Habitación del pasillo

Antes de que terminase de hablar, mi puño izquierdo ya estaba golpeando la mejilla de la flamma y mi mano derecha buscaba agarrarla del pelo, con fuerza, haciendo impactar tras el primer puñetazo su cabeza contra la mesa. La levanté al momento, todavía agarrándole del pelo; la sangre le caía por la nariz y la boca.

—Repetiré la pregunta: ¿quién os ha enviado?

Había probado el método de Svend hasta ahora. Había sido amable dentro de lo posible y había evitado utilizar la violencia en todo momento, pero ya estaba. Llevábamos cinco días así y Svend, con sus técnicas de persona amable, tampoco estaba consiguiendo nada con la caeruleus.
Ya tenía pensado hacerlo antes de empezar el interrogatorio, no obstante. Por algo había decidido interrogar a la flamma: la caeruleus era mucho más grande que yo. Mis golpes no podrían hacerle gran cosa, pero la flamma, la flamma era otra historia.

Fera no tiene mucho que decir respecto al hecho de que el ejército mantenga prisioneros. El trato que se les dé, sin embargo, es otra cosa. Cuando aparece, lo hace rauda, sin miramientos, y su presencia llena la sala al instante sin que pueda hacer nada por evitarlo. Al instante tiene una mano tras la cabeza de la flamma y es ella la que enreda los dedos en su pelo, utilizando un hechizo para soltar los de Blues. Al instante siguiente, su mano acaricia la cara pecosa de la pequeña con dulzura capaz de hacerla estremecer, y un agradable cosquilleo la recorre, asediando y deshaciéndose del dolor, sin dejar el menor rastro de las heridas de los golpes.

Su mirada de hielo está fija en la piscis mientras mantiene a la flamma sujeta contra sí. No hay ira en ella, sino una extraña calma. Sin embargo, su firmeza es indiscutible.

-No es así como se hará en Brontë, querida -. Su voz es un suave arroyo, música para los oídos, fluida y apaciguadora en contraste con la tensa situación-. Creo que todos hemos tenido ocasión de comprobar que las prisioneras son lo bastante estúpidas como para no entender en qué consiste un trato, ¿no crees, Blues? -. Su mano izquierda acaricia el pelo de la flamma con evidente ternura, devolviéndolo a su lugar y peinándolo con delicadeza-. Sin embargo, no dejan de estar en mi casa, y aquí no se llevará a cabo violencia de ese tipo. Señales de impaciencia solo pueden indicarles que están ganando terreno. Por otra parte, si se va a renunciar a su dignidad humana, creo que existen métodos más elegantes. Si no está en tus posibilidades, pide a otro líder una magia que permita el acceso a su mente o una droga que las haga hablar. Por supuesto, entiendo que Aqua está altamente relacionada con todo este asunto. Si quieres encargarte personalmente y utilizar métodos que impliquen daños físicos, te invito a que las lleves allí, lejos de mi jurisdicción. Claro que ni a ellas ni a mí nos gustaría eso, ¿verdad, tesoro? - Por vez primera, dirige su mirada y sus palabras la la flamma, envolviéndola con su presencia, haciéndola sentir desnuda ante ella y, al tiempo, salvo de su entorno-. Siento haberte interrumpido, Blues. Sabes que no me gusta intervenir en cuestiones ajenas. Simplemente... hay cosas que no estoy dispuesta a consentir.

Pese a todo, mantiene una cierta presencia de paz, una clara intención tranquilizadora. Y, en todo momento, mantiene a la flamma ante sí, rodeándola con los brazos como un manto de protección.

La reacción de la piscis le sorprendió, pero más lo hizo la aparición de una mujer, una chrysos a la que la flamma no reconocía y que le acarició el rostro, provocándole un leve cosquilleo que se llevó todo el dolor que había podido sentir. Dena se mantuvo quieta, asustada por primera vez, con los ojos muy abiertos y un leve temblor recorriéndole el cuerpo, sin saber a dónde mirar ni qué hacer, notándose firmemente sujeta por la extraña chrysos. Hacía mucho que no le pegaban. La última vez, recordaba, era pequeña y había podido defenderse con magia.

No se movió ni habló mientras la mujer hablaba, pero siguió temblando como un animalillo lastimado. Cuando la mujer se dirigió a ella, la flamma asintió rápidamente, sin dudar, notándose desnuda, y a pesar de que había algo que le decía que podía sentirse a salvo, no pudo dejar de temblar, ni evitar mirarla con una expresión asustada.

