Campo abierto

Zacharyas resopló al verla con la espuma en la cara. Alzó las cejas, sin embargo, cuando ella le pidió que siguiese, y llevó de nuevo las manos a su pelo, conteniendo la parte de sí que le decía que aquella vez tirase, arrancase mechones hasta dejar el cráneo en carne viva.

-¿Te gusta? –inquirió, comenzando a frotar de nuevo. Cada una de sus manos hubiese podido abarcar la cabeza entera si hubiese querido. Carraspeó-. En casa lo hacía a veces –dijo entonces, sin añadir más, con una sonrisa ausente, como concentrado en su tarea.

Asentí, contenta.

-Es gustito -expliqué.

Miré hacia arriba y parpadeé, y me tuve que frotar un ojo porque tenía jabón. Sonreí.

-Por eso es tan bien -le dije-. Ahora vas a casa. ¿Lo vas a hacer más?

Cogí el bote de jabón y me eché en la mano y froté. Y luego dejé el bote y le hice caricias al chiquillo con el jabón en el pecho.

-Quiero más veces.

Zacharyas bajó la vista un momento, sin perder su sonrisa ausente, extraña. Durante un par de segundos no dijo nada, luego asintió suavemente, acompañando el gesto de un encogimiento de hombros.

-Quizás –murmuró, bajando algo el tono-. No lo sé. Aunque si quieres que lo haga –carraspeó-, lo puedo hacer cuando quieras.

Luego, mientras ella lo frotaba, él también se encargó de frotar a Ayne con las manos llenas de jabón, finalizando en su vientre, con un par de caricias más suaves.

-¿Echo más agua? –preguntó, con una sonrisa, apartándole con el puño un poco de espuma que caía junto al ojo.

Asentí, contenta, y la espuma salió volando alrededor.

-Quiero muchas veces -le dije-. Me gusta bañarme con vosotros. Y me gustan tus masajitos.

Y yo también le daba masajitos, aunque era muy grande y tenía que recorrer mucho. En cambio, él iba rápido y me dejaba lista en seguida. Le froté la cara también, y la barba rascaba y era graciosa.

Cuando me quitó blanco lo abracé y apoyé la cara contra él, y así tenía blanco otra vez. Moví la cabeza arriba y abajo, sonriente.

Si la mataba estaría matando a dos seres. Aquella idea lo hacía estremecerse. Cuántas veces, se preguntaba, alguien habría acabado con la vida de una mujer en estado sin saberlo, sin haber podido disfrutar o cargar con un asesinato doble, sin llegar a saberlo nunca. Y, si solo la madre lo sabía, entonces nadie recordaría nunca al no nato que se iba con ella.

-Entonces podemos hacerlo más veces –indicó Zacharyas con una sonrisa.

Tras el asentimiento, y antes de aclararlos a ambos, Zacharyas aprovechó la posición de Ayne para atraerla un momento, en un amago de abrazo leve. Apenas pasaron dos segundos y ya la había soltado para comenzar con la parte final del baño, dejando que el agua templada deslizase el jabón del pelo y cuerpo de ambos.

Moví la cabeza otra vez, arriba y abajo, muchas veces y muy rápido. Desde que estaba de viaje con el chiquillo estaba mejor. Estaba mejor porque estaba con él siempre.

Me apreté más contra él cuando vino la lluvia y se me subió un temblor por el cuerpo. Lo abracé fuerte fuerte y le di besos, y tenía los ojos cerrados y eran besos mojados y me gustaban.

Lo miré y me levanté un poco, frotándole la cara para quitarle el blanco. Ya no quería blanco. Quería yo. Le cogí las orejas y le di un beso fuerte.

Zacharyas no tardó en aclararlos a ambos, e incluso acarició un poco el pelo liso de la parvus para ayudar a la espuma a descender. Una vez hubo terminado apretó los ojos, correspondiendo al último beso de ella con una sonrisa. Después se puso de pie y alcanzó una toalla, que le puso a Ayne sobre la cabeza, frotándole un poco el pelo, risueño, alcanzando otra para sí.

-Después de esto -. Carraspeó –toca comer algo… Tenías hambre –le dijo, sin perder aquella sonrisa extraña, algo oscura-. ¿Qué queréis comer?

Cómo ella hacía, el mago había ido acostumbrándose a referirse también a aquel ser que ella portaba. De alguna forma aquello lo volvía, pensaba, algo más real.

Antes de dejar al chiquillo que se pusiera de pie le di un mordisco en el cuello. El cuello del chiquillo me gustaba mucho.

Tiré del tapón cuando el chiquillo se fue. El agua hacía gorgoritos graciosos. Agachada, me pasé un dedo por los labios.

-Quiere otra vez pescadito -suspiré-. Yo no sé. Yo quiero Zacharyas para comer.

Sonreí. Poniéndome de pie, salí de la bañera y nos envolví bien en la toalla. Hacía frío. Pero todo me gustaba.

*Fin de escena*

Ya faltaba poco. Y a la vez era mucho. El viaje era largo, eso desde luego. Julia parecía pequeña, parecía que no ocupase nada, pero hacía el viaje muy largo. Y Ayne se impacientaba, se llenaba de energía, pero a la vez se mostraba dócil y tranquila. La perspectiva del barco, sin embargo, la ponía cada vez más inquieta.

Habían dejado la posada hacía unas horas, pero en el puerto les había tocado esperar. De todas formas, el barco del que les habían hablado estaba ya al llegar, y Ayne no apartaba la vista del mar.

-¿Es ese? -preguntó cuando un nuevo barco entró a puerto-. Es ese, ¿verdad?

