Torre Szorshüvel'Ëm

Hemos llegado ya hace unos días. En cuanto lo hicimos, el abuelo nos recibió. Parecía bastante aliviado de verme, aunque lo noté enfadado también. Supongo que es normal, aunque no sé si lo estaba conmigo o con el mundo, como se suele decir. Al fin y al cabo, yo no hice nada... No fue culpa mía, ¿no? Sin embargo, como no hizo ningún comentario al respecto, terminé por no darle importancia. Es él, al fin y al cabo, el que decide qué cosas son suficientemente importantes como para discutirlas. Supongo que, simplemente, estaría preocupado, o algo así.

Tras el reencuentro con el abuelo, algunos de los magos y mi habitación, que recordaba más grande, pude descansar bastante. El viaje había sido largo, especialmente para alguien como yo, apenas acostumbrado a aquellas cosas.


Estoy tumbado en la cama. Es más cómoda que la que tenía en Brontë, y no se escucha ningún sonido en los alrededores. Pero eso me hace sentirme un poco solo. Allí siempre había gente en algún sitio, y al final ninguno de ellos llegó a ser rudo y desagradable como esperaba.
Doy una vuelta en la cama, tumbándome de lado. A partir de mañana retomaré mi aprendizaje... ¿Aprendizaje para qué? ¿Qué va a ser de mí cuando crezca?

Hace poco escribí una carta a Massen Dew y otra a Lluvia, indicándoles mi llegada. No puedo evitar pensar que, sin embargo, no soy ya más que un recuerdo. Aunque, ¿qué esperaba? No fui más que ese niño mudo que llegó a Brontë, apenas se hizo ver y luego se marchó...

Al final no agradecí a todos que me salvasen...

Soy un desastre...

*se duerme*

La revisión se me hace larga, y eso que tengo paciencia. Sin embargo, la conclusión es favorable. El abuelo tenía miedo de que me hubiese pasado algo durante mi estancia fuera de la torre, pero supongo que estará contento ahora que sabe que estoy bien. Sin embargo, no me deja cantar victoria mucho tiempo. Él mismo parece querer hacerme algo también. No es que me asuste, al fin y al cabo es el abuelo, pero esa forma de mirarme, sin decir ni explicar nada, se me hace algo extraña, y he de admitir que me impresiona un poco.

Aguardo a que haga lo que desee. Bajo sus manos no corro peligro, así que si ha de hacerme alguna prueba más será por asegurarse de que estoy a salvo. Es algo asfixiante a veces, pero es obvio que se preocupa por mí.

Me encuentro asfixiado. El cuerpo me arde desde dentro, como si le hubiesen prendido fuego a mi interior y saliese poco a poco hacia fuera. Es terrible... Loa ojos, llenos de lágrimas... Me cuesta tanto mantenerlos abiertos...

Nunca he podido hablar. Sin embargo, por el modo en que se me abre la boca sin quererlo, mientras las manos se clavan en el colchón, presionándolo a ambos lados, me hace pensar que me encantaría poder gritar ahora mismo. Hace tiempo ya que no percibo el paso de los minutos, de las horas... La presencia del abuelo y algunos médicos a mi alrededor se me hace difícil de percibir. Sé que lo son, pero lo que veo apenas son sombras difusas...

Me asfixio a ratos... El collar me constriñe el cuello de vez en cuando, parando luego. Oleadas de calor y energía abandonan mis manos, mis dedos...

Un golpe y un quejido. Creo que he hecho daño a alguien...

Escucho algo. Voces alarmadas y luego el abuelo... El abuelo... No sé qué dice, pero suena autoritario... Tranquilizador...
De pronto un pinchazo en mi brazo. Más voces alarmadas.

Todo se apaga.

*negro*

Estoy en mi cuarto, sentado sobre la cama, con las piernas tapadas. Tengo que tener el pelo completamente despeinado, aunque ahora mismo es lo de menos. Llevo unos días muy inestable y por fin me encuentro mejor, aunque me siento muy débil.
El abuelo me ha dejado un jarabe que me tomo. Sabe amargo, terrible, pero es bueno para mí. Me ha sensato bien desde que empecé a tomarlo. Al final, por muy sabios que sean los médicos, muchas veces no pueden competir con las personas que han estudiado mucho más profundamente que ellos la magia y esas cosas.