Estaba de pronto extrañamente mansa.

En un primer momento, la aparición de Fera me sorprendió, pero no tardé en entender por qué estaba ahí. Aunque eso, por supuesto, no implicaba que no me molestase su interrupción.

Me aparté de la flamma, seria, y escuché a Fera sin interrumpirla, mirándola fijamente, tratando de serenarme. Cuando terminó, dirigí un rápido vistazo a la flamma, que de pronto parecía asustada, pero pronto volví a centrarme en Fera.

—Con el debido respeto, señorita Fera, ya hemos intentado ser amables y se han negado a cooperar. —Hablaba con un tono tranquilo, pese a que por dentro estaba bastante enfadada. Suspiré—. Llevamos así una semana.

Miré de nuevo a la flamma, apenas un segundo. Pese a todo, había algo de lo que Fera había dicho que sí resultaba interesante. Aunque yo no tenía con las capacidades necesarias para hacerlo y dudaba muy seriamente que la estúpida ética del estúpido de Svend le permitiese llevar a cabo esas cosas.

—Si no cree que mis métodos son adecuados, no obstante, supongo que deberé aceptar los que me propone. —Volví a mirar a la chrysos—. También la invito a probarlo usted misma, si lo desea, pero no tengo intención de enviarlas lejos de Brontë sin haber obtenido una respuesta.

Fera no puede sino componer media sonrisa, centrándose en toda la calma que ha conseguido y tratando de extenderla. Mantiene a la flamma siempre ante sí, sin detener las caricias, enviando pequeñas descargas de energía por su cuerpo que la ayuden a controlar los temblores que la invaden.

-Lo sé, querida. Siento que lo estén haciendo tan difícil -responde a las quejas de Blues, relajada, envolviéndola con la voz-. Estos procesos son lentos. Estoy segura de que un trato adecuado las ayudará a comprender cuánto pueden obtener de nosotros con su ayuda. Después de lo que han vivido, es evidente que están demasiado asustadas como para colaborar. Aprenderán que, dando, también se puede pedir.

En su voz no hay agresividad ni amenaza, sino una naturalidad tan llana que lo cubre todo. Sus ojos se mantienen fijos en la piscis, y en ellos hay un deje de confianza, una chispa de seguridad. Sus manos, mientras tanto, se ocupan de mimar a la flamma, de mejorar su estado tanto físico como de ánimo.

-Si han de permanecer aquí, lo harán con las comodidades que yo pueda ofrecerles. Con el debido respeto, no creo que un trato más duro las ayude a encontrar optimismo en la situación. Si es lo adecuado, yo misma trabajaré en que ambos bandos encuentren una situación ventajosa en todo esto. Por supuesto, también tomaré las medidas necesarias si mis cuidados no obtienen ningún agradecimiento. Estoy segura de que Malia y tú sabréis entenderlo, ¿no es cierto, cielo? -. De nuevo, se centra en la flamma por un momento, ofreciéndole un pequeño y reconfortante apretón durante un momento. Después, volvió sus ojos de hielo a la piscis una vez más-. También tendré en cuenta las condiciones que se impongan a mis métodos, por supuesto. Es lo que corresponde a un trato justo, teniendo en cuenta que yo estoy imponiendo mis propias condiciones.

A pesar de que las extrañas descargas que la chrysos enviaba a su cuerpo ayudaban a calmar su temblor, la flamma no podía evitar sentirse incómoda y evitaba mirar en todo momento a la mujer, observando en su lugar el suelo. No se movía, pese a todo, y se mantuvo en silencio hasta que la chyrsos se dirigió a ella. 
Tragó saliva.

—Yo... No voy a decir nada —repitió, pero esta vez sin la seguridad de antes, mostrándose, quizá, asustada. 

De reojo miró a la chrysos, apenas un momento, antes de volver la vista al suelo.

Lo cierto era que no sabía hasta qué punto merecían las prisioneras un trato justo. ¿Por qué deberían tenerlo, a fin de cuentas? Habían matado a muchísima gente y habían causado daños en infinidad de lugares. ¿Qué justicia deberían tener?