Zacharyas no estaba seguro cuando ella preguntó. Habían llegado algunos barcos antes, y habían resultado no ser el indicado. Y, sin embargo, aquella vez fue cierto. Y con una sonrisa extraña, como solían serlo, asintió.

-Esta vez sí -dijo, terminando con un carraspeo suave.

Abandonarían Caligo, la noche, aquella jornada. El viaje de vuelta había sido mucho más lento: Julia no aguantaba tantas horas de camino seguidas y cada poco quería detenerse a comer. Cargaban, además, más que cuando habían ido allí. Pero, estrictamente, de alguna forma seguían siendo los mismos.
Esperaba que ella no se marease en el barco.

El barco que, por otra parte, ya estaba atracando. Zacharyas sentía cierta inquietud, sin saber bien el motivo. Se alegraba de estar de camino.

-¿Seguirán todos bien? -preguntó a Ayne, o a nadie, mientras pensaba en qué podía haberse perdido.

Ayne se levantó cuando el barco llegó al pantalán, acomodando a Julia en su mochila. Le dio un beso suave en el pelo antes de mirar al chiquillo con una sonrisa. El bebé dormía, pero Ayne se sentía muy activa, y tenía muchas ganas de subir al barco. En realidad, más bien, eran ganas de llegar a su destino, pero sabía que para eso aún tendría que esperar.

-Todos toditos -canturreó, cogiendo al chiquillo de la manga y comenzando a tirar de él-. Y ahora, a subir. Todos arriba. Que nos dejan, si no.

En seguida se plantó ante el barco. Sonrió ampliamente a un marinero que había bajado al muelle.

-Vamos con vosotros -afirmó.

Aquella seguridad hacía pensar a Zacharyas. ¿Y si no acertaba? ¿Cómo se sentiría ella si todos hubiesen muerto, cuando ellos dos llegasen? Quizás hallasen los cadáveres de todos clavados en estacas, como banderas de muerte, como un anuncio y un aviso de que Brontë había muerto, y de que no quedaban más que ellos dos, ellos tres a lo sumo, y los muros del palacio llenos de los fantasmas de los guerreros penando.

Cuando se dio cuenta ella ya no estaba junto a él, sino con uno de los hombres que había bajado del barco. No tardó en acercarse él mismo, hurgando entre sus capas para dar con los billetes que habían comprado para mostrárselos. Tardaron algunos minutos en poder subir, pero finalmente se les permitió.

-Es la primera vez que Julia se sube en un barco -observo Zacharyas, acercándose un poco a la borda una vez estuvo arriba.

No tardaron mucho en subir al barco. Ayne acompañaba al chiquillo, sin dejar de acariciar la suave mata que Julia tenía por pelo.

-Pero no se entera -sonrió-. También es el primer viaje, y la primera vez fuera del oscuro. Todo es primero. Es que es muy nueva.

Le dio otro beso. Luego miró al chiquillo.

-¿Y dónde tiene que estar? ¿Fuera o dentro? -preguntó.

Quizás ella tuviese razón. Zacharyas se preguntó cómo era "no enterarse". ¿Sería cómo tener la cabeza metida en agua continuamente, de alguna forma? Allí había mucha agua, bajo ellos, bajo el barco. Sería fácil comprobarlo, pero no lo sería tanto volver a subir al barco.

-Ahora le enseñaremos la luz, cuando lleguemos a Lumen. Pero no sé si le gustará -comentó, con una sonrisa-. Pero a ti sí. Estarás-. Carraspeó- deseando volver a los lugares con luz normal.

Miró a su alrededor cuando ella hizo su pregunta. Señaló finalmente una puerta, que daba al interior del barco.

-Se puede ir dentro para descansar, pero no creo que haya problemas si estamos fuera también. Quiero ver cuando parta -le dijo, con una sonrisa extraña.

Una especie de despedida, de alguna forma. No sabía cuánto tardaría en volver. O si lo haría.
Aunque lo había prometido.

Ayne rotó los ojos y desvió la vista, con una sonrisa casi tímida. Abrazó un momento a Julia, muy suavito, y acabó por mirar a su chiquillo de reojo.

-Un poquito -admitió.

Volvió la vista al muelle, y después miró hacia la entrada del puerto. Por último, una vez más, al chiquillo. Asintió, conforme.

-Entonces primero salimos -aceptó-. Y luego entramos. Hay que dejar cosas dentro. Y luego se despertará Julia, porque tendrá hambre. Comidita de mar.

Zacharyas respondió al suave gesto de Ayne con una sonrisa y le acarició un momento la frente, en un gesto descendente hasta la nariz, con los nudillos de dos dedos.

-Pronto estaremos. En Brontë podrás elegir con luz o oscuro-. Pese a que sus ojos estaban preparados para lo contrario, muchas veces Zacharyas salía durante el día. La gente en Brontë solía hacerlo. O fuera de Caligo.

Cuando Ayne hizo su propuesta del plan del viaje Zacharyas no puso pegas. Verían el puerto mientras el barco partía y luego entrarían a comer. Él no solía tener hambre, pero desde su regreso a Caligo, al compartir su rutina, el cuerpo se había acostumbrado a comer más a menudo. Tenía un aspecto algo más sano a aquel respecto.

Julia dormía, así que se contuvo cuando el barco comenzó a navegar. Hubiese querido señalar el puerto y decirle "mira, nos vamos de casa", pero ella no lo hubiese entendido.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que para ella, que era tan pequeña, aquello tampoco hubiese sido el hogar, de todos modos.

*fin de escena*