Suspiro. Me siento hastiado como nunca. Realmente estoy exagerando, ya que no es la primera vez que me sucede algo como esto. Siempre se me olvida lo frágil y débil que soy... No sirvo de nada fuera de estas paredes. Salgo y me secuestran, y si lucho termino desmayándome... Ni siquiera soy capaz de gritar para pedir ayuda.

Poco a poco, la medicina comienza a hacer efecto. Me hace sentir un poco de sueño, solo un poco... Es como si el cansancio se hiciese más patente y entonces, sin quererlo, termino tumbándome, cerrando los ojos, durmiendo...

*se queda*

BIBLIOTECA PEQUEÑA

Hoy hay poca gente estudiando. Es algo que me suele resultar extraño, aunque, como apenas he visto al abuelo en todo el día, supongo que estarán en una reunión de estudios, o algo semejante. A veces pasa. Generalmente, al descubrir alguien algo interesante o, simplemente, cuando al abuelo le apetece, de pronto, explicar algo muy concreto y específico a sus aprendices aventajados.
A mí no me deja ir a esas reuniones, por lo que aprovecho ese tiempo para leer o hacer cualquier cosa que me esté permitida, que no son muchas. Y menos a estas horas. La oscuridad ya se ha tragado los alrededores de la torre.

Tengo entre mis manos un libro que trata acerca del origen de ciertos hechizos. Es extraña la diversidad de ellos, aunque mucha gente apenas conoce los básicos, y lo es más aún la forma en la que han ido surgiendo a lo largo de los siglos, aunque sin mencionar el origen principal. No he encontrado nada, por el momento, que sacie mi curiosidad a ese respecto. ¿Cómo surgió el primer hechizo? Si bien los actuales suelen provenir de investigaciones, transformaciones o mezclas de otros... ¿Cómo habrá surgido el primero de todos? ¿En qué momento un ser mágico fue capaz de invocar el poder mágico por primera vez? ¿Sería un hombre? ¿O un ser diferente?

El abuelo me dijo una vez que no pensase en esas cosas, que todavía no estaba preparado para estudiar asuntos de ese nivel, pero no puedo evitar, a veces, hacerme preguntas cuyas respuestas no logro descifrar ni encontrar en libros. Y entonces se anclan en mi cabeza una buena temporada y son imposibles de arrancar.

*se queda*

A través de la ventana entra una luz bastante agradable, de modo que puedo leer en mi mesa bastante tranquilo. Uno de los discípulos del abuelo me ha traído un libro de historias tradicionales de uno de sus viajes a Fulmen. Algunas ya las conocía, pero otras me están resultando de lo más interesantes. Además, ahora que he visitado esa zona puedo comprender ciertas cosas que no entendía antes de salir de este lugar. Y las descripciones de lugares, de fiestas, de mitos... Si todo esto existe en Fulmen, ¿qué habrá más allá? Ventus, elevado sobre la tierra en forma de archipiélago flotante... Tiene que ser maravillosamente bello. Y Humus, rodeado y cubierto por escarpadas cordilleras, lugar en el que cualquier viajero inexperto puede hallar la muerte si no sabe enfrentarse adecuadamente al terreno... Las heladas tierras de Aqua... ¿Qué tierras? ¡Aguas! Cada uno de los continentes, y cada una de las regiones de estos, son tan dispares y desconocidas para mí...

De pronto, siento un espasmo en el pecho, como si algo sujetase mi corazón desde el interior y lo exprimiese. Los párpados se me abren, involuntariamente, como la boca, que busca aire. La mano derecha, rígida, busca con dificultad el bote de medicina que hay sobre la mesa. Sin embargo, en un espasmo muscular lo tiro al suelo, en vez de tomarlo. El bote se estrella y el líquido se esparce por la alfombra. Mi cuerpo continúa tensándose más y más. Siento que, en cualquier momento, podría partirme en dos.

Algo caliente en mi estómago. Como una bola... Pero al mirar abajo, no veo nada a través de las lágrimas que empañan mis ojos. Y se extiende, creciendo por mi cuerpo, abrasándome por dentro. Cuando alcance mi piel, la cara interna de mi piel, la traspasará y rasgará, estoy seguro...

¿Cuánto tiempo ha pasado? Apenas unos segundos, seguro... Es como... Como... Si de pronto el tiempo se detuviese... Solo hay dolor y un calor abrasante... Fuego...

