Torre Szorshüvel'Ëm

Tras aquel extraño encuentro, todo continuó en calma, así que seguí mi camino con tranquilidad. Sin embargo, la cosa solo duró un tiempo, pues un nuevo hecho me hizo detenerme de nuevo. En este caso, no un choque, ni una bestia, sino una luz. Una luz seguida de aullidos y gruñidos que me dieron mala espina.

No lo dudé mucho. Si había gruñidos, había bestias, y aunque a mí aquella no me había atacado, tal vez pudiera atacar a otros. O tal vez no me hubiera atacado porque estaba sola, y los suyos atacaban en grupo. No tenía ni idea, pero tampoco podía pararme en eso. Una luz como aquella podía significar, muy probablemente, un claritas. Un claritas que podía necesitar ayuda.

Así pues, eché a correr en dirección al fogonazo de luz, tratando de ser sigilosa pero también rápida.

Al parecer, había tenido una deducción bastante acertada. Por algún motivo, eso me sorprendió un poco. Tal vez porque me había acercado por precaución, no porque de verdad creyera que iba a encontrarme con una escena así.

Era de noche, y eso impedía que pudiera ver tan bien como quisiera. Sin embargo, aún era capaz de distinguir la silueta. Quise acercarme un poco más, pero sabía que era muy probable que no tuviera tiempo para llegar hasta ellos. Tendría que confiar en mi puntería.

Invoqué un aquaerum, tratando de imprimirle aquella energía que Jun me había enseñado a darle, y lo lancé contra la sombra cuadrúpeda. Entonces sí, después del ataque, me acerqué un poco más, aunque aún con prudencia. Preparé otro aquaerum, por si el anterior no había dado en el blanco o por si necesitaba otro.

En el momento en el que la bestia me prestó atención, pude ver por el rabillo del ojo como su presa huía. Eso dejaba las cosas más fáciles. Por desgracia, el golpe no había sido suficientemente certero, pero al menos ahora tenía a aquel bicho exclusivamente para mí.

Sin embargo, no esperaba que hiciera algo como aquello. Saltó hacia mí, y entonces, de pronto, se iluminó con un fogonazo que me cegó y me hizo ver lucecitas de colores durante un momento. Con la sorpresa y la repentina ceguera, dejé ir el aquaerum que tenía preparado, sin prestar atención a dónde lo dirigía.

Un golpe en el estómago me dejó sin respiración un momento. Solté un "ugh" y salí despedida unos metros hacia atrás. Por suerte, no era la primera vez (ni, probablemente, la última) que recibía un golpe de aquel tipo, y sabía que no tenía tiempo de quedarme donde estaba. Debía ignorar el dolor y continuar.

Aún tenía la vista dañada por el repentino fogonazo, pero aún así, traté de enfocar a la bestia lo mejor que pude y le lancé un nuevo aquaerum, esperando acertar mejor esta vez. Además, traté de levantarme cuanto antes; estar inmóvil no era buena idea.

Un nuevo fogonazo de luz me hirió las pupilas, y traté de moverme a un lado para evitar a mi atacante. Era rápido, era silencioso y era fuerte. Aún así, pensaba plantar cara lo que hiciera falta. Oí, entonces, un nuevo aullido. Había más. Tal y como había pensado. A lo mejor debería dejar de pensar cosas, a ver si así dejaban de volverse reales mis peores ideas.

Medio ciega, y viendo que no había muchas posibilidades de que eso cambiara, decidí que tenía que hacer algo al respecto. Con un enemigo silencioso, no era buena idea estar ciega, pero si yo debía estarlo, lo ideal era que él lo estuviera también. Invoqué un nairea, esperando que eso me diera un poco más de margen. Además, si usaba fogonazos de luz, el nairea podía ayudarme a localizarlo sin que aquella luz resultara tan molesta. Seguiría resultándolo, seguramente, pero imaginaba que la niebla serviría un poco de pared.

