cuerpo.
No obstante, mientras se encargaba de desnudarme, una parte de mí quería oponerse, decirle que no era aquello lo que buscaba, que aún no podía dejarla actuar de aquella forma, que todavía no quería estar en su interior, que deseaba hacer algo con tanta fuerza que dudaba que cualquier otra cosa pudiese llegar a resultar igual de atrayente.
Pero la había.
Ella dio con ello.

Cuando la vi volverse y comprendí llegué a experimentar un latigazo, como si me debatiese entre sus manos, fruto del repentino aumento de la excitación. Desde mi posición no resultaba difícil contemplarla: era la visión excelente, adecuada, perfecta.

-Sí... -llegué a murmurar aquella vez, y no tuve claro si era por el placer provocado por sus gestos o por la sensación plena de euforia por tenerla tan cerca.

Entre jadeos, usé ambas manos para atraerla, desde los muslos. Costaba reprimir los movimientos por sus acciones, intensas, que me desconcentraban, como siempre. Pero no igual que siempre. Porque más allá de mi propio placer físico, deseaba encontrarla.
Y ya la tenía frente a mí.

Comencé por apoyar los labios directamente en ella, aspirando y dejando ir un gemido leve tras descubrir que, como esperaba, allí se hallaba el lugar que más perfecto se me hacía en aquel momento. Enseguida comencé yo mismo a proceder, a acariciarla con la lengua en gestos ansiosos, sin poder contener esa ansia por los suyos. El sabor, la fragancia, me resultaban embriagadores, de alguna forma. Me hacían querer estremecerme, y sofocaba esa necesidad en buscarla más, en recorrer cada rincón, cada pliegue, cada punto que me no me pareciese suficientemente explorado, y acabé por centrarme, luego, en el punto más erecto, correspondiendo de algún modo a sus acciones y, al mismo tiempo, sintiendo que había llegado a lo que buscaba desde un principio: devorarla.

Cuando por fin comprende, no opone ya resistencia. Lo suponía. Después de todo, le estoy dando lo que pide, o más incluso de lo que pide. Es imposible que tenga quejas al respecto. Mientras aún estoy jugando con él me dejo atraer hacia él, llegando a ofrecer cierta presión cuando siento sus labios contra los míos, entrecerrando suavemente los ojos mientras lo acaricio de forma similar, sin llegar a probarlo.

Dejo ir mi aliento contra él cuando comienza a probarme, dejándome sentir cada uno de mis jadeos sobre su propia piel. Mis gestos se van haciendo más claros a medida que él avanza, pero no cedo todavía a ofrecerle el placer. Espero, disfrutando del juego, haciéndole saber dónde obtiene más respuesta por mi parte, dejándome estremecer y ofreciéndome a su contacto.

Por último, finalmente, guiada por mis propias sensaciones, procedo a aplicarme sobre él. Abro por fin la boca, dejando ir el aliento con más claridad, acariciando ya no solo con los labios, sino también con los dientes, terminando de retirar cualquier resto de piel que se interponga en mi camino. Y empiezo entonces el auténtico juego, la prueba de mi lengua contra su piel. Lo saboreo con gusto, recorriendo al principio tan solo la punta, y poco a poco aumentando el rango, hasta que una capa de saliva lo cubre. Con este aumento incremento también la fuerza y frecuencia de mi mano, aunque la boca, animada por las sensaciones procedentes de entre mis piernas, se alza pronto como protagonista. Mi lengua lo recorre, lo explora, y busca en su placer una respuesta que incremente el mío. Ahora no me importa ya que se deje ir algo más, que pierda el control, y lo incito a ello, siempre expuesta a su boca.

Disfrutaba de sus respuestas, de su aliento cálido, de sus caricias, del mero calor que su piel reflejaba sobre la mía. Y, aunque aún no la sentía envolverme, había algo que me provocaba más tensión que eso. Porque de lo que disfrutaba enormemente, sorprendiéndome a mí mismo al encontrar tal placer en unas acciones entregadas, era en probar su sabor.
Las manos, aferradas a los muslos, se soltaron finalmente, acariciándolos en un recorrido que las llevó a la zona que ocupaba en aquel momento casi toda mi atención. Cada una se situó a un lado, abriéndola con un gesto suave para mí, para poder acceder de forma más intensa, para poder hacer las caricias más directas.

