Templo de Fulmen.

Se trata de la construcción considerada la más antigua conservada en Fulmen. Como tal, se trata de un templo pequeño, encalado en blanco y de planta circular, una y mil veces restaurado y que jamás ha dejado de tener uso. En un principio era un templo dedicado a Ksà, donde una sacerdotisa virgen estaba encargada de mantener día y noche encendida la Chispa de la Vida, un farolillo que contiene un círculo de electricidad siempre en movimiento. Actualmente, sin embargo, la Chispa de la Vida no se considera el poder de Ksà, sino la fuerza de Mithos, padre y madre de todo lo vivo y que a ello transmite su poder y energía mágica.

Las lluvias habían sido intensas durante más tiempo del común, volviendo el clima mucho más húmedo que otros años por aquellas fechas. Pero en los últimos días las lluvias habían pasado a fuertes tormentas.

El cielo, oscurecido por inmensos mantos de nubes, dejaba caer el agua en todas sus formas, y trozos de hielo enormes destrozaron tejados, cultivos, insfraestructuras, matando animales y a aquellos desafortunados que no lograban ponerse a cubierto a tiempo. El cielo rugió por primera vez, y entonces comenzaron los rayos, quemando bosques, llegando a destruir pequeñas poblaciones y causando desprendimientos en las zonas más escarpadas.

Por muy acostumbrados que estuvieran a las tormentas eléctricas, no hubo uno en Fulmen que no terminase por admitir que aquello no había visto antes. Los ancianos decían que algo le pasaba al mundo, y ni los más escépticos podían negar que aquello no podía atribuirse solo al tiempo.

A todo aquello se le sumaban pequeños temblores, que no resultaban muy graves, pero ayudaban a que el caos cundiese, y un mar embrabecido en la costa que evitaba la comunicación con el continente de la luz, las salidas de pescadores y la vida cerca de las playas. Sin embargo, el elemento más extraño de aquella catástrofe fue la extraña afección que comenzaron a experimentar gran cantidad de chrysos, en la que su magia se descontrolaba y la fiebre y debilidad los atacaba. Aquella enfermedad, no supieron llamarla de otro modo, se propagó del centro a las fronteras del continente, atacando de manera aparentemente arbitraria a una gran parte de la población.

Las gentes clamaban por una explicación a los grandes de las Tres Tribus, que trataban de calmar al pueblo, incapaces de dar una respuesta a los sucesos. Durante aquella semana todo Fulmen, aterrorizado, no vio más luz en su futuro que la de los rayos que atravesaban el cielo.