Pero, mal que me pesase, Fera era la dueña de Palacio. Ella tenía la última voz en los asuntos referidos a Brontë, y yo siempre me había acatado las normas de quienes estaban por encima de mí (a fin de cuentas, por algo seguía en Brontë a pesar de lo mucho que me desagradaba). No tenía razones para llevarle la contraria; aquello, a fin de cuentas, solo ocasionaría problemas, y lo último que necesitábamos ahora mismo eran más problemas: habíamos tenido suficientes. Y, además, aquellos no eran temas que una discutía delante de un prisionero.

Iba a responder cuando la flamma habló. De nuevo, su respuesta no me sorprendía, aunque sí lo hacía el tono. Miré a Fera.

—¿Ve lo que le decía? Así todos los días, sin excepción. Y ni habla conmigo ni lo hace con los guerreros que van a las mazmorras.

Antes de que pueda responder a la chiquilla, Blues se ha adelantado, expresando una vez más su descontento con la falta de progresos. Pese a todo, ella no hace más que negar suavemente con la cabeza, dejando ir una risa suave, dulce, cristalina, mientras continúa su trato amable y delicado, su aire protector, sus caricias envolventes.

-Siento mucho tener que llevarte la contraria, amor -. De nuevo, su voz es un murmullo apacible, aunque no por ello sus palabras cargan menos seguridad. Con un gesto suave, con el mismo cuidado con que la ha tratado en todo momento, Fera empuja suavemente los hombros de la joven flamma, obligándola a girarse. Una mano le alza el mentón con gesto tierno, obligándola así a clavar los ojos en sus opacos pozos de hielo, que parecen introducirse en ella hasta estremecerle el alma-. La pregunta, vida, es si hablarás por tu propia voluntad o no. Y quiero que tengas por seguro que la segunda opción me disgustaría más que ninguna cosa que pudieras decir o intentar callar, encanto. Estoy segura de que Lloyd podrá contarte lo poco que me gusta que nadie lo pase mal. Siéntete libre de preguntárselo, si es lo que quieres.

Con una nueva caricia, recorre la mandíbula desde el mentón hasta la base de la oreja, dejando otra corriente de energía que la recorra entera.

La flamma intentó oponerse a los gestos de Fera, pero pronto descubrió que no estaba en posición para hacerlo; la chrysos la giró y obligó a mirarla, y la flamma permaneció en silencio en todo momento, sin atreverse a apartar los ojos de los de la mujer. 
De nuevo, parecía que aquella mujer era alguien a la que ella debería conocer, y de nuevo sintió una sensación extraña, semejante a la que había sentido cuando Alehyss bajó a las mazmorras. Sin embargo, a diferencia de entonces, no preguntó, y en su lugar se limitó a repetir:

—No voy a decir nada... 

Su voz sonaba insegura. 
Tragó saliva cuando la chrysos la acarició, dejando ir una nueva corriente de aquella extraña energía. 
Dena se sentía extraña. A pesar de que la chrysos no parecía amenazadora y hasta podía decir que la estaba tratando extrañamente bien, se sentía asustada, y en su cabeza se repetían imágenes que ya creía olvidadas.

Me mantuve en silencio, cruzada de brazos, mientras Fera hablaba con la flamma. Desde luego, la chrysos y yo éramos completamente diferentes, aunque eso ya lo sabía de antes. No obstante, las respuestas de la flamma seguían siendo las mismas. Resultaba exasperante, pero ahora no era yo quién debía meterse en aquello. A fin de cuentas, era Fera quien se dirigía a ella, y era a ella a quien la flamma respondía.

Miré a Fera cuando la flamma terminó de hablar, preguntándome qué haría y también si mi presencia era ahora necesaria.

Svend seguía hablando con la caeruleus, aunque yo creía que sabía que Fera estaba aquí ahora. El claritas tampoco parecía ser capaz de sacarle mucho a la otra prisionera.

Fera conoce la respuesta antes de que ella la pronuncie. Pese a todo, no le molesta en absoluto. Llega incluso a sonreírle, y su sonrisa es tan fresca como cada gesto, capaz de afectarla tanto como cualquier otra cosa que haga.