La atrapé entre los labios. Ya había cerrado los ojos, inútiles en una situación como aquella, aunque a ratos los entreabría, como si aquel gesto fuese a ayudarme a respirar con más facilidad, a captar más oxígeno.
Accedí finalmente a ella, abandonando la cumbre por un momento para profundizar en su interior, allí donde la humedad era más patente, aunque poca diferencia notaba a ese respecto entre una zona y otra, a aquellas alturas.

Cuando me envolvió por completo tuve que abandonarla un momento, sin poder evitar un gemido grave, y aunque necesité un momento para retomar las caricias no perdí ansia en ellas.
La fusión de sensaciones resultaba casi insoportable. Notaba cómo la temperatura ascendía, cómo el pecho subía y bajaba a mayor velocidad, cómo los latidos, en los tímpanos, parecían querer seguir el ritmo frenético del resto de las acciones.
Pero no era suficiente. Me encontré, entonces, por primera vez, ascendiendo un poco más, dada la postura que ocupaba, y recorriendo entre jadeos aunque con gestos más lentos la suave piel que se sucedía, humedecida no sabía si por mi saliva o por ella misma. Besé, acaricié y arañé con los dientes, pero no me detuve.
Me movía casi sin darme cuenta, buscando recorrerla entera. Quería recorrerla entera. Quería tenerla entera.
Y entonces, por primera vez en toda una vida, me encontré acariciando lo que nunca antes en un acto que, de no haberme encontrado en una situación tan extrema como aquella, hubiese considerado en el mismo instante de ser concebido como uno de los más innoblemente pensables.

Es una forma un tanto extraña de referirse a ello, pero en una situación como esta siento como si el placer que le ofrezco fuese en realidad el que recibo. No es fácil de explicar, pero puede resumirse en que cada ramalazo de placer se traduce en un mayor espero por mi parte. Quiero verlo estremecerse bajo mi cuerpo, sentirlo rendirse a las sensaciones, y que a la vez me compense con una respuesta similar.

Pese a todo, reconozco que su respuesta no es exactamente la esperada. No puedo evitar cierta sorpresa, y llego a abrir los ojos al sentir su lengua ascender más allá de lo previsto. ¿De verdad ha llegado a eso? No es en absoluto molesto, desde luego; forma parte del placer, y lo inusual de ello lo hace aún más excitante. Siendo Rick, sin embargo, resulta ciertamente sorprendente. Desde luego, el hechizo tiene su efecto.

Dejo ir un jadeo sonoro, pegando más la cadera a su cara, sintiendo su boca contra mi piel, e introduzco el miembro en mi boca tan hondo como es posible, mientras mis manos juegan con su bolsa y la cara interna de sus muslos. Cuando lo libero, aumento el rango de alcance de mi lengua yo también, aunque vuelvo irremediablemente a su forma enhiesta, que me llama con especial interés. Me gusta verme recorrida, pero a la hora de recorrer mantengo mis preferencias.

Siento un escalofrío. Más le vale aprovechar bien lo que le ofrezco, porque pronto lo reclamaré dentro de mí.

La respiración se volvía cada vez más apurada, y cuando respondió pegándome a ella solo se incrementó un poco más, así como la velocidad e intensidad de mis gestos. Y entonces llegó aquel gesto derrotador, y sentí cómo me abarcaba con una profundidad diferente, lo que me llevó a apretar un instante sus muslos mientras me detenía a inspirar hondamente, apretando la mandíbula un instante.
Sus gestos se hacían más amplios, accedían a más lugares. Aquello, sumado a la inestabilidad creciente de mi cuerpo, me hizo sentir vagamente la sensación de un final cercano. Pero, de nuevo, aquello parecía secundario, comparado con poder recorrerla, con poder tenerla.

