Mercado.

Un puesto de frutas. Bueno, no hacía tanto calor como unos días atrás, pero una fruta no vendría mal. Aunque también acabaría sucumbiendo a algo de chocolate o... Bueno, a lo que fuese. Ya se iba haciendo tarde y hasta entraba el hambre.

-Supongo que cogeré algo también -zanjé, satisfecho-. Lo que primero me convenza. Ya pueden preparar los mercaderes sus mejores armas. Hoy seré uno de esos clientes que se dejan llevar.

Y en lo que hablaba llegamos al puesto. Desde luego, todo tenía buena pinta. Aunque los dulces debían tomarse en su justa medida. Lis siempre pedía aquello, y al final era Lea la que ponía unas ciertas normas.

-Por cierto... -comencé, dubitativo, en lo que echaba un vistazo a los caramelos. Al final flaqueaba-. ¿Estos le gustarán? -pregunté, señalando unos rellenos de fruta.

Miré a Lea de reojo, dudante. Me froté un momento la mejilla.

-¿Sabes? Hay unas...-. Señalé otra parte del puesto -chocolatinas con muy buena pinta también, ahí. Quizás prefiera eso.

No, no, no. Estaba haciéndolo parecer lo que no era. Demonios.

Roto los ojos un momento, entretenida. Siempre tan entusiasta. En fin, un día es un día. Tampoco venimos al mercado tan a menudo. Es solo que me cuesta entender qué considera él dejarse llevar. No sé cuánto dinero tiene, pero sé que es mucho, y también que no es ningún tacaño.

-Bueno, pero tampoco te pases -advierto, medio en broma.

Y, por supuesto, apenas nos plantamos ante el puesto, Rick empieza a sufrir. No se le da bien racionar. Lis, aunque trata de ser discreta, se mantiene bien atenta, deseosa de que acepte cualquier oferta de Rick. Sabe que él tiene la mano más abierta que la mía, y ha acabado por aceptarlo, como mínimo, como una interesante fuente de dulces.

Suspiro. Por suerte para ambos (supongo), hoy me siento generosa.

-Podemos coger un surtido. Si consigo que no se lo coma todo de golpe, puede disfrutarlo unos días -propongo, con una sonrisa suave.

No había notado nada. Muy bien. ¡Así podría volver a plantearme cómo obrar!
Le dediqué una sonrisa. Estaba seguro de que su propuesta sería bien acogida por Lis. Aunque la chica planta no nos lo haría saber hasta más tarde. A mí, al menos. O ni siquiera entonces. Nos llevábamos mejor (o ella conmigo, bueno), pero seguía sin mostrarse demasiado amable conmigo.

-Un surtido. Me parece buena idea-. Y al comerciante también, por lo que pude ver en su cara-. Entonces... un poco de esto y...

Iba señalando lo que se me ocurría, aunque al final dejé que Lea decidiese el resto. A fin de cuentas, Lis estaba con ella, y de alguna forma le indicaría lo que quería.
Dediqué un vistazo a Vilo, que estaba portándose bastante bien.

-¿Y él? ¿No querrá algún dulce para animales o algo? Un buen trozo de carne o algo así.

Y luego yo...
Carraspeé, incómodo.

-Oye, una cosa... ¿Si me comprase una casa en el pueblo... qué pensarías de mí? -inquiricé, como quien no quería la cosa, echando un ojo a una cajita de fruta confitada.

Así, muy sutil. Bien.

Rick en seguida empieza a escoger dulces, y lo dejo hacer. No es hasta al cabo de un momento que me mira, con lo que comienzo yo también a participar. Al final, el surtido resulta bastante generoso, y me he asegurado de incluir los preferidos de Lis. Dentro de un rato estará feliz.

Miro a Vilo, poco convencida.

-De dulces nada. Le está cogiendo gusto a cazar él mismo, ya casi no se molesta en pedir nada. No sé si vale la pena, pero si te hace ilusión...

Porque sé que es para él y no para Vilo. Es él quien quedará satisfecho.