Traté de calcular su posición según sus últimos movimientos. Era rápido, pero estaba segura de tenerlo cerca. Invoqué un aquaerum y esperé. En cuanto se iluminara, dirigiría mi hechizo directo contra la luz. Ciega o no, no iba a rendirme.

Al notar una mano agarrarme, mi primer impulso fue resistirme, pero lo contuve. Era probable que se tratara de la presa de la bestia, si es que no había salido corriendo. Y, en cualquier caso, no parecía nadie dispuesto a hacerme daño. Cuando sentí cómo tomaba mi mano, casi pasé a ignorar aquellos fogonazos de luz que hacían que me dolieran los ojos, y simplemente dejé ir el aquaerum en un impulso.

Entonces, de pronto, entendí. Si se trataba, como creía, de un claritas, era probable que aquellos fogonazos no le afectasen. Lo que no entendía era por qué no usaba su propia magia. Tal vez, de la misma forma que el fogonazo no afectaba a sus ojos, su magia no afectaba a las bestias. O tal vez no era magia lo suficientemente poderosa.

Tampoco tenía tiempo para pensar en aquello. Con urgencia, invoqué un nuevo aquaerum en mi mano, esperando que quien fuera que me la tenía agarrada la guiase en la dirección correcta. Con la otra, con gesto desesperado, busqué tras de mí la otra mano de quien me tenía presa. Si podía guiarme, mejor que se sirviera de mis dos manos que de una sola.

Fuera quien fuera mi lazarillo, era evidente que no le gustaba la situación. Era lógico, puesto que, si era el antes atacado, no debía estar muy a gusto cerca de aquellas criaturas. Pese a todo, resultaba, efectivamente, un buen guía, así que decidí confiar en él. Parecía mejor que confiar en mí misma, desde luego.

A sus señales, lancé los aquaerums en las direcciones indicadas. Ya no me molesté en crear otro nairea, pues sabía que eso podía perjudicar a mi guía, sino que me limité a invocar aquaerums en mis manos, esperando la señal para lanzarlos. Me ponía un poco nerviosa el estrés que me transmitía el claritas, pero traté de ignorarlo.

Dada la situación, decidí cerrar los ojos. Desde luego, no los estaba usando, y tantos fogonazos hacían que me dolieran. Probablemente aquella luz era capaz de traspasar más allá de los párpados, pero algo harían. Me dejé, pues, en manos de quien me tenía sujeta.

Funcionaba. Claro que funcionaba. Al poco, las bestias empezaron a alejarse. No más fogonazos, no más ataques. Me atreví incluso a entreabrir los ojos un momento. Estaban más lejos, y no parecían muy confiados con la idea de acercarse. Al final, salieron corriendo. Suspiré, aliviada.

Tan pronto como desaparecieron, sentí cómo mi captor me soltaba y me giré hacia él. Llevaba capucha, y entre eso y la oscuridad, no era capaz de distinguir sus rasgos. Lo vi desplomarse en el suelo, no sabía si agotado o nervioso.

Me agaché junto a él, aunque no quise tocarlo. No quería quitarle espacio.

-¿Estás bien? -pregunté-. Menos mal que has venido. Creo que sin ver nada no habría podido con ellos...

Ha sido uno de los momentos más horribles de mi vida... Al menos con lo de los secuestradores estaba... inconsciente. Lo que me ha costado volver a ayudar. Y quizás no lo hubiese hecho -soy un cobarde- de no ser porque la reconocí. Aunque lo que no me esperaba era que todo funcionase tan bien. Aunque creo que apreté demasiado...
Todavía noto las manos entumecidas.

Massen se agacha y me da las gracias. Sinceramente, de no haber sido por mi culpa no se habría metido en nada como esto. Las gracias debería darlas yo, en todo caso.

Alzo la vista, tímido, avergonzado por lo ridículo que soy. Es que siempre estoy metiendo la pata... Espero poder enmendarme algún día... Y, aún por encima, me he metido en esto por una niñería...

Con manos temblorosas me deshago de mi capucha, desviando la mirada con una mueca de arrepentimiento, aún con el corazón a mil.

