Habitación del pasillo

No me doy cuenta de la presencia hasta que habla. Me sobresalto un poco, y el paño se me cae al suelo. Busco a la propietaria de la voz antes de nada, con cierto gesto de alarma, que se incrementa suavemente al reconocerla. Enseguida realizo una torpe reverencia, acomodándome las gafas con una mano.

-Señora... Señorita Campbell -saludo, enseguida, repitiendo la reverencia, algo más eficientemente esta vez-. Me siento enormemente honrada de que haya decidido pasarse por este pequeño taller improvisado. Yo soy... Soy Anna Hélix, Señora. Me estoy encargando de hacer armaduras para los guerreros. Espero que resulten de su agrado.

Entonces, respiro, al fin, como si llevase sin hacerlo un minuto entero. La miro directamente por primera vez, hasta ahora estaba ocupada con las reverencias, y esbozo una sonrisa algo nerviosa, apurada.

-¿Ha dicho una fan? -inquiero, con expresión embelesada. No tardo en negar con avidez-. Lo que quiero decir es que si desea que le realice un diseño de cualquier tipo estaré encantada de hacerlo como obsequio para usted. Usted permite que forme parte de esta iniciativa, y que viva en su palacio, y creo que es lo menos que podría hacer.

Abro mucho los ojos, y entreabro los labios, callando por un instante. Durante un momento me veo en serios problemas para ser capaz de tragar un poco de saliva, y no empiezo a hablar otra vez hasta que lo he hecho.

-¿La señora Twinkle? -. Me acomodo las gafas con cierto nerviosismo, aunque estaban perfectamente colocadas de la última vez. Se me borra un momento la sonrisa, pasando a reflejar cierta preocupación-. Espero no haber incumplido ninguna norma, o algo semejante. Prometo que he entrenado recientemente, señorita Campbell... No querría, ni mucho menos, decepcionar a ninguna de ustedes.

Me he llevado la mano izquierda al pecho un momento. Me apresuro a bajarla, escuchando sus palabras con un brillo especial en los ojos que no logro ocultar, incluso aunque ya no sonría. Hasta que habla, que recupero la sonrisa, y cierto rubor tiñe mis mejillas. El azoramiento resulta evidente.

-Por supuesto... No podía rechazar la llamada de una gran autoridad como lo es usted, señorita Campbell. La sorpresa es mía. Haber sido escogida... Todavía me cuesta comprender qué pudo haber despertado vuestra atención sobre mí, confieso. Me considero una persona bastante común.

Cuando accede a mi propuesta me muestro curiosa. Tomo los papeles que me ofrece y me los acerco a la cara, examinándolos muy seria, recorriéndolos con gesto sereno. De pronto no hablo. Tardo varios segundos en mirarla de nuevo.

-¿Dos unidades? ¿Para cuándo las necesita, Señora? -inquiero, repentinamente tranquila.

Dejo ir un suspiro algo aliviado, y recobro la sonrisa, asintiendo con el gesto más relajado. La miro un momento, más largamente, por primera vez desde su llegada. La escucho con atención cada vez que habla, sin apartar los ojos de los suyos, con aspecto de estar absorbiendo todo lo que dice.
Aprieto un momento el vestido con la derecha, sin embargo, bajando la vista al suelo algo azorada cuando habla del supuesto potencial que tengo.

-Espero no decepcionarla tampoco en eso, entonces -respondo, sin más, asintiendo suavemente, mansa, obediente.

Cuando se refiere a los diseños estoy atenta de nuevo, con una seriedad especial, como siempre que los asuntos tratan sobre mi trabajo. Miro una vez más los papeles que me ha dado, asintiendo.

-No se preocupe. Estoy acostumbrada a trabajar en esto muchas horas, y no creo que me lleve demasiado. Me aplicaré por la noche, y mañana debería tenerlos salvo que surja un inconveniente-. Frunzo el ceño un momento, planteándome bien la pregunta antes de formularla. La miro-. ¿Deberé trabajar sobre unas dimensiones estándar o adaptarlo a aquellos que vayan a llevarlo? Porque en ese caso necesitaré unas medidas estimadas de las personas que vayan a ponerse esta ropa -explico con serenidad, asintiendo sin darme cuenta mientras hablo, como dándome la razón a mí misma-. Si no puedo trabajar con ellos, me bastará con una aproximación de su estatura y envergadura.

Sello los labios, mirándola tras los cristales.

Vuelvo la vista a la armadura cuando ella la mira, acompañando su gesto. No tardo en dibujar una breve sonrisa, y asiento con suavidad, regresando a la líder con obediencia.

