Habitación del pasillo

Había caminado con la vista fija en el suelo, en silencio, siguiendo a Anna sin saber qué decir, y solo alcé la vista cuando llegamos, esbozando una leve sonrisa, entrando en la sala. Ya había estado antes aquí, pero aun así, no pude evitar echarle un largo vistazo a la armadura de la chrysos, ladeando un poco la cabeza, curiosa. Imaginaba que la mía sería semejante a esa.

De reojo, miré al claritas, pero cuando Anna le pidió que se quitase la camiseta, aparté la vista, ligeramente azorada. Me acerqué entonces, siguiendo las órdenes de la chrysos, con la cabeza baja, hacia las dos armaduras incompletas; cogí la que me ofrecía, y la miré a los ojos, con una torpe sonrisa dibujada. Asentí.

—Va... Vale... Aunque no creo que haya muchos problemas... —Bajé la vista de nuevo—. Creo.

Me encogí de hombros.
De reojo, volví a mirar a Corbin, apartando la vista al instante, mordiéndome el labio inferior. No obstante, y completamente en contra de mi voluntad, volví a dedicarle un par de vistazos más, bajando después la vista, antes de empezar a ponerme la armadura, notando cierta torpeza en mis movimientos.

Corbin no tuvo que examinar muy a fondo la habitación para ver que, pese a no ser en origen un taller de costura, la chrysos la había acondicionado para ello con cierta profesionalidad. Observó el entorno, los maniquíes con las corazas a medio hacer, la ya terminada y los trozos de cuero sobre la mesa. En general, daba un aspecto bastante de confianza, aunque esperaba tener oportunidad de observar la coraza de muestra en más profundidad una vez la chrysos hubiera terminado con su trabajo (pues, por lo visto, no pensaba perder el menor tiempo).

Corbin no tardó en obedecer, deshaciéndose en un momento de su camiseta y esperando a que la chrysos se acercara de nuevo. Un detalle había llamado la atención del claritas, un detalle un tanto decepcionante, y no tardó mucho en inquerir a la chrysos.

-¿Incluye algo más que la coraza? -preguntó.

Después de todo, una coraza por sí sola no era una armadura.

Fruncí el ceño cuando Anna me guiñó el ojo, pero por supuesto, no dije nada, y me limité a ponerme la armadura. Como ya había imaginado, no tenía ningún problema con ella: me servía, no me tiraba de ninguna forma, y en general me parecía estar bastante cómoda. Moví un poco los brazos, estirándolos hacia arriba, abajo y los lados, moviendo también el torso, sin tener muy claro qué hacer, atenta a la conversación de Anna y Corbin. Cuando Anna me llamó, me giré, observando un segundo la espalda del claritas antes de mirarla a ella.

Asentí.

—Bien... —murmuré. Esbocé una leve sonrisa—. No me molesta ni nada...

Corbin, en silencio, dejaba a la chrysos trabajar, mientras atendía a lo que le decía. La verdad, desde el momento en que ambas chicas habían hablado del asunto con el término "armadura", resultaba un tanto decepcionante que quedase reducido a coraza. Claro que no había mucho que hacer al respecto; seguía siendo mejor que nada, después de todo.

Corbin caviló respecto a sus opciones.

-Estoy cambiando ligeramente mi estilo de combate -explicó-, así que aún no sé qué protecciones me serían más útiles. Puede que recurra a ti cuando haya decidido qué es lo que más me conviene, aunque empezaré por adaptarme a la coraza. ¿Qué condiciones implican los añadidos?

A su petición, como a todas las demás, obedeció al instante.

Asentí, y siguiendo las órdenes de Anna, me quité la armadura, colocándola después, con sumo cuidado, en el sitio del que la había cogido, dedicándole un último vistazo antes de volverme hacia ellos. Los miré, sin acercarme, en silencio, atenta a lo que decían. Me preguntaba qué querría Corbin; tal vez, si era algo de metal, podría pedirle a mis padres que me enviasen algo. No creía que fuese muy caro, y además, también me vendría bien a mí. Incluso podría volver a forjar algo, por diversión: creía que había un taller en algún sitio.

—Mi familia es herrera... —murmuré. Esbocé una tímida sonrisa, bajando un segundo la vista—. A lo mejor si les pido algo de... me... metal, igual pueden enviarme... No sé. Algo... —Fruncí un poco el ceño—. Aunque no creo que eso sirva de mucho...

Los miré un segundo.
Luego negué suavemente, al escuchar a Anna. Le sonreí.