En cuanto se quitó la capucha, abrí los ojos como platos, totalmente pillada por sorpresa. No podría decir que era la última persona que esperaba encontrarme allí, pero tampoco esperaba precisamente encontrármelo solo y perdido en medio del bosque.

Sentí cómo una sonrisa de entusiasmo se extendía por mi cara y me abalancé sobre él, abrazándolo. ¡Ya iba siendo hora de que alguna señal me indicara que no me había perdido por el camino!

Me separé de él, manteniendo las manos sobre sus hombros.

-¡Jun! -exclamé, entusiasmada-. ¡No me puedo creer que seas tú! Mithos, ya empezaba a pensar que me había perdido en algún lugar remoto de Lumen, menos mal que has aparecido. ¿Qué haces vagando por aquí a estas horas? Siempre igual, no sé cómo consigues acabar siempre en estos embrollos...

Me di cuenta entonces de que estaba hablando demasiado, y no estaba muy segura de si podría responder a nada de lo que le dijera. En primer lugar, porque no sabía si llevaba su pizarra con él. En segundo lugar, y más importante, porque dudaba mucho que yo fuera capaz de leer nada con aquella falta de luz.

-Bueno, ¿pero estás bien? No te han hecho nada, ¿no? -pregunté de nuevo, sin poder evitarlo-. No hacemos mal equipo, ¿eh?

Massen Dew se abalanza sobre mí con una efusividad y una confianza impropias y yo, endeble como una hierba, todavía temblando, noto cómo su impulso no hace más que llevarme por delante, tumbándome en el suelo ridículamente. La verdad es que las veces que pienso que podría ser un guerrero carcen de fuerza después de que... vivo situaciones como esta. Soy algo patético, la verdad.
De todos modos, ruborizado y tímido, me yergo enseguida para escuchar todo lo que tiene que decir, que no es poco. Pestañeo, confuso, tratando de buscar una forma de comunicarme en medio de su charla y... a oscuras.

A su "estás bien" asiento efusivamente y a su "no te han hecho nada, ¿no?" niego con fuerza. En cuanto a su "¿Qué haces por aquí?"...
Conteniendo las ganas de irme a esconder la cabeza bajo alguna rama, titubeante, acerco mi mano a la suya. Tímido, la tomo y expongo la palma, escribiendo con mi índice tres simples letras.

H.

u.

I.

Vaya vergüenza... Suena peor de lo que esperaba...

Al parecer, todo estaba en orden y Jun estaba perfectamente. O eso creía hasta que cogió de nuevo mi mano y, como la primera vez que habíamos hablado, escribió unas letras en ella. Aunque no las mismas letras. Esta vez no me pilló por sorpresa, pero aún así tardé un momento en identificar el mensaje. Entonces se me borró la sonrisa y lo miré, preocupada.

-¿Ha pasado algo malo? -pregunté.

En realidad, por dentro sentía una mezcla de victoria y orgullo. A lo mejor iba a resultar que este tiempo de vuelta en su torre le había servido para reflexionar y sacar conclusiones lógicas. Me alegraba de que por fin hubiera madurado, la verdad. Realmente, parecía necesitar hacer cosas como aquella, o se quedaría encerrado con su abuelo por custodio el resto de su vida.

Volví a componer una sonrisa, temiendo que pensase que me lo tomaba a mal. Di la vuelta a mi mano y di un apretón a la suya, tratando de imprimirle ánimos.

-Bueno, pero aunque te hayas ido, no estás solo -declaré, convencida.

Quería decirle que yo le ayudaría, que viniera conmigo de vuelta a Brontë. Sin embargo, sabía que era un chico asustadizo, y no quería que reculara.

Niego lentamente en respuesta a su pregunta. No es como si hubiese pasado algo malo, exactamente... De hecho, el desobediente fui yo y... Llevo arrepintiéndome horas, pero con esos animales pisándome los talones no podía ni pensar en ello. Y ahora... Qué estrés... Aunque sus palabras y gestos me tranquilizan un poco. Al fin y al cabo, gracias a Massen me he salvado. Otra vez.
Doy vergüenza ajena...