-Si se trata de las suyas, no tendré que tomarlas siquiera. Eso agilizará un poco el trabajo -coincido, servicial, asintiendo con cierta emoción.

Estoy a punto de hablar, pero lo hace ella antes. Durante un momento me quedo inmóvil, mirándola, algo seria. Entreabro los labios, luego, para contestar. Los cierro. El cuerpo se me tensa muy levemente.

-¿Yo? -inquiero, mirándola sin reaccionar-. Vaya... -. Esbozo una sonrisa, nerviosa-. ¿Es esto para la misión? ¿De verdad me ha elegido a mí? Eso me hace sentirme honrada, aunque... -. Me llevo de nuevo la mano al vestido, sujetando un pliegue con suavidad-. No dudo de su juicio, señorita Campbell. Solo me sorprende haber sido elegida, de las opciones existentes. No llegué a creer que fuese posible -. Bajo la vista, algo azorada, pero risueña-. ¿Me permite preguntar qué cualidad mía le ha parecido la adecuada para decidirse? Por adelantado le digo que me esforzaré por cumplir con sus expectativas, por supuesto...

Me paso la mitad del tiempo en silencio, algo boquiabierta, mientras ella habla, asintiendo cuando es necesario. De nuevo, una reverencia indica lo dispuesta que estoy a esforzarme por esto.

-Reitero mi promesa de esforzarme al máximo para cumplir con las expectativas que ha puesto en mí. Mañana tendrá los trajes listos, y a mí misma preparada para afrontar este desafío. Muchas gracias por la oportunidad, señorita Campbell. Que tenga unas muy buenas noches.

La observo, inmóvil, despidiéndola, hasta que se va. Luego suspiro, con cierto, agobio, pero esbozando una sonrisa suave. Me agacho y recojo el paño que se me cayó cuando llegó, y que lleva en el suelo desde entonces. Subo un momento las gafas para poder frotarme los ojos, pero pronto frunzo el ceño, adoptando gesto de determinación.

-Vamos allá -murmuro, para mí, poniéndome con el nuevo encargo enseguida.

Broto del cáliz de una forma serena y algo seria. La nota de Aren me ha dejado algo preocupado. Por lo visto el tuvo que abandonar Perséfone sin decirme nada por un tema importante y parece que las cosas se han complicado bastante, por lo que ha solicitado mi presencia en Brontë.

Releo la nota para ver que he hecho todo lo que se me ha pedido. Traigo conmigo una pequeña maleta de cuero con las cosas más importantes que tengo así como todos mis libros y objetos de valor.

Salgo y mi rostro tenso se relaja un poco al verme reflejado en una de las vidrieras de uno de los pasillos. Sin duda he cambiado bastante desde la última vez que estuve en Brontë. Mi pelo ha crecido, por lo que puedo incluso hacerme una pequeña trencita baja que me divide la nuca en dos.
Blusa floja con brillantes adornos en las mangas, bombachos y zapatos de lona me acompañan, así como un par de pendientes en cada oreja.
-Espero que nos reconozcan.- Le comento a Tristán tan grande ya que llega desde la punta de mis dedos hasta mi codo. No creo que crezca más, al menos... eso creo. Sus colores y manchas están más vivos que nunca.

Me paro en seco. No creo que deba utilizar las habitaciones de los chicos... Me pregunto si Alexander... No creo que esté... Pertenece al servicio ahora. Sin embargo... me pregunto si no sería mejor instalarme en los aposentos de Aren.
De momento iré al comedor a reponer fuerzas y luego... ya veré.

*se va*

Me dedico al trabajo en completo silencio en la habitación que siempre utilizo. Ahora mismo doy los últimos detalles a un vestido blanco, corto, con fruncido en la cintura y volantes en la falta. Tiene algunos lunares grandes, vistosos, coloridos, verdes, amarillos y rojos. Tiene un aspecto bastante primaveral, en general, y el diseño sencillo, junto con los colores, hace que resulte bastante alegre y fresco. No parece lo más apropiado para esta época, pero mi expresión no me muestra preocupada por ello, sino imperturbable y, de alguna forma, relajada y satisfecha.
Concentrada, sin despegar la vista del trabajo, cosiendo afanada, me escucho a mí misma tararear muy bajo una canción lenta. Solo la música, aunque de hecho tenga letra.

En algún momento llego a separar la vista un instante, posándola en la puerta por un momento, pero pronto me dedico de nuevo a la costura. Los minutos pasan sin que parezca que me doy cuenta.