—No me debes nada, tranquila.

Corbin mantenía la mirada al frente, perfectamente recto, de espaldas a Anna. De vez en cuando, desviaba la mirada hacia la coraza de la costurera, perfectamente colocada en un maniquí. Sí parecía un buen trabajo, después de todo.

-Puedo buscar los materiales que sean necesarios -repuso-. De todas formas, todavía no sé qué te pediré exactamente. Supongo que vendré por aquí cuando me haya decidido.

Miró a Inger con curiosidad. Una herrería, desde luego, era un elemento interesante. Corbin llevaba un tiempo planteándose ciertas mejoras en sus armas que, con toda probabilidad, requerirían de un herrero. Aunque, teniendo en cuenta el viaje que le esperaba, tenía intención de realizar todas esas mejoras en su destino, con lo que no necesitaría recurrir a nadie más. De todas formas, no podía permitirse dejar sus armas de lado justo antes de una misión; por el momento, debía trabajar con lo que tenía.

Cuando Anna dio el trabajo por finalizado, Corbin volvió a ponerse la camiseta, y se encaminó hacia la coraza terminada, examinándola con atención. Se volvió hacia la artesana.

-¿Cuánto calculas que tardará? -preguntó.

Asentí, mirando a Anna, sonriendo un poco.

—Sí, sí que aprendí. Ayudaba a mi padre y mi hermano en la herrería. No soy tan buena como ellos, pero puedo manejarme. —Ensanché la sonrisa—. Si... Eh... Si queréis algo, podéis pedirlo... —Bajé un segundo la vista—. Hace bastante que no hago nada, la verdad...

Me encogí de hombros. Luego los observé, en silencio, atenta a sus palabras, sin saber qué más decir. Le dediqué un vistazo a la coraza cuando Corbin se acercó a ella, y le sonreí a Anna cuando mencionó lo poco que tardaría.

—Qué eficiente —le dije.

Corbin, pese a estar examinando con detalle la coraza de muestra, prestaba también atención a la conversación de las chicas. Acabó por volverse hacia ellas, bastante interesado. La verdad, hablaban de habilidades que le parecían muy útiles, y más si eran combinadas. Aceptó con gusto la oferta de Inger, satisfecho de saber que podía recurrir tanto a ella como a Anna cuando decidiera mejorar su equipamiento.

Por el momento, tenía, sin embargo, otros asuntos de los que ocuparse. Avanzó hacia la puerta, dejando a las chicas con su conversación.

-Debo ir a entrenar -explicó-. Te buscaré entonces en una semana -añadió, mirando a Anna-. Gracias por las molestias.

Y, sin añadir mucho más, se fue, dispuesto a recuperar el tiempo de entrenamiento.

*Se va*

Esbocé una suave sonrisa cuando Corbin habló, haciendo un gesto de despedida.

—Chao... —murmuré, observando su espalda. Luego me mordí el labio inferior y bajé un segundo la vista al suelo, antes de volverme hacia Anna, que me estaba sonriendo. Alcé ambas cejas, quizá algo confusa por su expresión, aunque, si repasaba el día, aquello no debería sorprenderme.

—Más de un año... —dije como respuesta a su pregunta, observándola mientras recogía los papeles. Me encogí de hombros—. Aunque hacía bastante que no lo veía... Ahora nos encontramos más.

Me llevé una mano a la nuca.
Suspiré.

La escuché en silencio, con el ceño ligeramente fruncido, atenta a sus palabras, siendo consciente de lo que intentaba decirme. A medida que hablaba, sentía cómo mis mejillas iban adquiriendo cierto rubor, pero no hablé hasta que Anna concluyó. Entonces dejé ir un suspiro y negué suavemente.

—Somos compañeros... Nada más. —La miré. Me encogí de hombros—. De lo único que hablamos es de entrenar juntos, nada más.

Observé una de las corazas, sin interés. Luego añadí:

—Pero gracias.

La habitación estaba prácticamente igual a como la había dejado, aunque la cuna ya no estaba en su sitio. Era normal, al fin y al cabo. No estaba Lyo. Aunque en aquel momento ni siquiera era capaz de pensar demasiado en el pequeño, o en Nadia, o en Ciria y Ärasu, que seguirían estando muy contentos por los resultados de todo aquello.
Aunque seguía estando más tranquilo, y aquello me aliviaba. Me alegraba de haber encontrado a Lea, aunque en un primer momento hubiese sentido miedo de ser desagradable con ella.