Al cabo ya caminamos en pos de mi puesto de frutas. Espero que no hayan recogido ya. Es entonces cuando un comentario de Rick me hace fruncir el ceño y mirarlo, un tanto desconfiada. ¿Pero qué clase de caprichos tiene?

-¿Y tú para qué quieres una casa en el pueblo? -pregunto. Es que de verdad lo encuentro absurdo.

Sonreí contento cuando aceptó. Quizás pudiese pasar por un puesto de carne antes de marcharnos para encargarme de aquello. Vilo aceptaría encantado la comida, unos juegos... Estaba seguro.

Una vez dejamos todo pagado y hubimos guardado los dulces nos dirigimos al puesto de fruta. Quizás no fuese un vestido, o algún tipo de joya cara, pero me gustaba cuando Lea quería algo porque podía ofrecerme a satisfacerla. Aunque ya tenía claro que no era como aquellas damas que me buscaban por mi dinero... Pero una vez de vez en cuando... Y ella preferiría algo de fruta que cualquier joya.

Me detuve un momento ante su pregunta, retomando la marcha enseguida. No debía hacerlo parecer importante. No era más importante de lo que realmente parecía que era.

-Solo lo pensé el otro día. Hay algunas algo viejas, baratas. Y pensé que llevo tanto aquí...-. Carraspeé, incómodo-. Solo una tontería que se me ocurrió.

Ya casi estamos en el puesto cuando responde. Yo guardo silencio, dando vueltas al tema. Me escama, no voy a negarlo. La verdad es que no entiendo qué necesidad hay de gastar el dinero de esa forma. Anda que no habrá cosas en qué gastarlo, y cosas bastante más inteligentes. Pero, en cualquier caso, sigue siendo su dinero.

El puesto sigue abierto, y dedico una sonrisa a la dueña, que en seguida pasa a intentar venderme esto y aquello. Como es lógico, las mejores piezas están vendidas. De todas formas, todavía queda algo. Me centro en las naranjas. Cogeré un par, creo. Una será poca cena. Las examino, las palpo, buscando las que tengan mejor aspecto.

Se me ocurre algo entonces y me vuelvo a mirar a Rick.

-¿Vas a dejar el ejército? -pregunto, seria de pronto.

Una vez en el puesto de frutas eché un ojo, también. No podía evitar lanzar alguna mirada de reojo a Lea, en lo que señalaba a la mujer un par de manzanas. Aunque para sentirme satisfecho tendría que coger algo más "sólido". ¿No habría algún puesto con comida más contundente?
Aunque con el chaleco de Lea puesto, entonces... No quería mancharlo.

Alcé las cejas, repentinamente sorprendido. ¿Había dado aquella impresión? Me apresuré a negar.

-Oh, no, por supuesto que no. Todavía tengo fuerzas para luchar un poco más -la tranquilicé, con una sonrisa segura-. Solo... Bueno, llevo aquí mucho tiempo, ya. Tener una propiedad... a la que acudir...-. Aparté la vista, algo incómodo. ¿Cuál era el verdadero motivo?-. Bueno, solo era una idea. Nada serio. Ya sabes...-. Tendí unas monedas a la mujer, que parecía interesada incluso en nuestra conversación-. Supongo que no es más que una tontería.

Di unas palmadas a Vilo en la cabeza. Cada vez que se me ocurría una cosa que sonaba un poco a mala idea y se la contaba a Lea terminaba siendo, definitivamente, una mala idea.

Arqueo una ceja entonces. Creo que empiezo a entenderlo. La verdad, me parece excesivo, pero... Bueno, supongo que puede tener sentido. Me mantengo callada, concentrada en las naranjas, o al menos así es en apariencia. Es que comprar una casa suena como algo tan... Pero claro, para él no será nada. Una tontería. Un pequeño capricho perfectamente asequible. Resulta... Creo que me agobia un poco.

Suspiro.

-Bueno, en fin, supongo que una idea así se le puede pasar a cualquiera por la cabeza. No, no a cualquiera, pero... - Me encojo de hombros-. Supongo que para ti suena como un detalle sin importancia. Y es tu dinero. A mí ni se me pasaría por la cabeza, pero supongo que cada uno es como es.

