Habitación del pasillo

Lis observaba la situación desde su llegada, metida en la caja que solía ocupar para descansar. Escuchaba la conversación sin entender muy bien a qué venía tanta emoción con algo que le había causado heridas.
Terminó por salir con cierto tiento. No solía hacerlo ante Rick, seguía mirándolo con cierto reparo, pero a veces llegaba a dejarse ver.

En aquella ocasión lo hizo manteniéndose alejada de los dos, observándolos sin ocultar que lo hacía, con curiosidad, sin hacer comentario alguno ni dejar entrever alguna intención por hablar.
Parecía más interesada en mirar y escuchar la anécdota.

Su gesto no cambió al principio. Trataba de mantenerse siempre lejos de la visión directa del flamma, aunque ya parecía no sentir la necesidad de ocultarse de él como al principio. Simplemente lo toleraba, y sabía, tras aquel tiempo, que no tenía muchas más opciones que hacerlo.

Y escuchaba, pese a todo, también. Sí se le notaba cierta curiosidad, aunque no mirase directamente, por observar. Y cuando él sacó aquella lata sí dio un leve respingo, volviendo el rostro y los ojos hacia ella, aunque tampoco dijo nada entonces y terminó por relajar de nuevo el cuerpo, apartando la vista una vez más.

A medida que hablaban de aquello Lis empezó a mostrarse algo incómoda. Los miraba a ratos, y era evidente para Lea, aunque Rick no tuviese una posición muy buena para darse cuenta. Al final, con gesto algo molesto, se acercó al flamma, con la mano por delante.

-Un...hó -pidió o, más bien, exigió, con los ojos clavados en él, esperando a que le diese uno de aquellos dulces que había en la pequeña lata.

A ratos apartaba la vista y a ratos los miraba. Era evidente que, pese a la incomodidad, quería aquello y le costaba oponerse a ello. No disimulaba demasiado bien.

Se lo pensó tras las palabras de Lea, dedicándole una mirada que cargaba cierto rastro de ofensa. Y tardó más en hacerlo, como si cada gesto le costase mucho esfuerzo, alternando la vista entre ambos. Pero al final, resignada, bajó un poco la vista, accediendo de alguna forma.

-Poòr... faafvór -terminó diciendo, aunque sin mucho convencimiento.

Y a cambio de aquello recibió de Rick no un caramelo, sino la caja entera. Lo miró, con cierta sorpresa y algo de desconfianza. Al final, sin embargo, aceptó el regalo, todavía mirándolo.
No sonrió, pero sí que dijo algo más aquella vez, sin que nadie se lo pidiera, tras una breve duda.

-Gràaaciás.

*fin de escena*

Hoy me centro en el trabajo. Prometí a Massen que le daría esta semana la coraza que me pidió que le adaptase, y no me queda demasiado para terminar, de modo que he decidido dedicarme a ello hasta que acabe y dejar ya listo este punto.

He tenido la suerte de poder comprobar la dureza y la forma, en general, de la coraza. He hecho varias copias en papel del diseño, buscando mejorar mis propias corazas a partir de este momento.
He tenido que quitar algo de cuero para reducirla y, adecuándola al tamaño de Massen, más menudo. Me tomo la libertad, además, de forrar un poco el interior con un tejido grueso, lo que facilitará la adaptación al cuerpo y absorberá parte de los impactos. Aunque no será de tanta utilidad si algo atraviesa la coraza, quizás pueda llegar a proteger un poco de cortes o pinchazos o cortes superficiales si se diese el caso.

Compruebo que las formas se adapten también al cuerpo femenino. Cuanto más se ajuste al de la piscis más segura será. Tengo que evitar que se mueva, por lo que deformo ligeramente algunas zonas, como la del pecho o las curvas de cintura y cadera, que de base están más adaptadas para un hombre que para una mujer. De todas formas al final he de dejar el trabajo sin terminar. Cuando ella venga daré los últimos retoques. Tiene que probársela primero, que por muy exactas que sean las medidas que le he tomado no equivalen a la prueba real de la pechera.

Cuando se ha probado la pechera me dedico a examinarla con ojo crítico, rodeándola y evaluando cada centímetro, viendo dónde corresponde más y dónde menos con su cuerpo. Finalmente, cuando ella me indica dónde le resulta incómoda, me dirijo a ese punto en concreto.

-Déjame ver... -murmuro, centrándome un momento en la zona. No es demasiado-. Si te la puedes quitar un momento, por favor -le pido con suavidad, asintiendo a sus palabras-. Si solo es eso no debería ser difícil. Es un punto complicado. Mejor tener que corregir ahora que que no tuvieses movilidad.

Enseguida me pongo a ello. Como ella misma ha dicho, no tardaré demasiado, de modo que no le ofrezco el marcharse. Primero no coso, solo hilvano, para poder corregir más fácilmente si tampoco es correcto.

-A ver ahora -indico risueña, devolviéndole la pechera-. Espero que la tardanza no te haya dado problemas.

Asiento con suavidad, componiendo enseguida una sonrisa relajada. Es cierto que al final ha quedado bastante adecuada a su cuerpo. Le queda mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta que no la tuve como modelo durante gran parte del trabajo.

-Por supuesto, si te molesta después de probármela tráela de nuevo. no tendré problema en ajustarla de nuevo. Y si se te llega a romper también. No sabría si alegrarme o no, porque por una parte significa que te han atacado, pero por otra que funciona -comento con cierto apuro, pero risueña.

Una vez se la ha probado de nuevo me aseguro con ella de que no haya problema. Parece que esta vez está cómoda. No puedo ocultar cierta satisfacción en el gesto.

-Perfecto entonces -zanjo con suavidad, permitiéndome un suspiro y comenzando a recoger las herramientas-. Me alegra haberte encontrado, la verdad. Tenía ganas de dártela.

Me quedo mirando como se queda tumbada un momento. El color de su pelo parece mezclase con las sábanas dando un tono a la estancia que se conjunta a la perfección con el de su vestido apartado, en un juego de color llamativo y tentador.

En cuanto me acaricia el pelo me siento despertar tras perderme en un momento en la imagen que estampa sobre la cama, como si me hubiese detenido durante largo tiempo en lo que apenas es un segundo.
La calidez de su piel me fascina y hace que la mía cosquillé allá por donde toca.

Bajo a su reclamo, pero al llegar a sus labio muerdo el inferior apartándome ligeramente, evitando que ella me respoda al movimiento mientras sonrío con picardía. Paro la lengua por el centro de su boca y bajo al mentón y la quijada saboerando la suavidad de su cara mientras me acomodo entre sus piernas y me pego más a ella. El calor que emana hace que quiera rozar todo mi cuerpo con el suyo.

Bajo la mano izquierda acariciando su cuerpo hasta su muslo y lo aprieto con deleite y calma mientras mi cara sigue hurgando en su nuca, cerca de su oído, hundiéndose entre sus mechones mientras voy atrapando su piel a pellizcos entre los labios.