Caminé hasta la cama y me dejé caer sentado sobre el colchón, aunque a los pies, dejando ir un suspiro al tiempo. Me peiné el pelo hacia atrás con agobio, con la diestra, y dirigí una mirada a ella, soltando el flequillo que volvió a caer desordenado.

Hacía no tanto estaba contenta. En aquel momento, sin embargo, ya la veía agobiada. Si no hubiese visto a Gerald quizás hubiese podido haber disfrutado de aquel buen humor antes de descubrir el regreso del bastardo. Pero entonces ella podía haberlo visto antes que yo, y quizás él hubiese sido todavía peor con ella que conmigo.

Como fuese, ya estaba. No había de qué lamentarse.

FdR- Pausau por problemas wifiles

Al entrar en la habitación me dedico en primer lugar a Vilo, asegurándome de que se mentalice de que es hora de dormir. Le indico que entre en la cama que tiene para él, una cesta a los pies de la mía, y aunque juguetea un momento, resistiéndose, acaba por tumbarse y se queda ahí, moviendo el rabo y observándome. Le doy un par de caricias y un beso antes de levantarme de nuevo.

Tengo un baúl a mi disposición también aquí, y he trasladado mis posesiones. Tengo permiso para hacerlo, por el momento, y pese a ello sigo sintiéndome un tanto incómoda al respecto. De todas formas, no arreglaré nada por pensar en ello una y otra vez, así que me limito a buscar en el baúl, sacar el pijama y cambiarme, tranquila.

Cuando me vuelvo hacia Rick, estoy terminando de abotonarme la parte superior del mismo.

-No creo que tenga oportunidad de repetir nada de lo que ha hecho a no ser que se lo ofrezcamos nosotros -comento, seria-. Aunque no lo parezca, tenemos cierto control sobre él.

Me tumbo sobre la cama, sin abrirla, mirando al techo. Pese a lo que digo, no me gusta que haya vuelto. No deja de ser incómodo. Aunque, por algún motivo, en este momento pienso más en ello como eso, una incomodidad, que como un peligro. He perdido algo de miedo, por lo que parece. Veremos si se mantiene así cuando me lo encuentre cara a cara.

Ella se encargaba de las cosas. Primero de Vilo, y luego de lo demás. Así que esperé. De todas formas, era buena manera de calmarme. Ya me sentía mejor, más relajado, y aquella presión extraña de la ira se había disolucionado.

Y luego Lea se empezó a desnudar. La palabra correcta hubiese sido “cambiarse”, pero aquello empezaba por desnudarse, y aunque el habérmela encontrado no me había causado la felicidad de siempre debido al enfado, no era tan poderoso como para oponerme a ella en todas sus formas.
De todos modos, intenté evitar mirarla demasiado, por respeto. Aunque cuando se volviese una parte de mí hubiese pensado, sin quererlo, que ojalá lo que estuviese haciendo con los botones fuese desabrocharlos, y no lo contrario…

Me apresuré a alzar la vista a sus ojos. ¡Estaba hablando! ¡¿Y qué demonios hacía yo?! Aquello era serio.

-No sé cómo funciona su cabeza –reconocí, apoyando las palmas sobre la cama, a mi espalda, echándome hacia atrás y mirando hacia el techo con un suspiro, mientras ella se acostaba-. No le tengo miedo, nunca se lo he tenido, aunque se esfuerce en repetir que sí-. Quizás sus afirmaciones me causasen cierto respeto, pero no por él, sino porque yo mismo había pensado alguna vez en ellas-. Pero no veo correcto que pueda pasearse con esa sonrisa de que lo domina todo después de lo que hizo-. Volví un poco el rostro hacia ella, mirándola-. ¿Sabes qué le pasó aquella noche? Ni siquiera lo toqué.

Y después de aquello había pasado días en la enfermería, como yo. Solo que él parecía haber sucumbido solo. Y dudaba que hubiese sido por los remordimientos.

-No tengo pijama –comenté un poco después, dirigiendo la vista a mis pantalones.

Otra cosa en la que no había pensado.
No podía decir que otras veces hubiese sido un problema, pero aquella era diferente. Comenzando, ya, por el motivo que me había llevado a aquella cama.

Guardo silencio un momento, pensativa. Realmente, es difícil entender lo que pasa por su cabeza. Me giro en la cama, recodándome sobre la almohada, y miro a Rick, seria. Quizás...