No soy quién de darle lecciones. Eso tendrán que hacerlo sus padres. Seguro que ha tenido las suficientes clases sobre inversión y economía como para dejarme en completo ridículo.

Acabo por escoger tres naranjas, y se lo indico a la mujer, con gesto un tanto taciturno.

No me sentía aliviado por sus palabras, por algún motivo. Era como... que había hecho algo malo. Bueno, no malo, pero sí un poco... No sabía explicarlo, pero era una sensación un tanto intranquilizante.

-No es un detalle sin importancia, aunque tampoco es para tanto -dije, casi cavilé en alto, para mí-. Es decir...-. Negué un par de veces, tranquilizándome. Sonreí, entonces. Me estaba poniendo algo nervioso. Me incomodaba, porque era como si a ella le pareciese mal aquello-. Es una tontería... Simplemente pensé que estaría bien tener un lugar en el que estar si un día me quiero tomar un descanso, o si vengo alguna noche al pueblo o...

O si cenaba con ella o quería pasar una noche con ella y no era posible coger una habitación en Brontë... Pero no podía decir aquello, claro. "Te echo de menos por las noches y me voy a comprar una casa". Desde luego, ¿cuánto juicio me había inculcado aquella mujer? Lo que una vez hubiese pensado como romántico llegaba a resultarme ridículo...

Contengo un carraspeo incómodo. Se siente presionado. Siente que la decisión es mía. Eso quiere decir que cuenta con que yo participe en ello. Pero yo no quiero participar en ello. Puedo entender que para él no lo sea, pero yo ni siquiera he llegado a plantearme tener una propiedad. Y no quiero tener una propiedad. No tengo esa necesidad, ni tampoco, aunque quisiera, los medios.

Necesito aclarar esto, pero resulta complicado.

-Sí, lo entiendo -respondo, tratando de sonar tranquila-. Brontë da muchas facilidades, pero no es demasiado hogareño, supongo. Tiene sentido que se te ocurra algo así, supongo. Es cosa tuya, Rick. Si tú consideras que quieres tener una casa de tu propiedad, es un asunto que te incumbe solamente a ti.

Me doy cuenta de cómo nos mira la vendedora en ese momento. Qué bien, un cotilleo ante sus narices. Mañana sabrá de esta conversación el pueblo entero. Tratando de contener la molestia, echo mano de la bolsa para pagar. Mejor hablar de esto lejos de oídos tan atentos.

Lo ponía como algo lógico. No estaba diciéndome nada malo. Entonces la cuestión era que... el problema era mío. Porque si lo que ella decía tenía tanto sentido quizás lo que me hacía sentirme incómodo era no haber dicho...

-Entiendo que es mi decisión, pero quería saber si...-. Dediqué entonces una mirada de reojo a la mujer. ¿Era cosa mía o se estaba inclinando un poco hacia adelante? Demonios... Negué un par de veces, relajándome un poco, tendiéndole algunas monedas más antes de que Lea pudiese hacerlo. Aún las tenía en la mano, a fin de cuentas-. No pasa nada. Tienes razón -terminé por aceptar, llevándome una manzana a la boca, para cerrarla de alguna forma. Quizás hablaba demasiado algunas veces. No pensaba lo suficiente y solo iba hacia adelante y...-. Lo pensaré a fondo.

Para cuando me doy cuenta, Rick ya ha pagado. Guardo las monedas. Sabía de antemano que querría hacerlo, y no voy a discutir por unas piezas de fruta. Eso sí es un capricho, ¿no? Invitarme. Aunque, le guste o no, alguna vez lo invitaré yo. Y cuando eso pase, más le vale ahorrarse una mala cara, o quien esté cerca tendrá motivos para querer curiosear.

En seguida tengo mis naranjas y camino junto a él, alejándome del puesto. Guardo dos y empiezo a pelar la tercera. Asiento. Por favor, Rick, no hagas un mundo de esto. No me hagas responsable. No soy responsable, así que no creas que lo soy.

-Claro -asiento, tratando de darle normalidad al tema-. Es mejor que lo decidas tú mismo. Una cosa así... Bueno, supongo que no pasa nada por que opine, pero la decisión debería ser tuya.