La vista nublada... Ya no es por las lágrimas... Todo está difuso, como visto a través de un cristal translúcido...

Estoy en el suelo, convulsionándome. Puedo verme desde arriba, como si hubiese abandonado mi cuerpo. Aunque eso es imposible. Y, aunque lo sea, me veo, pequeño, frágil, encorvado, temblando como si estuviese tirado en mitad de la nieve.

...

...

...



Una larga bocanada de aire penetra en mis pulmones. Pese a tener oxígeno de nuevo, todavía tardo unos segundos en recuperar la noción de dónde estoy. Es el suelo de mi cuarto. Y el abuelo... El abuelo me sostiene por la espalda, aunque permanezco semirecostado sobre el suelo. Tiene una mano sobre mi rostro y me mira fijamente, pero en cuanto ve que he respondido, la retira. Siento un calor muy potente en la frente y una gran debilidad, pero por lo demás...

Lo veo esbozar una sonrisa. Está aliviado... Es normal... Solo soy una carga... Tan débil... Si no estuviese aquí ya estaría muerto... Esta enfermedad podría haberme matado en cualquier momento. Y todo por haber usado mi magia... Sí, seguro que fue por eso... Mi magia es peligrosa y ahora que la he usado, en Brontë, me está destruyendo desde dentro...

El abuelo deja resbalar un líquido dulce en mis labios y enseguida siento calor, pero uno más agradable, reconfortante. Y luego se hace de noche.

*fin de escena*

Hoy he vuelto a tener revisión médica. El abuelo me dijo, después de haber hablado a solas con el médico, que parece que estoy algo mejor, pero que la extraña enfermedad que tengo es muy difícil de curar. Es algo extraño, como si de pronto algo estallase en mi interior y una extraña energía caliente me abrasase, tratando de escapar por mis poros. Cuando pasa es tan doloroso... Y últimamente ha pasado bastante... Por suerte el abuelo me vigila y siempre que pasa algo llega a tiempo. Hasta la fecha, lo único que ha conseguido detener esos extraños ataques es esa medicina que me dan, pero últimamente la dosis es algo más alta. Me asusta que poco a poco pierda el efecto. ¿Qué haré si deja de funcionar? Nadie me dice el nombre de mi enfermedad, ni a qué se debe, ni si puede curarse, ni qué pasa si no se detiene el proceso...

Muchas veces pienso que quizás es lo mejor. El médico me ha dicho que es peligroso que me altere. Cuando pienso en eso, en "peligroso", recuerdo lo que paso en Brontë. Siempre me decían eso, que era peligroso, y ahora puede que lo sea para mí mismo.

Entrego a uno de los carteros los sobres y, tras despedirse, sale de mi cuarto. Cierro la puerta y camino hacia la cama. Me siento algo desvaído.
Echo de menos el palacio...

Un pinchazo en la cabeza me hace estrechar los ojos. Duele...

*fin de escena*

Abro la puerta con cuidado, nervioso, y nada más entrar la cierro a mi espalda. Todo parece estar cómo lo dejé. Quizás ha habido suerte y el abuelo no se ha enterado de que he salido. Me asusta que me vuelva a echar la bronca por no guardar reposo, pero ya no aguantaba más. Sinceramente, creo que es bueno que un enfermo tome el aire. ¿Cómo sino voy a mejorar? Encerrado todo el día con mis miasmas rondándome...
Me deshago de mi ropa sucia. Otro problema: el barro. Esto a ver cómo lo oculto... Quizás si lo lavo yo mismo en el baño, o...

Alguien llama a la puerta. Casi se me sale el corazón por la boca del susto. Termino de vestirme en un segundo y guardo la ropa manchada de tierra bajo la almohada, dirigiéndome rápidamente hacia la puerta. Cruzo mentalmente los dedos. Como sea el abuelo, me la voy a cargar... Tiene ojos en todas partes. No sé cómo creí que lo iba a conseguir ocultar sin que...
Es un cartero... Vaya alivio... Tomo la carta que me entrega y sonrío. Massen ya ha respondido. Ágil, garabateo un gracias en mi pizarra y el cartero se despide. Luego, tras cerrar la puerta, me aproximo a mi escritorio y abro el sobre, desplegando el papel y leyéndolo con atención, pasando por alto los defectos ortográficos.