Bajé de nuevo, atrapando entre los dientes y los labios la piel a mi paso, penetrándola nuevamente con la lengua, abriéndola de nuevo para mí, recorriéndola, devorándola, sintiendo las leves palpitaciones de su cuerpo contra mí, que hasta entonces parecían apagadas. Y sus gestos tampoco se detenían.
Y entonces, siendo plenamente consciente de mi estado, que unía la satisfacción personal de poder tenerla con la que ella misma me daba, pude notar cómo no me había planteado algo hasta aquel preciso momento.
Jadeé contra ella, me estremecí, los dedos se me crisparon ligeramente sobre su cuerpo y los siguientes jadeos fueron algo más roncos, más secos. Como un latigazo, terminé por notarlo llegar, antes de lo que hubiese esperado en cualquier otro momento, como si, al igual que la respiración y la necesidad, se hubiese dado prisa. Una especie de gruñido improvisado pretendió ser el aviso final. Luego, durante un instante, sentí que todo había terminado, y un pitido en los oídos acompañando la respiración acelerada, o más acelerada que hasta ese momento, al menos.
Pero no era suficiente. Lea estaba envuelta de algo diferente aquella noche, y no era capaz de sentir, ni tras aquello, la plena satisfacción. Ni siquiera me pareció extraño que mi cuerpo tampoco lo hiciese. Aunque, de hecho, no recordaba un desempeño tan eficaz como el que el magnánimo dragón mostró en aquel instante, sin decaer ni un ápice, en absoluto, en toda mi vida, según podría recordar.

Aquello solo podía significar, estaba seguro, que ella era la mujer más perfecta que jamás conocería. Solo ella podía invocar, con su esencia embriagadora, mis capacidades ocultas.

Por más que dé importancia a mi propio disfrute, es imposible ignorar el suyo, tan evidente. Por sutiles que sean sus gestos o reacciones, a estas alturas he aprendido a interpretarlos, y sé que se acerca a su límite. Me pregunto si después podré reanimarlo. Es lo que espero, sinceramente. No me apetece quedarme a medias. Aunque, viendo cómo me está tratando, diría que su último pensamiento es dejarme a medias.

No me sorprende verlo acabar. Ya estaba preparada para ello. Lo dejo deshacerse con calma, animándolo a ello, sintiéndolo palpitar entre mis manos. No veo que eso lo anime en absoluto a bajar el ritmo. Tras tentar un par de gestos, acabo por reanudar los masajes, mientras la lengua lo limpia sin reparo.

No continúo una vez termino, sin embargo. En lugar de ello, voy alejando mi cara de la zona, y aunque continúo con un par de masajes, mis manos también acaban por retirarse. En una caricia ascendente por su torso, me voy incorporando al tiempo que me siento sobre él, con los ojos cerrados y los sentidos pendientes de mi placer, dejándole sentirlo a través de mis gestos, del sonido de mi voz arrastrada por la respiración. Mantengo la espalda arqueada y presiono suavemente con la pelvis, reclamando más. Me estremezco.

La vista sigue, sin embargo, fija en el miembro que se niega a rendirse. Resulta ciertamente tentador. Al final, sin llegar siquiera a dirigir el cuerpo a él, ni a mirarlo, manteniéndome en todo momento de espaldas, trato de librarme de su boca y sus manos para descender de nuevo. Esta vez quiero abarcarlo de otra forma.

-Domíname -lo reto, al tiempo que lo introduzco sin remilgos en mi interior, dejando ir la voz con un jadeo suave.

Tragué saliva con cierta dificultad, buscando el aire como podía, pero negándome a abandonarla en la medida de lo posible. La sentía actuar de nuevo y, aunque notaba mi miembro más sensible, al mismo tiempo aceptaba los gestos, recuperando poco a poco la normalidad. Y aunque ella poco a poco me abandonaba, aunque sentía cómo primero su boca dejaba de recorrerme y cómo luego lo hacían sus manos, mientras su cuerpo se retiraba un poco, yo me mantenía en ella, que colaboraba conmigo en llevarle placer y en traerme lo que tanto había buscado.
Sin embargo, también termino por retirarse de mí, arrancándome un nuevo jadeo con cierta angustia y, al mismo tiempo, haciéndome ser consciente de mi necesidad de inspirar hondo y recuperar un poco el ritmo normal.