-Pero, pese a todo, ya estás hablando -observa, casi como una pequeña broma, siempre tierna-. Estás cansada, preciosa. Estoy segura de que estás deseando un poco de paz, ¿no es así? Será mejor que te lleve a descansar. Me aseguraré de que tanto Malia como tú estéis cómodas. Debes saber que quienes os atienden están a mi servicio, así que siéntete libre de pedirles lo que quieras y me encargaré de que se te atienda en condiciones -. No detiene los gestos, que siguen asegurándose de mantenerla en el mejor estado posible-. Por supuesto, también se lo haré saber a Malia. Ella no es menos que tú, cariño. No creo que sea el caso, pero también podéis pedir audiencia con quien queráis y se hará todo lo posible porque la obtengáis. Con Lloyd, conmigo o con quien gustéis. Aunque supongo que hay ciertas preferencias, ¿verdad, tesoro?

Alza la mirada hacia a Blues, indicándole con ella que está todo bajo control. No está segura de que la piscis quiera renunciar por completo a las prisioneras y a sus interrogatorios, y no será ella quien se interponga, siempre y cuando se cumplan las condiciones pertinentes.

-En caso de que no queráis nada de nadie, yo misma os visitaré para comprobar que todo vaya bien cuando considere pertinente -continúa explicando, con la misma dulzura-. Me ocuparé de que estéis a salvo y tan cómodas como esté en mi mano. Estoy segura de que tanto Malia como tú aprenderéis que soy una buena aliada, querida. Solo necesitáis un poco de tiempo.

En cierto modo, la flamma le recuerda a su Amya. Evidentemente, no es más que el aspecto externo, ese aire desvalido y frágil, pero no deja de haber un parecido. Fera la atrae hacia sí de nuevo, manteniéndola en todo momento bajo su influjo y presencia.

A la flamma le sorprendieron un poco las palabras de la chrysos, los ofrecimientos que parecía proponerle, pero a pesar de todo, volvió a negar. 

—Yo no quiero nada. 

Y esta vez su voz sonó un poco más dura que antes, aun a pesar de lo insegura, asustada que se sentía. La chrysos tal vez fuese una buena aliada, pero ella no la quería como tal. No quería decir nada ni relacionarse con ningún miembro de Palacio aparte del chrysos.
Tragó saliva de nuevo, y esta vez bajó la mirada, apartándola de la mujer, que continuaba con aquellos extraños gestos. Pese a todo, seguía sin moverse, manteniéndose en la exacta posición en la que Fera la había colocado anteriormente.

Parecía que mi presencia no era necesaria. Y a pesar de que en cierto modo no me gustaba dejar a mis prisioneras en manos de otros, no sería yo quien le llevase la contraria a la dueña de Palacio. A menos que hiciese algo con lo que no pudiese estar de acuerdo, pero dudaba que lo hiciese: a fin de cuentas, aunque nuestros métodos fuesen diferentes, ambas estábamos en el mismo lado.

Miré de nuevo a la flamma cuando habló y no pude evitar apretar la mandíbula, molesta, pero no dije nada. Ahora ya no era asunto mío, no exactamente. Lo que sí hice, antes de desaparecer, fue dirigirme a Fera:

—Suerte.

Y fue un comentario sincero, sin malas intenciones. Con un poco de suerte, ella sí les sacaría algo. Ya había comprobado que yo era incapaz, y no podía perder todo mi tiempo en aquel asunto. En Aqua seguían ocurriendo cosas, a fin de cuentas.

*se desvanece*

Despide a Blues con un asentimiento, relajada. Después, ya a solas con la flamma, la suelta tras una última caricia, dándole cierto espacio. Es consciente de que ella lo prefiere así, independientemente de lo que el contacto suponga.

Su sonrisa se mantiene igual, inalterable por la tozudez de ella. Asiente, conforme. No tiene intención de llevarle la contraria mientras no sea estrictamente necesario.

-Se te atenderá si cambias de idea, cielo. Sé que las condiciones no son tan adecuadas como ninguna de nosotras querría, pero pienso cuidaros igualmente. En todo lo que pueda hacer al respecto, estáis en vuestra casa -responde, aún con toda la intensidad de su mirada sobre ella.

Sabe, de todas formas, que la flamma está deseando que se vaya. Con una última caricia, la hace desaparecer junto a sí, trasladándola a su celda. Después llevará a cabo todas las cuestiones pertinentes para asegurar que esté bien atendida, al igual que la caeruleus. Y, por supuesto, hará saber a Svend cuál es la situación, aunque cuenta con que ya está informado al respecto.