Parece que está de viaje. Todo el contenido de la carta es bastante corriente, pero... ¿Venir a visitarme? Al leer eso me pongo algo nervioso. Jamás ha venido nadie a verme (¿Y quién iba a hacerlo?). Por suerte, el abuelo parece de buen humor últimamente y seguro que no pone inconveniente. A menos que se entere de que he salido sin su permiso... Jun, siempre tienes que meter la pata.

Me encuentro algo mejor. La medicina debe de estar haciendo efecto, pues hace días que no desfallezco. Me siento con fuerzas hasta para hablar con el abuelo y pedirle que deje venir a Massen.
Sí.
Decidido.
Lo haré.

...

Pero, mejor, primero voy a lavar esa ropa...

*fin de escena*

Observo la puerta con incertidumbre. No sé si llamar o no. No sé por qué tengo miedo, es difícil de explicar, pero tampoco debería haber muchos motivos. Massen me ha pedido alojamiento para visitarme. Ya está. Y, no obstante... Es como si me diese miedo hablar con el abuelo de Brontë. De hecho, es eso... No hemos hablado demasiado de aquello, y al hacerlo no fue de la gente, sino de los secuestradores o...

Suspiro e, intranquilo, tomo aire, envalentonándome. No hay por qué tener miedo del abuelo. Sí, puede ser algo cascarrabias, pero es amigo del jefe Brumm, y el jefe Brumm está en Brontë. ¿Por qué iba a ser el palacio un tema tabú?

Aunque quizás mi problema no es ese...

Vale, tengo algo de nervios, pero termino llamando a la puerta. Que no se diga que es por falta de coraje.

A medio camino entre decidir irme o quedarme, la puerta se abre, Inmediatamente me pongo recto, enhiesto, mirando fijamente al abuelo. Parece que estaba trabajando, aunque como no me grita supongo que no era tan importante como para no ser interrumpido. De todos modos, lo mejor será que lo moleste lo menos posible, no vaya a ser...

Asiento lentamente a su comentario. Lo cierto es que saltarme los estudios de la mañana para venir a hablar con él puede hacer sido mala idea. El abuelo da mucha importancia a esas cosas.
Enseguida, mis manos, ágiles, forman palabras.

<<He recibido una carta de Brontë. Una de las guerreras, Massen Dew, proponía venir a visitarme próximamente.>>

Desvío la mirada, vacilante. Así expuesto... Hasta da vergüenza proponerlo. Incluso juraría que las manos me han temblado un poco.

Evito fruncir el ceño. Sería una falta de respeto. No obstante, no puedo evitar preguntarme a qué viene esa... ¿Motivo? Supongo que es, simplemente, que venga. No sé qué respuesta desea, exactamente.

<<Me ayudó varias veces en Brontë. Quisiera agradecérselo como corresponde.>>

Supongo que es difícil de entender que alguien como yo haya hecho cualquier tipo de amistad entre poderosos guerreros sin miedo. No obstante, es así. Lluvia todavía no me ha respondido, pero seguramente tenga sus motivos, y Massen me ayudó siempre que pudo... Y el resto... En ningún momento hubo nadie que se portase mal conmigo. De hecho, si todos los que me salvaron de los secuestradores quisiesen venir a ver la Torre creo que se lo debería.

Primero sonrío. El abuelo parece dispuesto incluso a recompensar a los que me salvaron. Eso no estaría nada mal... Hicieron algo por mí y seguro que se pondrían muy contentos si yo respondiese dándoles algo que los ayudase a sobrevivir en el campo de batalla, o a disfrutar más de su tiempo o de muchas otras cosas. Y, sin embargo, el abuelo sigue hablando y pronto comprendo que no es un añadido, sino una alternativa.

<<Sería apenas unos días>>

Lo miro, suplicante. Lo cierto es que ni siquiera sé si es verdad. Ni siquiera sé si Massen Dew pretende hacer de esto su casa, echarnos y vivir aquí para siempre, pero siento la urgencia de mentir. Ahora que he conocido a gente fuera de aquí me resulta más difícil volver a aislarme. Sigo disfrutando el tiempo de estudio, pero... ¿Y las relaciones? El resto de los magos que hay en la Torre son mayores, están ocupados... Nunca tienen tiempo para el crío. Y yo estoy cansado de eso. En Brontë, al menos, tenía con quién pasar el tiempo de vez en cuando. Aunque solo fuese Nagorr.