La seguí con la mirada, manteniendo una mano en su cintura, en un amago de caricia, esperando de alguna forma a que regresase a mi boca, con la vista algo nublada. Y no fue hasta que estaba casi sobre mí que me di cuenta de que no iba a regresar.
La sensación de decepción fue breve: duró solo desde que me di cuenta hasta que noté cómo descendía adaptándose a mi cuerpo en una caricia sumamente placentera, incitando el primero de mis movimientos, seco, que buscó terminar de entrar en ella.

"Domíname."

Durante un momento fui plenamente consciente de mi cuerpo, tendido sobre la cama, rígido y pesado debido a la tensión, aunque de alguna forma amagando una relajación por el clímax reciente. Y la cabeza, nublada, sin comprender por completo en la situación en la que me encontraba, parecía resistirse a pensar. Me movía un deseo extraño e instintivo que no era capaz de reconocer por completo, pero en un momento como aquel tampoco me importaba mucho.
Pero las palabras terminaron por alcanzarme y me estremecí, llevando las manos a sus muslos, embistiendo una vez y ayudándome de ellas para atraerla. Entonces me erguí, todavía haciendo presión contra mí para evitar abandonar su cuerpo sin más, tratando de incorporarme cuanto pudiese.

Dominarla. Era algo imposible para mí, estaba seguro. Y sin embargo, en aquel momento, no parecía tan sumamente complicado como siempre. Ni siquiera un poco difícil.
No tenía ni que pedirlo. Yo era perfectamente capaz de hacer algo como aquello. Podía buscar lo que desease. Tenía poder para hacer lo que quisiese. Y lo que quería era tener a Lea.
La deseaba.

Busqué guiarla con firmeza para que se acomodase a mis deseos. Quería arrodillarme tras ella. Aquella era la posición que más libertad me permitiría, la que me haría más sencillo entrar en ella.
O no... También quería alzarla y llevarla al suelo, o a una pared, o simplemente valiéndome de mi fuerza sin más apoyo que yo mismo. Pero no tenía más que un cuerpo y debía elegir, por lo que aquella primera opción valía: era la más cómoda y la más cercana a la que ya ocupaba en aquel momento.

Para mi cabeza la situación llegaba a resultar algo caótica, pero para mi cuerpo, para una parte de mí, era sumamente básica y sencilla.

FdR- Pausa

El hecho de que, pese a su estado, me deje guiarlo, me quita una preocupación de la cabeza. Y por más que sus gestos me acompañen, lo hacen sin imponerse, dejándome actuar a placer. O así es hasta que desciendo sobre él y su primera embestida me recorre por dentro. Dejo ir el aire, y estoy a punto de alzarme de nuevo cuando siento las manos que me atrapan, pegando mi cuerpo al suyo.

Al menos, no resulta brusco. Llega a sorprenderme un tanto que tome una iniciativa como esa, pero la idea no me hace dejar de sonreírme. Colaboradora, echo las manos al colchón para asegurar mi estabilidad, levantándome con él a medida que así lo reclama. Hacía mucho de esto. Creo que una parte de mí ha llegado a echarlo de menos.

Si cree que la postura va a limitarme, está muy equivocado. Me sostengo sobre cuatro firmes puntos de apoyo, y yo misma me encargo de iniciar un movimiento suave contra él, subiendo y bajando la pelvis para acariciarlo en mi interior, con las piernas suficientemente abiertas para abarcarlo en su plenitud. Sé que pronto desechará mis movimientos por unos más ansiosos, pero esa idea no me preocupa ahora: es lo que estoy esperando.

Ella cedía, por supuesto. Había sabido leer mi mensaje y no necesitaba imponerme más de lo que ya lo había hecho. Porque había demostrado mi supermacía. Ya no necesitaba más que obrar como desease, porque había vencido.

Se acomodó como deseaba, tomando una postura mucho más cómoda para la penetración. Desde mi posición podía contemplar su espalda, su cabeza y el pelo cayendo a los lados de su cuerpo. Llegué a extender la derecha hacia este e interrumpí su avance cuando ya lo rozaba, al notar que el afán de agarrarlo no era otro que el de tirar de ella hacia mí, como si se tratase de una rienda.
La poca nobleza que pudiese quedar en mí entonces obró, haciendo que los dedos se crispasen y volviesen a su cuerpo. Pude, entonces, situar cada una de mis manos en su cadera, afianzando el contacto, y cuando ella comenzó a moverse la acompañé con un jadeo, comenzando yo mismo, en posición dominante, el movimiento, ansioso, continuo, que la buscaba.