Me despedí de la mujer y retomamos la marcha. Pude ver que el puesto de carne ya había cerrado, así que no me dirigí hacia él. Comía en silencio, escuchando lo que ella me decía. Y no estaba enfadado, pero me sentía un poco serio, por decirlo de alguna forma. Que no era el caso, exactamente.

-Lo cierto es que tienes razón-. Ya lo había dicho, pero lo repetí tras haber escuchados sus palabras-. Siempre hago eso. Me lanzo y...-. Me encogí de hombros, dando un nuevo bocado a la manzana. Era igual en todo menos en lo que había sido tratar de alcanzarla. ¡Cuánto me había costado aquello!-. Te echo un poco de menos por las noches-. La miré de reojo-. Y pensé que... era un abuso que...

Sonaba más tonto cuanto más hablaba. Terminé por acabarme la manzana para estar callado un poco más.

Suspiro.

-No, Rick -repongo-. Lo que haces siempre es hacer lo que yo diga, independientemente de lo que tú quieres.

Es un poco crudo decirlo así, pero siempre me quedo con esa sensación. Es desagradable. Yo no quiero decidir su vida. Es una responsabilidad demasiado grande como para aceptarla. Y es su vida, Mithos. Que la decida él.

El comentario me arranca una mueca. Ya sospechaba que ese era el motivo. O, bueno, quizás sea solo uno de los motivos. Llevo una mano a su brazo, como para llamar su atención.

-No hay por qué dormir siempre separados -apunto, tratando de sonar conciliadora-. La posada sale más barata que una casa. Yo... yo no quiero tener una casa mía, Rick. Y tampoco quiero ser el motivo de que tú tengas una. Si quieres una casa, adelante. Pero que no sea por mí. Que sea por... no sé, cualquier otro motivo que tú tengas.

Porque a mí... Trago saliva.

-Para mí una casa es un asunto tremendo. Sé que no es igual para ti. Por eso no me molesta si es para ti. Tuya. Si realmente hay algo que no sea yo que te lleve a tenerla. Si es solo por mí... Bueno, creo que me da miedo.

Desvío la vista.

Fruncí el ceño. ¿Hacer siempre lo que ella decía? Abrí la boca para quejarme. Porque cuando había... O la vez que...

-Eso solo ha sido casualidad -terminé por zanjar-. Si veo que tienes razón te la daré-. La miré de reojo, frunciendo el ceño, aunque se me escapó una sonrisa-. Que si quiero decirte que no puedo hacerlo, eh. No te creas tan poderosa.

Sería difícil, pero era posible. Estaba seguro.

"No hay por qué dormir siempre separados." Sonaba tan bien. Me había malacostumbrado y haberme quitado aquellas noches de cercanía se me había hecho tan complicado. Y me había acabado acostumbrando, pero algunas todavía...

-Pero no es una casa tuya -me apresuré a decir. Aunque era cierto que pensaba a veces en algo como aquello-. No te la apropies tan deprisa-. Usé un tono bromista. No quería que se ofendiese, pero tampoco asustarla-. Creo que te entiendo. Es decir... Siempre me he emocionado demasiado rápido y acabo haciendo las cosas de forma desordenada... Si ni te he dado el anillo todavía -me excusé, llevándome la mano al bolsillo, buscando un momento en su interior. Aunque acabé por reír y negar-. Es broma. Tranquila. Lo pensaré de nuevo.

Estoy a punto de replicar, pero me contengo. Le molesta. Quizás no se hubiera parado a pensarlo. Bueno, es buena señal. Significa que su intención no es dejarlo todo en mis manos. Es un alivio, en cierto modo. Me atrevo incluso a sonreír un poco.

Cuando voy a quitarle hierro al asunto, diciendo que lo que es suyo es suyo, hace un comentario que me deja helada. Miro cómo se busca en los bolsillos, hasta que al final dice que es una broma. Noto los latidos en los oídos. Creo que se me ha parado el corazón un momento. ¿He dejado de respirar? Carraspeo, tratando de volver a la normalidad.