Alzo la vista con el sonido de la puerta, con gesto curioso, sorprendido, pero no alterado. Al ver entrar a Ayne esbozo una sonrisa enseguida, abandonando la costura por un momento, aunque no me levanto del asiento que ocupo. Sí me acomodo, sin embargo, las gafas con la diestra, en la que también porto la aguja.

-Qué sorpresa -. Esbozo una sonrisa suave, con tono agradable, animado. No tardo demasiado en reír, cuando ella sigue hablando-. ¿Cantaba? A veces lo hago mientras trabajo. Sin pensar. Es una canción popular bastante conocida en Fulmen.

No canto, no obstante. Mientras se acerca doy un par de precisas puntadas más, ultimando un detalle, y luego, ya con ella junto a mí, en una silla, vuelvo a mirarla, con una sonrisa relajada. De nuevo río con suma suavidad, cubriéndome la boca con el nudillo del dedo índice mientras lo hago.

-Te queda encantadora –comienzo, con tono divertido, pero agradable, sin rozar la burla, levantándome. Dejo entonces, con cuidado, el vestido en el escritorio, doblándolo pulcramente-. ¿Has venido a que te tome las medidas para la armadura? –inquiero, todavía alisando la tela, pero volviendo el rostro para mirarla, por encima del hombro izquierdo, curiosa, sosegada.

La sigo con la mirada. De nuevo río cuando me mira de esa forma, con las manos sobre mis piernas. Asiento con suavidad, todavía risueña, acercando un momento la mano derecha a su cabeza. La detengo a medio camino y la repliego de nuevo.

-Sí, claro. Te lo había dicho ya, ¿no? Fabrico armaduras de cuero para los guerreros. Y, por supuesto, como son de parte de Brontë no cuestan nada. Solo necesitaría medirte para poder fabricarla, si me lo permites.

El tono que utilizo es suave, tierno incluso, y no pierdo la sonrisa en ningún momento mientras hablo. Vuelvo un momento el rostro hacia el maniquí que lleva puesta la mía, y termino por acercarme, acariciándola con la izquierda, mirando a Ayne.

-Sería parecida a esta –explico, contenta, calmada.

Una nueva risa, suave, melódica, pero más animada que las usuales, abandona mis labios. Asiento, rozando apenas un momento su pelo con las yemas de los dedos. Espero a que se detenga, mirándola risueña.

-Solo tengo que adaptar el diseño a ti. Si me permites que te mida ya tendré todos los datos que necesito y podré hacerla.

Entonces me acerco a por un taburete, la cinta métrica y la libreta en la que tengo todas mis notas. Dejo el primero junto a ella, asegurándome de que no se tambalea primero, e irguiéndome luego para hablarle, con una sonrisa calmada que deja entrever cierto interés.

-Si puedes quitarte la camisa y subirte aquí habremos acabado en un momento. Después me encargaré de fabricarla y en cuanto la tenga te la daré. ¿Te parece bien?

Risueña, asiento. Mientras se sube al taburete, tomo su camisa del suelo, la sacudo, y la cuelgo de una silla para que no se arrugue. Cuando vuelvo junto a ella ya está lista.

-Así está perfecto –indico, con un nuevo asentimiento más entusiasmado, y comienzo a medirla-. ¿Qué tal te va todo últimamente? –inquiero, relajada, mientras anoto la longitud de su torso de la cadera al hombro-. Hacía mucho que no te veía. Yo he estado entrenando un poco con una chica, con Inger, aunque todavía no soy capaz de combatir –reconozco, arrugando el ceño un segundo, pero recuperando enseguida la sonrisa-. Supongo que necesito ponerle más empeño –comento, poco convencida, midiendo también la distancia de hombro a hombro y tomando nota de nuevo.

Enarco las cejas, extrañada pero risueña.

-¿Os hicisteis amigos combatiendo? -. Dejo ir una risa suave, negando un par de veces-. No sé si yo sería capaz de algo como eso. Creo que solo podría pelear con alguien si de verdad me fuese la vida en ello. No soy nada violenta. Me cuesta mucho mentalizarme para algo así. Pero supongo que estoy aquí para…

Bajo la vista un momento. La mirada y la sonrisa se apagan. Contemplo el suelo, callada. No obstante, al sentir un contacto inusual, un beso en la mejilla, la miro de nuevo, sobresaltada, y recupero la sonrisa al instante, correspondiendo a su abrazo con suavidad apenas un segundo. La sigo con la mirada, de nuevo con expresión divertida.

-¿El chiquillo? ¿También es él un guerrero? –inquiero, curiosa, y ya estoy asintiendo-. Por supuesto. Estoy aquí para eso, en parte. Si viene estaré encantada de confeccionarle una también.