A medida que el vaivén de la cadera aumentaba, y con ello la respiración y el calor que mi cuerpo emitía, me permití liberar una de las manos de su cadera, ascendiendo por su cintura y su vientre, tratando de asirla allí donde la encontraba, alcanzando el pecho izquierdo que tomé por completo, apretando un instante, firme, en el momento en el que las sensaciones se hacían más placenteras, alzando algo el mentón y dejando salir el aire entre los dientes apretados.
No obstante, la velocidad seguía aumentando, casi con furia, porque en aquella situación tenía la capacidad de hacerlo. Podía desahogar la sensación que llevaba tanto invadiéndome, y que me hacía sentir que, obtuviese lo que obtuviese, no bastaba.

No me disgusta su ansia, su fuerza ni su velocidad. Recibo cada embestida tensando el cuerpo, sintiendo cómo su fuerza supera ampliamente la mía, pero él me sigue sosteniendo, así que no encuentro problemas al respecto. Cuando toma definitivamente la iniciativa arqueo la espalda, aumentando con ello el contacto.

Lo siento sobre mi espalda, y el calor que emana de su cuerpo choca contra el mío, haciendo la sensación de contacto mayor. Además, parece incapaz de aceptar la idea de soltarme ni un instante, y trata de atraer mi cuerpo más hacia sí, creando una sensación de estímulo mayor.

La velocidad acaba por convertir mis jadeos en gemidos, y no me molesto en contener los gritos. Siento cómo me va llenando, cómo va reclamándome más y más, y mi cuerpo responde en oleadas de placer que no tardarán en dominarlo por completo. No me molesto en contener ni un poco el efecto de estos estímulos.

Llegado un punto, no encontraba forma de aumentar la velocidad sin perder el control de mis acciones, lo que las volvería incómodas e irregulares, por lo que me centré en mantener la que ya tenía, que no dejaba de ser suficientemente estimulante y placentera, aunque algo en mí pidiese más. Empezaba a sentir que, de alguna forma, no era más velocidad lo que buscaba, ni más placer, pero no tenía claro qué era y no encontraba más formas de desahogarme que aquel movimiento que la buscaba continuamente, sin cansarse del contacto con su cuerpo, ansiándolo, quizás, un poco más a cada estímulo que recibía.

Cuando su voz se alzó logré, no obstante, sacar capacidad de algún sitio para apretar un poco más el ritmo, para invadir un poco más su cuerpo. Aquel cuerpo que quería que me perteneciese. Aquel cuerpo que incluso estando yo en su interior, incluso habiéndolo recorrido casi al completo, seguía pareciendo inalcanzable de alguna forma. Podía notarme cada vez más cerca de lo que buscaba, y sin embargo siempre se escapaba y se ponía algo más allá, contemplándome a una distancia tan corta que parecía que con solo extender la mano...

Acaricié el pezón con el pulgar, sintiendo la textura erizada y diferente, la dureza, y oprimí el pecho entre los dedos, estremeciéndome ante mi propio gesto. La caricia continuó ascendiendo entonces, pasando por la clavícula, llegando al cuello y de él al nacimiento del pelo, hundiéndose entre mechones, haciendo amago de ir a tirar, pero llegando a contenerlo, aunque sin poder evitar pequeños tirones que revelaban una intención. Acaricié la mandíbula con los dedos, que se crispaban a ratos. Finalmente, trazando un recorrido más superficial por el hombro, la mano descendió al colchón, a su lado, mientras la otra seguía afianzada en ella, ya en el muslo.

Eché un poco el cuerpo sobre ella, adoptando una postura más inclinada para valerme del colchón como apoyo, para incrementar más los movimientos, para acercarme un poco más a aquello que buscaba y que no encontraba, y que solo podía venir de ella. Jadeaba de forma sorda, ni siquiera era plenamente consciente de ello, pero sí de sus gemidos. Sí de su espalda arqueada y de su cuerpo tenso, que me recibía sin descanso.
Incluso entonces, en aquella situación, por mucho que yo pudiese alzarme sobre ella, Lea parecía emanar una fragancia y un aura especiales, extrañas, que la ponían por encima de mí. No comprendía cómo.