-Muy gracioso -replico, mirándolo con los ojos entornados. Al final, me encojo de hombros-. Bueno, mientras no me incluyas como una condición, el asunto es tuyo.

Bueno, lo digo así, pero si llega a comprarla sin decírmelo poco menos que la hubiera quemado. ¿No estaré exagerando? Es que siempre parece tan entregado que...

No pude evitar soltar un resoplido divertido. Lo peor de todo era lo que aquella expresión significaba. ¿Acaso me creía capaz de...? Demonios. Claro que sí. Si ya había hecho cosas como aquella. No era la primera vez que me rechazaba, a fin de cuentas. Sí que era yo algo repentino.

-Si algún día se me ocurre hacerlo de verdad recordaré esa cara -comenté, entretenido. Pues mucha gracia no tenía. Me acerqué de todas formas a darle un beso en la cabeza, que ya me faltaba-. De acuerdo, de acuerdo. Asunto mío. Haré lo que quiera y considere. Todo está listo.

Y no era para tanto. No tenía que ser un drama. Estaba bien. No pasaba nada.
Me sentía hasta aliviado, de hecho.

Pues a mí no me hace gracia. Frunzo el ceño, algo molesta. Yo puedo dominar mis expresiones a la perfección, y eso ha sido un golpe bajo. Y el comentario otro. Le doy yo un golpe a cambio, un puñetazo suave en el vientre, cuando se acerca a por su premio. Un premio que no se merece.

-Si algún día se te ocurre hacerlo de verdad prueba a buscar un ambiente un poco más adecuado -replico, no de muy buen talante.

La pregunta es por qué me tengo que poner tan a la defensiva. Aunque eso ha sido una broma de mal gusto. Pero de todas formas. Suspiro.

-Vamos a algún sitio donde Lis pueda comer algo.

Y yo, que me he quedado con la primera naranja a medio pelar.

No había sido un chiste adecuado. ¿Quizás pensaba ella en hacerlo y le había estropeado la sorpresa? Estaba seguro de que no.
¡¿Qué demonios me llevaba a pensar aquello, siquiera?!
Acepté mi parte de culpa deteniéndome antes de tocarla. No iba a robarlo si había sido innoblemente desagradable. Terminé por suavizar la sonrisa, más resignado. Era mi culpa. Me lo merecía.

-No ha sido tan gracioso... -admití, finalmente, perdiendo ya la sonrisa. Ni lo había sido cuando Rossel me había rechazado. Y el rechazo más doloroso había sido el de verla creer que era una broma-. Nada gracioso...

Lo de Lis me hizo asentir. Además, se había hecho algo tarde ya. Miré alrededor, como buscando algo.

-¿Qué prefieres? ¿Por aquí cerca o volvemos ya hacia Brontë? ¿Qué ánimos tenéis? Ella estará deseando salir ya...

Con todos los dulces que habíamos comprado Lis estaría muerta de ganas de salir.

Que acepte así mi falta de humor solo consigue ponerme más nerviosa. ¿Cuándo vas a decirme que no tengo razón, Rick? ¿Cuándo me vas a comentar que estoy tomándomelo todo demasiado a pecho? ¿O es que de verdad tengo una base sólida para tomármelo todo a pecho? ¿Cuándo me vas a decir que no estás de acuerdo?

-Por ahora vamos hacia el río -respondo, algo sombría-. No creo que haya nadie por allí a estas horas. Después ya se verá.

Echo a andar sin esperar respuesta. Me resulta un tanto amargo.

Parecía muy seca, de pronto. Estuve a punto de decir algo, pero de repente me sentí extraño, algo incómodo. ¿Se había enfadado? ¿Pero...? ¿Por qué?

Terminé yendo tras ella, sin saber bien qué decir. ¿Era por la broma de lo del anillo? ¿Qué pasaba? Tampoco había sido algo tan grave a fin de cuentas, ¿no? ¿O quizás sí? ¿Había dicho algo que no debía? ¿Algo demasiado...?

-Lea -llamé, apurando un poco el paso tras ella, viendo que me quedaba atrás.

Pues... no entendía bien. Qué agobio...

*se van*