-Empiezo a pensar que está enfermo -aventuro, reflexiva-. Desde luego, es evidente que su cabeza no funciona bien. Está loco, y no es simplemente una expresión. De verdad creo que lo está, que tiene un problema mental. Quizás también le afecte físicamente. Lo de aquella noche fue un ataque de locura especialmente fuerte, creo que el más fuerte que le he visto sufrir. Probablemente le atacara los nervios, o el cuerpo, a mayores. Creo que ese aire chulesco es simplemente porque no quiere aceptar que no es capaz de controlarse ni a sí mismo. Finge que tiene el control, pero es evidente que no lo tiene. Me da algo de lástima, incluso.

No me dedico a pensar en Gerald habitualmente, pero si le dedico un momento, eso es lo que opino de él. Y me da lástima porque parece evidente que tiene una formación muy buena y unas capacidades que, bien usadas, podrían llevarlo muy lejos. En cambio, se dedica a revolverse en ponzoña por culpa de algo que no puede controlar. Es extrañamente débil para lo fuerte que parece.

Me encojo de hombros ante su observación.

-Ve a buscarlo, si quieres. O simplemente ponte cómodo. A mí no me molesta, por eso no te preocupes -declaro.

Sus palabras no sonaban necesariamente equivocadas. Aunque aquello seguía sin explicar por qué sus ojos eran negros, de todos modos. Por malo que fuese…
Quizás en su maldad había decidido teñirlos. Quién sabía. Qué más daba.

-Pues a mí no me da ninguna lástima –me limité a decir con rudeza, apretando la mandíbula. No obstante, un momento después resoplaba y me pasaba una mano por la cara-. Consigue sacar lo peor de mí, y no quiero que sea así…

Me planteé el levantarme de verdad e ir a por él, pero no me sentía con ganas de toparme con nadie. Menos con el maldito Browen, pero con nadie de todos modos. Y en el dormitorio siempre había alguien.
Terminé por descalzarme, al menos. Ya me desharía de lo que fuese necesario cuando fuese a dormir. De momento ni ella se había metido definitivamente en cama.

Niego con la cabeza. Entiendo lo que dice, pero es injusto. Después de todo, por más que Gerald lo explote, lo que él tenga de malo es algo que debería manejar por sí mismo. De otro modo, solo consigue ponerse en el mismo nivel de descontrol.

-Trabaja para cambiarlo -sugiero, sin más.

Me tumbo de nuevo de cara al techo. Vilo suelta un quejido. No le gusta que lo mande a dormir si no se va a dormir. Me giro hacia él y le sonrío.

-Ahora dormimos, precioso. No te quejes que no vas a conseguir que te deje seguir por ahí -. Extiendo el brazo para darle una caricia y luego vuelvo a mi posición boca arriba.

Inspiré profundamente por la nariz, evitando mirarla, algo cansado. Siempre decía aquellas cosas, como si fuese fácil… Llegaba a molestarme un poco, porque estaba seguro de que si la contradecía terminaría por enfadarse, o por quejarse por lo menos.

-Supongo que es lo que toca –terminé diciendo.

El lamento de Vilo y las palabras de Lea me hicieron darme cuenta de lo que debía hacer. Me contemplé un momento. Los pantalones serían incómodos, y al mismo tiempo sentía cierta incomodidad al desnudarme sin más. Quizás era la nobleza que seguía en mí. Quizás, pensé, sí hubiese sido buena idea buscar el pijama.

Me desabotoné la camisa, y al quitármela no pude evitar mirar hacia abajo, a la cicatriz que él me había causado. Con su sucia espada.

“No me atacaste aquella noche por cobarde.”

No había sido de aquella forma. Y sin embargo sí me asustaba atacar a Gerald, por lo sucia que sería mi imagen después de aquello. Porque no sería heroico…

Antes de deshacerme de los pantalones hurgué en uno de los bolsillos, sacando un sobre. Dentro iba el retrato de Nadia, que intentaba llevar conmigo siempre que podía. Al fin y al cabo era la única imagen que tenía de ella, además de la de mis recuerdos.

-Recibí eso de casa hace no mucho –dije a Lea, componiendo una sonrisa suave, a pesar de todo, mientras le tendía el sobre-. Es mi hermana.

Me senté de nuevo, cansado. Tenía ganas de dejarme caer hacia atrás pesadamente, pero ella estaba tumbada y no deseaba incomodarla. Quizás pensar en aquello antes de dormir fuese mejor que hacerlo en el bastardo chrysos.
Debía quitármelo de la cabeza o acabaría obsesionado.

Era momento de dormir, no de pensar.