Hurgo en mi pequeña mochila saco mi pizarra y una tiza. Tras inspirar profundamente, comienzo a escribir en letra muy pequeña, tratando de que quepa el mayor mensaje posible. Una vez me siento "más o menos" conforme, deposito la pizarra en el suelo y la vuelvo hacia ella.

Inspirando profundamente, me concentro. Tomo aire y lo mantengo en los pulmones. Entonces, tratando de relajarme, invoco un clair ëm yäk pequeño en la mano derecha, notando enseguida una ligera presión en el cuello. De todos modos, lo aproximo a la pizarra.

"El abuelo no quería que vinieras y te mentí. Entonces se enfadó y eso me enfadó. No sé por qué me escapé."

Aguanta un poco, Jun...

Me acerqué bien a la pizarra para descifrar el mensaje. Vaya. Así que esas teníamos. Exactamente lo que yo pensaba. Otro estúpido viejo que se enfurruña si no sale todo como él quiere. Casi me sentía dolida por que aquel desconocido no me aceptase en su casa. Estúpidos carcas...

-¡Agh! -exclamé, llevándome una mano a la frente con gesto frustrado-. Odio estas cosas. De verdad, Jun, no lo aguanto. Entiendo que sea su casa, o su torre, o lo que sea, pero eso no le da derecho a aislar a gente en ella. Ya sé que lo defenderás, como siempre, pero a mí no me parece bien. ¿Qué mal le he hecho yo para que no me deje verte?

Solté un suspiro exasperado. Por la actitud de Jun, no parecía muy convencido de lo que él mismo había hecho. Aunque no pasé por alto aquella pequeña lucecita. Por supuesto, no dije nada, pero no pude evitar recordar aquellos comentarios, aquel "no me está permitido hacer magia". Sí, parecía que íbamos progresando.

Bajé la vista a un lado, sin saber muy bien qué decirle.

-Mira, Jun -murmuré al final-. Yo ya sé que yo no soy nadie para decidir lo que debes hacer y lo que no, y tampoco pretendo eso -. Alcé la vista-. Pero si quieres venir a Brontë, sabes que serás bien acogido.

Ya estaba, ya lo había dicho. Sabía lo que vendría ahora. Ahora, él recularía, negaría y diría que su deber era estar con el abuelo. En el peor de los casos, me pediría perdón por haberme dicho que fuera a verle y me dejaría en mitad de aquel bosque, despidiéndose y volviendo a su torre. Desvié la vista de nuevo.

Apago el hechizo y el collar afloja su presión. Aprovecho ese instante para tomar una enorme bocanada de aire, llevándome una mano a la garganta. Me duele un poco, pero es soportable si el hechizo es pequeño.

Niego lentamente a su pregunta, suspirando. Ella no le ha hecho nada. De hecho, el abuelo le está sinceramente agradecido, como a todos los que me salvaron. El problema es que si viene me distraerá... Tengo que estudiar. Y el abuelo siempre está preocupado por esas cosas. Quiere que estudie, que descanse, que aprenda... Por no hablar de mi enfermedad... Llevo ya unas semanas bien, gracias a la medicina, pero si dejo de tomarla...

Aprieto las manos, incómodo.
Por no hablar de que... si me voy el abuelo hará que me persigan. Qué... horror...

Atrapo un puñado de arena en las manos, nervioso. Esto es de lo más incómodo. Realmente, no puedo volver con ella a la Torre... Tendré que dejarla aquí. Ahora me arrepiento de haberla hecho venir. Por una vez que soy impulsivo y es... para mal.

La abrazo con torpeza, sintiéndome más culpable y agobiado a cada segundo. Luego, con las piernas aún temblando, me pongo en pie, dejando la pizarra en el suelo.
Jadeo, nervioso.