*Se desvanencen*

Lyam observaba el techo tumbado en cama, desinteresado, con los ojos entrecerrados. Desde el ataque de la flamma, había estado durmiendo en una habitación diferente a la del dormitorio común, en parte porque quería estar solo y en parte porque dudaba que hubiese mucha gente que quisiese verle. Dudaba que se pudiese quedar mucho tiempo, pero de momento ni la líder piscis ni el líder claritas habían puesto inconveniente y, de hecho, cuando se lo comentó a la piscis esta pareció hasta satisfecha con su decisión, quizá porque no se fiaba de él y prefería tenerlo de alguna forma apartado, no estaba seguro. Tampoco era que se hubiese instalado completamente: varias de sus pertenencias aún estaban en el dormitorio común, lo que de alguna forma marcaba el carácter temporal de aquel traslado, o huida, dependiendo de cómo lo mirases. Al chrysos ambos nombres le parecían apropiados. 

Hoy había vuelto a intentar bajar a las mazmorras y de nuevo no lo había conseguido. Aquello seguía resultando frustrante, decepcionante, pero ya no le sorprendía: a pesar de que seguía intentando bajar día tras días, se había hecho a la idea de que no era algo temporal, sino permanente, y él no iba a poder hacer nada. O, si realmente había algo que pudiese hacer, entonces no sabía qué era.

Suspiró y apoyó la mejilla derecha en la almohada. Su vista se encontró entonces con el collar de Alehyss, que estaba apoyado en la pequeña mesilla de al lado de la cama. Parpadeó. Al final no había ido a nadar ningún día. Debería devolvérselo. 

*se queda*

fdr. por si alguien se lo pregunta, esto ya lo había mencionado en otro post.

Al final llamo a la puerta de la habitación que se me ha indicado, hasta de haber recorrido los pasillos sin resultados durante el día. Me he resistido porque si se ha encerrado quizás no quiera ver a nadie, pero su respuesta me dirá eso, así que simplemente llamo y pregunto, para comprobar si está o no.
Los del servicio comentaron que...

-¿Lyam? -inquiero, seria.

No me gustan estas cosas, y así se hacen más difíciles. Hace que parezca que tienen un sentido mayor del que les doy.

El chrysos oyó como alguien llamaba a la puerta y al momento se levantó, serio, preguntándose si sería alguien del servicio que venía a decirle con voz de persona del servicio que eh, tú, no puedes quedarte aquí o algún líder (¿quizá la líder chrysos?). Estaba casi abriendo la puerta cuando oyó la voz de Alehyss. Frunció el ceño, quizá algo confuso, pero terminó por abrir, componiendo antes de una sonrisa.

—Hola —saludó, sujetando aun el manillar de la puerta. Se hizo a un lado, dejandole pasar, ensanchando la sonrisa—. El mismo, quiero decir.

Termina por estar y por abrir. No llego a componer una sonrisa. Al menos no se ha hecho de rogar.
No quiero enfadarme porque la situación es la que es, y él, para empezar no me ha pedido que venga. He de aprender que las decepciones causadas por mis propias decisiones no deben modificar tanto mi conducta. Aceptar un error no debería ser traumático.

Dudo un momento, pero termino por pasar. Miro alrededor, sin mucha curiosidad, y entonces le tiendo la bolsa que llevo.

-Felicidades -me limito a decir.

No desbordo entusiasmo, pero no es lo mío. Ya he cumplido, de alguna forma. Puedo sentirme como si hubiese hecho lo que debía.

Después de que la chyrsos entrase dudó un momento, pero terminó por cerrar la puerta. Se volvió hacia ella entonces, con las manos apoyadas en las caderas, y la miró con cierta curiosidad. Cuando le tendió la bolsa, frunció el ceño primero, luego alzó las cejas y finalmente terminó por cogerla, sin apartar la mirada de la muchacha.

Parpadeó, algo perplejo. 

—Eh... Gracias. —La miró un segundo más. Luego bajó la vista a la bolsa—. ¿Qué es...? 

No recordaba la última vez que le habían dado un regalo por su cumpleaños. Probablemente la última había sido cuando su madre aún vivía.

Lo primero es sencillo, así que no se me hace difícil explicarlo. De hecho, espero a que él mismo saque la camisa y que la vea. Me he basado en la que tuve un tiempo, aunque he buscado tejidos de una calidad bastante buena.