Quería alcanzar aquello.

Si mi voz ayuda a que mi respiración administre mejor el placer, el contacto cada vez más directo y claro de su cuerpo contra el mío no hace sino aumentar las sensaciones. Llego a cerrar los ojos, manteniendo los labios abiertos para que el aire fluya por ellos con mayor facilidad, y en momentos concretos parece que mi cadera se estremezca por sí sola, dispuesta a reclamar más de lo que obtiene. Y no puede decirse que el ritmo sea suave.

En un momento dado, me doy cuenta de que tengo los dedos clavados en las sábanas. El vaivén de mi cuerpo ayuda a que los movimientos sean más amplios, y pese a ello son tan frenéticos que no cabe en ellos demasiada amplitud. Su interés por abarcarme entera me permite acomodar la posición de mi cuerpo a lo que pide, pegando los hombros a su pecho y alzando la cabeza hacia su hombro. Pero todo emerge de la cadera, y es esta la que siento con más claridad de todo mi cuerpo.

Siento cómo un grito, más hondo y alto, marca una ola de placer que parece definitiva. El ritmo de él, sin embargo, no permite que termine ahí. Siento cómo, en el momento en que parecía ya deshacerse, se rehace con mayor fuerza, y llego a abrir los ojos, bloqueando la cadera y jadeando más hondamente que hasta entonces. Cuando por fin llega el punto álgido, un gemido grave recorre mi pecho y mi garganta antes de expandirse en el aire, y siento los repentinos temblores, tanto en los brazos como en la cadera, que indican la mayor sensibilidad del momento. Pese a todo, permito que continúe recorriéndome hasta llenarme, expuesta a sus embestidas.

Sentir la piel de su espalda contra mi pecho me ayudaba a notarla un poco más cerca. Y parecía difícil tenerla más cerca. Por aquello no comprendía bien el fin de mi búsqueda, ni cómo obtenerlo. Pero en el trayecto hallaba estímulos tan placenteros y salvajes que resultaba fácil olvidarse un poco de lo que no se lograba obtener.

Cuando, en medio de la niebla de mi cabeza, la escuché alzar la voz, me tensé un poco más. La intención hubiese sido acelerar, pero no me fue posible, y simplemente mantuve mis impulsos, disfrutando de sus estremecimientos, de sus jadeos, de la fricción, de la visión incompleta de su cuerpo. Y cuando se detuvo continué yo solo, notándola temblar contra mi cuerpo, sintiéndola, de alguna forma, frágil, en una situación como aquella.
Continué con mis gestos, no obstante, apretando los ojos y tensando los brazos, que ayudaban en los impulsos. Pero no tardé en detenerme, bajando el ritmo durante cuatro o cinco embestidas y terminando por quedar completamente pegado a ella, jadeante. Trataba de evitar acabar allí.
Pese a haberme detenido, la sensación de final terminó por llegar. Tiré de ella hacia mí, de alguna forma, como tratando de que se mantuviese oculta, de no perder la fuerza, pero se me escapaba. Acabar en aquella situación, cuando la estimulación ya había cesado, se me hizo extraño. Los jadeos, necesarios para poder tomar suficiente oxígeno, se me hacían extrañamente silenciosos en comparación a los de momentos atrás, aunque siguiesen siendo apurados.

-Lea... -murmuré con cierta satisfacción y la voz ronca a causa de la sequedad de la garganta.

Aquello era lo que debía recordar y lo había recordado.

Apoyé un momento la frente en su espalda, cerrando los ojos y respirando, al fin. Notaba vagamente la capa de sudor, sin tener claro a quién pertenecía.
Probablemente a ambos.
Luego abandoné su cuerpo, despacio, pasando de estar arrodillado a sentarme, notando también la debilidad del cuerpo que solía seguir a todo aquello.
Y la mirada algo más clara. Aunque no había alcanzado lo que buscaba, me sentía un poco más apaciguado. Y, de todos modos, al mirarla seguía encontrando en ella algo diferente y sumamente atrayente.
Seguía allí. Pero no sabía dónde, ni cómo lograrlo.

Me aproximé a ella buscando su hombro, su cuello, su boca, con suavidad, pero no apagado del todo, aunque mi cuerpo se sintiese pesado.