Bueno, sí, realmente era más o menos lo que esperaba. Lo mismo que cuando se fue de Brontë. No, no había madurado. Solo quería que pareciera que sí. Me daba la impresión de que ha crecido un poco, pero seguía siendo un niño pequeño.

Su actitud era tan negativa que en un momento me encontré absolutamente desganada, tanto que ni siquiera correspondí a su torpe abrazo. Miré de reojo cómo se ponía en pie, y luego bajé la vista a la pizarrilla, que seguía en el suelo. Por un momento, por algún motivo, me pasó por la cabeza la idea de cogerla, pero no lo hice.

Tampoco me levanté. Me sentía amargada de pronto. Simplemente esperé. A que corriera. A que volviera a su torrecita mágica de sabios enterrados de por vida entre libros. Al final, era lo que hacía siempre. Desvié la vista, incómoda.

Aprieto las manos. Los ojos se me están llenando de lágrimas y es patético. Se genera una bola en mi garganta, dolorosa y caliente. Es como una especie de nudo. Una especie de nudo cobarde y ridículo.
Si vuelvo con el abuelo y me disculpo me echará la bronca y luego me pondrá a estudiar. Realmente, nada cambiará. Tampoco tengo tantas cosas que me pueda quitar. Aunque...
Miro de reojo a Massen y me doy cuenta de que sí que existe una cosa que me podría quitar y que me dolería. Algo que tengo que antes no... Algo que me gusta... Algo que me hace sentirme un poco mejor, un poco más libre...
Puede quitarme las cartas.

Mi mano derecha tiembla. Me parece ridículo estar temblando como un crío, pero... Soy bastante ridículo, la verdad. Aunque, al tratar de detenerla, me percato de que no puedo. No es un temblor normal... Me arde el brazo... Quema... Es un ardor horrible que desciende, como si me cortasen por dentro, desde el hombro, descendiendo lentamente.
Ese ardor desciende hasta los dedos, ardiendo cada vez más. Sin quererlo, veo cómo la mano se comienza a iluminar. La miro extrañado, extrañamente frío, como si no fuese mi mano.

¿El abuelo me quitaría las cartas?
Seguramente sí. Solo de pensarlo... Es de lo más molesto.

Una bola blanca se forma veloz en mi palma. Yo ni siquiera puedo entenderlo.
Yo también tengo mis propias ideas. Aunque no las imponga. ¿Por qué nunca puedo hacerlas? Aunque solo sea una vez...

Aprieto la mano, como tratando de atrapar la bola luminosa. Entonces, a medida que el ardor crece, lo comprendo. Asustado de pronto, agito la mano como si lanzase una pequeña pelota muy lejos.
La luz crece, saliendo disparada de mi mano a una velocidad increíble. Con los ojos abiertos, estupefacto, contemplo cómo en apenas un segundo esa extraña bola de energía se lleva por delante varios árboles, consumiéndolos.

Soy peligroso.

Mi collar comienza a asfixiarme.

Nervioso, noto cómo si estuviera realizando un ebrain aitchbrëa, y enseguida suelto un fogonazo, aunque no quiero.
No quiero.

Me estoy ahogando.

El cuerpo se me queda pequeño. Voy a explotar. Me voy a partir en dos.
Pero me ahogo, y la vista se me nubla.

Lanzo una mirada de auxilio a Massen Dew.
Ayúdame, Massen Dew.

La medicina. La medicina.

Aquí la tengo... En el bolsillo. Apenas puedo tragarla, pero, de pronto...

Caigo de rodillas al suelo, jadeando, mientras la presión remite. Apoyo las palmas en el suelo para no perder el equilibrio. Me pitan los oídos...
Creí que no me pasaría nunca más nada como esto...

Sí, lo esperaba. Esperaba que corriera, o que se disculpara, o que simplemente se diera la vuelta. Esperaba, en general, que se fuera. Incluso si antes se pasaba un rato allí quieto, de pie, como si estuviera dudando qué hacer, aunque fuera mentira, aunque lo supiera desde el principio.