Lo escucho con frustración. Lo cierto es que por un momento me pareció que quizás... podría aceptar. Pero... No sé cómo pude espera algo así. Al fin y al cabo, es un hombre ocupado que no pude hacerse cargo de unos niños como nosotros. Ya bastante hace cuidándome y enseñándome cosas.

Bajo la vista. Lo cierto es que no puedo ocultar mi decepción. Y, quizás, aunque pudiera... no querría. Tal vez no sea mala idea intentar apelar a ella. ¿Sentirá pena por mí y terminará cediendo? Lo dudo... Esa es la típica cosa que hago yo. Ceder y aceptar.

Frunzo el ceño, molesto. ¿No era eso lo que decía Massen Dew? Al final resulta que hasta soy patético. Bravo, Jun. Mereces un premio. Aún va a resultar que no eres mudo y no hablas por no llevar la contraria...

Me parece muy injusto. He estado haciendo cosas últimamente... No soy tan patético como antes. Pero el abuelo está tan ocupado que ni se da cuenta. Claro, él tiene sus trabajos, pero yo también puedo hacer cosas, aunque no al mismo nivel.
De hecho, Athn me ha dicho que lo llevo bien...
De hecho, hace días que no me encuentro débil. Seguro que hasta me he curado.

Compañeros, dice. Ni que un señor como él entendiese lo que yo necesito. Seguro que ni se acuerda de tener mi edad, si es que la tuvo.
Sé que esa es una afirmación errónea, pues todos los seres vivos han de pasar por las etapas de crecimiento, pero ahora mismo me parece absurdamente correcta.

Malhumorado, asiento y, con una pequeña inclinación de cabeza, me despido y me voy. Tiene suerte de que no hable. Así no se dará cuenta de que le he retirado la palabra por media hora.

Yo he invitado a Massen y a Lluvia a venir. Y por dos amigas que hice...
Mejor pedir perdón que permiso, ¿no?


FdR- Momento rebelde

Había sido un día lago, cansado, más cansado que cualquier otro, y eso que los días de viaje no eran nunca fáciles. Por suerte, aún con parada y todo, volver a Brontë no iba a ser tan difícil como había sido irse. Aunque el abuelo seguía con su actitud de siempre (quizá un poco menos exagerada, pero su actitud al fin y al cabo), esta vez había contado con la ayuda de mis hermanos, e incluso de la salamandra.

Leen, Minta y Seranne, sabiendo que pasaría por Ciudad Nevada, habían decidido volver conmigo, y se habían asegurado de que tomaba un medio de transporte en condiciones. Además, Leen me había dado algo de dinero para el viaje (aunque no demasiado). Por si eso fuera poco, había tomado el mismo barco que Icasmú, que volvía a Ignis, así que el trayecto en barco había sido bastante agradable. Me había separado de él en el puerto de Lumen, y había continuado a pie hacia el lugar en el que Jun me había citado.

Evidentemente, nunca antes había estado el Lumen, así que no era fácil saber si estaba en el buen camino. Sin embargo, no tenía miedo. Confiaba en que, tarde o temprano, llegaría. A fin de cuentas, había llegado a Brontë hacía tres años con menos datos de los que ahora tenía.

Avanzaba, pues, por un frondoso bosque, y las horas, que pasaban ante mí como si nada, me iban fatigando poco a poco. Un poco más, Dew. Tenía que estar ya cerca.

Vi algo venir de pronto. Una sombra. No tenía muy claro qué era, pero en un momento dado me golpeó en un costado y soltó una especie de gruñido. Me quedé un momento petrificada por la sorpresa, y entonces me giré a ver qué era aquello.

Ni aún mirándolo supe decirlo. Aquello, lo que fuera, volvió a gruñirme y traté de componer una mueca terrorífica (o tan terrorífica como fui capaz) para darle miedo y ahuyentarlo. No sé si funcionó o no, pero el caso fue que, tras un par de gruñidos más, se perdió entre la maleza.

Miré a mi alrededor y agucé el oído, tratando de escuchar los sonidos del bosque. Estaba tan acostumbrada a la tranquilidad del bosque de Brontë que no me había parado a pensar en los habitantes de este. Saqué a Loksass de la mochila y me la colgué al cuello, precavida.

Después, continué mi camino, aunque ahora tratando de ser más sigilosa y de prestar más atención a mi alrededor. Esperaba que quedase poco...