-Tuve ropa tuya un tiempo. Ahora tienes algo nuevo para compensarlo -comento, encogiéndome de hombros. La verdad es que tomarme el enfado a bien me ha hecho relajarme. Era una tontería al final-. Lo otro es una tabla de corcho- explico, y ahí me permito esbozar una sonrisa-. Flota extremadamente bien. Podrá servirte para seguir practicando en el lago cuando no tengas el amuleto.

Puede parecer una burla. Quizás hubiese una pequeña intención. Pero no deja de ser verdad.

Lo primero que sacó el chrysos de la bolsa fue una camisa que contempló durante unos segundos mientras escuchaba a la muchacha. Parecía bastante mejor que muchas de las que tenía, lo cual no sabía si le sorprendía o no. 

Sí supo, sin embargo, que lo segundo que extrajo de la bolsa le sorprendió. De hecho, nada más sacar la tabla de corcho su expresión pasó de una relajada a una especie de mueca, con el ceño fruncido y los labios algo entreabiertos, pero tras unos segundos no pudo evitar echarse a reír. 

—¿En serio? —preguntó, bajando la tabla para poder mirarla. Resopló, negando—. No puedo negar que es útil, pero...

Se imaginaba a sí mismo en el lago, con la tabla fuertemente agarrada y chapoteando con los pies y no podía evitar reírse un poco. Era una imagen algo ridícula. 
Negó de nuevo. Y sonrió, esta vez más sincero que en todos los días anteriores.

—Muchas gracias. No tenías por qué.

Bueno, por su gesto imagino que el regalo ha obtenido la respuesta esperada. Desde luego, no esperaba mucho más de algo como eso. Me basta la mueca. Es recompensa suficiente.

-Bueno, quizás no sea un amuleto, pero evitará que te hundas. No sé si habrás tenido una alguna vez-. Los niños las usan para aprender a nadar, muchas veces. Aunque no digo eso porque no quiero desencadenar un juego de bromas sobre niños-. Quizás te ayude con ese miedo que tienes.

Y si no lo hace, tírala. La broma está hecha. No será por lo que me ha costado.

-No es nada. Se supone que es lo normal, o algo así -me limito a decir.

A veces no me importa hacer excepciones. No está en el mejor momento de su vida. Supongo que no habrá sobrado hacer un esfuerzo por una vez.

El chrysos frunció el ceño, pensativo, tratando de recordar algún momento de su infancia donde hubiese estado practicando con una tabla como aquella. Mientras pensaba, se acercó a la cama y apoyó las cosas en ella con cuidado, y luego él mismo tomó asiento. Terminó por encogerse de hombros, mirando a la chrysos.

—No lo recuerdo. Aunque no creo. —Ladeó la cabeza ligeramente hacia a un lado, frunciendo el ceño un poco más—. Tampoco pasaba tanto tiempo con mi madre, así que... 

Se encogió de hombros. No, no lo recordaba. 
El siguiente comentario de la muchacha le hizo torcer una sonrisa.

—Ahora tendré que pensar yo algo para el tuyo, tsk —murmuró, algo jocoso. 

Aunque para eso aún quedaba mucho. Mithos sabría qué pasaría.

frunzo un poco el ceño. No nada bien, de todas formas. No creo que le enseñasen. Pero, independientemente del tiempo que pasase con su madre...

-Pero los niños hacen esas cosas, ¿no? Se agarran a trozos de madera que flotan para jugar en el agua cuando no nadan bien, o cuando se cansan.

Dicho de esa forma, parece que niegue haber sido niña. Aunque de hecho es una afirmación de lo contrario, porque recuerdo haber llegado a hacer esas coas en verano. Cerca de casa no había mar, ni grandes lagos, pero cuando íbamos de visita a casa de mis tíos sí solía hacer cosas como esa. Aunque hace mucho, ya.

Niego a su comentario sobre mi cumpleaños.

-No hace falta. Lo creas o no, no es algo que celebre. Lo tengo en cuenta, pero más como algo burocrático que como una celebración.

Se encogió de hombros.

—Tampoco me gustaba mucho jugar en el agua. Pero no me acuerdo demasiado, de todas formas. 

Ni siquiera recordaba cómo había empezado a aprender a "flotar". Muchas veces daba por hecho que recordaba muchas cosas, pero lo cierto es que había muchas otras de las que evidentemente se había olvidado. Era normal. 

Observó a la chrysos en silencio después de que esta hiciese su último comentario. Tras unos segundo, terminó por asentir, encogiéndose de nuevo de hombros. 

—De acuerdo entonces.