Pero no esperaba la magia. Aunque evitaba mirarlo, no pude evitar hacerlo cuando sentí la luz por el rabillo del ojo. Cuando miré a Jun, parecía asustado. Yo me quedé muy quieta. ¿Más magia? ¿Por qué más magia?

Lanzó el hechizo a un lado, como quien quiere quitarse algo pringoso de los dedos, y barrió unos cuantos árboles más allá. Me puse en pie de un salto. No me había olvidado de aquel barrido de luz, y recordaba que después habíamos necesitado al jefe Brumm. Pero, ¿qué íbamos a hacer ahora, que no estaba el jefe Brumm?

Jun parecía nervioso, y yo también lo estaba. Pareció que me señalara algo, pero cuando me acerqué, un fogonazo de luz me estalló de lleno en los ojos, dejándome un momento desorientada. Para cuando recuperé la vista, aún con motas de colores por delante, Jun estaba en el suelo, de rodillas, jadeando. Me agaché, apoyando una mano en su hombro, con gesto preocupado. Era aquel collar, estaba segura. Seguro que eso también era cosa de su abuelo. Viejo asqueroso.

Me senté a su lado, tratando de mantener la calma, de transmitirle calma, aunque era difícil. Llevaba varios días de viaje y una hora de emociones muy intensas. Tragué saliva.

-¿Jun? -pregunté, titubeante.

Poco a poco me estabilizo. Lo noto. La pastilla hace efecto, por suerte. Es mejor que desmayarse, aunque sé que siempre queda esa opción. Si no hay otra solución sé que no me desgarraré, por suerte. Solo perderé el conocimiento.
Nada más...

Antes de darme cuenta, he vomitado a un lado. Menos mal que está a oscuras...
Mierda.

Tras un par de minutos arrodillado me empiezo a mover de nuevo. Me arrastro, como puedo, hacia la pizarra, tomándola y guardándola. Luego, poniéndome en pie con cuidado, temblando, me acerco a la piscis.
¿La habré asustado? Soy peligroso. ¿Me odiará ahora?

Con manos torpes, tomo la suya. La miro a los ojos, fijamente, muy fijamente, mientras escribo.

"Ahora sabrá dónde estoy"

Tomo aire profundamente. Sé que mañana me arrepentiré y querré cambiar de opinión.
Mi índice acaricia de nuevo la palma de su mano.

"Vámonos ya"

Esperé a que se sintiera un poco mejor, a que recuperara la compostura. Le dejé algo de espacio, aunque más bien daban ganas de cogerlo en brazos y acunarlo. Cuando, tras algunos problemas, se recuperó, le dejé que tomara mi mano y presté atención a lo que escribía.

Esta vez, el mensaje era más largo, pero presté absoluta atención. Asentí lentamente, entendiendo. Claro. No debíamos estar muy lejos de esa torre, y siendo como era aquel hombre, seguro que lo tenía bien vigilado.

Sin embargo, el segundo mensaje me desconcertó. Me esperaba antes que me pidiera que lo acompañara de vuelta a casa que que me dijera algo así. Lo miré fijamente, y tuve el impulso de pedirle que repitiera el mensaje, temiendo haber entendido mal. Por supuesto, no lo hice. No quería nuevas interpretaciones. Me quedaba con lo que él había dicho.

Me suelto de su mano y cojo su brazo, pasándomelo por los hombros. A mi vez, lo tomo por la cintura. Sí, definitivamente ha crecido; antes yo era la más alta.

-Estamos a menos de un día de camino hasta el puerto -murmuré, a tiempo que lo animaba a comenzar a caminar-. Si queremos que no sepa dónde estás, tendremos que ir hasta allí ahora. Si estás muy cansado, pararemos un poco. Pero lo mejor será que cojamos un barco cuanto antes.

No pensaba hacer preguntas. No pensaba asegurarme de si quería venir. Había dicho que nos fuéramos, y nos íbamos. No tenía mucho dinero, pero sí el suficiente para conseguir un billete. Con la comida tendríamos que arreglarnos de otra forma, pero de eso ya me encargaría yo.