Me sorprende un poco descubrir que Rick se detiene antes de terminar. Llega a resultar un poco decepcionante. O eso me planteo antes de descubrir que no ha conseguido contenerse, incluso después de detener los movimientos. Me mantengo donde estoy, dejándolo actuar. No respondo a su llamada, ni tampoco a sus gestos envolventes, pero tampoco lo rechazo. Sencillamente, con los ojos cerrados, espero.

Tarda todavía un momento en retirarse, y tras un momento más, dejo caer el cuerpo, todavía entre jadeos y sintiendo la debilidad que supone llegar hasta el final. Respondo, finalmente, cuando vuelve a reclamarme, aunque con mucha más calma. Me yergo entonces, dejándome recorrer, respondiendo con calma a besos y caricias e incitándolo a tumbarse, de tal forma que pueda hacerlo yo también con comodidad.

Recojo el pelo sobre un hombro cubierto de sudor, dejando la otra cara del cuello al descubierto, antes de acomodarme, medio sobre la cama, medio sobre él. Lo siento, pese al cansancio, inquieto. Debo reconocer que, esté hecho de lo que esté hecho ese preparado, resulta de lo más eficaz. Acabo por mirarlo, con las manos y los brazos apoyados en su pecho.

-¿Quieres más? -murmuro, entretenida, acercándome un poco a su cuello primero y después a su boca.

Pero que sea despacio. Necesito recuperar fuerzas.

*Fin de escena*

Me decidí a dormir pronto para poder entrenar por la mañana temprano al día siguiente. Tenía muchas cosas pendientes, y quería aprovechar los días sin lluvia. Sin embargo, parecía algo difícil de llevar a cabo. Dormir. Porque no dejaba de darle vueltas a la conversación con Adain, la carta de mi padre y la que ya le iba de camino a Nadia...
¡Demonios!

Me arrebujé un poco en la cama, acostándome de lado, y cerré los ojos. Entonces empecé a contar bismontes bajito, bismontes dormilones tumbados en un montón de heno, calentitos y suaves, mirándome con cara muy seria y, poco a poco, quedándose dormidos.

-Veintitrés... veintiocho...

Algunos tenían cara de Telma. Otros eran más blanquitos. Y uno de ellos tenía los ojos muy grandes como una cría, aunque ya no lo era del todo. Pero ninguno de ellos parecía suficiente para dormirme, desde luego.

*pero lo intenta*

Abro la puerta despacio, con la caja de Lis en las manos. Ya hemos tenido mucho tiempo para relajarnos. Hemos ido a darnos un baño nada más llegar, y he descubierto que le gusta el agua. O, más bien, jugar con ella. Después hemos ido un momento a la enfermería a que me echaran un vistazo a los cortes, así que ahora me siento limpia y aseada. Solo queda dormir. Lis ha hecho todos los trayectos en la caja, sin dejar que nadie la vea.

Cuando oigo la voz de Rick, no tengo muy claro si habla en sueños o está despierto. Ya le he explicado a Lis que duermo con alguien más, pero supongo que al final ella hará lo que mejor le parezca. Por ahora, dice que quiere dormir en la madera de la cama. No seré yo quien se lo impida.

Me acerco a la cama con pasos suaves, sin hacer ruido, para no despertar a Rick, si es que duerme.

A los setenta y tres bismontes la voz ya era casi silencio. Es que estaban todos tan cómodos en esos setenta y tres montones de paja, acurrucados y serios, mirándome... Estaba seguro de que si estuviese con ellos estaría mucho más arropado que en aquella gran cama vací...

Me volví en la cama hacia ella. La había oído llegar como en segundo plano, muy muy lejos. Me estiré un poco en el colchón, perezoso, y entreabrí los ojos, buscándola en la oscuridad.

-Bienvenida... -murmuré, esbozando una sonrisa. Y luego, sin querer, un bostezo, y se me llenaron los ojos de lágrimas innobles. Aunque no estaba nada triste-. Qué pronto has vuelto... ¿Ha ido todo bien?

Seguro que lo había arreglado todo. Todo el mundo entero. Y entonces volvía para acariciarme un poco el pelo antes de dormir.